“Venga tu reino” debería ser nuestra petición prioritaria y, si ello fuera posible, que sucediera en nuestra propia generación, como deseaba el apóstol Pablo.
Sería interesante hacer una encuesta entre las iglesias evangélicas para saber con qué frecuencia pedimos a Dios que venga su reino, como nos enseñó Jesús[1]. Creo que en nuestras reuniones es mucho más frecuente oír oraciones que se refieren a las circunstancias y necesidades de nuestro entorno más inmediato que a los grandes y maravillosos planes del Señor.
En ocasiones, además de orar por los miembros de nuestra propia congregación o por nuestros proyectos como iglesias locales, mencionamos otras cosas como la evangelización en un sentido más amplio y global, la necesidad de un avivamiento o la obra misionera. La Iglesia perseguida o el trabajo social cristiano puede que también figuren en nuestras agendas; así como los gobernantes, las cuestiones éticas y políticas, morales o sanitarias, como sin duda sucede en el caso del coronavirus. Todo esto tiene, desde luego, algo que ver con esa cláusula del Padrenuestro que nos exhorta a orar “venga tu reino”, ya que guarda relación con la misión de la Iglesia en este mundo. Pero la opinión prevalente es que en este caso Jesús se estaba refiriendo más bien a orar por la plena manifestación del reino de Dios que Él traerá con su segunda venida.
El por qué la segunda venida de Jesús concita tan poco interés por nuestra parte, a menos que sea para especular sobre el “arrebatamiento”, el milenio, la identidad de la bestia o cosas por el estilo, puede deberse a varias razones. La primera sería que no creemos en una segunda venida personal de Jesús en gloria, aunque lo enseña claramente la Biblia[2] y forma parte del Credo cristiano desde los comienzos de la Iglesia[3]. La segunda razón podría ser que estuviéramos desenfocados en cuanto a cuál es nuestro propósito como discípulos de Jesús en esta tierra y pensásemos, como algunos hacen, que estamos aquí para “cambiar el mundo” y que, una vez cambiado este, Jesús vendrá. ¡Pobres de nosotros!
También es posible que no queramos que Jesús venga pronto porque tenemos proyectos que deseamos ver realizados o intereses que nos atan a este mundo y a los cuales no deseamos renunciar[4], aunque más tarde o más temprano vayamos a quedarnos sin ellos[5].
Otra razón, que podríamos considerar “más piadosa”, sería nuestro deseo de hacer algo más por el reino de Dios antes de que Jesús vuelva. Esto, en última instancia, equivale sin embargo a anteponer nuestros propios deseos a la voluntad de Dios, que es “buena, agradable y perfecta”[6] y se cumplirá sin dilación en su momento[7]. Y denota, por otra parte, una falta de amor por Jesús. ¿Porque qué novia enamorada no desea que su novio venga a buscarla lo antes posible? Lo que ella le diría sería más bien: “¡Ven lo antes que puedas! No obstante, esperaré con paciencia y fidelidad hasta que acabes los negocios que te ocupan”[8].
Pero podría haber una razón más por la que no oramos “venga tu reino”, y es la situación mundial que ha de acompañar a la segunda venida de Jesús y que ya parece estar insinuándose: esos “tiempos peligrosos” de los que habla el apóstol Pablo[9]. A pesar de ello, la oración de la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, ha de ser: “Ven, Señor Jesús”[10]. Y así será, sin duda, una vez que nos hayamos despojado de toda confianza en algo o alguien diferente a Dios[11] (ni que decir tiene, que también en nosotros mismos[12]), y todo interés, deseo, proyecto o ambición nuestra sea “el reino de Dios y su justicia”[13], y el temor deje paso al amor[14]. “Venga tu reino” debería ser nuestra petición prioritaria y, si ello fuera posible, que sucediera en nuestra propia generación, como deseaba el apóstol Pablo[15].
Cuando el Cordero abre el quinto sello en el libro del Apocalipsis, vemos a los que han “sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (el testimonio de Jesucristo[16]) clamar pidiendo justicia y venganza, y se les dice que deben esperar hasta que se complete el número de los que han de dar su vida por Cristo como ellos[17]. Y luego, cuando los siete ángeles se disponen a tocar las trompetas que harán que se consume “el misterio de Dios”[18], el tiempo deje paso a la eternidad[19], Jesús regrese[20] y el reino de los cielos se manifieste plenamente transformándolo todo[21], asistimos a esa escena en la que un ángel añade incienso a las oraciones de los santos, sin duda para hacerlas más gratas y aceptables a Dios porque ha llegado el tiempo de contestarlas.
Después, ese mismo ángel llena el incensario de fuego del altar y lo derrama sobre la tierra causando “truenos, voces, relámpagos y un terremoto”[22]. A partir de ahí el fin se precipita y los acontecimientos finales de la historia ocurren al son de los toques de trompeta de esos siete ángeles que anuncian el desenlace del propósito eterno de Dios en Cristo[23]. Así que las oraciones de los santos coadyuvan al advenimiento del reino de Dios y al regreso de Jesús, aunque traen, al mismo tiempo, ese aspecto oscuro del que habla la Escritura y que son los juicios previos de Dios sobre el mundo, el engaño definitivo y global para quienes no están “escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”[24] y la derrota aparente de los creyentes[25], a quienes se les pide que tengan fe y paciencia hasta que sean vindicados[26].
A pesar de todo esto, se espera de nosotros que oremos “venga tu reino”[27] y “ven, Señor Jesús”[28]: como dice la Escritura, nos enseñó el Maestro y nos mueve a hacer el Espíritu Santo. “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
Notas
[1] Mateo 6:10
[2] Mateo 24:3, 30
[3] “…de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos” (Credo de los Apóstoles); “…y de nuevo vendrá en gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin” (Credo Niceno-Constantinopolitano).
[4] Colsenses 3:1-4
[5] lucas 12:20
[6] Romanos 12:2; Isaías 58:8-9
[7] Mateo 24:36, Gálatas 4:3-7
[8] 1 Corintios 15:25
[9] 2 Timoteo 3:1
[10] Apocalipsis 22:17
[11] Sofonías 3:12; Salmo 46
[12] Jeremías 17:5-8; Salmo 118:8-9
[13] Mateo 6:33
[14] 1 Juan 4:18
[15] 2 Corintios 5:1-5
[16] Apocalipsis 12:17
[17] Apoclipsis 6:9-11
[18] Apocalipsis 10:7
[19] Apocalipsis 10:6
[20] Mateo 24:30
[21] Apocalipsis 21:5-7
[22] Apocalipsis 8:1-5
[23] Efesios 3:11
[24] Apocalipsis 13:8
[25] Apocalipsis 13:7
[26] Apocalipsis 13:9-10
[27] Mateo 6:10
[28] Apocalipsis 22:17
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