El judaísmo no cree que las profecías mesiánicas se cumplieran en Jesús. Los musulmanes creen que Jesús predijo la venida de Mahoma al hablar del “otro Consolador”.
Para las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam), Dios es también el creador y sustentador del universo, pero se concibe como esencialmente diferente del mundo creado. Es “el otro” eterno e infinito que lo crea todo a partir de la nada y, además, interactúa con su creación. Se revela a las personas por medio de la razón, la moral, la naturaleza y sobre todo por la revelación escritural. Veamos los rasgos fundamentales de las tres religiones monoteístas.
El judaísmo actual no debe confundirse con el de la antigua Israel mencionada en la Biblia ya que sus prácticas principales han cambiado mucho a lo largo de la historia.[1] La religión hebrea primitiva surgió, sobre todo, como resultado de la destrucción del primer templo (587 a.C.) por parte de Nabucodonosor II. Este primer templo había sido construido por el rey Salomón con el fin de sustituir al Tabernáculo o lugar de culto del pueblo judío. Sin embargo, el término “judaísmo” no surgió hasta cinco siglos después, ya en el siglo I a.C. y en plena era helenística. Después de la destrucción del segundo templo por las tropas romanas (70 d.C.), que había sido reconstruido y ampliado por Herodes, el judaísmo dejó ciertas prácticas, como la de sacrificar animales. Los antiguos sacrificios fueron sustituidos por la observancia de la mitzvá, o conjunto de 613 mandamientos bíblicos de la Torá o Pentateuco. Estos mandamientos extraídos de los cinco primeros libros de la Biblia conforman todavía la manera de vivir del pueblo judío.
Después del exilio, en el siglo VI a.C., tales mandamientos fueron aumentando poco a poco y creando una ley oral que creció significativamente y se atribuyó también a Moisés. Surgieron así dos obras importantes: la mishná (repetición) y la gemara (comentario) que se publicaron respectivamente como el Talmud palestino (sobre el 400 d.C.) y el Talmud babilónico (sobre el 500 d.C.). El término Talmud significa “aprendizaje” o “instrucción”. Los judíos ortodoxos siguen fielmente las instrucciones del Talmud babilónico, cuyo fundamento es el Pentateuco. Sin embargo, los judíos liberales no creen que éste haya sido escrito por Moisés ni inspirado por Dios, aunque reconocen su papel histórico y cultural en la formación del pueblo de Israel.
La mayor parte de los judíos ortodoxos continúan esperando la venida del Mesías, así como la era mesiánica anunciada por los profetas. De ahí que todavía hoy aparezcan eventuales mesías, que al fallecer dejan un rastro de seguidores frustrados y expectantes. Esta es precisamente una de las diferencias fundamentales con el cristianismo. Mientras que los cristianos leemos las Escrituras con un enfoque eminentemente cristológico, el judaísmo no cree que las profecías mesiánicas se cumplieran en Jesús. Sin embargo, los cristianos entendemos toda la Biblia como una gran flecha que apunta hacia Jesucristo, el Hijo de Dios. La exégesis que practicó Felipe con el etíope (Hch. 8:26-35) sigue siendo la misma del cristianismo actual.
Por su parte, el islam cree que Dios envió profetas a lo largo de la historia para que comunicaran al hombre que sólo hay un Dios y que debe buscar el bien y apartarse del mal. Profetas como Adán, Noé, Jesús y Mahoma. Los musulmanes reconocen partes de la Biblia como la Torá, los evangelios y los Salmos pero afirman que muchas de sus enseñanzas se adulteraron con el tiempo. Por lo tanto, el Corán, escrito entre los años 644 y 656 d. C., sería el texto que vino a restaurar las enseñanzas divinas originales. Afirman que ciertas partes de la Biblia se refieren al profeta Mahoma, como el Salmo 84:4-6, donde supuestamente se indicaría cómo superó las dificultades de su infancia gracias a Dios. También creen que Jesús predijo la venida de Mahoma al hablar del “otro Consolador”, en el evangelio de Juan (14:16). Sin embargo, los evangelistas habrían alterado el mensaje de Jesús para introducir doctrinas propias que él no habría enseñado, como por ejemplo su propia resurrección. A pesar de que el Nuevo Testamento es casi siete siglos más antiguo que el Corán, no existen indicios de que haya sido adulterado. Más bien, hay constancia de todo lo contrario. La transmisión del texto bíblico fue realizada con mucha más exactitud que la de cualquier otro texto de la antigüedad.
Notas
[1] Helyer, L. R. 2011, “¿Qué relación tiene la Biblia con el judaísmo?”, en Biblia de Estudio de Apologética, Holman, Nashville, p. 1610-1611.
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