Más que en ningún otro país occidental las posiciones de los políticos en Estados Unidos sobre la legalización, o no, del aborto alinean los apoyos electorales.
Hace cuatro años los votos de los evangélicos blancos se volcaron a favor de Donald Trump. En las presentes elecciones, según encuestas que miden la tendencia de los sufragios, el apoyo electoral a Trump ha disminuido ligeramente entre la población evangélica blanca registrada para votar en las elecciones del martes.
Están convencidos que Donald Trump es un dique contra la debacle moral del país. Por lo mismo en las anteriores elecciones presidenciales se inclinaron decididamente por él, a pesar de que el político/empresario éticamente estaba, y está, muy alejado de lo que consideran modelo de vida.
Hace cuatro años 81 por ciento de los evangélicos blancos que acudieron a las urnas sufragaron a favor de Trump. ¿Y ahora?
¿Por qué obtuvo Trump tan alto porcentaje de respaldo electoral entre los evangélicos blancos estadounidenses? ¿Qué de su diagnóstico político, social y cultural le atrajo el caudaloso río de sufragios en el sector de la América blanca y evangélica? Estas interrogantes las despeja John Fea en su libro Believe me. The Evangelical Road to Donald Trump (Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 2018).
Por su parte Kristin Kobes Du Mez, profesora de historia en Calvin University, explica en Jesus and John Wayne: How White Evangelicals Corrupted a Faith and Fractured a Nation (Liverigth Publishing Co., 2020) cómo fue conformándose la tendencia dominante en el evangelicalismo blanco que considera a Trump el único capaz de restaurar el paraíso perdido en la Unión Americana.
La expresión más usada por Trump en la campaña del 2016 fue, asegura John Fea, “Créanme”. La misma capturó al electorado ávido de darle su apoyo a quien devolviera la grandeza de Estados Unidos, supuestamente perdida por haber dejada atrás las bases sobre las que construyeron la nación los padres fundadores.
El reiterativo eslogan de Trump surtió efecto ya que no importaba el personaje hiciera las afirmaciones, o negativas, más carentes de bases fácticas. Cuando invitaba a que le creyeran en que él haría otra vez grande a América, ofreciendo soluciones mecanicistas y/o apelando a su voluntarismo, los potenciales electores lo vitoreaban.
Durante los cuatro años de gobierno Trump ha continuado produciendo declaraciones que carecen de sustento en información verificable, a la vez que lanza invectivas y denigra soezmente a sus adversarios o críticos.
John Fea dedica buen espacio a tratar de diseccionar la personalidad construida por Trump para enfrentar con éxito al establishment norteamericano. Trump mismo es fruto del establishment, sin embargo en 2016 se presentó en la carrera por la presidencia como un outsider, alguien no perteneciente al mainstream, el cual, señalaba constantemente, había llevado a los Estados Unidos a una edad oscura sobre la que debía brillar de nueva cuenta la irradiante luz de otras épocas.
Él, que contantemente acusó a la prensa y periodistas que le eran incómodos, de producir fake news para restarle apoyo electoral, cotidianamente echó mano de informaciones distorsionadas y exageraciones inverificables.
Ante la construcción de la realidad alternativa que delineaba en discursos y entrevistas demandaba al público tener confianza en lo que decía. Reiteradamente recurrió a la fórmula acuñada: “Believe me”. Amplia mayoría de los electores evangélicos blancos sucumbieron al encantamiento y le creyeron.
Tras cuatro años en el poder Trump ha seguido la ruta del éxito que lo llevó a la presidencia. Continúa presentándose como el único que puede salvar a los Estados Unidos de las amenazas políticas, económicas y culturales que se ciernen sobre la nación.
La diferencia hoy es que los contingentes opositores han crecido y están subrayando cotidianamente los resultados del gobierno trumpista, cómo ha gobernado de forma caudillista y en contra de los sectores pertenecientes a diversas minorías.
A lo anterior hay que sumar su errática política para hacer frente a la pandemia de Covid-19, desoyendo altaneramente las recomendaciones de especialistas en virología y salud pública.
La retórica de Trump coincidió con el imaginario evangélico blanco sobre el pasado del país y los nubarrones del futuro al dejar atrás la herencia de haber sido fundada como “nación cristiana”.
Más que la esperanza los movilizó el miedo y la nostalgia. Bien lo apunta John Fea: “Por mucho tiempo los cristianos evangélicos blancos se han comprometido en la vida pública mediante una estrategia definida por la política del miedo; la búsqueda de poder político (al que llama wordly power, poder mundano), y anhelo nostálgico por un pasado nacional que, en primer lugar, tal vez nunca ha existido”.
Más que en ningún otro país occidental las posiciones de los políticos en Estados Unidos sobre la legalización, o no, del aborto alinean los apoyos electorales. Los votantes evangélicos blancos, al igual que en 2016, están decididos a votar mayoritariamente por Trump dado que es partidario de la corriente que allá denominan “Pro Life”.
Están dispuestos a pasar por alto la misoginia del personaje, su belicosidad contra los migrantes, las comprobadas mentiras que la prensa le ha documentado, su turbio historial en la declaración de impuestos, la fallida estrategia para hacer frente a la pandemia de Covid-19, su irrestricta defensa de los abusos policiales contra la población afroamericana y latina, ser todo lo contrario al modelo familiar que defienden. A Trump lo salva, consideran, que es defensor de la vida y hombre de fe.
En la más reciente encuesta del prestigiado Pew Research Center se mantiene la tendencia favorable a Trump entre la población evangélica blanca: 78 por ciento externó que piensa votar por él.
El porcentaje es un poco menor que en agosto, cuando 83 por ciento dijo que daría su voto a Trump. Cabe mencionar que 44 por ciento de los votantes registrados son cristianos blancos, por lo que tienen importante peso en las elecciones.
Las encuestas electorales marcan que Trump no se alzará con la victoria. Parece que es más grande la ola en su contra que los sufragios favorables. Sin embargo su derrota no está consumada y pudiese salir airoso de la contienda, dado que, entre otros factores, el sistema estadounidense es de votación indirecta y permite llevarse la victoria a quien obtenga más votos electorales y no necesariamente a quien coseche la mayor cantidad de votos populares.
Así sucedió en 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo casi tres millones de votos más que Trump pero la peculiar forma de dirimir la elección presidencial en Estados Unidos hizo posible que ganara Trump.
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