Cada uno de ellos tuvo especial relación con la Biblia, cuatro se convirtieron al protestantismo.
Recordatorio necesario para situar la presente serie: Circula ya la versión impresa de mi nuevo libro, Casiodoro de Reina traductor de la Biblia del Oso, publicada en 1569. La mayoría de los capítulos fueron publicados, en primera redacción, en Protestante Digital.
El que reproduzco a continuación es uno de los que no adelanté aquí. Ahora lo comparto y expreso que la obra está dedicada a Emilio Monjo y Francisco Ruiz de Pablos, por su rescate histórico y editorial de los reformadores españoles del siglo XVI.
No solamente era avezado lector de la Biblia Reina-Valera, José Emilio también rindió homenaje a personajes que antecedieron a quienes llamó sus maestros (Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera) en la traducción y difusión bíblica.
Él conoció acerca de los protestantes españoles perseguidos en el siglo XVI cuando leyó la obra de Marcelino Menéndez y Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles), y debieron llamarle particularmente la atención varios personajes referidos, de tal manera que tomaría sus nombres para firmar algunos poemas.
José Emilio Pacheco, además de identificarse como autor nada más con sus iniciales (JEP), en distintos escritos usó heterónimos, nombres de autores reales pero a quienes él les creó una biografía imaginaria y muy distinta en época y características que vivieron y tuvieron.
En No me preguntes cómo pasa el tiempo (libro publicado en 1969) incluyó un apéndice, titulado “Cancionero apócrifo”, con poemas de Julián Hernández (1893-1955) y de Fernando Tejada (1932-1959).1
Ambos fueron estudiados ficcionalmente por Pacheco en un ensayo de 1966, Historia y antología de los heterodoxos mexicanos, que era una evocación del volumen de Menéndez Pelayo.
También incluyó a otros tres: Pedro Núñez (1870-1905), Juan Pérez Pineda (1911-1965) y Daniel López Laguna (1890-1939). A los cinco JEP les inventó su respectiva biografía y haber escrito poemas de los que no son autores. José Emilio estaba detrás de la supuesta producción poética de los cinco. Se ocupó de ellos con fines
Parecidos a los que guiaron a Don Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles: recopilar poemas curiosos y dados al olvido, recordar incidentalmente nombres que se perdieron por nuestra incuria y negligencia.
Así pues, entre los autores que ninguna antología, ninguna historia incluyen ni incluirán, he seleccionado a cinco que, a mi parecer, se encuentran en una misma línea visible de la poesía mexicana.
Ninguno de ellos es un gran poeta, acaso ni siquiera un buen poeta: pero los llamo heterodoxos porque de algún modo escribieron en las catacumbas, contra las fugaces normas, escuelas, atmósferas, gustos de su época; porque de haberse impuesto en su momento alguna de estas tentativas quizá nuestra lírica hoy sería diferente. No alcanzaron en vida los malestares de la notoriedad y sus obras son, cómo negarlo, “distintas formas de fracaso” (Pacheco, 1966: 9).
Julián Hernández, llamado Julianillo por su baja estatura y delgadez, incursionó por lo menos dos veces en territorio español con el fin de entregar literatura protestante, entre la cual llevaba el Nuevo Testamento traducido al castellano por Juan Pérez de Pineda e impreso en Ginebra en 1556.
En el segundo viaje fue descubierto por la Inquisición, que lo apresó en octubre de 1557. Permaneció poco más de tres años en la cárcel y finalmente los jueces lo declararon “hereje pertinaz luterano, fautor y encubridor de herejes” (Schäfer, 2015b: 417).
El veredicto contra Julianillo se cumplió el 22 de diciembre de 1560: muerte en la hoguera. Sobre Julianillo hay más información en el capítulo “España: reformadores sin Reforma protestante”.
Fernando Tejada (o Tejeda) originario de una villa en Navarra, Cintruénigo, donde nació el 21 de diciembre de 1595. Estudió en la Universidad de Salamanca e ingresó en la orden de San Agustín y siguió sus estudios en el convento de las afueras de Burgos donde se veneraba un famoso crucifijo.
Allí transforma su pensamiento religioso, tiene un cambio o conversión y abandona la orden y se marcha a Inglaterra hacia 1620. Allí encontrará reconocimiento a su valor intelectual sirviendo a Jacobo I y defendiendo a la Reforma.
