En Él tenemos poder para seguir. Y para no olvidar que tenemos un compromiso con Dios en su quehacer en el mundo, ese mundo donde Él quiere que le conozcan.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3.16, NVI
Maravillada quedo al recordar una y otra vez esa afirmación del Evangelio de Juan, esa contundencia que radica en ese de tal manera amó Dios al mundo. Rotundo. Tanto es que dio a su Hijo, nada más ni nada menos. Todo por amor a todos aquellos que necesitaban reconciliarse con Él, recuperar la amistad perdida, acercarse. ¿Y ahora qué para los que un día dijimos que tomaríamos nuestra cruz y seguiríamos a Jesús, para intentar copiar su modelo? ¿Ser como Él?
¿Quién dijo que sería fácil? No lo es, pero no estamos solos. En Él tenemos poder para seguir. Y para no olvidar que tenemos un compromiso con Dios en su quehacer en el mundo, ese mundo donde Él quiere que le conozcan, pues lo ama de tal manera, que es difícil entender esto en toda su magnitud.
Una vez salvados, rescatados por la obra de Cristo en la cruz, no se puede decir: ‘sálvese quien pueda’, o ‘al que no le guste que se vaya’. No será sólo ir por el mundo y lanzar un mensaje, una vez se empieza se adquiere un compromiso con Dios y con ese mundo, y con todos a los que queremos darles las buenas noticias. Uno no puede ir sin el otro: mensaje y compromiso con los seres humanos, con el prójimo.
Señor: Te damos gracias por tu sublime gracia que nos ha transformado, gracia que nos recuerda tu gran misericordia. Gracias por tu amor, misericordia y fidelidad. ¡Oh tu fidelidad! que permite que cada día tengamos una nueva oportunidad para seguir formando parte de tu pueblo a pesar de nuestras imperfecciones. A pesar de ser vasijas de barro que se agrietan constantemente y necesitan que las repares y renueves en tu amor.
Gracias por amarnos de tal manera que ni siquiera lo podemos entender, pero nos dejamos querer por ti. Sentimos tu amor que nos envuelve a lo largo de cada día, en cada detalle, en cada perdón, en cada abrazo, en cada respuesta a nuestras peticiones. En cada pérdida de un ser querido. Pérdida de trabajo, de salud, de afectos.
Y nos damos cuenta de la grandeza del sacrificio de tu Hijo. Que no quedó clavado en una cruz, sino que resucitó, venció a la muerte para garantizarnos otra vida, que es la que nos empuja a seguir este peregrinaje con sus luces y sus sombras.
Gracias porque el Verbo se hizo carne para traer luz a este mundo que se encontraba en tinieblas. Gracias por rebajarte y ser uno más entre nosotros. Uno más. ¡Con lo que cuesta! Humilde, sencillo e íntegro.
Que tu iglesia sea una comunidad viva, que no se queda quieta, sino que coge su cruz y sale y sigue a Cristo. Ahí fuera está su cometido, pues ella no vive para sí misma sino para el mundo que tú amas de tal manera que ‘casi no lo podemos comprender’, pero, aun así, con tu ayuda, vamos. No hay vuelta atrás.
Sí, que no haya vuelta atrás en cuanto a esas buenas intenciones que tuvimos al inicio de este confinamiento, de pensar más en el prójimo, en lo importante que era su seguridad, su bienestar, su vida en todos sus aspectos. En esas bonitas palabras de que todos éramos iguales, imprescindibles. Todos eran importantes. Y lo mío no era sólo mío. Se hablaba de unidad, de la búsqueda de soluciones, no perdiendo tiempo en discusiones ni en poner mala cara, ni sonrisas de burla. Dijimos que nos importaba el prójimo, que a todos nos importaba lo que les pasaba a todos, incluso más allá de nuestras fronteras. Dijimos que no teníamos el control, que había alguien que estaba por encima. Y pusimos al hombre por encima de la economía. Nos dimos cuenta de que teníamos que cuidar más la tierra que habitamos, pues también había estado gimiendo. Dijimos que ahora sí íbamos a intentar copiar el modelo de Jesús y su Misión. Volvieron a resonar las palabras de Pablo diciendo que ya no había esclavo ni libre, ni griego ni judío, ni hombre ni mujer… pues todos éramos iguales ahora ya en Cristo. Nos acordamos de su obra y lo que costó, sí, por gracia, gratis, regalo, pero que no es barata. El listado era largo, pero quedó en la memoria, esa que hace que no olvidemos, aunque a veces digamos: ‘yo nunca dije eso’.
¡Cuando sólo nos encontrábamos con gente de paz!, aunque fuese ayudados por los nuevos, útiles y encantadores artilugios tecnológicos. Cuando parecía que todas las cosas se reconciliaban las unas con las otras. El Norte con el Sur; el este con el Oeste. El sol y la luna no competían por estar más tiempo que el les correspondía. Cedimos las carreteras a los animales del bosque. Se pudo oír nítidamente el trinar de los pájaros al amanecer y al anochecer, y durante el día. Unos cantaban, otros oraban, y todos alababan al Señor. Y decíamos: ¡Alabaré! Y otra vez: ¡Alabaré! Nubes de testigos animándose. Y así por los días…
Te ruego que no olvidemos en cuanto volvamos a la normalidad. Que ya no sea normal, pues cuando tú los trastocas todo, queda mejor. Te ruego que tú seas el centro de todo, porque así seremos libres de todo temor, no hacia la reverencia que te debemos, sino de lo que podamos hacer los hombres.
Que el amor y la paz, y las enseñanzas que tú dejaste como una estela sobre la tierra, amenazando volver, contaminen todo el universo en un nuevo renacer a tu merced.
Un abrazo fraternal. Paz.
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