Los divulgadores y la gente común continúan creyendo y enseñando principios, por medio de los libros de texto, que fueron descartados hace ya tiempo por los expertos en evolución.
La teoría de la evolución de las especies, cuyo origen se debe a Charles Darwin, ha arraigado plenamente en la sociedad occidental. Es una teoría que ha logrado fundamentar gran parte de las ideologías actuales y que se ha venido enseñado durante muchos años en las universidades y centros de educación secundaria e incluso en la escuela elemental. Sin embargo, a finales del año 2016 se celebró en Londres, en la Royal Society, un encuentro mundial de biólogos evolutivos con el fin de tratar acerca de los importantes problemas científicos que todavía sigue planteando dicha teoría. En dicho encuentro participaron investigadores de primera línea como: James Saphiro, Gerarg Muller, Elis Nobel y Eva Jablonka, a quienes se les pidió que tratasen acerca de las principales lagunas de conocimiento que tiene actualmente el neodarwinismo.
Se debatieron diversos aspectos y se puso de manifiesto, en primer lugar, la gran distancia que existe entre las opiniones de los eruditos y las del resto de la sociedad. Es decir, los divulgadores y la gente común continúan creyendo y enseñando principios, por medio de los libros de texto, que fueron descartados hace ya tiempo por los expertos en evolución. En resumen, se concluyó que la teoría de la evolución se enfrenta hoy a los siguientes cinco problemas fundamentales que aún no han sido convenientemente explicados por lo evolucionismo.
La genética ha puesto de manifiesto que la selección natural no es una fuerza creadora sino únicamente estabilizadora y preservadora de las especies biológicas. La selección natural existe en la naturaleza pero no crea información nueva sino que actúa manteniendo en perfectas condiciones a las especies existentes. Es capaz de eliminar a los individuos deficientes, enfermos o portadores de anomalías incompatibles con un determinado ambiente, protegiendo y depurando así el patrimonio genético existente de esa especie. Pero no aparecen genes nuevos capaces de generar órganos o funciones distintas que añadan más información gracias a la selección natural. Esta era una suposición fundamental del darwinismo que no se ha visto corroborada en el mundo natural. De ahí que muchos biólogos evolutivos estén buscando algún otro mecanismo que sea capaz de dar cuenta de la gran diversidad existente en la biosfera.
Más bien, lo que puede observarse hoy es que las mutaciones o errores en el ADN se acumulan en el genoma y son fuente de desorden, disfunción y muerte. El genoma humano ha estado degenerando durante la mayor parte de la historia registrada. Mutaciones perjudiciales que en el pasado no existían, se han ido produciendo sólo en el período de la historia humana. El genetista norteamericano, John Sanford, ha estudiado este concepto de “entropía genética” y ha llegado a la conclusión de que, de la misma manera que según la segunda ley física de la termodinámica, el grado de entropía o desorden aumenta en los ecosistemas físicos cerrados, también en las células de los seres vivos (que son sistemas biológicos) se producen mutaciones degenerativas y desorganización.[1]
El grado de desorden se va acumulando lentamente en el ADN humano y la selección natural sería incapaz de eliminarlo. Se ha comprobado que más del 90% de las mutaciones perjudiciales no pueden ser eliminadas por la selección natural. Existen desde luego mecanismos biológicos para solucionar el problema de las mutaciones, es decir, cuando se producen esos errores de copia, automáticamente hay una maquinaria en el ADN que repara tales errores, pero a pesar de la rapidez con que opera esa maquinaria bioquímica, los errores aumentan a mayor velocidad de lo que pueden ser eliminados.