Cuando muere el monarca en 1625, marcha a Holanda y allí editara en 1633 la obra Carrascón (León de la Vega, 2011: 748), obra que Menéndez y Pelayo consideró
Ingeniosa, escrita con agrado, y que se lee sin fatiga. No carece de donaire y abundancia de lengua, aunque a veces degenera su estilo en paranomasias y retruécanos. Una parte del libro es contra el culto de las imágenes y contra las órdenes monásticas, sin gran novedad ni agudeza en los chistes; otra, y es la más seria y erudita, se dirige contra la autoridad de la Vulgata, aunque la mayor parte sus ataques caen en falso, pues atribuye a los católicos en general las opiniones particulares de tal o cual autor de poco crédito en las escuelas teológicas; v. gr.: Antonio de Guevara, a quien se le antojó sostener que los ejemplares hebreos de la Escritura se hallaban corrompidos por la malicia y perversidad de los judíos. Como ningún hebraizante formal sostiene semejante dislate, las observaciones, por lo demás atinadas, de Fernando de Tejeda, son pólvora en salvas. Se manifiesta muy leído en autores castellanos aun de amena literatura, sobre todo de los que hablaron mal de frailes y monjas (1995: 298).
Lo leído por José Emilio acerca de Juan Pérez de Pineda en Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez y Pelayo debió llamar poderosamente la atención del escritor mexicano, ya que decidió incorporarlo como uno de sus poetas heterónimos (Jaramillo, 2015).
Don Marcelino llamó a Pérez de Pineda “elegante escritor”, pero también “heresiarca” (autor o iniciador de una herejía). Al proporcionar información sobre él menciona que fue “rector del Colegio de la Doctrina de Sevilla, uno de los focos del luteranismo, y tuvo estrecha amistad con los doctores Egidio y Constantino [de la Fuente]” (Menéndez y Pelayo, 1995: 274).
Pérez de Pineda salió de Sevilla en 1549 o en 1550. Exiliándose primero en París y más tarde en Ginebra (Moreno, 2017: 52, 87). Conoció bien a Juan Calvino e incluso fue con él en 1556 a realizar una misión en Frankfurt (Kinder, 1971: 36).
En Ginebra elaboró ediciones de literatura protestante con el fin de hacerla llegar a España, tarea en la que tuvo la colaboración de Julián Hernández. Publicó en 1556 la revisión del Nuevo Testamento traducido del griego al castellano por Francisco de Enzinas en 1543.
Pineda tradujo los Salmos, la traducción fue considerada por Menéndez y Pelayo “hermosa como lengua: no la hay mejor […] en prosa castellana. Ni muy libre ni muy rastrera, sin afectaciones de hebraísmo ni locuciones exóticas, más bien literal que parafrástica, pero libre de supersticioso rabinismo, está escrita en lenguaje puro, correcto, claro y de gran lozanía” (1995: 275).
Pérez de Pineda murió en París, en brazos de Antonio del Corro, el 20 de octubre de 1566. Dejó instrucciones para que parte de su herencia contribuyera a la impresión de la Biblia que estaba traduciendo Casiodoro de Reina. (Flores, 1978: 154).
Pedro Núñez Vela, nació en Ávila, luterano español, “escritor, humanista y filósofo, gran conocedor del griego, hebreo y latín”. En 1548 se instaló en Suiza, impartió clases de filosofía clásica en la Academia de Lausana. “Es un autor renacentista, que examinó críticamente a Aristóteles, Cicerón, Epicuro y Lucrecio, cristianizándolos” (León de la Vega, 2011: 700-701).
Menéndez y Pelayo le dedica en su obra una página y lo describe con las siguientes líneas: “Helenista al modo de Francisco de Enzinas, contemporáneo suyo y relacionado como él con los reformistas suizos […] protestante abulense, de cuya vida y escritos apenas hay noticias”.
Sus obras “no se hallan en la Biblioteca de Berna, ni en la de París, ni en ninguna de las que yo he recorrido. Tengo sospechas vehementísimas de que su Dialéctica ha de ser ramista, porque la publicación es posterior a sus relaciones con Ramus. ¡Quiera Dios que veamos pronto estos desconocidos libros!” (1995: 141).
