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Raíces maniqueas de la crisis ecológica

Creer que la tradición judeocristiana tiene la culpa es fácil para el ser humano de hoy que tiende a alejarse de las cuestiones religiosas. Ahora bien, ¿es acertada semejante acusación?

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 06 DE MARZO DE 2021 10:00 h
Foto de [link]Yi Chun Chen[/link] en Unsplash CC.

Desde que el profesor de historia medieval, Lynn White, escribiera a finales de los 60 que “el cristianismo hizo posible la explotación de la naturaleza con total indiferencia hacia los sentimientos de los objetos naturales”[1], numerosos autores han venido echando la culpa de la crisis medioambiental al mandamiento bíblico de llenar la tierra, sojuzgarla y señorear sobre todos los seres de la creación (Gn. 1:28). Esta sería pues la causa religiosa que estaría en el imaginario colectivo de Occidente y que habría provocado supuestamente el grave deterioro ecológico que sufrimos en la actualidad. El carácter religioso y bíblico del asunto prevalecería sobre cualquier otra razón técnica, social o política. Además, creer que la tradición judeocristiana tiene la culpa es fácil para el ser humano de hoy que tiende a alejarse de las cuestiones religiosas. Ahora bien, ¿es acertada semejante acusación? ¿Qué relación hay entre la teología cristiana y la crisis ecológica? ¿Es realmente responsable la Biblia o existe alguna otra razón más oculta?



La religión maniquea, que fue fundada por el sabio persa Mani en el siglo III d. C. y se extinguió a principios del XVII, es considerada por los mejores expertos como marcadamente dualista y gnóstica. Esto se debe a que concebía la existencia de dos principios eternos opuestos, el Bien y el Mal o la Luz y las Tinieblas. El maniqueísmo proponía que el espíritu humano era bueno porque lo había creado Dios, mientras que el cuerpo material sería despreciable ya que su autor habría sido el mismísimo diablo. De manera que el alma buena del hombre viviría cautiva en la mala prisión de su cuerpo físico, del que sólo podría liberarse mediante la ascesis y el conocimiento (gnosis) espiritual. Semejantes ideas consideraban el universo como algo malvado en sí mismo, un poderoso y peligroso enemigo material creado por el demiurgo contra el que había que luchar o someter por la fuerza. El creyente maniqueo se liberaba así del peso de la culpa situando la responsabilidad del mal lejos de la voluntad humana. 



La doctrina cristiana ortodoxa, en cambio, se opuso siempre al maniqueísmo. El Dios de la Biblia crea un mundo bueno en gran manera. Los cielos revelan la gloria de Dios. El Hijo del Hombre se encarna en un ser humano de carne y hueso. La celebración del bautismo o la mesa del Señor son signos materiales que evocan la presencia de Dios en los humanos. Y, en fin, la fe cristiana alienta la esperanza en la resurrección final de los cuerpos. Es verdad que la influencia maniquea se hizo patente en algunos momentos históricos (gnósticos del segundo siglo, Agustín de Hipona, cátaros, albigenses y otros grupos más recientes hasta la llegada de la Reforma protestante), sin embargo la doctrina de la creación confirma de manera rotunda la bondad del mundo material, llamado a la existencia por el inmenso amor de Dios. 



Prácticamente nadie cree hoy en la religión maniquea (excepto quizás alguna secta gnóstica como el mandeísmo de Irak). No obstante, el mundo occidental secularizado continúa poseyendo fuertes connotaciones maniqueas, aunque generalmente no tenga conciencia de ello. Si el hombre religioso medieval asumía el pecado original, a pesar de vivir en un mundo difícil, y confiaba en un universo creado bueno por Dios así como en un destino eterno, el individuo de hoy rechaza este tipo de creencia y se siente alienado en un cosmos que parece no tener sentido. ¿A qué se debe tal cambio de cosmovisión? Entre otros posibles factores, a la revolución darwinista del siglo XIX. Darwin afirmó la continuidad humana con los animales, las plantas y los minerales. Se empezó a decir y a enseñar que sólo éramos simios evolucionados. En base a tales convicciones, ¿acaso no habría sido lógico que el ser humano empezara a tratar mejor al resto de las especies naturales ya que eran sus parientes próximos? Pues no, la teoría de la evolución no produjo tales efectos ecológicos deseables. Al contrario, nos alejó aún más del resto de los seres vivos de la biosfera. 