En un conocido experimento evolucionista llevado a acabo a lo largo de varias décadas, en el que fueron cultivadas unas treinta mil generaciones de bacterias (Escherichia coli) bajo condiciones artificiales, sus autores concluyeron que habían demostrado la evolución en acción en el laboratorio. Sin embargo, cuando estos resultados se analizaron detenidamente lo que se comprobó fue precisamente todo lo contrario. No había habido evolución progresiva sino degeneración. Es cierto que algunas de las bacterias que mutaban crecían más rápidamente en el medio artificial del laboratorio, pero lo hacían sólo porque estaban perdiendo los mecanismos que habitualmente utilizan en plena naturaleza pero no ganaban nada nuevo.[2]
El biólogo Michael J. Behe, un evolucionista proponente del diseño inteligente, escribió al respecto lo siguiente: “Las bacterias de Lenski y sus colegas, cultivadas en condiciones de laboratorio, no tenían que competir con otras especies distintas como ocurre en la naturaleza. Vivían en un ambiente estable, con abundantes nutrientes diarios, temperatura adecuada y sin depredadores que las eliminasen. Pero, ¿acaso los organismos no necesitan para evolucionar cambios en el ambiente y competencia por los recursos?”[3] La selección natural de las mutaciones al azar no puede ser la causa de la enorme biodiversidad que existe en el planeta. Este es el principal problema que tiene planteado actualmente el evolucionismo.
Actualmente se conocen más de 300.000 especies distintas en estado fósil, sin embargo, las formas de transición que requiere el darwinismo no se han encontrado. Las principales clases de plantas y animales fósiles aparecen de golpe y ya perfectamente formados. No hay estadios intermedios ni se observan cambios evolutivos graduales en el mundo de los fósiles. Se han descubierto, por ejemplo, muchas clases de protistas fosilizados (organismos unicelulares o pluricelulares muy sencillos sin tejidos diferenciados) desde el Precámbrico inferior, muchos otros invertebrados desde el Precámbrico superior, peces en el Cámbrico, anfibios en el Devónico, reptiles en el Carbonífero, aves en el Jurásico, etc. y así hasta llegar al propio ser humano en el Paleolítico; pero a pesar de tal abundancia de fósiles, apenas hay algunos que puedan considerarse como auténticos fósiles de transición. Si la hipótesis del gradualismo darwinista fuera cierta, debería haber miles y miles de estas formas intermedias. Pero, lo cierto es que no existen tales fósiles a medio camino entre los grupos bien establecidos.
[destacate]Si la hipótesis del gradualismo darwinista fuera cierta, debería haber miles y miles de formas intermedias. Pero no existen tales fósiles.[/destacate]Hubo una época, en la que se decía que el registro fósil era pobre porque todavía no se había buscado bastante, pero que cuando se rastrearan mejor los estratos de rocas sedimentarias, se encontrarían muchos eslabones perdidos. Sin embargo, actualmente puede afirmarse que se ha encontrado más bien todo lo contrario. Por ejemplo, ahí tenemos la famosa explosión del Cámbrico. En un breve período de tiempo, aparecieron de golpe todos los tipos básicos de organización que conocemos hoy y algunos más que se extinguieron después. Este hecho comprobable le da por completo la vuelta al famoso árbol de la evolución darwinista. El propio Charles Darwin decía que el árbol de la evolución quizás debió originarse a partir de una sola célula que apareció en el mar primitivo y, a partir de ahí, se fue diversificando dando lugar a todos los seres vivos actuales. Sin embargo, lo que tantos fósiles demuestran es que en el pasado existieron muchos más tipos básicos de organismos que en la actualidad y que, a pesar de eso, no se ha encontrado ninguna forma que sea significativamente intermedia entre los distintos tipos fundamentales.
Este problema del registro fósil llegó a ser tan grave que algunos científicos evolucionistas, como el famoso paleontólogo, Stephen Jay Gould, llegaron a perder la fe en la selección natural darwinista. Las evidentes lagunas que mostraban los fósiles y el hecho de que la mayoría de las especies aparecieran ya perfectamente formadas en los estratos, le hicieron dudar de que el gradualismo y la selección natural de Darwin fuera la causa de la evolución. De ahí que Gould propusiera su nueva “teoría de los equilibrios puntuados”, en la que supuestamente la evolución no avanzaría gradualmente, como sugirió Darwin, sino mediante saltos mutacionales bruscos seguidos por largos períodos de estasis en los que no habría cambio biológico o evolución.
