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Fui forastero, ¿me recogisteis?

¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre?

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 23 DE MAYO DE 2021 12:00 h
Foto de [link]Sébastien Goldberg[/link] en Unsplash CC.

Hace años que escribimos que es vital que se produzcan cambios en las políticas de migración y asilo de la Unión Europea para fortalecer el derecho de asilo, y también estimular a que los países de la Unión cumplan con sus cuotas de acogida de refugiados, especialmente porque somos una comunidad de naciones que han sido referencia en cuanto a los derechos humanos. O que no se debe dejar de fortalecer ese apoyo a aquellos compromisos de solidaridad internacional como la Declaración de Nueva York a favor de los derechos de los refugiados y migrantes. También hace un tiempo ACNUR pretendía aprovechar el compromiso de la Agenda 2030 para el desarrollo de no dejar a nadie atrás, así como también los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con vistas a “promover la inclusión de las personas refugiadas, desplazadas internamente y apátridas en los marcos nacionales de desarrollo”. Tales ODS me parece que en estos momentos han sido aparcados; es solo una modesta opinión, pues apenas estoy preparada para hablar de estos temas, solo tengo la inquietud.



Desde hace varios años, siempre escribo unas líneas sobre la conmemoración del Día de los refugiados, pero también insto a que los recordemos todos los días, pues todos los días están en los campamentos para ellos establecidos. Todos los días están sin patria, sin una buena alimentación, seguridad social, ni un futuro asegurado, ni una educación de calidad, inculcación de valores... Muchos ni siquiera tienen nacionalidad, son apátridas. Pero para Dios sí existen, tienen nombre, no son sólo cifras. Y Dios tiene instrumentos para mostrarles su amor, los cuales deben estar activos.



En este sentido, diré que el ADN del refugiado, del extranjero, lo llevamos con nosotros. ¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre? Dios huyendo como tantos, buscando refugio en Egipto, perseguido y amenazado de muerte por la sinrazón.



¿Nos deben importar estos temas? Si leemos la Biblia con otros ojos, unos ojos nuevos, se nos abren todos los sentidos y los sentimientos. Y hasta entendemos que debemos participar en la búsqueda de una sociedad mejor, pero sin olvidar que, como dice un autor que leo y releo: “... la respuesta principal y más poderosa a las necesidades sociales y políticas del hombre, a su búsqueda de libertad, justicia y realización, está dada por Jesús en su propia obra y en la iglesia”. Es necesario una nueva comunidad transformada por él, que tendrá una nueva actitud hacia el poder y su ejercicio, hacia las barreras y los prejuicios humanos, la justicia...



Y he aquí que hoy desempolvo mi Palabra y repaso lo que Dios nos pone como principios más elementales en materia de atender a los forasteros. Así lo mandó Dios a su pueblo escogido, hace ya miles de años. Me dirijo al Antiguo Testamento y no necesito buscar mucho para encontrar, en los textos legales, pautas sobre el trato a los forasteros: “Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos…” (Lev. 19.33-34). “Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Éxodo 23.9). La directriz es que tuvieran derecho a la situación de bienestar de la que gozaban los israelitas. Estamos hablando de justicia social. De legalidad. De amor.



Y sigo leyendo: “Cuando recojas la cosecha de tu campo y olvides una gavilla, no vuelvas por ella. Déjala para el extranjero, el huérfano y la viuda. Así el Señor tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos”. […] Cuando coseches las uvas de tu viña, no repases las ramas; los racimos que queden, déjalos para el inmigrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto. Por eso te ordeno que actúes con justicia” (Dt. 24:19-21).



Y más, “Ya he retirado de mi casa la porción consagrada a ti, y se la he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda… conforme a todo lo que tú me mandaste…”, debían decirle a Dios en signo de obediencia. Dios había diseñado los caminos que propiciaban una convivencia basada en la obediencia a sus mandamientos, donde los excluidos tenían cabida en medio de su pueblo. Era un gesto voluntario, reverente, porque era lo que se esperaba de una comunidad transformada.



