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¿Casos perdidos? No para Jesús

Éramos la moneda que, en el polvo de algún oscuro rincón, caída, pisoteada se ve, sin valor… perdida. Éramos el hijo que cae en la miseria más triste.

KALEI2KOPIO AUTOR 949/Mati_Sanchiz_y_Benji_Galvez 24 DE ABRIL DE 2021 13:00 h
Foto de [link]Nathaniel Abadji[/link] en Unsplash CC.

Por Benji Gálvez



Un caso perdido es algo o alguien difícil de recuperar, al que la mayoría le daríamos la espalda y dejaríamos como imposible, no así Jesús. 



Lo analizó nuestro querido Bernardo Sánchez en uno de sus sermones (*). Quien fuera, entre muchas otras cosas, Presidente y Secretario General de la Unión Bíblica de España, así como redactor de Notas Diarias, con fina y poética pluma reflexionó sobre tres parábolas de Jesús.



En Lucas 15 Jesús relató a las gentes tres preciosas parábolas. Entre las multitudes que rodeaban a Jesús estaban aquellos cuyo semblante declaraba una vida de disipación y pecado. Pero también estaban “los respetables”, los que saben encubrir bajo la capa de las apariencias los más sucios e inconfesables negocios. ¡Y no faltan los enclenques de alma, los que sólo lanzando cieno de calumnia se sienten felices; los que no pueden perdonar al Maestro el que acoja sin censura a los de vida y reputación hundida!



Efectivamente, al acercarse a ellos, Jesús no les azota con el látigo de la recriminación; no les denuncia las miserias que les avergonzaban. Parece no pensar, no querer pensar, en el pasado de los que en Su palabra buscan esperanza. Así oyendo el rumor de los que le critican y condenan por no dar la espalda al pecador, lejos de estallar de enojo, les presenta tres episodios palpitantes, tres páginas de la vida misma, en las que vemos reflejado el rostro de nuestra alma. Tres parábolas, una misma lección. Jesús quiere recordarnos por medio de ellas.



Lo que supone verse perdido



Siete veces Jesús menciona la palabra “perdido”. Tres veces al narrar la historia de la oveja que se descarrió, dos veces en el relato de la moneda que se extravía y dos más al contar la conmovedora experiencia del hijo pródigo.



Éramos la oveja en desamparo, sola, indefensa, en la oscura noche, a merced de un destino fatal, espantada, sin sentido de la orientación, arrinconada… perdida. Éramos la moneda que, en el polvo de algún oscuro rincón, caída, pisoteada se ve, sin valor… perdida. Éramos el hijo que cae en la miseria más triste… perdido (en el barro).



Tarde o temprano, el hombre llega a descubrir que está solo; que terrores insuperables le torturan; que ha ido demasiado lejos; que está a la deriva. El hombre es pobre y sin valor cuando, caído en el polvo, lejos de Dios está. Las falacias de la vida le han engañado, se siente frustrado y con remordimientos.



Lo que supone verse salvado



Es el propósito de Jesús, que podamos vernos a salvo de lo que envilece, de lo que nos roba la paz. Cuando lo que se había perdido es hallado, el gozo ilumina a los protagonistas.



El pastor que al fin, en la noche oscura, encuentra a su oveja perdida, no espera a la mañana; tan pronto llega a su casa “reúne a sus amigos y vecinos” y les invita a celebrar el hallazgo de su oveja (15:6). La mujer que no ha parado hasta encontrar su moneda, una vez hallada “reúne a sus amigas y vecinas” y las invita a celebrar el feliz resultado de su búsqueda (15:9). Y el padre que a su hijo al fin abraza, “reúne a todos los de la casa” y les invita a una gran fiesta (15:22-24).



Pero la alegría es superior en el caso del hijo que ha regresado al hogar. En el griego original se usa la palabra eufraíno para el hijo salvado, no el verbo jairo. Ambas palabras significan gozo, pero en el caso del hijo el gozo es algo inefable, superior. Es algo tan grande que el padre lo ilustra con el ejemplo de un hijo muerto: “Mi hijo muerto estaba y ha resucitado” (15:24).



La Biblia nos habla de muchos “pródigos” que regresaron rotos, en la miseria, avergonzados… pero dispuestos a pedir perdón; reconociendo no ser dignos de ser llamados “hijos”. Uno de ellos fue Leví (Mateo) y él mismo contó su historia, y dice que celebró su alegría de haber sido recibido y perdonado ¡¡organizando un banquete!! ¡Y no era para menos! Así le dio a otros la oportunidad de conocer a Aquel que “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.



Al final de las tres historias Jesús dice lo mismo ¡Hay gozo cuando un pecador se arrepiente! ¡Hasta los ángeles del cielo celebran gozosos el ver salvada a una criatura que antes habían visto perdida! No se alegrarían los fariseos, pero sí hay gozo en el cielo. Y también hay gozo en la tierra, en el corazón del que ha sentido la voz del Pastor, del que ha sido hallado y rescatado de la noche, del polvo y del barro.



Lo que se demanda para ser salvos



a) Arrepentimiento: Los griegos usaban la palabra metanoia (arrepentimiento) en el sentido de “cambio de mente” o “de manera de pensar”. El pródigo vivió pensando que no necesitaba a su padre. ¡Cuán equivocado estaba! Tuvo que dejar de pensar como había estado pensando. Esto es el arrepentimiento, reconocer que vivir lejos de Dios, disipando la vida, siendo engullidos por la vorágine, entregándonos a ser juguetes de pasiones sin control, es un desatino, una locura. Por esto se nos dice que el pródigo “volvió en sí”. ¡Naturalmente, el arrepentimiento implica lucidez! Había vivido locamente.



b) Fe: Aunque la fe no aparece en estas tres parábolas, sí que aparece en acción. Se manifestó en el hijo pródigo dándole confianza para regresar, sabiendo que, aunque no es digno de ser llamado “hijo”, será recibido. Podemos afirmar que Dios está esperando y recibirá a todo al que “a Él viene” y no lo echará fuera. Él lo ha dicho. Dios nos espera tal y como somos (no se dice que el hijo pródigo intentase mejorar su aspecto antes de volver al hogar). A su lado podremos vivir una vida digna, elevada, llena de satisfacciones puras, superiores a cuanto el pecado pueda ofrecernos. “Me levantaré, iré a mi padre y le diré: ‘He pecado’”. ¡Sabia resolución la suya! ¡Imitémosle!



Gracias Bernardo, es cierto, todos éramos “casos perdidos”… perdidos en la noche, en el polvo y en el barro, y sin embargo Jesús nos encontró, aceptó nuestra causa y consiguió la libertad incondicional para nosotros… pagando la altísima fianza de su bolsillo… con su propia sangre. Gracias Señor Jesús por encontrarnos y ayúdanos a no olvidar la Historia.



 



(*) SERMONES, Biblioteca del predicador, por Bernardo Sánchez (Ed. CLIE; Terrassa 1978), cap. 18. Sermón resumido en circular Breve reflexión para Comités de Misiones FADE (17/03/2013).


 

 


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