El crecimiento demográfico y cambios en postulados teológicos transformaron la conducta social de los evangélicos en América Latina.
El presente artículo salió publicado en el periódico mexicano en el que colaboro, La Jornada. Lo comparto aquí por dos razones: una, ya que considero es importante analizar el tema y sus repercusiones en el colectivo evangélico latinoamericano; y la otra, debido al reposo que debo guardar por agotamiento físico (por tener que redactar bajo presión del tiempo de entrega dos trabajos extensos), no estoy en condiciones de escribir mi colaboración semanal “normal” para Protestante Digital.
El crecimiento demográfico y cambios en postulados teológicos transformaron la conducta social de los evangélicos en América Latina. De ser minoría que legalizó su presencia en las sociedades latinoamericanas debido a la paulatina laicización del Estado, en el presente busca instrumentalizar las instancias de gobierno y representación popular con el fin de posicionar determinadas convicciones éticas y morales tradicionales.
En términos generales el protestantismo evangélico se fue enraizando con distintos ritmos en las naciones latinoamericanas a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En el establecimiento del credo confluyeron personajes y condiciones endógenas que favorecieron el trabajo de los misionero(a)s llegados del extranjero. Es un equívoco explicar el origen del cristianismo evangélico en los países latinoamericanos como mero resultado de agentes exógenos, ya que las condiciones y actores internos tuvieron roles significativos en la expansión de la propuesta religiosa.
Por convicciones de fe y el entorno hostil que debieron padecer las comunidades protestantes/evangélicas, éstas tomaron distancia de lo que llamaban “el mundo”. Fue así que mayormente sus esfuerzos se centraron en fortalecer la vida interna del grupo y las actividades hacia afuera eran de evangelización y educativas en centros escolares diseñados para contrastar con los planteles gubernamentales públicos o los privados católicos.
Un punto de quiebre con los postulados históricos del protestantismo evangélico, en cuanto a relaciones con la esfera pública, tuvo lugar aproximadamente hace tres décadas cuando liderazgos mayormente ligados a iglesias neo pentecostales y/o mega iglesias identificadas con el llamado Evangelio de la prosperidad se propusieron conquistar, es el término que usaron, a la sociedad desde posiciones de poder público. Ya no se trataba de persuadir a la población sobre adoptar creencias del corpus evangélico, sino acceder a instancias decisorias nacionales para privilegiar principios morales con los cuales no coinciden distintos sectores de las crecientemente plurales sociedades latinoamericanas.
En Centroamérica, principalmente Guatemala, Perú y Brasil emergieron a la superficie social los cambios de la mentalidad evangélica sobre cómo transformar a las naciones, ya no a través de comunidades de asociación voluntaria contrastantes con su entorno (donde el espacio de acción era la sociedad civil), sino escalando los aparatos del Estado e introduciendo cambios jurídicos acordes al conjunto valorativo de la mayoría dominante en el amplio abanico evangélico. El abanico es heterogéneo, sin embargo el mayor peso demográfico y doctrinario lo tienen quienes auspician reformar las sociedades latinoamericanas desde arriba, a partir de acceder a posiciones en la clase dirigente de cada país.
Si en un principio la idea y práctica de moralizar desde arriba el espacio público la defendían sus impulsores con cierta candidez y hasta ingenuidad, con propuestas como “Los cristianos son honrados y no se corrompen” o “Es necesario impulsar políticas conforme al corazón de Dios”, hoy predominan personajes que negocian respaldados, dicen, por el capital político que representa la creciente población evangélica. Tales personajes han construido partidos de “inspiración evangélica” o abiertamente evangélicos, donde la legislación nacional lo permite, con el fin de captar los votos de sus correligionarios bajo el eslogan “hermano vota por hermano”.
Como el voto de la hermandad no ha sido suficiente para obtener las posiciones proyectadas por los políticos evangélicos, entonces han recurrido a tejer alianzas con quienes les garantizan cuotas de representación popular en espacios regionales o nacionales. Por su parte una buena cantidad de políticos profesionales y/o partidos han incorporado en sus propuestas lemas que para la población en general pueden no ser significativos, pero que para el sector evangélico son llamativos al ser ecos de versículos bíblicos o imágenes que comunican pertenencia a dicho sector. Es el caso del estilizado pez (símbolo para identificarse entre sí de los cristianos perseguidos por el Imperio romano), que usaba el PES, Partido Encuentro Social, que al perder el registro electoral resurgió como Partido Encuentro Solidario.
La ola política y electoral evangélica ha servido más para que naveguen sobre ella liderazgos dispuestos a “santificar” a político(a)s que piamente piden oraciones o prometen gobernar con principios bíblicos, como en estos días es el caso de Keiko Fujimori en Perú, y menos, mucho menos, para beneficiar en particular al pueblo evangélico y en general a la sociedad. La mencionada ola es la más visible y oscurece una parcela evangélica importante, la representada por quienes cotidianamente inciden para transformar la sociedad inspirado(a)s en su legado identitario religioso, pero sin imposiciones ni la confesionalización del Estado.
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