En este sentido, el ensayista inglés Christopher Derrick escribe: “Si Darwin nos hubiera hecho sentir que efectivamente los animales, los árboles y las rocas eran nuestros más próximos parientes, probablemente nuestra alienación se podría haber aliviado. (…) Pero en la práctica, el pensamiento evolucionista parece haber tenido el efecto contrario: el mensaje recibido no fue tanto nuestra unidad y continuidad con las bestias, sino más bien el hecho de que les hemos dejado atrás, moviéndonos hacia esta extraña soledad que tanto nos cuesta soportar ahora”[2]. Semejante extrañamiento sería de alguna manera el precio que el ser humano estaría pagando por su revolución científica y tecnológica. El hombre descubrió que al reducir la creación a elementos matemáticos, químicos o físicos, ésta le revelaba mejor sus secretos. El animismo ancestral que imaginaba una divinidad o un genio guardián detrás de cada ser vivo y cada fenómeno natural fue sustituido por un mecanicismo frío que todo lo convertía en algo muerto, en simple material de laboratorio. La ciencia despersonalizó y desacralizó la creación. 



El gran dios Pan de la mitología griega, que cuidaba de los pastores y sus rebaños, se perdió en el olvido. La diosa Artemisa, de la caza y los animales salvajes, desapareció para siempre de los bosques. Y hasta los cielos del mundo hebreo parecían haber dejado de proclamar la gloria de Dios. La “creación” se transformó en “naturaleza” y cesó de irradiar la presencia del creador para convertirse en un simple mercado de materias primas. Nuestro mundo, más que materialista se convirtió en dualista o maniqueo y dejó de amar la materia. Es verdad que hemos ganado en conocimiento, bienestar y poder pero también hemos perdido otras cosas por el camino. Mucho conocimiento pero poca sabiduría. Demasiada información y escaso saber vivir. Excesivo consumo en detrimento del ambiente. 



La sensación de soledad en un cosmos privado de significado aliena de su entorno a las personas del siglo XXI y las hace reaccionar en clave gnóstica o maniquea como en los viejos tiempos. Es verdad que algunos se preocupan por el planeta -afortunadamente cada vez más- pero la mayoría viven en la indiferencia, la neutralidad y el nihilismo gnóstico. Se sienten atrapados en un mundo hostil y creen no pertenecer a él. Es más, viven en guerra con su propio ambiente como los antiguos gnósticos que enfrentaba el apóstol Pablo. Si éstos creían que el mundo material no estaba hecho por Dios sino por ese demiurgo que era casi un diablo, hoy el demiurgo ha sido sustituido por la Evolución con mayúsculas. Una entidad dotada de gran dignidad y poder que lo habría hecho todo con suma sabiduría. Incluso algunos se preguntan qué hace actualmente, hacia dónde se dirige, cuáles serían sus intenciones futuras para la especie humana. Hasta hay quienes afirman que el ser humano tiene el deber moral de obedecer la voluntad de dicha Evolución como si se tratase de una auténtica divinidad creadora.



El escritor británico, Gilbert K. Chesterton, escribió acerca del evolucionismo popular: “Ha puesto a la Bestia en el lugar del Diablo. Nos ha hecho pensar que nuestro enemigo es lo que llaman nuestra ‘naturaleza inferior’, es decir, nuestros simples deseos y apetitos, cosas que en sí mismas son del todo inocentes. Los modernos (…) hablan de la mejora moral como de un elevarse hacia lo alto, aniquilando al bruto. ¿Acaso están en lo cierto? ¿Por qué tenemos que aniquilar al bruto?”[3]. Desde luego es absolutamente maniquea la idea darwinista de que nuestra naturaleza corporal es mala y debe ser superada o aniquilada. 



Sin embargo, para los cristianos, la raíz del problema humano no está en el cuerpo sino en el pecado. Cuando la libertad se usa mal o se comenten errores, la única esperanza reside en el arrepentimiento sincero y en el perdón mediante la sangre de Jesucristo. Pero, según el antiguo maniqueo, la solución estaba en la gnosis o el conocimiento. De la misma manera, también el hombre moderno, aunque haya devaluado el término “pecado”, aspira a reeducar al delincuente mediante sus instituciones, pretende informarle dándole conocimientos para que se conduzca bien y ayudarle a conocerse a sí mismo con el fin de que sea capaz de superar los errores y alcanzar la bondad. Como si el conocimiento nos hiciera moralmente buenos.



