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¿Divertirse de otra manera?

Se está perdiendo de vista lo que hace tanto hemos decidido ignorar: el corazón humano, que nos lleva de vuelta al Edén.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 19 DE JULIO DE 2020 07:15 h
Foto de [link]Arturo Rey [/link] en Unsplash.

La frase de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de España, ha sido sin duda una de las más sonadas esta semana. “Podemos divertirnos, pero sin perder el respeto al virus”. Esa era la consigna que se ponía encima de la mesa en una semana en la que los repuntes por COVID-19 no han dejado de sucederse. Por una parte, contábamos con ello. Por otro lado, parece que no. Pero esta frase pone de manifiesto lo que para mí es uno de los problemas más antiguos del ser humano y que nos lleva una y otra vez justo donde estamos.



Pretender que la gente entienda que “No es necesario juntarse 5.000 personas para celebrar el ascenso de un equipo, se puede celebrar siendo 10 personas y utilizando mascarillas” está fenomenal. Simón está haciendo exactamente lo que hay que hacer a este respecto: llamar al orden, a la cordura y a la sensatez. Si es lo único que hay que hacer o no, no es el objeto de mi reflexión ni de un debate en este momento, por lo menos por mi parte. Pero se está perdiendo de vista lo que hace tanto hemos decidido ignorar: el corazón humano, que nos lleva de vuelta al Edén, en que nuestro propio sentido de lo que significa el disfrute de la libertad nos llevó a la tragedia en la que vivimos desde entonces y de la cual, por cierto, proceden la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y demás desgracias que vivimos y para las que no fuimos diseñados originalmente. Como se suele decir entre nosotros, “la curiosidad mató al gato”, y no fue el único que murió de esto.



Esta semana, otra de las noticias llamativas en prensa y medios nos hablaba del caso, por ejemplo, de un chico de 30 años en Austin (Texas) que, precisamente, había perdido su vida por la “curiosidad” de participar de una fiesta convocada por alguien contagiado por la enfermedad. Esas “fiestas covid” tienen como único objetivo basar la diversión en “ver si era verdad que uno se podía contagiar”. Aquí es donde la cuestión del “yo hago lo que quiero” de una libertad mal entendida se cruza con las muestras más amplias de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Las últimas palabras de este joven a su enfermera (Fuente: La Razón) fueron “Creo que cometí un error, pensé que era un engaño, pero no lo es”. 



En realidad no se llama “error”. Cuando examinamos esto desde una perspectiva eterna y espiritual, a esto se le llama “pecado”. Pero el término no está de moda y queda mal. Por eso lo hemos desterrado de nuestro vocabulario, como a Dios: porque molesta. 



Desterrarlo, sin embargo, no cambia nada. Las cosas (y las personas y divinidades) son lo que son aunque no las nombremos o dejemos de tenerlas en cuenta. Y mientras seguimos llamándolas “error” seguimos auto-exculpándonos. La cuestión es saber qué pensaría el juez de ese movimiento estratégico nuestro de autoeximirnos de responsabilidad. Para nosotros siempre hay una (buena) razón para hacer las cosas. Y la defendemos hasta morir, nunca mejor dicho, a no ser que desde una humildad poco habitual en nosotros nos decidamos a reconocer la verdad de los hechos y decir, como dijo David, al verse retratado “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51).



Nuestros actos traen consecuencias para nosotros y para otros, como nos recordaba Simón esta semana. El pecado las trajo para cada cual en primera y tercera persona. Pero seguimos llamándole error, y en todo caso, no nuestro, sino de Dios mismo por ser quien es y empeñarse en hacer las cosas como las hace. Es exactamente lo mismo que hacemos con el virus, salvando las distancias, al que culpamos de ser lo que es y hacer lo que hace, pero no nos miramos hacia dentro, porque tenemos esa extraña habilidad que nos permite salir impunes de todo.



Pues me atrevo a decir que ni impunes, ni inmunes. Es evidente. Con más de 120 brotes activos y sumando en España, está claro que no somos lo que creemos ser. Pero tampoco en otras zonas del mundo porque nos sigue sobrando a unos y otros cualquiera que venga a llamarnos al sentido de la contención o de la mesura. Aún nos creemos más listos que nadie, empezando por los de arriba y terminando por los de abajo, y vamos haciéndonos a la vez más tontos conforme pasa el tiempo. El corazón de las personas no ha cambiado en absoluto. No lo han hecho los acontecimientos previos de nuestra Historia, y no lo hará el coronavirus, que es el protagonista del momento, pero no más grave que otras situaciones vividas en el pasado. 



Las personas, entonces, no queremos divertirnos “de otra manera”. Queremos siempre divertirnos “a nuestra manera”. Se parece, pero no es igual. Y aunque lo primero está muy bien y se nos quiere convencer de ello, porque es verdad, no nos compensa lo que parece prometernos la segunda opción. Lo que dice Simón es sin duda lo que hay que decir, pero es una ingenuidad, porque sabemos que la gente, en general, no va a cambiar. Merece la pena recordarlo, por supuesto, por los escasos individuos a los que quizá, sí les haga algo de efecto. 



Por otra parte, pero siendo más de lo mismo, no quisimos la libertad que nos ofrecía movernos en los parámetros de Dios para la vida, para que nos fuera bien. Lo que Él nos ofrecía nunca nos pareció suficiente. Ser administradores de su Creación y la niña de sus ojos era una minucia comparado con ser nuestros propios dioses, los gobernantes “absolutos” de nuestro destino, los “capitanes” de nuestro barco. Como, desde nuestra concepción humana, lo que se nos ofrecía no era “toda la libertad posible”, hemos preferido pagar el precio de la caída y del pecado, que es el sufrimiento, la muerte y nuestra propia destrucción eterna con tal de no ceder ni un milímetro de nuestra postura. Y así nos va. Pero seguimos diciendo que el error es de Otro, que no nos ama lo suficiente como para dejarnos hacer lo que nos da la gana. Bien. 



Tenemos, entonces, exactamente lo que nosotros (y no Dios) hemos escogido. Es lo que tienen la libertad y la diversión mal entendidas. Dios, sin embargo, más allá de dolerse por nosotros y por las relaciones rotas, ni gana ni pierde con todo esto. Y las cosas seguirán haciéndose, sea en este momento o hacia la eternidad, a Su manera. Porque para eso es Dios. 


 

 


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