Finalmente, Daniel López Laguna, probablemente nacido en Portugal, sin que sea posible precisar el año, ya que se ha consignado tanto 1640 como 1653 (Fine, 2011: 177, 195). Publicó su traducción española versificada de los Salmos en Londres, en 1720, bajo el título Espejo fiel de vidas. El joven
Daniel habría decidido viajar a España con el fin de estudiar letras clásicas en algún ámbito universitario. En el transcurso de su estancia en España fue detenido y juzgado por la Inquisición bajo la acusación de judaizante. López Laguna habría estado preso en las cárceles inquisitoriales por casi dos decenios. Es justamente en este tiempo cuando comenzó a proyectar esta traducción, según su propio testimonio. Finalmente, ya reconciliado y liberado, logró trasladarse a Kingston, Jamaica, alrededor del año 1680, donde volvió a profesar abiertamente el judaísmo, obteniendo la naturalización jamaiquina en el año 1693. Instalado en Kingston, López Laguna se abocó durante dos decenios a la redacción de la traducción del hebreo y paráfrasis del libro de los Salmos (Fine, 2011: 178).
Destaca Menéndez y Pelayo que la traducción de López Laguna “Sus correligionarios la ensalzaron hasta las nubes; nada menos que trece poetas judíos y tres poetisas, a cual más obscuros y olvidados todos, la honraron con versos laudatorios, encontrando ‘delicado y dulce el estilo, melosos y sonoros los versos’” (1995: 365).
Los cinco personajes fueron mexicanizados por José Emilio Pacheco. Cada uno de ellos tuvo especial relación con la Biblia, cuatro se convirtieron al protestantismo (Julianillo, Tejeda, Pérez de Pineda y Núñez), el otro (López Laguna) redescubrió su judaísmo y pudo practicarlo en el exilio.
Llama la atención que la información sobre ellos, dispersa en el citado libro de Menéndez y Pelayo haya sido leída, por así decirlo, con lupa, por JEP y decidido rescatarlos como poetas tras los cuales él se ocultó.
Bien destaca Villoro que “para despistar, Pacheco mexicaniza la vida de sus cinco heterónimos […] No es casual que se ampara en nombres de herejes perseguidos por la Inquisición [lo que] confirma el interés de nuestro autor por las vidas que ocurren a contrapelo” (2017a: 54).
Fine, Ruth (2011): “De la liturgia al relato testimonial: Los Psalmos de David de Daniel Israel López Laguna” en Calíope, vol. 17, núm. 1, pp. 177-197.
Flores, José (1978): Historia de la Biblia en España. Tarrasa: CLIE.
Jaramillo Agudelo, Darío (2015): “Los poetas heterónimos de José Emilio Pacheco”, El Malpensante, septiembre de 2015.
Kinder, Arthur Gordon (1971): Three Spanish Reformers of the Sixteenth Century: Juan Pérez, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, tesis de doctorado. Universidad de Sheffield, Departamento de Estudios Hispánicos.
León de la Vega, Manuel (2011): Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI, t. I. Asturias: s/e.
Menéndez Pelayo, Marcelino (1995): Historia de los heterodoxos españoles. Erasmistas y protestantes, sectas místicas, judaizantes y moriscos, artes mágicas. México: Editorial Porrúa.
Pacheco, José Emilio (1966): “Historia y antología de los heterodoxos mexicanos”, en Diálogos, octubre-noviembre de 1966, El Colegio de México, pp. 9-14.
Pacheco, José Emilio (2017): No me preguntes cómo pasa el tiempo, tercera edición corregida. México: Ediciones Era.
Ruelas, Maru (2010): José Emilio Pacheco ante la heteronimia. El lado apócrifo del autor. Guadalajara: Universidad de Guadalajara-Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades.
Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 2, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.
Villoro, Juan (2017): La vida que se escribe. El periodismo cultural de José Emilio Pacheco. México: El Colegio Nacional.
1 Sobre el ocultamiento de sí mismo tras los heterónimos de Julián Hernández y Fernando Tejada, que me parece puede hacerse extensivo a los otros tres usados por JEP, vale preguntarse: “¿Su heteronimia es lúdica o reflexiva? ¿Los heterónimos constituyen una máscara a través de la cual se permite escribir lo que en su nombre propio no escribiría? ¿Sus apócrifos tienen una función autocritica o son una búsqueda complementaria de su personalidad? De manera tentativa se intuye que los heterónimos pachequianos son un procedimiento estético, un recurso industrioso, un ardid literario generador de historias y juegos laberínticos o un artificio creativo que le permite al escritor autocontemplarse para extender su voz, a la vez que invita al lector atento a participar de su construcción” (Ruelas, 2010: 9-10).
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