La compleja arquitectura de las plumas aviares, así como las alas, pulmones, cerebro o el aparato circulatorio de estos vertebrados voladores evidencian un elevado diseño aerodinámico.
La mayoría de los paleontólogos evolucionistas especializados en el estudio de las aves cree que éstas habrían surgido a partir de pequeños dinosaurios carnívoros, del tamaño de una gallina, que eran capaces de corretear por el suelo con sus largas patas traseras, en busca de lagartijas, insectos y otros diminutos animales. A pesar de que los candidatos fósiles propuestos han ido cambiando con el tiempo (Microraptor, Pedopenna, Archiornis, Compsognathus, Sinosauropteryx, etc.), lo cierto es que, en líneas generales, se supone que las aves derivarían de estos singulares dinosaurios terópodos con plumas.
No obstante, recientemente se ha publicado un libro del prestigioso biólogo evolutivo estadounidense, Alan Feduccia, paleornitólogo especializado en los orígenes y filogenia de las aves, que cuestiona abiertamente tales suposiciones.1 A la pregunta acerca de si los pájaros son sólo dinosaurios vivientes, este investigador evolucionista de la Universidad de Carolina del Norte responde que dicha conclusión es prematura y que la euforia existente entre los especialistas se debe a una metodología rígida y dogmática que con frecuencia no tiene en cuenta muchos principios biológicos o geológicos fundamentales.
En esta obra, expone con habilidad los principales errores cometidos en este campo, debidos sobre todo a una especulación ideológica salvaje que poco tiene que ver con la ciencia. La compleja arquitectura de las plumas aviares, así como las alas, pulmones, cerebro, aparato circulatorio, etc., de estos vertebrados voladores evidencian un elevado diseño aerodinámico, difícil de relacionar con la anatomía y fisiología propia de la mayoría de los reptiles. Feduccia concluye que, en su opinión, el origen de las aves sigue siendo un problema no resuelto por la paleontología.
¿Por qué resulta difícil de aceptar que las aves hayan evolucionado de los dinosaurios o de cualquier otro tipo de reptiles? Uno de los primeros problemas lo plantea la anatomía comparada. Resulta que el ala de las aves está constituida por tres dedos o dígitos centrales que, si los comparamos con los equivalentes de nuestras manos o pies, corresponden al índice, corazón y anular (II-III-IV). Mientras que los de los dinosaurios saurisquios (terópodos) son el pulgar, índice y corazón (I-II-III).2 No existe una ventaja selectiva obvia para sustentar la hipótesis de dicho cambio gradual o repentino entre los miembros del reptil y los de las aves. Además, en el caso de que se hubiera producido una transformación tan fuera de lo común, esto negaría los planteamientos fundamentales de la paleontología cladista, que se basan en suponer que los parecidos entre los esqueletos de los organismos constituyen una evidencia de su relación evolutiva o filogenética.
[photo_footer]Fósil de Archaeopteryx lithographica perteneciente a un ave capaz de volar y que era más antigua que sus supuestos antecesores dinosaurios (American Museum of Natural History, New York).[/photo_footer]
Otro inconveniente, desde el propio punto de vista evolutivo, es que contradice por completo la ley de Dollo. Este principio, propuesto en 1893 por el paleontólogo belga Louis Dollo, afirma que un organismo nunca regresa exactamente a un estado evolutivo anterior, incluso aunque se encuentre en condiciones de existencia idénticas a aquellas en las que vivió anteriormente.3 Sin embargo, la hipótesis de que los dinosaurios originaron a las aves viola flagrantemente dicha ley ya que las extremidades anteriores o brazos de estos reptiles son muy cortos y se supone que se fueron reduciendo a partir de otros dinosaurios que los tenían más largos. Pero, si después dieron lugar a las enormes alas que exhiben las aves, esto significa que se volvieron a alargar considerablemente, en contra de lo que propuso Dollo. Por otro lado, en el registro fósil no se conoce ningún ejemplo de ave no voladora (como los avestruces, los ñandús o los emúes) que se haya convertido de nuevo en voladora por alargamiento de sus alas. De la misma manera, parece razonable pensar que esto tampoco se habría producido en el caso de los dinosaurios.
