Un estudio noelado de Mateo: 9:20-22; Marcos 5:25-34; Lucas 8:43-48.
Aquel día parecía uno de esos en que muchas cosas suceden y que desde temprano sabemos que va a ser una jornada difícil.
Tan pronto como el milagro de la curación del endemoniado gadareno se produjo, volvieron a la otra orilla del mar de Galilea y nos dice Lucas (8:41) que una emergencia se presentó: “Y he aquí vino un hombre llamado Jairo, que era principal de la sinagoga. Se postró a los pies de Jesús y le imploró que fuese a su casa, porque tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba muriendo…”.
El Señor Jesús se dirige a la casa de Jairo en una situación que en el día de hoy en muchos lugares constituiría una verdadera emergencia. En el camino aparece una interrupción.
A la mayoría de nosotros nos desagradan mucho las interrupciones, cuando pensamos hacer esto y aquello otro, y algo sucede y no lo pode-mos hacer. Pero el Señor Jesucristo no se quejó nunca de los cambios en los planes hechos por personas en necesidad.
El versículo 43 pinta a esta mujer con breves pincelazos que sin embargo nos dan una idea muy clara de la situación: “Y una mujer, que padecía de hemorragia desde hacía doce años (la cual, aunque había gas-tado todo su patrimonio en médicos, no pudo ser sanada por nadie)”.
Marcos 5:25-27 nos da más detalles: “Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años. Había sufrido mucho de muchos médi-cos y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor.
Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto”. Aquí se nos muestra de una manera corta y gráfica la situación de esta mujer.
Miremos en primer lugar la duración de la enfermedad: doce años. La hija de Jairo tenía doce años cuando se enfermó, y esta mujer hacía doce años que estaba sufriendo de este padecimiento.
¡Qué consolador es para nosotros saber que Dios conoce cuánto podemos soportar! Por eso en 1 Corintios 10:13 leemos: “…pero fiel es Dios, quien no os dejará ser tentados más de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación [o la prueba] dará la salida, para que la podáis resistir”.
Notemos que “había sufrido mucho de muchos médicos”. Había pro-bado tratamientos que le fueron penosos. Cada médico que la había visto le había recetado terapias y medicaciones que no solamente resultaron inefectivos, sino que también le fueron muy dolorosos.
Qué importante en el día de hoy es para los médicos, psicólogos, consejeros y toda clase de personas que trabajan en áreas de la salud, que los procedimientos que se sugieran sean realmente buenos y que seamos honestos con los pa-cientes en cuanto a cuáles son los beneficios y efectos secundarios que pueden tener.
No me cabe duda de que los médicos hicieron lo que ellos creían que era lo mejor y fueron honestos; sin embargo, el resultado fue sufrimiento con relación al tratamiento y falta absoluta de mejoría o alivio.
En segundo lugar, vemos que había gastado todo lo que tenía. Por lo visto, al comienzo de su enfermedad tenía ciertas posesiones que gastó buscando inútilmente recuperar su salud.
Pero hay algo más: se nos dice que “de nada le había aprovechado”. A veces, alguien sigue un tratamiento médico que si bien no lo cura com-pletamente le proporciona alguna mejoría. Pero esta mujer no había reci-bido nada de beneficio.
Me hace recordar las palabras en Jeremías 2:13: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: Me han abandonado a mí, que soy fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua”.
La última frase de la mujer nos muestra su triste situación. Ahora está peor. Sin duda que el sangrado era muy lento pero con doce años de enfer-medad seguramente ya tenía una anemia muy severa.
Como resultado de esto tenemos aquí una mujer de aspecto muy pálido; su rostro es blanco como el papel. Se queja de falta de fuerzas y de debilidad extrema, con muy poca actividad. Por cierto, el trasladarse hasta donde estaba el Señor Jesús de por sí le tuvo que haber demandado un gran esfuerzo físico.
Miremos Marcos 5:27, 28: “Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto, porque ella pensaba: ‘Si sólo toco su manto, seré sanada’”.
Observemos el detalle que la Escritura nos dice: que “oyó hablar de Jesús”. Alguien dijo algo bueno y positivo sobre la persona de Jesús de Nazaret. ¡Qué privilegio para nosotros el poder hacer lo mismo!
