Hemos dilapidado la herencia cristiana, tanto cultural como espiritual, por un humanismo rabiosamente anticristiano.
“Dios no está en ninguna parte”. Eso es lo que piensan muchos en la actualidad, particularmente los ateos consumados que están tan obsesionados con Dios que lo han convertido en un auténtico espantajo; tal paranoia les atormenta tanto que no cesan de combatirlo. Ejemplo entre muchos es el caso del filósofo José Saramago, muy prolífico en citas despreciativas hacia la Divinidad: «El Dios de la “Biblia” no es de fiar, es mala persona y vengativo». El físico y cosmólogo Stephen Hawking también fue célebre por su enconado ateísmo: “Dios no existe, los milagros no son compatibles con la ciencia”.
El gran erudito español Miguel de Unamuno, en su diario íntimo, nos muestra su angustia vital en cuanto al debate existencial entre la duda y la fe: “Dame fe, Dios mío que, si logro fe en otra vida, es que la hay”. El racionalismo y el materialismo han infectado la fe de muchos jóvenes en las universidades europeas. Se ha levantado una gran torre de Babel continental, expulsando a Dios nuestro Creador de todos nuestros proyectos colectivos y personales. Hemos dilapidado la herencia cristiana, tanto cultural como espiritual, por un humanismo rabiosamente anticristiano que se ha convertido en un supuesto humanismo deshumanizado, alterando los códigos esenciales de la vida y de la identidad humana, originando una creciente y horrorosa cultura zombi que está reproduciendo una generación narcisista, cruel y deficitaria en responsabilidades éticas.
Para el pensamiento actual Dios no está en ninguna parte, solamente en la imaginación de los creyentes que, ante sus propios miedos, se aferran a un fetiche religioso cualquiera para inhibirse de la realidad. La lista de los detractores de la fe sería interminable, pero finalmente tampoco nos resuelven nada en absoluto.
Sin embargo, volvamos a la simplicidad y a la autenticidad de lo directo: Dios manifiesta su eterno poder y deidad a través de las cosas creadas, de manera que no hay excusa posible para refutarlo. Esta declaración paulina es sencillamente inapelable. El sello de la Divinidad está en toda la creación orgánica.
Alguien ha dicho: Si Dios está muerto, el hombre está muerto; Dios no es una idea panteísta de la naturaleza ni del cosmos, Él es el autor de la vida y es soberanamente autónomo. No obstante, la apoteosis de la manifestación de Dios entre nosotros es la presencia histórica de Jesús, el Dios que se humanó y nos trajo el reino de los cielos a la tierra, mostrándonos el mismo corazón del Padre.
Si Dios no estuviera en ninguna parte, nosotros tampoco existiríamos ni tendríamos la oportunidad de elegir entre el camino de la Vida o nuestro propio camino, pero aquí estamos para contarlo, y esto es debido a la pura gracia de Dios. Jesús vino para impartirnos vida y una vida abundante, Él está cerca de ti y ahora mismo podría estar llamando a la puerta de tu corazón. Si le abres la puerta y reconoces tus faltas sinceramente, Él entrará y formará parte de ti concediéndote gratuitamente el maravilloso don de la vida eterna que no es cualquier cosa.
A partir de esta decisión, descubrirás que Dios no está ausente, sino que es el eterno presente, porque el Dios vivo está en todas partes.
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