La NASA está alimentando falsas esperanzas en la opinión pública acerca de encontrar vida microscópica en Marte.
El pasado mes de febrero, los científicos de la NASA aplaudieron de alegría al comprobar que su vehículo de exploración Perseverance acababa de posarse correctamente sobre el cráter Jezero de la superficie del planeta rojo. Desde luego, no había para menos. Se trataba de la misión más cara de la historia en la exploración de Marte (unos 2.200 millones de euros). La hazaña de hacer viajar a 20.000 km/h tan sofisticado aparato, a una distancia de 480 millones de kilómetros y que al final de su trayecto se pose bien sobre terreno marciano es del todo admirable. La principal misión de la nave, o por lo menos eso es lo que se ha dicho a los medios, es encontrar restos de actividad microbiana de hace miles de millones de años. Tal como manifestó en español la ingeniera aeroespacial colombiana, Diana Trujillo: “Algo de vida tiene que haber en Marte”.1 Se supone que las condiciones ambientales de la Tierra, hace unos 3.000 millones de años, eran como las que tiene actualmente Marte. De ahí el interés por buscar restos, aunque sean fósiles, de vida microbiana.
Personalmente soy pesimista sobre el éxito de esta misión y pienso que lo más probable es que no se encuentre ninguna evidencia real de vida remota en dicho planeta. La NASA, y en general la comunidad científica, están impulsados por una motivación equivocada, la de encontrar vida en otros mundos como si ésta pudiera surgir como las setas terrestres en cualquier lugar que hubiera humedad. No admiten honestamente que los organismos considerados más simples, como por ejemplo las bacterias, de “simples” no tienen nada. No quieren reconocer que el origen de la vida en la Tierra no ha sido explicado, a pesar de las múltiples hipótesis que lo intentan. Es una locura cerrar los ojos ante las inmensas dificultades que existen para la aparición de la vida en ambientes prebióticos.
Las macromoléculas fundamentales de la vida jamás se han producido en ningún laboratorio que imite escenarios prebióticos. Lo que ocurre es que se exageran los pequeños descubrimientos. Los medios de comunicación amplifican aún más tales resultados y finalmente los profanos llegan a creer que los científicos ya saben como se creó la vida originalmente. Pero no es así. Los titulares divulgativos suelen ser muy optimistas, no obstante cuando se lee la letra pequeña se descubre la exageración. A la larga esto genera una cierta desconfianza hacia la ciencia.
Los mejores bioquímicos que investigan en sofisticados laboratorios por todo el mundo no han sido capaces de crear vida. Ni el más mínimo microbio. Ni siquiera un peligroso virus, como temen algunos. No es posible hacer de novo los componentes básicos de la vida, como el ADN o el ARN. Y, aunque esto se pudiera llegar a hacer, no se entiende como podrían ensamblarse con el resto de las moléculas orgánicas. Suponiendo que se tuvieran todos los componentes bioquímicos de una célula no se sabría como acoplarlos con la información necesaria para que funcionaran y se reprodujeran satisfactoriamente. Incluso, aunque alguna vez la ciencia lograra elaborar vida artificial en el laboratorio, esto sería el resultado de la actividad inteligente de los investigadores que habrían imitado a los organismos naturales, no del azar sin propósito.
Cualquier célula por mínima que sea consta de miles de millones de átomos ensamblados de tal manera que conforman una estructura orgánica viva con una complejidad equiparable a la de un avión pero empaquetada en el reducido espacio de una millonésima parte de un grano de arena. Y, además, lo más maravilloso es que puede repararse de posibles lesiones y reproducirse a sí misma. Todo esto me lleva a pensar que la NASA está alimentando falsas esperanzas en la opinión pública acerca de encontrar vida microscópica en Marte.
Quizás los motivos inconfesados de gastar tantísimo dinero en aventuras espaciales, cuando en la Tierra no hay vacunas anti-Covid para todos y cuando el medio ambiente gime al unísono debido al cambio climático, sean otros bien distintos: explotar nuevos recursos; descubrir otros materiales; conquistar posibles terrenos vírgenes; abandonar el planeta azul cuando se vuelva inhabitable, etc. Tal como escribía recientemente el ministro español Manuel Castell, en relación a la idea de instalarnos en Marte: “como no hay nadie más que alguna bacteria, no habría que exterminar a los nativos.”2 Desde luego, éste ha sido siempre uno de los peores errores de los conquistadores, aunque pienso que esta vez no habrá ni bacterias.
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