El valor de lo sencillo

Cuando leo que Dios es amor, pienso que, si tuviéramos que tener su mismo sentir, naturalmente, ya sea de forma individual o colectiva de grupo, tendríamos que reproducir ese amor, es decir, expresarlo con todo lo que nos rodea. Y sé que no es fácil, estamos en esa andadura del aprendizaje. Lo que sí está claro es que ese Evangelio, que es reconciliación, es amor también. 

Dice la Palabra que Dios, siendo amor lo llevó al extremo, dando la propia vida para que, de enemigos, pasáramos a ser sus amigos. Casi podemos entender esto cuando Juan dice: “De tal manera amó Dios al mundo…”. Jesús, su Hijo, ideó mil maneras sencillas, utilizando los elementos cotidianos de su época, para que sus oyentes pudieran entender la magnitud de ese amor destilado por el Rey de ese llamado reino de los cielos; formas tan simples que se parecían a un grano de mostaza que se convierte en un árbol frondoso donde pueden anidar los pájaros, como los que sobrevuelan el brazo del Tormes que pasa delante de nuestro piso de Tejares. O les habla de esa perla de gran valor buscada por un mercader, el cual está dispuesto a hacer el sacrificio máximo para poseerla. Les quería hacer entender que no esperaran que en ese momento todas las estructuras de su mundo quedarían arregladas; primero tenían que ser restaurados ellos, por eso, el reino de Dios se había acercado. No tenían que hacer nada, solo atender su llamado y vivir una vida igualita a la suya. Nada más. Pero tenían que verse los resultados, esos buenos frutos hermosos y reales. Para que vean vuestras…, decía.

Jesús nos lo pone complicado. Y sé que ya hemos entendido y repasamos siempre sus enseñanzas. Pero sigo preguntándome qué hago cuando llegan esos hijos pródigos a montones; cuando me tengo que sentar con los que están enfermos y necesitan de un médico, con los publicanos, con la mujer de dudosa reputación, como la samaritana; con los que reclaman por más justicia y equidad. Cómo actuar con tacto, firmeza y ternura. Pero de pronto sentimos que la línea recta se puede curvar porque nos vemos a nosotros mismos en su lugar, como nos vio Jesús allá en su época de residencia de tres años en la tierra. Solo con el ejemplo, sin muchas y grandilocuentes palabras nos hace entender que a veces las rigideces tienen que ser sorteadas. Al Reino de Dios puede acercarse cualquiera. 

¡Ay, Señor!, lucho por ir asemejándome a ti y me olvido de los que también quieren hacerlo, los desmarco de la senda. Prometí ser responsable de mi parte, y la olvido. Yo que igual puedo dañar a otros con mis palabras y mis actos. Ahuyento a los que se acercan a tu casa, pongo las pautas escritas por mí, les mezquino el pan. Yo que también soy malagradecida tantas veces reclamo gratitud y benevolencia… Soy parcial amando solo a los que conozco, los que pertenecen a mi entorno. Censuro a los demás y no me gusta ser censurada, sin piedad, sin misericordia, sin caridad. Me he peleado con la concordia y solo busco guerra, aun conociendo de antemano sus consecuencias. 

Hazme como tú, dispuesta a escuchar, mostrar con mi vida lo que pregono. Así como Jesús rompió barreras, diciendo que se acababa la benevolencia solo con el pueblo elegido y llegaba el año agradable para todos. Ese reino que era un terremoto interior que lo cambiaba todo. Y dejaba su estela, en una nueva comunidad luminosa que debía acoger a toda la humanidad. No estaría separada del resto de la sociedad. Una que dignifica, que se compromete con las causas de los más débiles. ¿Debería inmiscuirse en los asuntos de los marginados y vulnerables de hoy? ¿Va hasta el centro mismo de las causas de los problemas que aquejan el mundo, como la corrupción, las injusticias, la pobreza…, el no cumplimiento de los pactos y acuerdos en favor de un mundo mejor? 

Cristo dijo que no había venido para abrogar la ley y los profetas, pero dejó claro que había excepciones cuando en día de reposo curó a un hombre que tenía una mano seca. Si los ritos decían que no debían atender a un extranjero y más aún si era samaritano, allá fue él para ilustrar sobre quién era nuestro prójimo. Mostró en su actualidad, y lo hace ahora en la nuestra, que la religiosidad hace pasar de largo. Nos hace insensibles ante las necesidades de los otros. Aquellos que habíamos aceptado la influencia de Cristo, aceptado su soberanía espiritual en nuestras vidas y comprometido a extenderla en las vidas de otros, pasamos de largo. Y ahí nos pone el ejemplo de alguien que no pregunta primero quién es el necesitado, de dónde viene, cuáles sus ideas religiosas, si es analfabeto o un erudito, su color, raza, si habla tres idiomas… Lo atiende y se hace cargo de todo. Todo ese sentir se vuelve natural como respirar, no es una carga, se hace con ilusión, y trae gozo.  Se nota cómo se ha expandido ese grano de mostaza y se ha convertido en un árbol frondoso. Así lo muestra Jesús; y se nota cómo se acercan muchos a ese árbol, les atrae su sombra, su vitalidad, su frescura, su afecto, hasta casi parece un ser vivo; nadie los espanta, son libres para posarse en sus ramas.  

Hermosas figuras utilizadas por el Maestro que no se ceñía a un método en particular, pero hacía atractivo su mensaje. Me uno a aquellos que dicen que de las parábolas emana amor, ese que es de Dios pues es eterno, lleno de misericordia. Así no hay guerra sino acuerdos. Ese árbol que acoge sin pedir invitación. Ese samaritano que cuida amorosamente. Ese fermento que leuda toda la masa, porque piensa en los otros, no solo en sí mismo. Cómo quiero ese sentir, para leudar mucha masa, mucha más de la que leudo, si es que leudo alguna. Pero sí que siento ese afecto de Dios, cuando me siento cuidada, resiliente; siento cómo mulle mi cama en medio de achaques. Aun en los días nublados siento su soplo alentador que renueva el ánimo a pesar de lo que soy. No, no solo hay palabra y balcón, esta teoría sale del camino polvoriento y pedregoso. Así lo entiendo, pero, si es necesario, aceptaría que me lo expliquen mejor los que están más preparados.

Es que Jesús iba armado de compasión. Debemos copiarnos de él. Qué sería de nosotros si el fermento del reino no nos hubiese tocado un poquito. Así dijo que era el reino de los cielos. Y ya está aquí, y así debemos vivirlo para que otros también lo puedan vivir. Sentirse arropados bajo las ramas frondosas de la soberanía de Cristo. Lo tenemos todo para que así sea. Y otra vez digo: ¡No es fácil!

Un abrazo fraternal. Paz.