Me parece preocupante la impresionante indiferencia y pasividad del pueblo cristiano evangélico en todo lo que está sucediendo ante nosotros.
¡Indignaos! Fue el clamor de miles de ciudadanos descontentos que se convocaron de manera espontánea en la primavera del 2011 en diferentes ciudades españolas, especialmente en Madrid y Barcelona. Protestaron, pacífica pero decididamente, como señal de rebeldía contra un sistema social, político y económico sumido en una profunda crisis institucional. Diversas corrupciones habían producido un hartazgo en amplios sectores de la población, por cierto, de signos muy diversos y heterogéneos, en sus primeros tiempos. Este movimiento popular no estaba capitalizado ni por partidos políticos ni por sindicatos que se fueron añadiendo sobre la marcha y, como se ha demostrado con el paso del tiempo, sectores del comunismo libertario y otros elementos infiltrados fueron desnaturalizando la protesta inicial que originalmente estaba basada en el manifiesto del anciano y activista social Stéphane Hessel en su alegato contra la indiferencia y a favor de lo que él llamaba la insurrección pacífica al estilo de Martin Luther King, Gandhi o Mandela. Desgraciadamente, los dirigentes del movimiento ciudadano que en principio representaban a la sociedad civil han ido contemporizando con el poder político de “la casta” según sus propios detractores, convirtiéndose ellos mismos en un auténtico fiasco en la actualidad.
Aunque este movimiento se ha diluido completamente, hemos de reconocer que ofrecía signos de gran vitalidad y de unas justas reivindicaciones ante el empobrecimiento social y la parálisis existente de aquellos momentos. Desde luego que podríamos extraer otras muchas lecciones de aquella protesta basada en la justificada indignación popular. Aunque ahora mismo también nos encontramos en una nueva e inesperada crisis, nos damos cuenta de que la historia de nuevos sobresaltos, como el que estamos viviendo a causa de la pandemia, vuelve a repetirse cíclicamente y cada vez con más virulencia.
Estos días, reflexionando sobre el mencionado episodio de nuestra historia reciente, lo extrapolaba a los cristianos convictos y confesos de nuestro país ante la ausencia moral y espiritual de valores seguros que estamos viendo hoy en día. Sin embargo, lo que me parece realmente preocupante, por no decir patético, es la impresionante indiferencia y pasividad del pueblo cristiano evangélico en todo lo que está sucediendo ante nosotros en estas últimas décadas, mientras el círculo de opresión y restricciones contra los valores cristianos se va estrechando cada vez más, a medida que los antivalores se están implantando obligatoriamente en la nueva ley de educación y en nuevos proyectos de ley como la eutanasia y otros tantos en ciernes.
Yo me pregunto: ¿Dónde están los indignados ante esta infernal oleada de despropósitos y de leyes inicuas de todos los colores que estamos presenciando ante nuestros propios ojos? ¿Dónde está la voz de los justos ante tanta injusticia social? ¿Dónde está la voz indignada de los defensores de la vida contra la criminal plaga del aborto, este horroroso atentado contra la vida de más de mil millones de criaturas inocentes (en los últimos sesenta años) asesinadas en el claustro materno? ¿Dónde está la voz de los disidentes contra el pensamiento único que se está implantando a marchas forzadas y que, en poco tiempo, acabará con las democracias occidentales? ¿Dónde están los valientes que no se arrodillan ante la imagen de oro de este imponente sistema materialista anti Dios que exige total veneración y obediencia ciega al nuevo sistema mundial? ¿Dónde están los íntegros que no se embriagan del vino de la fascinación de esta nueva Babilonia con sus múltiples seducciones? ¿Dónde están los creyentes de las grandes ciudades del planeta, movilizándose en favor de tantos millares de cristianos perseguidos, torturados y asesinados en el mundo actual? Y sigo declarando con santa indignación: Pero ¿dónde están los atalayas que avisan a toda persona del peligro inminente que se cierne sobre esta humanidad? ¿ y dónde están los anunciadores de la esperanza del Evangelio de la salvación?... Tiempo me faltaría para seguir clamando en el desierto de la indiferencia y de la comodidad en la que están sumidos millones de cristianos, hasta que se remuevan y conmuevan nuestras entrañas.
Pablo escribe a los creyentes de la capital del imperio romano para desafiarles: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos 12:2. Esto quiere decir: Rebelaros contra la forma de pensar de la cultura imperante y pensad y actuad conforme a la voluntad de Dios.
Por último, mi alegato público y declaración final están dirigidos a los cristianos desmovilizados del mundo entero: 1) Indignaos contra el pecado en todas sus formas y contra la mentira socializada. 2) Indignaos contra la miseria y la pobreza de tantos millones desesperados por el futuro de sus familias. 3) Indignaos contra el genocidio de tantas criaturas inocentes que son abortadas cruelmente. 4) Indignaos contra la imposición de la ideología de género que pervierte el derecho natural y la esencialidad humana. 5) Indignaos contra la corrupción de nuestros representantes políticos, sean del signo que sean. 6) Indignaos contra la falta de libertad de conciencia y represión contra las expresiones públicas de nuestra fe. 7) Indignaos contra la promoción y la propagación del mal en todas sus expresiones. 8) Indignaos ante la enorme legión de falsos profetas y profetisas en nuestro medio que envenenan la fe de muchos. 9) Indignaos contra la codicia y el materialismo. 10) Indignaos y rebelaos contra toda forma de inmundicia, viviendo sin complejos en santidad para la gloria de Dios.
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