Ahora bien, si el cristianismo fuera el principal culpable de la crisis ecológica, también lo sería de las notables conquistas alcanzadas por la cultura científica. ¿Por qué los mismos que le culpan de la crisis no reconocen tales conquistas? ¿Dónde quedan entonces las acusaciones de oscurantismo? ¿Qué sentido tiene la supuesta guerra entre ciencia y religión? ¿Acaso no era la religión el tan cacareado opio del pueblo? Cuando se acusa a la fe cristiana de promover la tecnociencia agresiva, se olvida que ayer se la acusaba de todo lo contrario.



Es verdad que las iglesias no son del todo inocentes del problema ecológico ya que han estado pensando mucho más en el otro mundo, en el Dios de Jesucristo que lo trasciende, así como en amarle y servirle, predicándolo a las gentes y llevándolo a todas las culturas de la tierra, pero olvidando en demasiadas ocasiones el cuidado de la creación y de lo bueno que había en las culturas de los otros pueblos. No obstante, si todo esto ha ocurrido, no ha sido debido a su cristianismo sino precisamente por su infidelidad al mismo y por seguir tendencias equivocadas de carácter gnóstico o maniqueo. 



La Biblia enseña que al ser humano se le concedió el privilegio de ser arrendatario responsable del mundo creado por Dios pero nunca su propietario exclusivo. Podía dominarlo, usarlo y cultivarlo de la misma manera que Adán en el paraíso. Pero cuando empezó a utilizar la creación de manera egoísta y tomó la fruta prohibida, en ese mismo momento el equilibrio ecológico quedó alterado y la creación empezó a gemir. La idea de conquista agresiva del mundo por parte del ser humano no se desprende de las páginas de la Biblia. Sin embargo, encaja perfectamente en la visión maniquea de la naturaleza.



Dicho maniqueísmo aflora también en la actual cultura científico-técnica que hunde sus raíces en el humanismo, el secularismo y el repudio de los valores cristianos que se inició en el Renacimiento y no ha parado de crecer. Sin embargo, la fe en esta tecnociencia se está hoy debilitando como consecuencia sobre todo del infierno ambiental que se vislumbra en el horizonte. Si antes el maniqueo y el existencialista moderno creían que el cosmos no tenía sentido, en la actualidad, el teólogo y el científico parecen estar de acuerdo en que sí lo tiene. La crisis ambiental y la actual pandemia del Covid-19 nos están diciendo que la naturaleza puede volverse contra nosotros; que es muchísimo más fuerte que la propia humanidad y, desde luego, no parece tener escrúpulos morales para matar personas. 



Debemos, por tanto, hacer las paces con la biosfera si no queremos sucumbir. Los cristianos no podemos permanecer neutrales en estos temas y, desde luego, tenemos que seguir huyendo de cualquier herejía maniquea porque, por paradójico que parezca, la creación de Dios fue creada buena en gran manera y si hoy la percibimos hostil es por nuestro propio maltrato. Si queremos parar y revertir el actual deterioro ecológico, es menester recuperar el antiguo mensaje de la Biblia. La creación de Dios es algo bueno y santo por ser su obra milagrosa especial. En ella se refleja su magnificencia y divinidad. No se trata de algo muerto, vacío de significado o sin valor. Tampoco es malvada o enemiga nuestra ya que su polvo nos constituye, pertenecemos a la Tierra y dependemos por completo de ella. Pero conviene recordar que el mundo pertenece a Dios, no a nosotros.



 



Notas



[1] White, L. 1967, The Historical Roots of Our Ecological Crisis, Science, 155:1203-1207.



[2] Derrick, Ch. 1987, La creación delicada, Encuentro, Madrid, p. 77.



[3] Chesterton, G. K. 1963, The Man Who was Orthodox, Londres, Denis Dobson, p. 155.


 

 


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COMENTARIOS

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Felipe
08/03/2021
17:16 h
2
 
Recuerdo cómo, hace cerca de 25 años (parece que fue anteayer) un astrofísico ex de la Nasa, concluyó su conferencia sobre el universo creado y el Creador, organizada por Gbu, indicando a los asistentes que podían continuar charlando del tema con aquellos que nos íbamos a poner de pie, identificándonos como personas que "están comprometidos con el cuidado del planeta".
 

Galo
07/03/2021
01:20 h
1
 
Pero han sido precisamente grupos cristianos quienes, durante varios siglos, han pisoteado la naturaleza porque se trataría de un mundo condenado a perecer, lo cual deja a entrever que la tratan como algo corrupto, en concordancia precisamente con el maniqueísmo. La Biblia deja en claro que la creación es buena, pero que también es víctima de una grave enfermedad, como son los humanos
 



 
 
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