El poder decir algo sobre aquel que es nuestro Señor y Salvador. Ella decide que debe ir donde está Jesús, y como su condición médica es algo privado que en aquellos tiempos nadie hablaría en público en una multitud de hom-bres y mujeres, ella decide ir por detrás para que nadie la vea.
La mujer enferma se acercó al Señor Jesús por las espaldas y sintió el poder que la sanó. La multitud que apretaba a Jesús con curiosidad, pero sin fe, no sintió nada.
A veces me imagino a esta mujer moviéndose primero, acercándose a la multitud por detrás y luego moviéndose y abriéndose paso. Me hago la idea como que hubiera una cámara de televisión filmando y como se hace en los noticieros alguien nos marcará a esa persona que se está mo-viendo entre las otras.
No lo hace con ningún propósito delictivo. Ella cree que nadie la puede ver ¡y qué equivocada está! ¡Cuán imposible es para nosotros ocultarnos de la presencia de Dios!
En el Salmo 139 tenemos a David que parece que trata de escaparse completamente de ese Dios que lo está observando en todo lo que hace, y eso le molesta. Es esa presencia de Dios delante de quien están expuestos todos nuestros pensamientos y acciones la que hace a David exclamar en el versículo 2: “Tú conoces cuando me siento y cuando me levanto; desde lejos entiendes mi pensamiento” (ver también Sal. 139:7, 8-10).
Pero volvamos a la historia en el Evangelio de Marcos capítulo 5; el versículo 28 nos enseña: “porque ella pensaba: ‘Si sólo toco su manto, seré sanada’”. De alguna manera esta mujer tenía fe de que si tocaba el vestido del Señor Jesús su problema estaría solucionado.
Ella, desde el punto de vista de la religión estaba legalmente impura debido al flujo de sangre. Es decir, que no podía tocar a otra persona sin contaminarla. Esto está explicado en Levítico 15:25.
Creo que este hecho, junto con el deseo de que nadie la notara, y pasar desapercibida, eran las dos grandes razones para que fuera por atrás. Ella tenía, como muchas personas, un concepto incorrecto sobre la persona de Jesucristo.
Ella creía que sus vestidos, por así decirlo, tenían un poder especial, quizás de tipo mágico, y por supuesto que el Señor Jesús en su misericordia le permitió acercarse y le otorgó la curación.
Para mí es muy especial el hecho de que esta mujer haya hecho por lo menos tres cosas incorrectas y, sin embargo, el Señor la curó a pesar de eso. En primer lugar, el hecho de acercarse por atrás, como para que él no se diera cuenta. En segundo lugar, el hecho de que ella pensaba que en los vestidos del Mesías había un poder especial.
El poder no está en sus vestidos sino en su persona. Y en tercer lugar, el hecho de que de acuerdo con la ley de Moisés, ella estaba legalmente impura.
Pero había muchos que estaban apretando a Jesucristo, y sus cuerpos de alguna manera tuvieron contacto con sus vestidos y no pasó nada especial. Sin duda, ella había escuchado de las curaciones que Jesús de Nazaret había hecho a distancia. Habría escuchado del leproso (Mar. 1:40-45); habría escuchado del paralítico de Capernaúm a quien Jesús le dijo: “Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra, (dijo al paralítico): ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!” (Mat. 9:6).
“Al instante, se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote” (Mar. 5:29). Tan pronto como ella tocó el vestido del Señor Jesús quedó sana. Podríamos preguntarnos si la sanidad fue completa o no.
Es decir, si había sido sanada de la pérdida de sangre, de la causa que la provocaba y de las consecuencias de la enfermedad. O sea, cuando esta mujer advirtió que había sido sanada, no se dio cuenta del milagro porque percibió que ya no sangraba más, cosa que cualquier dama me entendería sin dificultad.
La razón por la cual ella estaba segura de que estaba sana fue porque de inmediato sintió que recobró las fuerzas. De súbito se sintió tan fuerte y con energía como antes de empezar la enfermedad doce años atrás. Es que cuando Dios obra, él hace el milagro en forma completa.
Esta mujer no había sido curada del sangrado crónico y nada más, sino que sin duda su cuerpo, por la gracia de Dios, había recuperado el número de glóbulos rojos que debía tener. Es como si hubiera recibido de urgencia no una sino varias transfusiones de sangre. Yo me imagino lo contenta que estaba la mujer.