De manera que quizás la evolución de las especies pudiera parecerse a la vida de un soldado, “largos períodos de aburrimiento seguidos por breves instantes de terror”. Pero, ¿dónde podrían ocurrir tales macromutaciones bruscas? Gould dijo que quizás podrían haberse producido en los embriones, por lo que sería muy difícil detectarlas en los ejemplares fósiles. En otras palabras, la antigua teoría ya abandonada de que “algún día un reptil puso un huevo y lo que salió del huevo fue un pollito” volvía a contemplarse como posibilidad real. Ciertas macromutaciones embrionarias podrían haber contribuido a que nacieran ejemplares significativamente diferentes a sus progenitores.
El problema es que no habría manera de verificar semejante hipótesis ya que apenas hay fósiles de embriones tan bien conservados como para estudiar tales divergencias. De ahí que actualmente los autores más eclécticos digan que quizás el cambio evolutivo se haya producido unas veces de forma gradual y otras según el equilibrio puntuado. Aunque, lo cierto es que ni el gradualismo de Darwin ni el equilibrio puntuado de Gould y Eldredge pueden explicar las muchas lagunas que muestra el registro fósil. Y esto no lo dicen los creacionistas, ni los partidarios del Diseño inteligente, sino los propios biólogos evolutivos.
¿Cómo se han podido formar las estructuras primaria, secundaria y terciaria que evidencian los ácidos nucleicos (el ácido desoxirribonucleico o ADN y el ácido ribonucleico o ARN? El secreto de tales ácidos nucleicos son las cuatro bases nitrogenadas y lo que se ha observado es que aquello que cambia en las distintas especies es precisamente la proporción entre enlaces adenina-timina (A-T) y citosina-guanina (C-G). Tal divergencia de enlaces sería lo que define las características distintivas de las especies biológicas.
Esto es algo muy interesante porque cuando se compara el ADN de una especie con el de otra se observa que existen muchos parecidos. A veces se dice, por ejemplo, que los chimpancés y los humanos tenemos un 98% de ADN común, y esto se interpreta en el sentido de que ambas especies descenderíamos de un antepasado común que supuestamente habría vivido hace unos seis millones de años. El problema es que por mucho que nos parezcamos genéticamente, semejate parecido se desvanece cuando se analizan las proteínas de ambos grupos biológicos. En efecto, las semejanzas del genoma no se dan también en el proteoma (o conjunto de proteínas de una especie). Resulta que ese gran parecido del 98% del ADN entre simios y personas disminuye notablemente a tan solo un 20% de parecido proteico. Conviene recordar que las proteínas son en realidad las moléculas encargadas de realizar casi todas las funciones biológicas celulares. Esto significa que la información del ADN se expresa de distinta manera según la especie que la posea y el ambiente en que ésta viva (epigenética). Hoy por hoy, el evolucionismo carece de una explicación adecuada para semejante cuestión.
El ADN haploide contiene entre 3000 y 3200 millones de pares de bases nitrogenadas. Lo cual representa una información similar a la que podrían contener 860 libros distintos del tamaño de la Biblia. Tal información es capaz de hacer especies tan diferentes como una bacteria microscópica o una enorme ballena azul. Una sola copia de ADN en el núcleo de la célula actúa como plantilla para crear muchas copias de ácido ribonucleico mensajero (ARNm), que saldrán del núcleo por los poros de su doble membrana y formarán numerosas proteínas en el citoplasma.
¿Qué tamaño tiene una molécula de ADN? Veamos la siguiente analogía. Si pudiésemos realizar una maqueta a escala de tal molécula, en la que cada peldaño formado por las bases (A-T y G-C) estuviese separado del siguiente por unos 25 cm, la maqueta de la molécula de ADN que resultaría sería como una escalera de caracol de 75 millones de kilómetros de longitud. Aproximadamente la distancia que separa la Tierra de Marte. En realidad, el tamaño real del ADN es de un metro y medio de longitud. Pero lo verdaderamente misterioso no es sólo su longitud sino cómo se repliega y organiza para caber en el reducido espacio del núcleo microscópico de una célula. Todavía no se comprende muy bien la biología de dicho super-enrollamiento. ¿Pudo originarse esta estructura, así como la información que contiene el ADN por puro azar? Esta es la cuestión que sigue preocupando hoy a muchos científicos y que está en el fondo del debate entre el evolucionismo y el Diseño Inteligente.
