Lo que hacemos los hombres es importante, sin embargo, lo decisivo es lo que hace Jesús en los hombres.
“Entonces Ananías respondió; Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.”
Hechos 9:13-16
Muchas veces rehuirnos el contacto con determinadas personas porque ignoramos el trato que Dios ha tenido con ellas. La reacción de Ananías ante las palabras de Jesús estaba determinada por esta ignorancia. Ananías había oído muchas cosas acerca de Pablo. Y todo lo que había oído era lamentablemente cierto. ¡Pero no era toda la verdad! Y las verdades a medias confunden. Las verdades a medias pueden producir temor y conducen con frecuencia a reacciones equivocadas.
Ananías sabía lo que Saulo había hecho a Jesús, pero no sabía lo que Jesús había hecho a Saulo
Pablo había perseguido a Jesús cruelmente en la persona de sus discípulos. Valiéndose de la tortura, les había obligado a blasfemar el nombre de Jesús, tan querido para ellos. Había violado sus conciencias haciéndoles renegar de lo que más querían. Los había encarcelado y azotado, y les había dado muerte. Sin saberlo, Pablo había hecho todo esto contra Jesús mismo. Todo esto lo había hecho al nombre de Jesús, al Señor mismo. Pero más decisivo aún era lo que Jesús había hecho en Pablo. Y Ananías ignoraba esto último.
Lo que hacemos los hombres es importante, sin embargo, lo decisivo es lo que hace Jesús en los hombres. Nuestra maldad puede que sea inaudita, pero la bondad de Dios es infinita para con todo pecador arrepentido. E infinita se mostró la bondad de Jesús para con Pablo.
Muchos años después de su experiencia de conversión Pablo escribirá a su colaborador Timoteo diciéndole, entre otras cosas: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, y añadirá: “...de los cuales yo soy el primero.” Como vemos, después de pasados muchos años y habiendo gustado el perdón de sus pecados, Pablo continua recordando aquellos tristes episodios de su vida de perseguidor. Era consciente de haber cometido gravísimos pecados. Por lo cual él se siente “el primero de los pecadores”, el peor de todos. Pero seguidamente nos da él mismo la razón de la manifestación de la misericordia de Dios en su vida, manifestada en su conversión y llamamiento, dice: “Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna” (1 Timoteo 1:16).
Los hombres aplican “castigos ejemplares” para hacer saber que con ellos no se juega. Cuando en un sector de una ciudad se denuncian continuos robos protagonizados por una banda de delincuentes, de la que sólo se ha podido prender a un par de miembros, los jueces suelen aplicar a éstos un castigo ejemplar para que la delincuencia no continúe su ritmo de expansión.
Nuestro Señor Jesús quiso ofrecemos un ejemplo en la persona de Pablo. Pero no un ejemplo de castigo y severidad, sino de gracia y misericordia. Y para eso obró en él la maravillosa transformación del nuevo nacimiento, estableciéndolo, además, como uno de los motores principales para la extensión de su reino en el mundo. Así que, hasta el día de hoy Pablo es el primero de la larga lista de los pecadores del mundo, pero a la vez, es también el primero en experimentar la gracia y la misericordia divinas con unas dimensiones inigualables. El propósito de Dios con la conversión de Pablo es que todos los pecadores se sientan alentados para buscar de Dios un perdón que nunca se les negará y que, a la vez, todos comprendan que cuando Dios perdona, restablece a la dignidad de hijo con la preciosa libertad y posibilidades que esta gracia comporta. Recordemos el caso del hijo pródigo.
Ananías ignoraba los propósitos de Jesús con Pablo y esto explica su reacción ante la tarea que su Señor le encomendaba en relación con Pablo el perseguidor.