Había sido curada y ella creía que nadie se había dado cuenta. Pero el versículo 30 nos dice: “y Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: ¿quién me ha tocado?
Sus discípulos le dijeron: ‘Ves la multitud que te apretuja y preguntas: ¿quién es el que me ha tocado?’”. Para mí esto es importante porque hay muchos aún en el día de hoy que se acercan a Jesús, y por así decirlo, lo aprietan.
Se acercan a él, pero no lo reconocen como el eterno y santo Hijo de Dios. Tienen una proximidad geográfica y física, pero eso es todo. Observemos que la Escritura nos dice que “había salido poder de él”.
¿Qué significa esta expresión “había salido poder de él”? (v. 30). “Poder” traduce la palabra griega dunamis de donde sacamos el usual término “dínamo”. Se usa muchas veces en los Evangelios.
Por ejemplo en Lucas 4:14 luego de la tentación en el desierto leemos: “Entonces Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea...”. Hablando de la venida del Señor Jesús en gloria en Lucas 21:27 dice: “Entonces verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube, con poder y gran gloria”.
¡Cuánto me hubiera gustado haber estado allí para ver la escena! El Señor Jesús empieza a mirar a las personas individualmente de entre la multitud. Sus ojos van mirando y mientras que su cuerpo gira hasta que los ha visto a todos, sus ojos se fijan en una mujer allí escondida entre el gentío.
Miremos los versículos 32, 33 de Marcos 5 que nos dice “Él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad”.
Recién se da cuenta que no podía pasar desapercibida. Ella ve que Jesús de Nazaret empieza a mirar la multitud y cuando los ojos del Hijo de Dios se posan en ella, advierte que no puede quedar oculta.
Observen cómo se acerca esta mujer: la Escritura nos dice que lo hace temiendo y temblando, como alguien a quien han descubierto haciendo algo que se suponía que no debía hacer.
Nos podríamos preguntar: ¿En cuál promesa de las Escrituras del Antiguo Testamento se basó esta mujer para haber venido a la presencia del Mesías? Quizás haya escuchado las palabras hermosas del Salmo 103, donde leemos en el versículo 3 acerca del Señor Jesús: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”.
La mujer se acerca “temiendo y temblando”. Ella no sabe cómo va a reaccionar Jesús de Nazaret. Sin duda ella ha conocido hombres religiosos en la sinagoga que la hubieran tratado con mucha dureza por haber hecho lo que ella hizo, es decir, estando en una condición de impureza legal.
Pero cuán precioso es para nuestros corazones saber que aquel que siempre guardó el sentido de la ley no se contaminó cuando tocó al leproso y dijo: “Quiero. ¡Sé limpio!” (Luc. 5:13); ni se contaminó cuando tocó el féretro del hijo de la viuda de Naín y lo resucitó; tampoco se contaminó cuando aquella mujer pecadora trajo un perfume de alabastro y ungió los pies del Mesías, y los secó con sus cabellos.
El Evangelio de Lucas nos muestra claramente que la confesión de aquella mujer fue clara y con detalles. Lucas 8:47 nos enseña: “…y postrándose delante de él, declaró ante todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo había sido sanada al instante”.
Ella viene, se postra delante de él y le dice toda la verdad. No sabemos qué palabras usó, pero en esos tiempos en aquella sociedad las mujeres no hablaban de sus problemas femeninos personales, y menos ante una mul-titud donde hubiera hombres.
Pero ella dijo toda la verdad. Seguramente que no fue ruda ni grosera pero dijo toda la verdad. Entonces se produjo un silencio cuando ella terminó de hablar. Parecería que el Salvador del mundo le permitió decir su confesión delante de todos.
¡Qué precioso es cuando alguien tiene la valentía de decir lo que Jesucristo ha hecho en su vida! Ella no dijo que tenía un resfriado o una gripe y Jesús la curó. Ella dijo claramente lo que le sucedía; por cuánto tiempo lo estaba sufriendo y cuánto había arruinado su vida. Marcos 5:34 nos dice: “Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote’”.
Cuando ella recibió esa palabra “hija”, dicha con compasión y dulzura, su corazón se llenó de esperanza. Quizás hacía mucho tiempo que no la escuchaba. Pero Jesús, el Hijo de Dios, la llama hija.