Dios no se cansaba de recordar a los suyos, de interpelarlos. No se cansaba ni siquiera cuando las personas no oían. Como creador iba ideando formas y de pronto me encuentro con la contundencia de los profetas, solo por citar algunos, cuyas afirmaciones desestabilizan nuestra estabilidad y confortabilidad. Para hacernos salir de este estado, ahí va Dios diciendo: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa, que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba…” (Is. 58). O “Así ha dicho Jehová: haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar” (Jeremías 22.3).



Nos reta a no estar pensando solo en nosotros mismos: “… no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre…” (Zac. 7).



Y el Hijo, nada más iniciar su ministerio, señaló su decantamiento por los más vulnerables: “El Espíritu del señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos…” (Lc. 4). Y en Mateo 25: “… fui forastero y me recogisteis…”.



Y de ese reconciliar de Dios todas las cosas en Cristo, nacen nuevas y retadoras directrices para las nuevas comunidades, como lo dice Pablo en su carta a los Gálatas: “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”.



Quien desee ampliar sobre el tema, solo tiene que abrir su gran Libro, y luego sumarse a ese contingente de aprendices que luchan por seguir sus pautas. 



Quiero terminar diciendo que no siempre podemos estar en primera línea de atención a los refugiados u otros, pero podemos apoyar de diversas maneras, todas ellas valiosas, pues Dios ha otorgado dones diferentes que entre todos se complementan. Así que podemos clamar, escribir o pintar. Dar con alegría, difundir con entusiasmo información para sensibilizar a otros, animar, consolar, etc., etc. 



Nunca he visitado un campo de refugiados, aunque ganas no me han faltado, pero resulta que allá por 1999, uno de esos campos, el de Tinduf, ubicado en Argelia, país que acoge a refugiados saharauis, vino hasta nuestra casa en el verano a través de un niño de seis años. 



Según ACNUR, “los refugiados saharauis llevan 45 años en situación de desplazamiento. La mayoría de los 173.600 refugiados que viven en los campamentos argelinos de Tinduf no han conocido otra vida. Llevan años esperando una solución para volver a su tierra que, de momento, no llega. Tinduf se compone de cinco campamentos que llevan el nombre de ciudades del Sahara Occidental: Bojador, Dajla, El Aaiún, Auserd y Smara”. De Auserd llegó el niño; se llamaba Ahmed, y formaba parte de los niños saharauis que llegaban a España en el verano para que pudieran disfrutar de un mejor tiempo, pues en esa época allí las temperaturas son excesivamente elevadas. Y también podían mejorar su alimentación durante algo más de dos meses, y recibir atención médica. Por esa época arribaban a nuestro país unos ocho mil niños cada verano.



A través de ese niño pudimos conocer un poquito acerca de la vida en los campos de refugiados de Argelia y solidarizarnos más con los que se encuentran en situación de desventaja, pues a pesar de los problemas que podemos experimentar, incluso el confinamiento, no se puede comparar con la de los que ni siquiera pueden identificarse con un país, pues la tierra donde viven es prestada. Aprendió rápidamente a comunicarse en español y así pudimos entrar en su casa, conocer a su familia, sus padres, hermanos, abuela, tocar la alfombra que cubría el piso de tierra de su vivienda, tomar el té y degustar ese ambiente familiar tan importante para ellos; saber algo sobre su sentir y sus anhelos de niño. Lo acogimos como uno más de la familia, lo pusimos al mismo nivel que nuestro hijo. Aún conservo las fotografías familiares que nos envió su madre, junto con una carta donde plasmó con mucho cariño información sobre el niño. Fue una gran experiencia, con sus momentos entrañables y algunos complicados como en toda vivencia real. Pero es muy hermoso. Cada vez que preparamos las cajas de zapatos para el proyecto Operación Niño de la Navidad de Decisión, lo recordamos. Quizá por ello en el año 2010 me entusiasmó escuchar sobre esta iniciativa en un retiro de mujeres en Toledo, e intenté practicarla donde me encontraba. Es Dios moviéndose en todas partes.



En estos días hablamos de crisis migratoria; en este caso causada por la irresponsabilidad de un gobernante; pero veo que a muchos no les importa las causas de tal crisis, más bien descargan su malestar contra esos seres humanos que desesperados buscan sobrevivir en nuestro paraíso.



La paz sea con todos. Un abrazo fraternal.


 

 


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