¡Basta de corrupción! ¡Justicia!

Lucas 16:1-8 – “Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo por haber hecho sagazmente…”

El trasfondo de esta historia dibuja la situación social del Imperio Romano en el que los latifundistas ricos encomendaban la gestión de sus bienes a administradores que actuaban como ecónomos de las propiedades del amo. A diferencia de otras parábolas más “amables” de Jesús, esta no es una historia piadosa. Es el relato de un delincuente al que se le ha descubierto su delito. Sabe que no puede encubrir sus desfalcos, sabe también que perderá su puesto de trabajo y que, por tanto, no tendrá muchas opciones de conseguir otro empleo. “Cavar y mendigar” no entran en sus planes porque son tareas de perfil bajo, sin status y él es un corrupto de prestigio que se cree en posesión de toda la dignidad del mundo. Lo tiene todo en contra, pero es capaz de trazar planes arriesgados y calculados para salvar su propio pellejo.

Curiosamente, esta parábola se repite una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad. Se parece a la biografía de muchos sinvergüenzas que, habiendo trabajado en el mundo de la política, de la empresa pública o privada, en instituciones financieras o en el mundo de la banca, y habiendo disfrutado de cargos importantes, un buen día son cazados por la ley defraudando, practicando cohecho o prevaricación y son detenidos por estas cosas. El problema es que, luego, una vez que han sido descubiertos e imputados, aprovechan sus contactos cómplices para salir libres de sus crímenes. ¿Cuántos políticos corruptos de primera fila están hoy en la cárcel? ¿Cuántos grandes empresarios y banqueros juzgados por impresionantes desfalcos duermen en prisión hoy? ¿Cuántos han devuelto lo robado? ¿Nos vamos entendiendo? No debe extrañarnos, por tanto, que Jesús nos hable con realismo, así de claro y así de duro. En un mundo injusto la impunidad funciona en manos del poder y del dinero. La capacidad para salir indemne de delitos es directamente proporcional a la cantidad de dinero, prestigio, celebridad, poder e influencia que se posean.

¿Cómo actúa el tesorero corrupto cuyo delito de estafa y malversación ha sido descubierto? Reúne a su alrededor a todos los deudores de su señor y les hace reescribir la deuda perdonándoles una parte importante por cuenta propia. Comienza a tejer una protectora “red clientelar” con sus contactos que le asegure encontrar cuando sea despedido “estómagos agradecidos” y “voluntades compradas” con los que “negociar” favores pendientes. De una tacada este criminal resulta culpable como mínimo de: falsedad documental, fraude, malversación y soborno.

Lo más llamativo de todo esto es que el señor a quien sirve el mayordomo acaba alabando, aplaudiendo y destacando sus malas artes “Por haber hecho sagazmente” saliendo “de rositas” de todos sus delitos. Con una astucia canalla, es verdad, pero logra la impunidad de todos sus crímenes. La mentira y la corrupción se instalan con una fuerza brutal en las relaciones interhumanas porque acaban convirtiéndose en actos cooperativos que implican la participación de la comunidad.

En realidad, todo esto que nos parece tan escandaloso lo estamos viendo todos los días sin que nos afecte lo más mínimo, ni movilice nuestro domesticado espíritu de rebeldía. Lo contemplamos en gente corriente que vive a nuestro lado y que practica estas cosas sin pestañear. Pero también es posible que lo que tanto criticamos en los demás porque nos escandaliza y nos horroriza, no se encuentre tan lejos de nuestra experiencia. ¿Será por eso que tantas veces guardamos silencio frente a la injusticia social y la corrupción cuando tendríamos que haber gritado?

¿Existe otra forma de vivir? ¿O debemos conformarnos con ser parte del sumiso “rebaño lanar” en un mundo corrupto? ¿Se puede vivir la justicia en una sociedad en la que todo tiene un precio?

Contestemos a este sencillo cuestionario:

• ¿Cuántas veces hemos dicho “sí” a algo cuando hubiéramos querido decir “no”?


• ¿Cuántas veces hemos mirado a otra parte cuando la realidad que teníamos delante comprometía demasiado?


• ¿Cuántas veces nos hemos visto “obligados” a no colocarnos al lado de quien debíamos por hacerlo del que convenía?


• ¿Cuántas veces hemos ocultado nuestras convicciones por miedo a que no fueran aceptadas?


• ¿Cuánto vale decir por ahí no paso?¹ ¿Cuánto cuesta denunciar la corrupción que nos rodea de continuo mientras multitud de personas son ninguneadas, explotadas, saqueadas, ignoradas y humilladas sin disponer de lo necesario para vivir? ¿Cuánto vale defender las propias convicciones anteponiéndolas a cualquier otro provecho sin importar las consecuencias?

Para empezar a cambiar es necesario renunciar a pactar con un mundo que nos quiere imponer como inevitable el silencio, la sordera y la ceguera ante la corrupción. Es preciso denunciar la injusticia, la perversión del derecho y la impunidad no como un mero desahogo subjetivo, ni como una visceral emoción momentánea, sino como un auténtico dar cuenta de la verdad de la realidad. Solo sobre la verdad de la realidad podemos edificar, como sobre roca firme, un mundo diferente.

El reino de Dios se ha acercado porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Ya está aquí la fuerza creadora de su justicia abriendo caminos para humanizar la historia. No nos es dado experimentar una relación personal con el Señor al margen de este mundo roto, desigual y desestructurado que sufre y llora². Por eso, esta crisis nos está llamando a actuar en la sociedad no como una religión convencional que sólo mira al cielo, sino como el movimiento profético de Jesús que reproduce con hechos y palabras su camino y su mensaje:

Mt. 6:33 – “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…”

1^ Sánchez J. Manual para cínicos. Anagrama.Pensamiento Alternativo. 2006. 323