A lo largo de la historia se han dado diversas explicaciones a esta cuestión. El premio Nobel, Jacques Monod, decía a principios de los 70 que: “Nuestro número salió en el juego de Montecarlo”[4]. Con esto quería decir que tuvimos mucha suerte ya que la vida en la Tierra apareció por casualidad con la molécula de ADN. No obstante, cuando se hacen los cálculos pertinentes, la probabilidad de que apareciara por azar una única proteína funcional pequeña de tan sólo unos 100 aminoácidos es de 10130. Lo cual es imposible de imaginar ya que el número total de átomos que posee nuestra galaxia, la Vía Láctea, es aproximadamente la mitad de esta cantidad, es decir de 1065. De manera que la posibilidad de que se formara dicha proteína al azar equivale a cero. Los estudios estadísticos han contribuido a que se abandone la idea de que la vida surgió por casualidad.
[destacate]Los procesos ciegos del darwinismo no pueden explicar cómo la complejidad y la información del ADN habrían podido surgir de la mteria inerte.[/destacate]El código genético traduce un lenguaje de cuatro letras a otro de veinte. Una diferencia entre el ADN y el ARN es que el primero es bicatenario, en cambio el ARN tiene una sola cadena. La información que contiene el ADN se transcribe al ARN y éste la traduce al lenguaje de las proteínas, que está constituido por 20 aminoácidos diferentes. ¿Cómo se realiza esta traducción? La maquinaria celular que constituye el código genético traductor está compuesta por más de 50 moléculas proteicas que están ellas mismas codificadas en el ADN. Es decir que la molécula de ADN, con toda la información que contiene, requiere de esta cinquentena de proteínas para traducirse al lenguaje de las proteínas, pero resulta que esta máquina traductora necesaria está a su vez codificada en la información que contiene el propio ADN. Esto plantea la siguiente cuestión: ¿qué fue primero el ADN o las proteínas? Los procesos ciegos del darwinismo no pueden explicar cómo la complejidad e información del ADN habrían podido surgir de la materia inerte. En realidad, lo que dice la teoría de la evolución es que a partir de la materia muerta (o inorgánica), después de muchos millones de años, fue creciendo la complejidad y aparecieron cosas tan sofisticadas como el cerebro humano o la conciencia. Esto es lo que la actualmente cree la ciencia sin haberlo demostrado convenientemente. Sin embargo, ¿acaso no se parece esto a un gran acto de fe?
La epigenética es el conjunto de reacciones químicas y demás procesos que modifican la actividad del ADN pero sin alterar su secuencia. Ciertos cambios del medioambiente pueden alterar la biología de los seres vivos y transmitirla a las generaciones siguientes sin cambiar la información del propio ADN. Aquí Lamark hubiera dado saltos de alegría ya que sus teorías, que eran opuestas a las de Darwin, decían que el ambiente podía modificar el aspecto de los seres vivos. Según él, los esfuerzos de las jirafas por alcanzar las hojas más tiernas y elevadas de las acacias hacían que sus hijos nacieran con el cuello un poco más alargado y esto se transmitía a los descendientes. De esa forma, un animal con el cuello corto como el de un caballo podría evolucionar hasta originar a las jirafas. Darwin, por su parte, decía que esto no podía ser así porque lo que se transmitía de generación en generación eran los genes y no las modificaciones fisiológicas adquiridas por los individuos en una generación. De padres musculosos, por haber practicado ejercicios culturistas, no nacen bebés musculosos. Por mucho que se les corte la cola a los ratones, durante varias generaciones sucesivas, nunca parirán ratones sin cola. Hasta ahora, los argumentos darwinistas imperaban sobre los lamarkistas. Sin embargo, la epigenética vuelve a darle parcialmente la razón al señor Lamark.
