La limitación de la libertad religiosa afecta a todas las áreas de la vida. Es un intento de asfixiar a quien cree en una fe no permitida de tal forma que no le quede más opción que rendirse o marcharse.
Uno de los objetivos de este blog es ayudar a ver de qué manera afecta la falta de libertad religiosa a la vida de las personas de una fe no permitida en un lugar. En realidad, la falta de libertad religiosa en un lugar acaba afectando la mayor parte de su vida. Desde los trámites de cualquier tipo, como podrían ser la renovación del documento nacional de identidad o casarse legalmente hasta la vida más íntima y privada, como la posesión de una Biblia o pasar un tiempo de oración en la habitación a solas.
Puede parecer que la discriminación es algo que ocurre de por sí, es como si fuera algo orgánico, algo que ocurre como resultado de un desprecio de unos hacia otros. Sin embargo, cuando uno entra en el detalle de cómo afecta la vida de las personas, se da cuenta de que hay un plan, un objetivo y un medio por el cual se llevan a cabo estas cosas.
Esta es la razón por la que la limitación de la libertad religiosa afecta a todas las áreas de la vida. Es un intento de asfixiar al que cree en una fe no permitida de tal forma que no le quede más opción que rendirse o marcharse. Porque el que es diferente, recibe presión para hacerse como la mayoría de su entorno. Los vecinos y la familia le presionan para que abandone su creencia y que vuelva a, o se haga de la creencia mayoritaria.
Si la presión social no resulta, se le pone presión limitando sus derechos. Se le dificulta el acceso al agua, al trabajo, a los servicios de salud, y demás cosas necesarias para la vida. Esta presión es prácticamente insoportable, porque no deja espacio para vivir. Sin embargo, algunos aguantan la presión y persisten.
En el caso de los que persisten, la presión aumenta y se ataca su actividad religiosa. En ocasiones se ha llegado a atacar violentamente las reuniones de las minorías hiriendo a las personas y destruyendo su lugar de reunión. En muchos casos y sobre todo en el caso de los cristianos, ellos persisten en su fe. Lo hacen, a pesar de toda la presión, porque están convencidos de que Cristo es la fuente de vida. Están convencidos de que, si no tienen a Cristo, lo pierden todo. Por lo tanto, están dispuestos a perder todo lo físico, hasta la vida física, con tal de no perder su fe en Cristo.
Esto nos sirve de gran estímulo a los que seguimos a Cristo porque, al ver el precio que están dispuestos a pagar por seguir a Cristo, nos ayuda a valorar la fe que tenemos y nos estimula a guardar la fe como nunca lo hemos hecho.
Si bien, los cristianos pagan un precio altísimo por seguir a Cristo en algunos lugares, este precio viene marcado por una estrategia dirigida a los puntos de presión más sensibles de cada cristiano. Por ejemplo, en el ámbito de la vida de los hombres que son considerados los proveedores para la familia y sus protectores, se les ataca en su capacidad de proveer para la familia y de protegerla.
Para dañar la integridad del hombre, no hace falta más que limitar su capacidad de proveer para la familia. Es decir que, por ser cristiano no se le permite acceder a puestos de trabajo de calidad, aunque haya estudiado y esté capacitado para estos puestos. Al contrario, se le limita a puestos de trabajo con sueldos tan bajos que apenas puede comprar la comida que necesita su familia para vivir. Este hombre llega a sentirse humillado porque no puede proveer como es debido para las necesidades de su familia.
Por otro lado, atacan al hombre en el ámbito de su sentido de protector. Ha habido más de una ocasión en la que pastores, evangelistas y misioneros han llevado a cabo su labor de predicación del evangelio con gran valor y han visto un gran número de conversiones como resultado de su labor. Ninguna de las armas de presión contra ellos ha dado resultado. Lo que les queda por hacer a los enemigos de la fe cristiana es atacar su familia. En especial a sus hijas.
En la mayoría de las sociedades donde los cristianos sufren persecución, el valor de la mujer queda muy ligado a su pureza sexual. Por lo tanto, si una de ellas puede ser violada o secuestrada, puede dañar fuertemente la honra del hombre que está predicando el evangelio porque no ha podido proteger a su hija de este abuso tan cruel. Sin dejar de mencionar el daño causado a la hija.
Esta situación deja a la mujer en una situación de doble vulnerabilidad porque de por sí, en estas sociedades se encuentra en desventaja frente al hombre. No puede ejercer un rol público como ellos ni pueden tener autoridad para tomar decisiones como los hombres. Puede acabar casada en contra de su voluntad y puede ser encerrada por su familia sin que nadie piense mal de lo que se le está haciendo. Si además es cristiana, es vulnerable por su condición de mujer y por su fe en Cristo.
Sin embargo, como mencioné arriba, uno de los ataques más dañinos contra la mujer cristiana es la violencia sexual. Esta violencia se puede llevar a cabo por medio de una violación o secuestrándola para convertirla en esclava sexual o para venderla en el tráfico humano. En cualquier caso, estas mujeres viven el dolor de la separación de sus familias y el dolor de lo que les ha hecho.
Pero su dolor no se acaba con los actos llevados en contra de ellas. Si consiguen volver a sus casas, sufren otro tipo de dolor, el rechazo. En lugar de ser recibidas con los brazos abiertos, llegan a casa manchadas por la violencia que se cometido contra ellas. Ya no son consideradas mujeres válidas para el matrimonio, han perdido su pureza sexual. Si, además vuelven con hijos, éstos son despreciados como hijos de los maltratadores.
Ante una situación de tanto dolor, nos hemos de preguntar si hay algo que podemos hacer al respecto para cambiar esta realidad. La respuesta es que sí. Se puede ayudar a las iglesias en estos lugares a ver el valor de las personas desde la perspectiva bíblica. Que sean conscientes de cómo son valoradas por Dios. Es decir, que la mujer se sepa amada por Dios, no por lo que haya hecho sino porque es una persona creada por Él. Lo que le ha pasado no determina su valor como mujer, el amor de Dios por ella define su valor. La iglesia ha de amarla y apoyarla después de haber sufrido esa violencia tan terrible. Su labor es estar con ella y restaurarla. Si viene con un hijo, ese hijo ha de ser amado como cualquier niño de la comunidad viéndolo desde la perspectiva del increíble amor de Dios.
De igual manera, el hombre ha de saber que, aunque falle en su labor de proveedor o de protector de la familia, sigue siendo un hombre valioso a los ojos de Dios y la iglesia ha de valorarlo igualmente y ayudarlo a recuperarse de lo sufrido.
Estos cambios sociales dentro de la iglesia no se llevan a cabo con sencillez. Requieren un cambio de cosmovisión. Una transformación de la visión del valor del hombre y de la mujer. Debemos orar para que esta transformación se lleve a cabo y ayude a debilitar la estrategia cruel de los ataques a los puntos más vulnerables tanto del hombre como de la mujer.
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