¡Qué maravilloso es para nosotros saber, que por la gracia de Dios, los que le hemos recibido como nuestro Salvador, creyendo en el valor de su muerte en la cruz, fuimos hechos Hijos de Dios!
La Escritura lo dice claramente en Juan 1:12: “Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios”.
O en las palabras del apóstol Pablo en Romanos 8:15: “Pues no recibisteis el espíritu de esclavitud para estar otra vez bajo el temor, sino que recibisteis el espíritu de adopción como hijos, en el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’. El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, tam-bién somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo…”.
La mujer se levanta de su posición de humildad, mira una vez más a aquel que ha hecho el milagro en su vida, y vuelve a su casa. Una gran sonrisa está en su rostro y una alegría profunda inunda su corazón.
El Mesías le ha dicho: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote”. Él la llamó “hija”, término que solamente quien es Dios manifestado en carne puede usar apropiadamente. Él la llama hija con toda autoridad y respeto, del mismo modo que un rey llamaba “hijo” a cualquier súbdito.
¿Qué es lo que vemos del carácter y de la persona del Señor Jesucristo en esta porción? Observamos en primer lugar, que a pesar de dirigirse a una emergencia, como era la situación desesperada de una niña, tomó el tiempo necesario con esta mujer.
Lo vemos en su gracia y compasión. No le rezongó ni la criticó, tampoco la ridiculizó delante de todos por lo que había dicho. No le dio un sermón ante toda la multitud sobre el hecho de que Dios conoce todo lo que hacemos. La trató con cariño, la llamó “hija”, la trató con respeto y la curó de su enfermedad.
Ahora nos podemos hacer una pregunta técnica: ¿Fue contaminado Jesús de Nazaret por esta mujer que lo tocó estando impura desde el punto de vista legal? En varias oportunidades el Señor Jesucristo hizo cosas que desde el punto de vista de la ley de Moisés serían discutibles, visto de una manera superficial.
Recalco estas palabras, porque él cumplió la ley de Dios hasta el último momento y hasta el mínimo detalle. Pero él no tuvo reparo en tocar al hombre leproso y lo sanó. Tampoco tuvo problema de tocar el féretro del hijo de la viuda de Naín y lo resucitó.
Cuando la mujer pecadora en casa de Simón el leproso lo tocó, él no dijo que ella lo estaba contaminando. Si Jesucristo fuera solamente un hombre, hubiera sido contaminado; pero él es el eterno Hijo de Dios y por lo tanto es tres veces santo, lo que es una manera de decir: infinita, absoluta y eternamente santo.
La mayoría de nosotros tenemos de cuatro y medio a cinco millones de glóbulos rojos. Esta mujer sin duda tendría menos de un millón y medio. ¿Se dan cuenta? ¡Menos de un tercio de lo que debía tener!
Entonces nos preguntamos: ¿cuál era la causa del sangrado? No creemos que fuera un cáncer del útero o de la cerviz porque estas enfermedades sin tratamiento tienen una evolución rápida y esta mujer hacía doce años que estaba enferma.
Esto nos asegura que su caso sería relativamente “benigno” en el sentido de que su vida no estaba de inmediato amena-zada; sin embargo, las consecuencias del sangrado persistente sin duda le habían provocado una anemia muy severa.
Para los que no pertenecen al campo médico es bueno remarcar que esta mujer no estaba sangrando de una manera abundante como cuando alguien se corta una arteria y la sangre sale con fuerza, o si se cortara una vena y la sangre manara en forma abundante pero con muy poca fuerza.
Sin duda que no podía haber estando sangrando, aunque fuera en forma moderada, por doce años y todavía estar viva.
Es muy probable que esta mujer tuviera lo que se conoce con el nombre de leiomyoma (llamado comúnmente fibroma uterino) que es un trastorno muy frecuente y una de las causas habituales de la operación quirúrgica que se llama histerectomía (extirpación del útero).
Este malestar afecta al 25 % de las mujeres y en la mayoría de los casos no provoca trastornos serios.
Cuando comentamos arriba que ella fue curada de su problema de anemia, pensamos que se sintió como si le hubiéramos dado el equivalente a tres litros de sangre, cosa que en la realidad por supuesto no se puede corregir en poco tiempo por razones médicas.
Pero creemos que ella pasó a tener de más o menos un millón y medio a entre cuatro y medio o cinco millones de glóbulos rojos, que es lo normal.
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