Una tercera dificultad, para la supuesta transición entre estos pequeños dinosaurios y las aves, la constituye la datación o antigüedad de los fósiles encontrados. Resulta que el primer eslabón de dicha cadena, el llamado Sinosauropteryx, que debería ser el más antiguo, fue hallado en Asia en estratos del Cretácico inferior, de hace unos 120 millones de años. Esto contradice la creencia de que la evolución de los dinosaurios a los pájaros empezó mucho antes. Es sabido que el famoso fósil Archaeopteryx, que era claramente un ave voladora y no un dinosaurio con plumas, fue encontrado en Alemania en rocas del periodo Jurásico superior de hace 150 millones de años. ¿Cómo pueden las aves ser más antiguas que los dinosaurios terópodos de los que supuestamente evolucionaron? Esto le da la vuelta a la filogenia que cabría esperar.
El darwinismo gradualista sostiene que todos los seres vivos cambian partiendo de un primitivo antepasado común. Dicho cambio creativo se debería a innumerables y pequeñas variaciones o mutaciones genéticas producidas al azar. Sin embargo, muchos científicos creen hoy que tales cambios aleatorios en el ADN son insuficientes para poder explicar el origen de nueva información biológica capaz de dar lugar a nuevas estructuras complejas y nuevas especies. Hace muchos años que los biólogos evolutivos saben que estos planteamientos del gradualismo son desmentidos por el registro fósil. La paleontología presenta importantes lagunas sistemáticas precisamente en las formas intermedias que serían necesarias para refrendar esta teoría.
La selección natural, o reproducción diferencial de los genotipos de las poblaciones biológicas, es capaz de explicar la supervivencia de los más aptos en un determinado ambiente, pero no la “aparición” de los más aptos. Esta lucha por la existencia que se da en todos los ecosistemas naturales puede reducir las especies inadaptadas o extinguirlas por completo, pero es incapaz de crear otras nuevas. En este sentido, la selección natural actúa como un cedazo o tamiz que deja pasar sólo los granos de un determinado tamaño pero no puede crear nuevos granos. Eliminar es lo opuesto a crear.
Aquellos que reconocen las dificultades explicativas del gradualismo darwinista, en relación a las lagunas que evidencian los fósiles, apelan en ocasiones a posibles macromutaciones en el ADN que podrían haber generado nueva información. El saltacionismo o teoría de los equilibrios puntuados sugiere que tales saltos genéticos producen de golpe estructuras biológicas complejas completamente nuevas. Tales sustituciones accidentales de numerosas bases nitrogenadas del ADN podrían haber creado nuevos genes capaces de dar lugar a órganos y funciones nuevas, como la aparición de alas para volar. El problema de semejante hipótesis es sencillamente que nunca se ha observado en el mundo real. Matemáticamente hablando, resulta que tales macromutaciones son tan improbables que, en la práctica, equivalen a la aceptación de milagros. Y, como es sabido, la teoría darwinista no puede apelar a eventos que parecen del todo imposibles o inexplicables desde la pura razón. Por tanto, el saltacionismo es una falsa explicación que resulta completamente estéril para las ciencias naturales.
Lo que sí se ha observado es el proceso inverso. Es decir, mutaciones negativas que provocan pérdida de alguna función. En el caso de las aves y en ciertas islas, son frecuentes las saltaciones fuertes que transforman especies voladoras en otras incapaces de volar. No obstante, es evidente que tales pérdidas no pueden explicar el importante hueco existente entre los dinosaurios y las aves. Perder no es lo mismo que ganar. En este sentido, es posible que los fósiles de determinadas aves que perdieron la capacidad de volar, sean confundidos con dinosaurios que supuestamente estaban evolucionando para convertirse en aves.
El estudio de los fósiles indica claramente la aparición súbita de todas las familias y órdenes de las aves modernas. Es lo que se conoce como el “big bang de las aves”. Los estratos del Eoceno certifican que éstas eran mucho más ricas en especies de lo que son hoy en la actualidad. Y todo esto nos habla muy claramente en favor de un ingenioso diseño meticulosamente calculado y no de un proceso azaroso sin sentido.
Notas
1 Feduccia, A., 2020, Romancing the Birds and Dinosaurs: Forays in Postmodern Paleontology, BrownWalker Press, Irvine, Boca Raton, USA.
2 Burke, A. C. & Feduccia, A. 1997, Developmental Patterns and the Identification of Homologies in the Avian Hand, Science, 24 Oct 1997: Vol. 278, Issue 5338, pp. 666-668,
DOI: 10.1126/science.278.5338.666
3 Gould, S. J. 1970, «Dollo on Dollo's law: irreversibility and the status of evolutionary laws». Journal of the History of Biology 3 (2): 189-212.
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