Dos mujeres, dos formas de peregrinaje, de desarrollar un ministerio, de influenciar, que te muestran cómo hacer y cómo no hacer las cosas.
Deambulaba por la Feria de libros de Madrid, extasiada ante tanto escaparate delicioso para aquellos que consideramos la lectura como parte de nuestro existir diario. Leer... aunque sea una línea.
Iba pensando en cómo me gustaría escribir biografías de las mujeres que más me han impactado y acompañado en mi caminar espiritual (era solo un sueño), cuando ante un stand me di de frente con dos libros que hablaban, según me informaron rápidamente, de dos mujeres. A una ya la conocía desde mi niñez, a la otra también pero muy someramente. Rut y Jezabel, distintas como el aceite y el vinagre. Como el blanco y el negro. De Rut siempre hablo, soy como una seguidora, me inspira mucho. Y a Jezabel, desde hace un tiempo vengo adentrándome en pasajes que mencionan su actuar en medio del pueblo de Israel y que pueden servirnos de ejemplo para no repetir actos tan deplorables.
Ambos libros me sirvieron para reflexionar y escribir estas sencillas líneas sobre la vida y el aporte de ambas mujeres, pero desde la luz de la Palabra. Dos mujeres, dos formas de peregrinaje, de desarrollar un ministerio, de influenciar, que te muestran cómo hacer y cómo no hacer las cosas.
Las dos son extranjeras, provienen de pueblos paganos, con los que el Dios de Israel había prohibido mezclarse. De seguro, inteligentes, con iniciativa (ya lo hemos visto), trabajadoras, perseverantes, entre otras cosas. Con dones extraordinarios. Y algo más: lograron un resquicio para emparentar con el pueblo de Israel. ¡Qué privilegio!, digo yo. Sin embargo, las diferencias entre las dos superan las coincidencias. Rut carecía de bienes, viuda, sin hijos, con todo lo que esto significaba en aquella época. Jezabel, en cambio, era hija de un rey. Noble. Con un considerable respaldo económico. Una gran estratega, dicen algunos. Características más que suficientes para levantar a todo el pueblo de Israel si las hubiera utilizado bien. Lo peor es que desperdició la oportunidad de acogerse bajo las alas de Dios; más bien Jezabel no fue una buena influencia para el pueblo de Israel, ni en el reinado de su esposo Acab. Recordamos su papel en la destrucción de los profetas de Dios y la persecución sin tregua contra el profeta Elías; además de ser autora de todo aquel deplorable proceso contra Nabot de Jezreel. Tampoco fue buen ejemplo para con su familia. Dicen que la influencia de Jezabel sobre su hija Atalía fue aún más nefasta, pues ésta contribuyó a que Joram “anduviera en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab…” (2 Cr. 21:6), y aconsejó a su hijo Ocozías a “actuar impíamente” (2Cr. 22:3). Después, cuando Ocozías había muerto, exterminó a toda la descendencia real de la casa de Judá (2Cr. 22:10).
Rut es la otra cara de la moneda, nos muestra otra manera de utilizar los dones; primero con su suegra, luego siendo la mujer que, como Raquel y Lea, también edificará la casa de Israel y formará parte de la genealogía de nuestro Señor Jesucristo. Rut ejercita el Amor, ése que viene de Dios (ágape), que es eterno. Ese amor dispuesto al sacrificio, a arriesgarlo todo por los demás, leal, comprensivo, misericordioso, paciente, pues al final lo que hacemos por el prójimo lo hacemos porque el que nos atrae es Dios, nuestro amado. El único que no falla, pues todo lo demás puede fallar porque estamos en un mundo caído. Yo puedo fallar. Pero Él no. Si entendemos eso, entendemos al ser humano. Entonces, no aminoramos la marcha. Y no soltamos la mano de nadie. Perdonamos. Y amamos con más intensidad.
Lo demostró Rut aun cuando Noemí estaba triste, amargada y sólo salían palabras desagradables de su boca. Pero ella ama, persevera y camina hacia Belén. En pos de lo que no se ve, pues Noemí no le había hablado de estabilidad en el lugar a donde se dirigían. Solo había incertidumbre. Pero seguro que de boca de Noemí había escuchado de las grandes proezas de Dios para con su pueblo; así, está dispuesta a ir dando pasos de fe. Allá la esperaba la estabilidad, el culmen frente a tantas problemáticas. Pero se lo ganó a pulso; no le importó agacharse para recoger las gavillas que dejaban caer los segadores del campo de Booz (por mandato divino para los más vulnerables). Trabajó incansablemente, de sol a sol. Eso pasa cuando es el Señor el que te empuja, casi no sientes el cansancio, es algo tan fuerte que sólo lo entiendes si lo has experimentado. No hay otra manera. Si no, no lo crees.
Rut supo ganarse el respeto y el reconocimiento por parte de Booz y del pueblo. Es un icono de lo que significa ser una mujer de Dios. Desprendida, sin ataduras. Que está contentada, en la estrechez o en la abundancia. Sólo tiene ojos para Él. Para Él quiere ser creativa. Por Él su vida cobra sentido. Duerme tranquila; está satisfecha por poseer un DNI de prosélita, que no tiene fronteras ni fecha de caducidad; que le garantiza una ciudadanía celestial.
Señor: Ayúdanos a ser buena influencia allá donde nos movemos. Que, si vamos a incentivar, sea para bendición. Que no se diga que somos una influencia negativa para los que nos rodean. Que trabajemos para tu gloria y no para causar desánimo en aquellos que desean seguirte. Que amemos y ayudemos aun a aquellos que nos hacen daño. Que seamos mujeres que usan sus dones para edificar y difundir buenas noticias. Que seamos ejemplares, y digamos con Rut: Sed imitadoras mías como yo lo soy de Cristo. Amén.
Un abrazo fraternal. Paz.
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