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La salvación sigue siendo de Dios

La línea que separa el deseo legítimo, de la necesidad y la idolatría es tremendamente fina.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 07 DE FEBRERO DE 2021 14:05 h
Foto: [link]Dušan Veverkolog[/link]. Unsplash (CC0).

Cuando hace unas semanas se empezó a concretar y a poner rostros al asunto de las vacunas para enfrentarnos a la pandemia, empezaron a haber reacciones de todo tipo.



Algunos, de repente, entraron en pánico y se afianzaron de forma radical en ver tal proceso como prácticamente demoníaco, con mil “teorías conspiranoicas” alredededor del asunto, bañándose en miedo de la mañana a la noche, y sembrando el pánico entre todo aquel que quisiera escuchar, que no son pocos.



Debo decir que respeto a todo el mundo, pero creo que la realidad va por otro lado, honestamente.



Otros, en el extremo contrario, vieron aquello como el cielo abierto. Por fin llegaba la tan ansiada “salvación” que, si bien quizá no denominaron así (porque, sobre todo si eres cristiano, queda bastante mal), desde luego parecían verla de esa forma a tenor de la angustia por ver cuándo llegan, cómo lo harán y cuánto nos queda de infierno COVID.



Y también entiendo la reacción, claro, porque esto se hace muy largo y la idea de tener persistentemente a un bicho pegado a las espaldas acechando y sembrando enfermedad y muerte por todas partes no es agradable. Todos queremos que esto acabe cuanto antes.



Mi inquietud se produce cuando ese deseo se convierte casi imperceptiblemente en la urgencia que lo tapa todo, que casi anula nuestra fe en ocasiones, que nos muestra en lo olvidadizos que somos de que, en este peregrinaje en que estamos, aunque nos encante estar lo mejor posible, la clave está en cómo vivimos nuestros “peor posible”.



Entre ambos lados del continuo, estamos muchos que observamos, escuchamos, reflexionamos sobre todo esto y también, por qué no decirlo, alucinamos con lo difícil que es mantenerse en una postura equilibrada frente a todos los acontecimientos del día a día, porque la información (y desinformación) es mucha, y el miedo es libre.



Todos luchamos a un cierto nivel por no perder el norte, por mantener los ojos en Jesús y recordarnos que, si bien hasta ahora para algunos la cosa ha sido llevadera, también se puede poner peor y hemos de estar preparados para el día malo.



Las vacunas no se ponen solas. Hace falta crearlas, distribuirlas y adjudicarlas, gestionarlas y recibirlas, más el extra de la posible reacción adversa normal, como en toda vacuna.



Y frente a la desesperación que se ha percibido en muchas personas por el “cuándo llegará la vacuna” se añaden ahora todos los posibles imprevistos en el resto del proceso, que son todos y en cada estadio de ese recorrido. Porque lo humano está caído y lo está en todas sus variantes.



Si teníamos nuestra esperanza puesta en eso, sea en la forma que sea, nos seguimos equivocando. La salvación viene de Dios y solo de Dios, independientemente de las vacunas, que pueden ser algo que el Señor permite, pero desde luego no algo que el Señor necesite.



En estos días recibimos noticias constantes sobre corrupción que ya no es solo a nivel económico, que también, y que en épocas de restricción como esta se produce en forma de saqueo más o menos elegante (por el traje que lleve el que lo ejecuta, más que nada).



El famoso dicho de “Sálvese quien pueda” aplica en medio de esta pandemia como anillo al dedo cuando comprobamos cómo, de lo que se trata ahora, es de vacunarse cuanto antes, pero no por la vía ética, correcta y ordenada, sino por los medios que sean, aprovechando el acceso que se tiene a ese medicamento por desempeñar un determinado puesto en la administración, o “porque han sobrado algunas dosis” como dijo alguien hace unos días, lo cual bordearía el cachondeo, de no ser porque la cosa es tan seria.



Ante estas cosas que leemos y escuchamos, creo que es legítima y necesaria una reacción indignada del pueblo de Dios, que se ofende con lo que a Él también le ofende, cierta ira santa ante la injusticia y la corrupción, que siempre han sido temas que han estado Su corazón.



Pero no podemos reaccionar como si no tuviéramos esperanza. Lo que marca una diferencia respecto a quienes no han nacido de nuevo es que se supone que vemos más allá del aquí y ahora, con todo y que nos preocupe lo inmediato.



Y mientras nuestro lenguaje no se parezca al de Pablo en la cárcel, estamos muy lejos aún de ese lugar de madurez. Nuestra salvación viene de otro sitio y puede ser de la forma más insospechada, incluyendo, como dice el apóstol en Filipenses 1:19-20, la vida o la muerte.



La promesa declarada no es que sobreviviremos a la COVID, y que nuestra liberación será en forma de recuperación total (a nivel de salud, empleo, economía o relaciones), sino que no cae un pelo de nuestra cabeza sin el consentimiento y conocimiento de Dios, que lo permite (Mateo 10:28-33).



Ello implica que, siendo muy prácticos y directos:





  • puedes vacunarte y morir (de lo que sea, porque pareciera que ya no hay otra forma de enfermar y fallecer que no sea por COVID),




  • o puedes no haber tenido acceso a la vacuna, estar expuesto al máximo, convivir con quien lo sufre y que, si no es el día que el Señor tiene establecido para tu enfermedad o fallecimiento, tu vida prosiga hasta que Él considere oportuno. Así ha sido siempre, y así seguirá siendo.





¿Significa esto que me debe dar igual la vacuna? ¡En absoluto! Damos gracias a Dios por ellas, pedimos que el Señor use ese cauce para traer bendición y, si es Su voluntad, iremos adelante con la vacunación si se presenta la posibilidad legítima de hacerlo.



Sin embargo, la línea que separa el deseo legítimo, de la necesidad y la idolatría es tremendamente fina.



Desde esa convicción es, entonces, tiempo de confesar, como dice el texto de Mateo que acabamos de recordarnos, a nuestro Padre que está en los cielos, y hacerlo delante de los hombres y mujeres que nos observan en medio de todo este dolor y sufrimiento, de esta corrupción e injusticia.



La salvación es del Señor. La salvación es el Señor.


 

 


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COMENTARIOS

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marco Antonio Aguilar sanchez
25/06/2021
03:39 h
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de acuerdo con la columnista, solo agregar pablo menciona debe abundar la maldad para que la gracia sobreabunde. como cristianos tenemos las respuestas de el covid como peste destructora y tribulacion por mencionar unas, será que Dios nos capacite con sabiduría para decidir el mejor camino que el nos proporciona para seguir vivos.
 



 
 
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