Pablo cursó sus estudios religiosos en la ciudad de Jerusalén. Ésta era el centro del saber rabínico.
«Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros»
(Hechos 22:3)
En su discurso de defensa ante el pueblo, Pablo nos deja entrever algunos detalles muy significativos de sus años de estudiante de las sagradas escrituras hebreas. Vamos a meditar a continuación en la enseñanza espiritual que recibió Pablo:
Pablo cursó sus estudios religiosos en la ciudad de Jerusalén. Ésta era el centro del saber rabínico. Allí estaban los mejores rabinos y las mejores escuelas de religión. Además, la ciudad entera y sus parajes era un libro de historia religiosa, abierto ante los ojos inquiridores de los estudiantes.
En Jerusalén habían hablado los profetas en nombre de Dios; allí ministraban los sacerdotes escogidos por el Señor; y desde allí habían gobernado los reyes ungidos del país. Jerusalén era la ciudad de Dios; allí había puesto su templo el Señor; y allí tenía que aparecer el mesías prometido. Estudiar en Jerusalén era todo un privilegio.
El estudiante apasionado con la ley y con su Dios haría todo lo posible para estudiar en el marco privilegiado que constituía esta ciudad tan querida y venerada por todo israelita. Pablo tuvo esta suerte: pudo estudiar en el mejor lugar de su época. En este sentido fue un estudiante agraciado. Hoy los buenos estudiantes también se esfuerzan por estudiar en las mejores universidades y escuelas del país.
Lo que marca la diferencia entre las universidades y escuelas es la calidad de sus profesores. Las escuelas son unas mejores que otras porque tienen profesores más capacitados. Y Pablo tuvo la fortuna de estudiar a los pies del mejor maestro que había en sus días. Este hombre era Gamaliel, un doctor de la ley venerado por todo el pueblo, un hombre de gran conocimiento, de vida ejemplar y notoria piedad. Fue él quien, según Hechos 5:34, disuadió al concilio de Jerusalén para que cesasen los primeros hostigamientos contra la iglesia. Según este discurso Gamaliel tenía sus dudas sobre el origen del movimiento que dirigían los apóstoles en Jerusalén. Era indudablemente el mejor maestro judío que se podía escoger para Pablo.
Pero, por otra parte, nos vemos en la necesidad de decir que tal vez era el peor de los maestros, el más peligroso de todos. Porque ese día, en el concilio que juzgaba a los apóstoles Pedro y Juan, tuvo la gran oportunidad de inclinar el corazón de los judíos a Cristo; pero no lo hizo. Y de esta manera su piedad y erudición se convirtieron para muchos en una maldición, pues si el gran maestro Gamaliel no había reconocido a Jesús como el mesías de Israel, tampoco lo reconocerían las muchas personas que en todo el país veneraban a este anciano por su conocimiento y piedad.
Esta es la tragedia de Gamaliel: Se puede ser sabio, bondadoso, prudente, piadoso y tolerante al margen de Cristo. Y con todas esas virtudes, pero sin Cristo, se está condenado. Se puede ser una lumbrera y una persona de categoría al margen de Cristo. Y esto es algo terrible y muy delicado. Para Gamaliel Jesús no era el mesías. Por eso su influencia sobre sus alumnos fue trágica y dolorosa, como ocurrió en la persona de Saulo. ¿Comprendemos ahora por qué Santiago 3:1 dice: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación?» Los maestros como Gamaliel, que no se identifican con Jesús, conducen a sus alumnos a la condenación. La gracia de Dios rescataría a Saulo de este triste final, pero la actitud de Gamaliel hacia Jesús y su enseñanza sobre él contribuyeron a hacer de Pablo ese enemigo rabioso de Jesús y los cristianos.
¿Pretendemos nosotros levantamos en maestros? Realicemos esta tarea con temor y temblor, pero, sobre todo, realicémosla estrechamente unidos a Jesús y en plena dependencia de él. Entonces seremos de bendición para esas personas que pretendemos instruir.
El objeto de sus estudios era «la ley de los padres». Con esto se sobreentiende todo el Antiguo Testamento, que constituía la base de la instrucción religiosa de todo israelita ortodoxo y de todo aquel que a su vez aspiraba a ser maestro para dedicarse a la enseñanza.
¿Podríamos imaginarnos una asignatura más preciosa que ésta en aquellos tiempos? Personalmente pienso que no había nada tan bello en aquellos tiempos, ni en estos tampoco. Todas las profesiones y estudios son interesantes, ¡qué duda cabe! Sin embargo, esa que se ocupa en el estudio y difusión de la palabra de Dios debe serlo más.
¡Cuánta sabiduría podría sacar Saulo del estudio de los libros proféticos! ¡Cuánto podría aprender de la vida de estos hombres singulares!
El mismo Dios aconsejó a Josué al comienzo de su carrera que meditara de día y de noche en el libro de la ley divina, para que prosperase en su camino y todas las cosas les saliesen bien. El libro de Dios transmite sabiduría para vivir y para enfrentar situaciones difíciles. Refiriéndose al Antiguo Testamento dice 2 Timoteo 3:16: «Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.»
¿Qué resultado produjo estos estudios? Nos llevarnos ahora una gran sorpresa, pues, el resultado consistió en que Saulo se convirtió en un fanático opositor y en un cruel perseguidor de todos aquellos que amaban a Jesús, mientras creía cumplir así la voluntad de Dios.
Nos da mucho que pensar el hecho de que Saulo haya sido instruido por el mejor maestro de su época, en la mejor materia de estudio, o sea, en la palabra de Dios, y que, no obstante, se haya convertido en un ciego opositor a los caminos del Señor.
Así que, se puede licenciar uno en las escuelas que cuenten con los mejores profesores, se puede adquirir también una buena cantidad de conocimiento bíblico y, sin embargo, a pesar de todo esto, puede estar uno muy distante del conocimiento de la voluntad de Dios (ver 2 Corintios 3:14-16; Juan 16:3).
El verdadero conocimiento de la voluntad de Dios viene a nosotros con el toque de la gracia divina. Ahora que nuestros ojos están abiertos por esta gracia, pidámosle a Dios que nuestro estudio de su palabra redunde para nosotros en mayor beneficio que en la vida del joven Saulo de Tarso. Que el estudio de la palabra divina nos haga realmente más dóciles a la voluntad de Dios.
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