Crónica de la historia de un edificio de vocación histórica.
Precisamente la noticia aquí aparecida sobre la restauración del enclave que fue foco de reforma protestante, me lleva a ponerles algunos datos sobre el mismo.
Fundado en el 1301 por Alonso Pérez de Guzmán (“El bueno”) en terreno de los repartidos cuando la conquista de Sevilla. Se incluía la pequeña villa de Santiponce con Itálica, vendida por “Doña María, mujer del rey Don Sancho. Esta Santa quedó por tutora de su hijo Don Fernando el IV, y para sosegar al Infante Don Juan enajenó sus bienes patrimoniales, para poderle dar los mantenimientos de Infante y demás cosas que concertó con él para que restituyera a su hijo los lugares que había usurpado en el Reino de León. Para esta necesidad vendió las villas de Santiponce y términos de Sevilla la vieja, y las compró Don Alonso Pérez de Guzmán el bueno con su jurisdicción y demás condiciones con que la Reina lo había heredado y poseído. Desde luego hizo esta compra Don Alonso Pérez de Guzmán con el designio de fundar un Monasterio en el sitio de Itálica o Sevilla la vieja en memoria y con el título de San Isidro Arzobispo. (…) Como lo dice el Mro. Pedro de Medina por estas palabras:
En el lugar donde el cuerpo de San Isidro fue hallado, en las ruinas de un colegio que este glorioso Santo hizo en Sevilla la vieja, los cristianos que había en Sevilla hicieron una ermita, y como Don Alonso Pérez de Guzmán era tan devoto de este glorioso doctor, visitaba y frecuentaba muchas veces esta ermita, creyendo hacer servicio a Dios y a San Isidro en hacer allí un Monasterio, en que el culto fuese servido, Sevilla honrada y su cuerpo y el de sus sucesores fuesen sepultados; y como lo pensó lo comunicó con su mujer, la cual le puso mayor voluntad para ello, y como eran ricos, en poco tiempo la acabaron e hicieron la Iglesia donde sus cuerpos están sepultados, con el Convento grande y rico; y poblaron con monjes bernardos del orden del Císter claustrales, porque entonces no había observancia. Les dio por juro de heredad a Sevilla la vieja y el lugar de Santiponce, mero mixto imperio con horca y cuchillo, con todos sus heredamientos y tierras calmas, viñas y olivares, y mil fanegas de pan de renta a la redonda del Monasterio, que allí tenía, con cargo que fuesen obligados a decir por su alma y de su mujer cada día diez misas, las nueve rezadas y una cantada conventualmente, para siempre jamás.
Para esta fundación ganó Don Alonso Pérez de Guzmán privilegio del Rey Don Fernando el Cuarto estando en Palencia año 1288, el cual pondré aquí copiado del original.” [No sigo. Tomado de Fray Fernando de Zevallos, de su obra La Itálica.]
Así empieza el camino de este monasterio de San Isidoro del Campo, y mucho ha caminado. Debe notarse en la descripción de hechos anterior el carácter de señorío civil (con uso religioso) de máximo nivel. Tener fuero de “mero mixto imperio con horca y cuchillo” supone un estatuto con jurisdicción sólo limitada por el propio Rey. Ni siquiera el arzobispado de Sevilla podía intervenir en su esfera. Era un señorío exento. Tenía su señor jurisdicción sobre tierras y personas, incluso para establecer párroco. Esta condición fue objetada en sus inicios, pero por tribunal superior se reconoció respecto a la jurisdicción episcopal de Sevilla (el obispo no podía acceder sin venia del prior). Eso concedió a la vida del monasterio un ciclo peculiar.
Que sus señores eran ricos, es evidente, así se indica por la rapidez de construcción de la iglesia para sepultura, pero, además, está la constancia de cómo se movían los dineros y las influencias en la cristiandad de purgatorio. “Diez misas diarias; una cantada conventualmente, para siempre jamás”.
Los monjes cistercienses fueron cambiados por el patrono del monasterio, el conde de Niebla, don Enrique de Guzmán, en 1431. En su lugar instaló a los jerónimos de la reforma de fray Lope de Olmedo. El grupo de esta observancia, buscada estricta, sólo tuvo en España casas en Andalucía, donde San Isidoro era el eje central. Incluso dio nombre al grupo: “isidros”. Estos son los que se encuentran en el foco protestante que culmina en la persecución de 1557. Luego se dispuso el retorno de las casas de ese grupo a la organización matriz. Hubo sus problemas, pues de los varios monasterios, sólo el de San Isidoro del Campo disponía de riqueza suficiente. Además, estaba la cuestión de la limpieza de sangre. Pues los jerónimos, desde 1504 (por breve de Alejandro VI, 1495), estaban bajo el estatuto de limpieza de sangre para poder ingresar en sus filas, y en los de la reforma de Olmedo, sin embargo, no se aplicaba este requisito.
Eliminado a sangre y fuego el foco de reforma en Sevilla, el monasterio se convierte en modelo de contrarreforma, al igual que otras actividades de la piedad religiosa impuesta en la ciudad (especialmente la devoción mariana y la promoción de procesiones). Incluso los patronos, que a fin de cuentas eran responsables de su señorío, se ven obligados a “demostrar” su inocencia respecto a lo ocurrido en la comunidad de su monasterio, y se prestan a enriquecer el enclave con modelos de la expresión católica de la contrarreforma, y borrar la historia reciente del foco protestante. A veces no se tiene en cuenta que el uso del monasterio para actos “evangélicos”, implica el estar en espacios totalmente “reformados” para adaptarse al más radical modelo católico. El retablo compuesto por Martínez Montañés sería un ejemplo señero.
