Ante una realidad tan contundente, se impone revisar y hacer cambios a algunos de nuestros esquemas habituales, más que nada para seguir viviendo, y no solamente sobreviviendo.
Después de tanto tiempo de pandemia declarada, que no ha dado prácticamente tregua en ningún sentido, casi todo el mundo ha entendido ya que esto va para largo. Ante una realidad tan contundente, se impone revisar y hacer cambios a algunos de nuestros esquemas habituales, más que nada para seguir viviendo, y no solamente sobreviviendo.
Uno de ellos consiste, sin duda, en empezar a ver lo que nos está pasando de una forma diferente. Donde, al principio, la gente pensaba que esto sería solo cosa de unos pocos días y que, por tanto, podíamos seguir la existencia tal cual, ahora es evidente que todo ha cambiado y que la antigua normalidad es solo un recuerdo que produce nostalgia. La nueva es la que tenemos entre manos y cada día, cada decisión, sigue siendo un reto que afrontar, desde cómo y cuándo se sale a la calle para lo básico, en qué condiciones de seguridad nos reunimos, cuáles serán las medidas de confinamiento para cada movimiento, aunque ya no estemos en aquel escenario terrorífico de hace unos meses. Las navidades este año prometen no parecerse en nada a las que hemos conocido, tendremos que reinventar nuestras reuniones familiares, nuestras cenas de Nochebuena, nuestras entregas de regalos... pero la vida es mucho más que eso.
No solo la Navidad, sino mucho más allá, la existencia misma, toma otra dimensión diferente cuando la consideramos desde una situación como esta que vivimos. Muchas familias vivirán ausencias este año que no tendrán que ver con cuestiones de movilidad entre provincias, o comunidades autónomas. Serán muchos los que no podrán cenar con nosotros, no tanto porque no viajemos, sino porque se fueron para no volver. Y eso aporta nuevo significado de vida para los que estamos, aunque no traiga de vuelta a los que se fueron.
La pandemia está siendo un tiempo de infinitos duelos acumulados: normalidad, libertades, sensación de control y estabilidad, empleo y economía, salud y pérdidas humanas... todo estrechamente entretejido en nuestras vidas, teniendo en cuenta, además, que no hemos salido del túnel todavía. Se presenta oscuro y estrecho, y esto requiere perseverancia, tolerar el malestar que genera, agarrarse a los referentes correctos y desarrollar, como nunca, una esperanza que sea más que frases bonitas o de autoayuda, que para poco sirven.
La pandemia puede ser, como toda crisis, o el contexto que nos deshaga, o la fábrica de oportunidades que nos obligue a crecer como nunca. Creo, evidentemente, en la segunda, sobre todo porque, como creyente, estoy convencida de que Dios es experto en convertir los peores escenarios en trampolines de crecimiento para los que se agarran a Él en medio del caos. Este es un tiempo fantástico para esto. Podemos seguir navegando por libre, a la deriva incluso, si nuestra inclinación a la independencia es tan persistente que lo preferimos antes que agarrarnos a Quien se ofrece a rescatarnos. Sin embargo, me emociona pensar en las posibilidades que hay desde la opción de dejarnos salvar y transformar en medio de todo esto. ¿Has pensado alguna vez en lo que podemos llegar a ser si nos dejamos guiar por Dios y Su provisión en todo esto?
¿Te imaginas una vida en la que pudiéramos ser...
El gran “problema” que tienen todas estas posibilidades es que son el resultado de procesos en los que no suele gustarnos involucrarnos. Queremos el final del camino, pero no suele agradarnos el terreno por el que hay que transitar para llegar hasta allí. Sin embargo, el cristiano sabe que no está solo en medio de todo ello. Lo sabemos, aunque lo olvidamos con facilidad. Dios no nos libra de los procesos, al contrario, los convierte en esa fábrica de oportunidades increíble para crecer en Él, pero en medio de todos ellos promete renovar nuestras fuerzas, darnos alivio, esperanza y consuelo, provisión física, emocional y espiritual, aunque no venga en el formato y envoltorio que nosotros escogeríamos.
La bendición es bendición, venga envuelta en el papel que venga. Pero esa convicción solo se desarrolla y afianza desde una visión de fe, anclada en el hecho de que Dios nos ama, no solo cuando nos lo parece, porque nos da lo que deseamos, sino en todo tiempo.
No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.
Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.
Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador;
a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti.
Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé;
daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.
No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación,
y del occidente te recogeré.
(Isaías 43:1–5)
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