Dios tiene la última palabra de la historia y en su perfecta justicia sentenciará a cada ser humano conforme a sus propias decisiones.
Estaba pensando y meditando estos días en el Juicio Final o en el también denominado Juicio Universal, cómo describiría tan magistralmente mi admirado Giovanni Papini en su impresionante obra póstuma, o el Juicio del Gran Trono Blanco, como también nos relata el visionario Juan en su Apocalipsis.
Leyendo el evangelio de Mateo, capítulo veinticinco, vemos a Jesús explicando de forma muy resumida y descriptiva el juicio de las naciones, y también la categórica mención de la carta a los Hebreos sobre esta inquietante cuestión “…está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio”; además de otras muchas referencias bíblicas al respecto. Uno llega a pensar profundamente en una cuestión como esta, que es de un enorme calado espiritual además de trascendental, y adopta una de las dos actitudes universales más frecuentes: La más extendida es la de categorizar este asunto como una fabulación religiosa intragable para una mentalidad tan descreída como es la del hombre y la mujer actual; y la otra actitud, más infrecuente, es la de reconocer que Dios tiene la última palabra de la historia y que en su perfecta justicia sentenciará a cada ser humano conforme a sus propias decisiones, tales como ¿qué hicieron con Jesús llamado el Cristo?. Quizás también tengamos que convencernos a nosotros mismos de una verdad tan incómoda y tan poco discutida en nuestros propios foros cristianos.
La idea del buenismo humanista sobre la absoluta benevolencia de Dios hacia sus criaturas (según los escépticos), se contradice con las juiciosas descripciones bíblicas que revelan claramente que no hay purgatorio, ni ningún río Leteo que nos haga olvidar el pasado ni purifique los pecados que no hemos redimido en vida, mientras se nos ha hecho creer que durante ese estado intermedio se nos iría indultando progresivamente del castigo eterno. Esta es la descripción que nos sugiere Dante Alighieri en su Divina Comedia, quien saliendo con su maestro Virgilio del infierno se encuentra con Catón que se encarga de custodiar las puertas del purgatorio. Este les indica los muchos requisitos que debe realizar la multitud de penitentes que vaga por ese tortuoso lugar durante su largo periplo, a fin de redimir sus pecados y así poder llegar al Paraíso. Pero convengamos que esto del purgatorio definitivamente es solo una pura invención dantesca.
Sin embargo, lo trágico también para muchos otros es que, creyéndose verdaderos siervos de Dios por ciertas manifestaciones “milagrosas” realizadas aquí en la Tierra, finalmente serán reprobados y excluidos del reino celestial por tratarse de auténticos impostores que fascinaban a la gente con diversas manipulaciones y poderes de dudosa procedencia.
Lo realmente importante es saber en qué lado del tribunal estaremos cuando se proceda al justo juicio de Dios sobre todos y cada uno de nosotros, sin excepción.
El misterio de la imputación de todos nuestros pecados sobre el Hijo de Dios sigue resultando incomprensible para la mente humana: “Al que no conoció pecado, (Dios) por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Y aquí es donde el amor y la misericordia de Dios triunfan sobre el juicio condenatorio que merecen nuestros pecados. Por eso la cruz de Cristo es locura para los que se pierden, porque contraría y desafía la razón humana, pero para nosotros, los creyentes convictos y confesos, es poder de Dios para la salvación eterna de nuestras almas. Por la Palabra de Dios sabemos que existen dos tribunales en la eternidad: Uno es el Tribunal de Cristo, en el cual los creyentes nacidos de nuevo también seremos juzgados por nuestros actos mientras transitábamos por nuestra vida terrenal, pero este juicio no determinará nuestro destino eterno, ya que está asegurado por la fe previamente depositada en la obra y en la persona de Jesucristo. No así el juicio del Gran Trono Blanco donde los libros de Dios serán abiertos y los hombres y mujeres, aun estando bajo condenación eterna, resucitarán y serán juzgados por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras… para que se demuestre fehacientemente y en justicia ante el mundo espiritual y todo ser viviente que Dios es veraz y justo y todo hombre mentiroso.
Pero lo verdaderamente dramático de esta cuestión tan lamentable es que las personas juzgadas en ese Gran Juicio Final que no estén inscritas en el libro de la Vida, como resultado final serán lanzadas indefectiblemente al lago de fuego a perpetua condenación.
Por esta importante razón, hemos de asegurarnos que nuestro pasaporte al cielo esté en regla y que nuestra preciosa fe no sea adulterada por nada ni por nadie. Esta es la bendita razón por la que muchos estamos completamente seguros y exentos de ese terrible día del Juicio Final por la pura gracia de Dios…
¡Por tanto amigo quien quiera que seas, asegura tu destino eterno, antes que sea demasiado tarde!
Notas
Apocalipsis 20:11-15 Hebreos 9:27 Romanos 2: 1-11; Juan 5: 28-29; Hechos 10: 42 Mateo 7: 21-23 / 2ª Corintios 5: 21 / 2ª Corintios 5: 10 Apocalipsis 20: 12 Romanos 3: 4-6 Apocalipsis 20:10, 14- 15.
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