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Pide tres deseos

El lamento permanente es vivir estancado y no ver más allá de nuestras propias limitaciones.

FE SENCILLA AUTOR 967/Eva_Delas 02 DE MAYO DE 2021 09:10 h
Imagen de [link]Eric Ward[/link] en Unsplash.

“Quiero que arregles esto, que me des aquello”.



“Quiero algo mejor, necesito que cambies esta situación”.



“Te ruego que actúes, hazlo cuanto antes, lo necesito ya”.



No puedes más. Necesitas un cambio, que algo mejore, que algo sane. Necesitas que Dios actúe y que lo haga ya.



El lamento te invade, se hace el dueño y señor de tu mente, de cada una de tus palabras, no hay más, solo ruegos, solo un alma abatida delante de un Dios todopoderoso ¿Por qué no lo hace? Sabes perfectamente que lo puede hacer ¿Por qué no actúa? Es lícita y necesaria tu petición. El mismísimo Dios que abrió el mar en dos, le dio el valor a David para matar a Goliat, sacó del estómago de un pez a Jonás ¿Y a tí? ¿A ti no te responde? Parece no saber que estás con el agua al cuello, que la ansiedad no te deja apenas respirar y que tú solo ya no puedes.



¿No dice la Biblia que el que busca le encuentra, al que llama se le abrirá? Y ahí estás, aporreando la puerta, deseoso porque un día se abra y aparezca al otro lado esa respuesta que tanto anhelas.



Pero no, no hay respuesta. Solo el sonido de tu llanto. Solo el silencio.



Sería tan fácil pedir esos tres deseos y que el Dios del universo, nuestro creador, estuviera a nuestros pies para convertirlos en realidades con un chasquido de dedos. Seríamos nuestros propios dioses para usarlo a él a nuestro antojo y tendríamos lo que necesitamos en cada momento. Pero no, la vida no funciona así, el Dios aquí no somos ni tú ni yo, no vemos más allá de lo que está en frente de nuestras narices. Somos seres limitados. Humanos llenos de pecado que necesitamos una y otra vez ser restaurados. Fuimos una creación perfecta que fue deteriorándose, estamos en obras.



El gran error que tantas veces cometemos, revertir los papeles, creernos perfectamente capacitados para saber lo que necesitamos mejor que nadie, mejor que el mismísimo Dios. Creer que él está a nuestro servicio, a nuestra sombra, cuando en realidad eso es lo que daría realmente sentido a nuestra vida, estar a su servicio, a su sombra.



Piénsalo bien, ¿Quién debe cumplir con nuestros deseos? Dios ¿o quizás nosotros deberíamos de cumplir los deseos de Dios? Porque entonces la historia es otra, no todo gira en torno nosotros. Todo gira en torno a Dios.



¿No es lícito y necesario transmitir a nuestro Padre lo que sentimos y necesitamos en cada momento? Por supuesto, los lamentos son necesarios, son palabras que parecen rasgar la garganta cuando son pronunciadas. Los Salmos están llenos de ellos. Pero estos escritos también están llenos de contrastes. Los lamentos acaban en baile, en un baile que transforma las miserias en motivos de alabanza.



Quizás la raíz de nuestra amargura sea no dejar que arranque esa danza, tropezarnos por el camino, quedarnos abrazados a nuestras necesidades e invadidos de autocompasión. El problema es endiosar la petición más que al mismísimo Dios.



Esta es la oración de Jonás:



“Clamé a ti, Señor, en medio de mi angustia ¡y me contestaste! ¡y me escuchaste! Las aguas me envolvieron hasta el cuello, estaba cubierto de mar por todas partes; las algas se enredaban en mi cabeza.

Me hundí en el mar. Bajé al mundo de los muertos y tras de mí sus rejas se cerraron para siempre. Pero tú Señor, Dios mío, me sacaste vivo de la fosa. Al sentir que se me iba la vida, me acordé del Señor y mi oración llegó hasta ti. ¡La salvación viene del Señor!”.



Esta es la oración que haría cualquiera que ha sido liberado de las profundidades del mar, de la muerte segura, del miedo, de la soledad…



Una oración de esperanza ¿Sería una oración que haríamos en medio del caos? Jonás si la hizo, fue su oración dentro de pez, no fuera. En medio del caos, no en calma. Por eso aunque tengamos toda clase de problemas, no estamos derrotados. Aunque tengamos muchas preocupaciones, no nos damos por vencidos. Aunque nos persigan, Dios no nos abandona. Aunque nos derriben, no nos destruyen”. 2 Corintios 4:8-10



Paralizados con la mentira de buscar y no encontrar ¿Dónde estamos buscando? Dios promete ser encontrado, pero uno tiene que tomar la iniciativa de hacerlo. El lamento permanente es vivir estancado y no ver más allá de nuestras propias limitaciones.



Pidamos los deseos de nuestro corazón, es necesario, es bíblico, pero encarguémonos de alinear esos deseos con los de nuestro Dios. Es ahí, donde después del lamento empieza el baile, la búsqueda en la palabra viva y eficaz. Estudia constantemente este libro de instrucción. Medita en él de día y de noche para asegurarte de obedecer todo lo que allí está escrito. Solamente entonces prosperarás y te irá bien en todo lo que hagas. Mi mandato es: “¡Sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni te desanimes, porque el Señor tu Dios está contigo dondequiera que vayas”. (Josue 1:8-13)



La fuerza y la valentía no aparecen de la nada. La fortaleza se entrena, se practica con la palabra, la Biblia, la fuente de la vida. No hay otra manera.



Solo la Palabra puede renovar nuestro pensamiento, restaurar nuestra alma herida, darle sentido a la tormenta más embravecida.



Solo la Palabra nos salvará hasta de nosotros mismos, de nuestra limitación humana, de nuestra forma de mirar y percibir la realidad.



Pidamos a Dios los tres deseos:



Mirar como tú.



Pensar como tú.



Vivir como tú.


 

 


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