El genoma podría compararse a una partitura musical que, en función del ambiente, puede dar lugar a versiones diferentes. Según sea el director, la orquesta, la calidad de los instrumentos, la habilidad de los músicos, la acústica del local, etc., una misma partitura puede sonar de una manera o de otra. Tomemos un ejemplo más dramático sacado del hambre y las calamidades sufridas en los campos nazis. Se han hecho estudios con los descendientes de las personas que sobrevivieron a los campos nazis y se ha podido comprobar que los nietos de estos hombres y mujeres que pasaron hambre y muchas más penalidades, cuando nacieron tenían un peso inferior al de los demás niños, cuyos abuelos no estuvieron en dichos campos. ¿Cómo es posible esto? La única explicación lógica es que las condiciones de vida influyen en la expresión de los genes, permitiendo que unos se manifiesten y silenciando la información de otros.
Otro ejemplo podría ser el de los gemelos univitelinos. Si a uno de estos hermanos gemelos se le lleva a vivir a un país nórdico y toda su vida transcurre en unas condiciones ambientales determinadas, nutriéndose de un cierto tipo de alimento, respirando un aire más o menos contaminado, con un grado de estrés laboral o sin él, practicando o no ejercicio físico, etc., mientras que el otro hermano se cría en un país tropical con una características ambientales totalmente diferentes, es muy posible que, a pesar de poseer el mismo ADN, uno desarrolle un tipo de enfermedad genética predeterminada en su genoma, mientras que el otro no. ¿Por qué? Pues porque las múltiples influencias del ambiente han encendido o apagado genes específicos y han provocado que se expresen unos o que se silencien otros. Aunque ambos tengan la misma información hereditaria, la epigenética hace que la expresión génica sea diferente en cada caso.
[destacate]La epigenética contradice al darwinismo porque los cambios en los seres vivos no son el producto de errores aleatorios sino de mecanismos biológicos complejos.[/destacate]La ciencia de la epigenética está revolucionado las ideas que se tenían acerca de la evolución porque resulta que tal influencia del ambiente sobre el ADN de los seres vivos depende de ciertas maquinarias moleculares muy sofisticadas que ya existían en éstos. Se ha comprobado que la llamada metilación puede modificar la disposición de las histonas del ADN. Si estas proteínas histonas son marcadas por el ambiente con muchos radicales metilo, se agrupan entre sí (formando grumos de heterocromatina) y no permiten que la información de los genes pueda ser leída (estado apagado), mientras que si ocurre lo contrario y existen poco grupos metilo (eucromatina), la información del ADN puede leerse y se estaría en el estado encendido. Esa metilación la coloca en el genoma el medio ambiente, la alimentación, el estilo de vida que se lleva, etc. Por tanto, la acción de la epigenética podría compararse a un sistema de interruptores genéticos que encienden o apagan los interruptores los genes.
La epigenética contradice al darwinismo porque los cambios en los seres vivos no son el producto de errores aleatorios sino de mecanismos biológicos complejos y exquisitamente programados para que los seres vivos se adapten a sus ambientes y sobrevivan. No es el azar o las mutaciones erróneas en el ADN sino que existe toda una maquinaria bioquímica que lo selecciona todo y que requiere de una inteligencia diseñadora. ¿Cómo es posible que surgieran por casualidad y se conservaran tales mecanismos epigenéticos, teniendo en cuenta que solo iban a ser de utilidad en algún tiempo desconocido del futuro, cuando las condiciones del medio lo requirieran?¿Cómo la selección natural podría anticiparse al futuro? ¿Por qué iba a conservar unos mecanismos inútiles durante millones de años?
Es fácil darse cuenta de que los animales y las plantas están perfectamente diseñados para hacer las cosas que hacen. El pico del colibrí está exquisitamente hecho para tomar el néctar de determinadas flores y no de otras. Pero, ¿cómo saber si algo ha sido diseñado o es producto de la naturaleza? Se han propuesto dos métodos para detectar el diseño: la complejidad específica y la complejidad irreductible.
