En nuestro viaje debemos portar escaso equipaje como buenos peregrinos, gente de paso.
Por Mati Sanchiz
Como las hojas del calendario otro año más ha caído. Como la estación en la que nos encontramos entré a esperar un tren con un gran recorrido, la pintura está un tantito desgastada, hay que ir dando retoques constantes para que luzca bien. El traqueteo es algo más lento y un poquito más pesado, necesita más leña para que recorra el mismo camino y un poquito de aceite para el amenazante hollín.
Han sido muchos los pasajeros que han ido subiendo y bajando en todo este tiempo transcurrido. De todos guardo lo mejor y hasta lo peor algo me ha enseñado. Agradezco a cada uno su aporte, en las butacas siguen sus nombres tatuados, algunos acompañados de corazones, otros son puñaladas los que dejaron su huella marcada, pero no hay resentimiento ni dolor en mi alma, reservo para mí la riqueza y la enseñanza, y la basura, como es obvio, acostumbro a tirarla. Pasé del regio, y demasiado serio, color gris a los grafitis para alegrar mis vagones; el arte, la amistad, las flores, la poesía, se hicieron fieles pasajeras de mi viaje y le dieron nuevos colores a mi arcoíris.
Ahora disfruto más mirando por la ventana, compartiendo el almuerzo y tomando café con el compañero de viaje, dejando atrás las oscuridades, proyectándome hacia el porvenir, pero viviendo el ahora y el aquí. Algunas piezas de esta maquinaria se empiezan a dañar, se necesitan reparaciones, arreglos, ajustes, pero el viaje aún no ha acabado, todavía hay estaciones en las que parar, viajeros a los que amparar, despistados que recoger, y aunque sin duda habrá más de una despedida, pasajeros a los que decir “hasta pronto”, “hasta luego” o “hasta nunca”, siempre me acompaña una ilusionante emoción por la bienvenida de los nuevos trotamundos que todavía están por llegar.
Un año queda atrás, difícil, complicado, apocalíptico y letal, pero hay todo un camino nuevo hacia adelante, nuevas expectativas, nuevos retos, nuevas formas de ayudar, de remolcar a otros, de estimular, de motivar, y, por supuesto, nuevos sueños que soñar. Dejaré en el apeadero los temores, las rencillas, las intolerancias, la arrogancia y la ruindad. Bajaré en las estaciones más próximas al enojo, al orgullo, al fraude y a la decepción. Me guardaré el derecho de admisión, y no venderé el boleto de viaje ni al odio ni a su primo el rencor. Subiré como invitada a la concordia, al diálogo, a la armonía y al amor. Así que, a todos los que estén dispuestos a continuar el viaje, este tren está ordenando su salida. ¡Pasajeros al treeeeeennn…!
Reflexión- Sin duda la vida es un viaje. Probablemente sea cierto aquello que alguien dijo: “viajar es lo único que compras que te hace más rico”. La verdad es que en nuestro viaje debemos portar escaso equipaje como buenos peregrinos, gente de paso, o, como aquellos que viajaron antes que nosotros, como “nómadas” por el mundo (Heb. 11:13 NTV). Debemos mantenernos lejos de todo lo que batalla contra nuestras almas por medio de vidas ejemplares y conductas honorables para que en todo Dios reciba la gloria (1 P. 2:11-12 NTV). En este viaje solo se permite compartir el Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones (Ro. 5:5). ¿Seguimos viajando juntos?
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