El cielo nos está enviando mensajes muy potentes y claros de nuestras limitaciones y vulnerabilidades.
“Confinamiento” es la palabra del año 2020 para la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), promovida por la Agencia EFE y la Real Academia Española. Definido como 'aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad', este término ha marcado buena parte de los meses del año que ahora acaba. La crisis sanitaria derivada de la pandemia del covid-19 es, sin duda, la protagonista del 2020 y las medidas implementadas para frenarla han cambiado radicalmente nuestra forma de vivir y de hablar.
Durante todo este tiempo de pandemia todavía sin resolverse, hemos estado en periodos de confinamiento y semiconfinamiento por las variaciones en la propagación de los contagios. Esta pesadilla vírica todavía no ha finalizado, pero es indudable que hemos aprendido muchas lecciones personales y colectivas que nos humanizan, de lo contrario nos convertiríamos en unos auténticos zombis. Hemos de reconocer que esta crisis mundial nos ha puesto a prueba a toda la comunidad humana en muchos aspectos.
Desde luego que puede haber diversas interpretaciones al respecto, pero veamos algunas de ellas. Para algunos, se trata de una extraña fuerza conspiranoica que nos ha mantenido atemorizados inútilmente, produciendo graves estragos en nuestra economía y en la vida social y laboral. Para otros, Dios nos ha castigado sometiéndonos a un encerramiento obligatorio por nuestras maldades (que no son pocas, por cierto). Y para otros muchos, éste es el principio del fin de nuestras libertades a través del confinamiento obligatorio que nos imponen nuestros gobiernos.
Podríamos realizar diferentes consideraciones más acerca de este inesperado y largo periodo que nos ha sobrevenido y que todavía nos mantiene paralizados en muchos aspectos de las actividades humanas y de sus inevitables consecuencias y derivaciones todavía inconclusas. Pero la idea que nos sugiere la palabra “confinamiento” es la de reclusión voluntaria u obligatoria; es también restricción de movimientos y, a la vez, un encerramiento cautelar.
El confinamiento global al que hemos sido sometidos, sin querer atribuirle el morbo esotérico, es y ha sido en sí mismo toda una experiencia de reflexión y también de enfrentarnos a nuestros propios miedos y conflictos, tanto personales, familiares como, por supuesto, colectivos. Las lecciones aprendidas durante esta pandemia se están convirtiendo en un enorme capital humano, científico y espiritual, más allá de nuestras débiles percepciones y del pesimismo social que se ha generado en el ambiente.
Confinamiento me sugiere disciplina impuesta o elegida, me sugiere también un tiempo de reflexión profunda acerca de cuestiones diversas de la vida y, por supuesto, en lo personal. Confinamiento también nos habla de restricciones, entiéndase de sobriedad y de disciplina. Confinamiento nos sugiere meditación serena y recurrente respecto a todo en general y a ciertas cuestiones en particular. El confinamiento de antaño también nos sugiere vida monástica, apartarse del mundanal ruido y procurar una experiencia mística profunda.
Todavía no sabemos a ciencia cierta cuál puede ser el extraño propósito de esta indeseada situación global, pero lo que sí es ciertísimo es que el cielo nos está enviando mensajes muy potentes y claros de nuestras limitaciones y vulnerabilidades. Por eso necesitamos un anclaje mayor y más seguro que nosotros mismos y esta ancla es nuestra fe en Dios y en sus inviolables promesas; porque nuestro buen Dios es fiel a sí mismo y siempre cumple lo que promete.
En definitiva, nos quedamos con la idea más benigna del confinamiento, que es la siguiente: “Busquemos a Dios mientras pueda ser hallado” y, tal como dice la voz divina, “Buscadme y viviréis”. El mismo rey David también nos muestra su decidida voluntad de autoconfinarse para “estar en la casa de Jehová y contemplar su hermosura todos los días de su vida”. Y esto nos habla de un alma sedienta del Dios vivo.
El mensaje explícito e implícito del confinamiento para nosotros hoy, los cristianos de este presente siglo malo, es aprender a escoger la mejor parte, cual María de Betania, y vivir confinados en un continuo romance de amor con nuestro Amado Jesús. Maranata.
Fuentes consultadas: FundéuRAE; Agencia Efe; el Confidencial
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