Hemos convertido ciertas prácticas de la fe en méritos personales para ganarnos el favor de Dios.
Cuando leemos palabras como las que el profeta Isaías nos relata en su capítulo 58, que son tan declaradamente denunciatorias por parte del Señor y tan confrontativas a la vez, nos debemos preguntar: ¿Qué es lo que estamos interpretando mal respecto del ayuno como una práctica piadosa?
Lo primero que viene a mi mente, después de hacer una detenida lectura del relato de Isaías, es que necesitamos confesar nuestra equivocación en cuanto al espíritu de la verdadera piedad —o devoción a Dios—. Hemos malinterpretado las palabras y los preceptos del Señor. Hemos convertido ciertas prácticas de la fe en méritos personales para ganarnos el favor de Dios, aunque en la mayoría de los casos puedo percibir que esta actitud es casi inconsciente.
Asimismo, quiero precisar que el ayuno, en su pura esencia, es solo una disposición física, mental y espiritual para “buscar a Dios y esperar en Él” con el mayor recogimiento y serenidad posibles, absteniéndonos de uno de los placeres humanos más gratificantes que existen como es el comer. Cuando disponemos nuestra mente y nuestro cuerpo, así como nuestro espíritu, para emprender la búsqueda de Dios en nuestra intimidad, con oración y ayuno, estamos entrando en una maravillosa aventura de fe y de profunda espiritualidad.
El Señor Jesús no solo ejemplificó la práctica del ayuno como una valiosa arma espiritual para comenzar su poderoso ministerio en la tierra, sino que nos instruyó sobre cómo debíamos practicarlo en privado y sin ningún alarde de espiritualidad pública, tal como nos dice en el Sermón del Monte: “Cuando ayunéis…no hagáis una exhibición puramente religiosa.” Mateo 6:16-18; dando por sentado la práctica del ayuno y a la vez, explicando la manera correcta de hacerlo.
El pueblo de Israel, en su inmensa mayoría, pensaba que el ayuno era algo así como una especie de pago a Dios, por medio del cual, como contrapartida, Él estaba obligado a responder necesariamente a sus caprichosas demandas, casi todas ellas envueltas en una aparente piedad religiosa. Esto queda reflejado en los primeros versículos del pasaje de Isaías donde el pueblo le dice a Dios: “¿Porque hemos ayunado y tú no lo ves? ¿Por qué nos hemos humillado y tú no nos haces caso?”. La insolencia y el autoengaño de Israel eran tan grandes que Dios tuvo que desbaratar toda su argumentación religiosa para guiarles a la verdad; por cierto, una verdad muy distinta a la que ellos imaginaban. Seguimos reflexionando más a fondo sobre la respuesta divina a través del profeta: “…He aquí en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio interés y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como lo hacéis hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es este el ayuno que yo escogí? ...” Isaías 58:3-5. El tono de esta respuesta al pueblo se convierte en una abierta reprensión contra la hipocresía y contra el escarnio hacia los jornaleros de la época, porque no se puede ignorar que el Dios de entonces es el Dios de ahora y de siempre, es el Dios de la verdadera justicia social, es el Dios que ama incondicionalmente a sus criaturas, pero reclama justicia para todos. Tal como nos afirma la Escritura una vez más: “Qué pide Dios de ti, hombre o mujer, solamente hacer justicia, amar misericordia (ser compasivos) y andar humildemente ante tu Dios.” Miqueas 6:8. Nuestras prácticas religiosas no deben contraponerse al verdadero espíritu de las cosas justas que el Señor nos propone en favor de nuestro prójimo.
Dios no es un ser legalista o incoherente en sus demandas hacia nosotros ni hacia nadie, porque Él es extraordinariamente bueno y compasivo, además de justo. La voz profética nos sigue diciendo: “El ayuno que yo escogí… ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y no te escondas de tu prójimo?” Isaías 58: 6-8. La acción social enfocada hacia los más desfavorecidos, hacia los pobres de la tierra, siempre estuvo muy presente en el corazón de Dios porque: “A Jehová presta el que da al pobre; el bien que ha hecho se lo devolverá.” Proverbios 19:17.
En la primera iglesia cristiana de Jerusalén, vemos una asombrosa simultaneidad entre los poderosos derramamientos del Espíritu Santo en los creyentes, que los impulsarían a una ferviente proclamación kerigmática de la salvación en Cristo, y una pujante acción social en una sociedad mucho más desigual y desestructurada que la nuestra. Algo muy parecido a la comunidad de bienes es lo que se produjo entre ellos de manera instintiva; sin duda, eran iniciativas inspiradas y movidas por el mismo Espíritu Santo (Hechos 2: 43-47; 4: 32-37; 6: 1-7).
A partir de todo lo que venimos diciendo, llegamos a la conclusión de que Dios quiere que comprendamos, con la mayor claridad posible, el verdadero significado del ayuno escogido por Él; si bien la piadosa práctica del ayuno no es excluyente ni mucho menos, siempre que las motivaciones sean correctas.
En sociedades tan desvertebradas como las del tercer y cuarto mundo, la niñez sigue siendo la gran perjudicada, entre las muchas calamidades humanas que se padecen hoy en día: desde los niños de la calle, que son legiones en diversos puntos cardinales del planeta, hasta la enorme cantidad de redes de prostitución y explotación sexual a las que se les somete en diferentes partes del mundo, además de la esclavitud laboral a la que están subyugados en otros tantos lugares. Tampoco podemos ignorar que el hambre, la miseria y la enfermedad siguen cebándose entre ellos en el continente africano. Esto, sin dejar de mencionar a los niños de la guerra que son reclutados en los diferentes conflictos bélicos alrededor del planeta. La pregunta obligada es: ¿Qué podemos hacer por ellos?
¿Acaso no será el ayuno escogido por Dios salvar a los niños de tantos depredadores que los acechan de mil maneras diferentes? Desde luego que tampoco podemos olvidar a la infinidad de criaturas abortadas en el mundo (más de dos mil millones en los últimos cuarenta y cinco años).
Este desafío no podemos ignorarlo porque, de lo contrario, el cielo nos lo demandará.
(Artículo dedicado a la organización cristiana internacional Compassion que trabaja en los lugares más deprimidos en favor de la infancia en riesgo para liberar a los niños de la miseria y la pobreza en el nombre de Jesús).
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