Ananías sabía del poder que Saulo tenía de parte del sumo sacerdote (v. 14), pero no sabía nada del poder que el sumo sacerdote celestial había manifestado en Saulo a las puertas de Damasco
Los sacerdotes tenían mucho poder en el mundo antiguo. En Israel eran muy respetados. Apenas hacia doscientos años que el sacerdote Matatías, junto con sus hijos los Macabeos, había capitaneado la insurrección que llevó a Israel a sacudirse el yugo opresor de los Antiocos griegos. En algunos momentos de la dominación romana los sacerdotes llegaron a ostentar incluso cierto poder político. Ellos habían sido la fuerza que había aglutinado al pueblo en ciertos momentos de crisis nacional. De cualquier manera, su influencia en el pueblo era muy grande. Ellos representaban a Dios, y en una cultura profundamente religiosa sus voces se oían con agrado y atención. Su influencia moral y espiritual, así como su influencia política, eran muy grandes. Pablo llegaba a Damasco revestido de toda esta autoridad. ¿Quién se atrevería a hacerle frente? No era fácil enfrentarse a tanto poder.
Pablo abandonó Jerusalén después de su encuentro con el sumo sacerdote del judaísmo. Esto lo sabía Ananías. Pero lo que no sabía era que muy cerca de Damasco Pablo había tenido otro encuentro más trascendental con el Sumo Sacerdote celestial, que ostentaba, además, el título de “Rey de reyes y Señor de señores” y a quien Dios Padre le había dado toda potestad en el cielo y en la tierra, o sea, Jesucristo. Jesús había hablado con Pablo y le había hecho gustar solamente un poco de su divino poder y autoridad. Lo suficiente para hacerle entender que combatir contra él era una insensatez. De este encuentro Pablo había salido ciego, espantado, turbado y cambiado en otro hombre, con otras ideas y otros propósitos.
Como vemos, otra vez la información que tenía Ananías era deficiente, de ahí sus reparos para acercarse a Pablo. No tengamos reparos en acercarnos a hablarle a las gentes en el Nombre de Jesús. Con frecuencia experimentaremos que Jesús ha hablado ya con ellos y que las personas están preparadas para oírnos y recibir nuestras palabras.
Ananías sabía que el objetivo del viaje de Saulo era prender a todos los que invocaban el nombre de Jesús, pero no sabía nada del objetivo que Jesús se había propuesto alcanzar con este perseguidor
Este hombre que venía a Damasco con el objetivo de poner en cadenas a muchos cristianos y encerrar en la cárcel a hombres y mujeres, iba a hacer, según el supremo propósito divino, una cosa bien distinta. Iba a atar a miles de hombres y mujeres a la persona de Jesús y con ello iba a predicar a todas las naciones la más preciosa libertad. Jesús lo había escogido “para llevar su nombre en presencia de los gentiles y de reyes, y de los hijos de Israel”. El que trabajaba denodadamente por erradicar del mundo el nombre de Jesús, ahora iba a ser su más eficaz predicador, su más ardiente defensor, su más ferviente adorador.
La Historia de la Iglesia y los mismos Hechos de los Apóstoles nos muestran que ciertamente fue así, que Pablo fue ese “instrumento escogido” para llenar el mundo del conocimiento de Jesús. Él fundó más iglesias que ningún otro apóstol y dio a la iglesia una serie de escritos de singular profundidad espiritual y teológica. El estudio de sus cartas ha provocado numerosos avivamientos espirituales a lo largo de los siglos. Casi dos mil años después de su muerte estas obras continúan hablando de la sorprendente magnitud de la gracia divina en Jesucristo. Nos hablan también del poder de Cristo para transformar a las personas, siendo el mismo Pablo el ejemplo más elocuente. Y, de paso, nos hablan también del carácter y del temple espiritual de Saulo de Tarso.
Ananías ignoraba estos propósitos de Jesús. De haberlos sabido, no hubiese objetado lo más mínimo a la orden de Jesús. Lo mismo nos ocurre a nosotros mientras andamos nuestros caminos, nos asaltan toda clase de reparos porque ignoramos muchas cosas. Si nosotros fuésemos siempre conscientes de todo el poder de Dios y de la gloria que él se ha propuesto manifestar a través de nosotros, seguro que no tendríamos tantos reparos y objeciones y desaparecerían nuestros temores. Hoy estamos llamados a andar por fe, o sea, en la humilde y gozosa convicción de que Dios nos está guiando, aunque no entendamos el curso de determinados acontecimientos y nos sean confiadas tareas sorprendentes y poco gratas a primera vista.
N.d.E. El ibro “Pablo, apóstol del Señor. De Jerusalén a Damasco”, de Félix González Moreno, que se puede adquirir en ebook o en papel.
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