El uso del monasterio de San Isidoro del Campo como modelo de acción católica contra la Reforma protestante, tiene en un personaje, dos veces prior del mismo, un ejemplo a recordar. Fernando de Zevallos (1732-1802), que vivió, trabajó, y murió en el monasterio, es el “martillo de herejes” ultramontano, ejemplo de buen catolicismo contra la Enciclopedia y la Ilustración. Así es presentado en la edición de una obra suya en 1886: “Sus convicciones le llevaron al terreno de la discusión, y combatió con valentía inusitada a la Enciclopedia, que se complacía en atacar la doctrina católica y hacer escarnio de lo más santo y respetable, vislumbrando, con intuición misteriosa reservada al genio, los oscuros horizontes del porvenir, y el triunfo seguro de la revolución social, consecuencia inevitable, para nuestro filósofo, de la reforma realizada por Lutero y sus sectarios (…)” [Francisco Collantes de Terán]
Que la “revolución social”, es decir, la libertad de imprenta, la libertad de enseñanza (sin la tutela impuesta por el papado), la libertad de culto, la libertad política, el rechazo a la Inquisición, etc., (¡el estado moderno!) es fruto de la propuesta de esa reforma protestante, con su libre examen, es una cuestión recurrente en el siglo XIX, en España con portavoces famosos: Juan Donoso Cortés, Jaime Balmes, y otros. Esta es la cuestión fundamental que sustenta el Concilio Vaticano I.
La reacción social, “revolucionaria”, contra las casas y entidades religiosas católicas, no debería olvidarse que es resultado de un modelo concreto. El rechazo a un monasterio (ya que de uno hablamos), por ejemplo, no era una acción contra una expresión privada de libre religión, sino el rechazo de un baluarte que defendía un modelo social y político determinado.
Con los excesos que tal planteamiento pudiera tener, de una parte y otra, ese contexto es propio de nuestro siglo XIX. Y ahí está nuestro monasterio (o de quien sea), del que siempre se anota la exclaustración producida por la desamortización en 1835. Antes la tuvo por acción de José Bonaparte, como consecuencia de la modernización “afrancesada”, que incluía la eliminación de la Inquisición. La desamortización no dejó en manos privadas al monasterio de San Isidoro del Campo, sino en las del Estado, que lo usa, tras arreglar/estropear algunas dependencias, como cárcel de mujeres (las “galeras”, que luego se construirá una específica en Alcalá de Henares).
El uso carcelario no duró mucho; y cada vez se estropeaba más la edificación con las diferentes utilidades propuestas (incluso la de cuartel de la guardia civil), pues los distintos administradores, con la carencia financiera de la época, no podían sino recoger escombros, o producirlos para otras obras. Una ruina. De ella se quiso librar al buen monasterio, y no se tuvo mejor instrumento que declararlo Monumento Nacional (10 de abril de 1872). De todos modos, te pueden nombrar monumento nacional, pero si no hay fondos, serás un monumento nacional sin fondos. Eso ha sido el monasterio. Pero, al menos, ha sobrevivido una parte.
(Permitan una pequeña anécdota sobre el uso de cárcel del monasterio. En la última etapa de presencia de monjes, también sirvió de cárcel especial para sacerdotes y religiosos “rojos”. Eso no era extraño. Las casas religiosas se usaban para cárcel de religiosos en el franquismo, pues por derecho de concordato no podían compartir espacio en los centros penitenciarios ordinarios con comunes o políticos. Y en San Isidoro del Campo hubo algunos presos. Esto me lo comentó mi compañero Manuel Pecellín, pues él mismo visitó a uno, y me lo confirmó por fuente acreditada José Algaba, médico e historiador de Santiponce. Las dificultades para estas admisiones, llevó al franquismo y su iglesia a crear la cárcel concordataria de Zamora, institución especialmente creada para reclusos religiosos. En la misma se dieron actuaciones notables. Es la historia. Se cerró el año 1977 tras nueve de servicio.)
Pero sigamos en la ruina del monasterio. J. Antonio Ruiz Hernando, en la página 422 de su amplia presentación de los monasterios jerónimos españoles (1997), dice: “En 1956 regresaba la Orden Jerónima y allí permaneció hasta noviembre de 1978, ocupando una pequeña parte. En aquella otra en que hubo la fábrica de café se puso una de malta de cerveza, parte que fue vendida a la Fundación Evangélica “Reina-Valera” en 1981. Por último, los capuchinos han abierto en el ala derecha, en el compás de la iglesia su obra “Paz y Bien”.”
Efectivamente, la Fundación Evangélica “Reina-Valera” compró una sección muy notable del monasterio. Una “U” con unos 5000 m. construidos, las alas sur, este, y norte, con la torre “barroca”, más unos 30000 de jardines, que se divisa desde lejos, y ves a pie de carretera al entrar o salir de Sevilla para Extremadura.
En nuestro próximo encuentro, d. v., les pongo algo de esa etapa, hasta hoy. Les advierto que es pura ruina, no del edificio solamente.
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