¿Qué es la complejidad específica? Se trata de un concepto desarrollado por el matemático, William Demski. Pensemos, por ejemplo, en una montaña determinada, como puede ser Monserrat, ubicada en Cataluña. Se trata de un macizo montañoso complejo, del que no puede haber otro igual en toda la Tierra. Ha sido modelada así por la erosión y los agentes meteorológicos. Nadie cree que sea el producto de un diseño inteligente sino de las solas fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, el monte Rushmore de Keystone, en Dakota del Sur (USA), además de complejidad natural posee diseño inteligente porque representa de forma específica los rostros de los primeros cuatro presidentes de los Estados Unidos. De la misma manera, cuando se observa el universo y los seres vivos, se descubren innumerables ejemplos de complejidad específica que sólo pueden explicarse apelando a un diseño inteligente previo. Las mutaciones al azar y la selección natural, que propone el darwinismo, son incapaces por sí solas de crear dicha complejidad específica.
En segundo lugar está la complejidad irreductible, concepto que fue desarrollado por el bioquímico estadounidense, Michael J. Behe, quien recuerda la famosa frase de Darwin: “Si pudiera demostrarse que existió algún órgano complejo que tal vez no pudo formarse mediante numerosas y sucesivas modificaciones ligeras, mi teoría se vendría abajo por completo”[5], para afirmar que esos órganos a que se refería Darwin ya han sido encontrados por la bioquímica moderna. ¿Qué es un órgano o una función irredutiblemente compleja? Un sistema compuesto de varias partes interrelacionadas, cada una de las cuales requiere de las otras para su función. Si se quita una parte, el sistema deja de funcionar.
La complejidad irreductible es fácil de entender comparándola con una trampa para ratones. Las trampas comunes están compuestas de varias piezas: una base de madera, un trozo de alambre donde se inserta el queso, un muelle, una traba y un cepo o martillo. Para que la trampa funcione, es necesario que todas estas piezas estén presentes. Además, para atrapar ratones, todas las piezas tienen que estar dispuestas de una determinada manera. Si falla una de ellas, la trampa pierde su utilidad. Es improbable que un sistema irreductiblemente complejo así surja instantáneamente porque, como dijo Darwin, la evolución es un proceso gradual. La selección natural nunca puede realizar un salto súbito y grande sino que debe avanzar mediante pasos cortos y seguros, aunque lentos. Un sistema irreductiblemente complejo no puede empezar a existir de pronto porque eso implicaría que la selección natural no es suficiente. Pero tampoco dicho sistema podría haber evolucionado mediante “numerosas y sucesivas modificaciones ligeras” porque cualquier sistema más simple no tendría todas las partes requeridas para funcionar bien y, por tanto, no serviría para nada y no tendría razón de ser.
El planteamiento de Behe es que los sistemas biológicos irreductiblemente complejos existen en la naturaleza y refutan al darwinismo. Su ejemplo más famoso es el flagelo bacteriano, aunque existen muchos más. Se trata de una cola muy alargada que permite a algunas bacterias desplazarse velozmente en el medio acuoso. Ha sido llamado el motor más eficiente del universo ya que es capaz de girar a 100.000 rpm y cambiar de dirección en cuartos de vuelta. Como la trampa para ratones, el flagelo tiene varias partes que necesariamente se complementan para funcionar de manera coordinada. No hay explicaciones darwinistas detalladas ni graduales que den cuenta del surgimiento del flagelo de las bacterias ni de otros sistemas biológicos irreductiblemente complejos que se encuentran en la naturaleza. Sin embargo, sabemos que los seres inteligentes pueden producir tales sistemas. Una explicación más coherente de los mecanismos moleculares, como el flagelo bacteriano, es entenderlos como productos del diseño inteligente. Las múltiples evidencias de diseño inteligente en la naturaleza son un grave inconveniente para el evolucionismo porque la realidad del diseño indica la existencia de un diseñador que no creó mediante la macroevolución ciega.
Notas
[1] Sanford, J. C. 2014, Genetic Entropy, FMS Publications.
[2] Paul D. Sniegowski, Philip J. Gerrish & Richard E. Lenski, 1997, “Evolution of High Mutation Rates in Experimental Populations of E. coli”, Nature, 387 (June 12): 703-704.
[3] Behe, M. J., 2008, The Edge of Evolution, Free Press, New York, p. 141.
[4] Monod, J., 1977, El azar y la necesidad, Barral, Barcelona, p. 160.
[5] Charles Darwin, 1859, El origen de las especies, Ediciones del Serbal, Barcelona, p. 141.
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