¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre?
Se acaba de celebrar el Día Mundial del Refugiado, así recordado desde que el 4 de diciembre de 2000 se decidiera que cada 20 de junio se conmemorara este día, que venía a mostrar la solidaridad con África, donde se concentra la mayor parte de los refugiados en el mundo.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 79,5 millones de personas en el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares a causa de la persecución, los conflictos, la violencia y las vulneraciones de derechos humanos, una cifra que se ha incrementado respecto a la de 2018: 70,8 millones. Aumento que destaca también en los desplazados internos, 45.7 millones; refugiados y otros desplazados fuera de su país, 29,6 millones, y solicitantes de asilo, 4,2 millones. El incremento de estas cifras respecto a 2018, nos dicen, se debe al aumento de los desplazamientos en República Democrática del Congo, Sahel, Yemen y Siria. De esta misma fuente extraemos que el 40% de los desplazados forzosos son niños y niñas, entre 30 y 34 millones, muchos de los cuales no van acompañados por sus familiares, y, además, entre otros problemas que afectan a este grupo más vulnerable es la imposibilidad de ir a la escuela, por eso me ha parecido interesante leer en este mismo medio acerca de la labor en favor de los niños, especialmente en el aspecto educativo, realizado por la ONG Together Fort he Family, que trabaja con refugiados sirios en un asentamiento que está en la Bekaa (Líbano), y a la que apoya Alianza Solidaria, desde España.
La mayor parte de los refugiados, de los que dos tercios provienen de Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar “se encuentran acogidos por países de ingresos bajos o medios, que además cuentan con sistemas de salud, agua y saneamiento más débiles”. Entre estos países de acogida podemos citar a Turquía, Pakistán, Uganda, Sudán y Alemania.
Y me interpela lo que ha dicho el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi: “Estamos asistiendo a una nueva realidad en la que el desplazamiento forzado hoy en día no sólo está mucho más extendido, sino que simplemente ya no es un fenómeno a corto plazo y temporal”. Es decir, que se reducen las posibilidades de regreso a sus hogares, a lo que hay que añadir que también se les cierra las puertas que les permitirían vislumbrar un futuro en los países adonde llegan. No tienen esperanza de ningún tipo, ni de más allá ni de más acá. Y a todos estos problemas hay que añadir el generado por la Covid-19.
Solo señalar, a mi modesto entender, que se hace necesario se produzcan cambios en las políticas de migración y asilo de la Unión Europea para fortalecer el derecho de asilo, y también estimular a que los países de la Unión cumplan con sus cuotas de acogida de refugiados, especialmente porque somos una comunidad de naciones que han sido referencia en cuanto a los derechos humanos. Y no puedo dejar de mencionar que no se debe dejar de fortalecer ese apoyo a aquellos compromisos de solidaridad internacional como la Declaración de Nueva York a favor de los derechos de los refugiados y migrantes. En este sentido, satisface conocer que ACNUR pretende aprovechar el compromiso de la Agenda 2030 para el desarrollo de no dejar a nadie atrás, así como también los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con vistas a “promover la inclusión de las personas refugiadas, desplazadas internamente y apátridas en los marcos nacionales de desarrollo”.
Hace unos días escribí sobre el Día Internacional contra el Trabajo Infantil, y hoy, cuando menciono a los refugiados, me acuerdo de ellos, pues me parece que todo está interrelacionado. Cuando decimos que los niños refugiados no pueden ser escolarizados, inmediatamente pensamos en trata, explotación laboral o esclavitud infantil, que es lo que les espera si no nos preocupamos por su situación.
Desde hace varios años, siempre escribo unas líneas sobre la conmemoración del Día de los refugiados, pero hoy también insto a que los recordemos todos los días, pues todos los días están en los campamentos para ellos establecidos. Todos los días están sin patria, sin una buena alimentación, seguridad social, ni un futuro asegurado, ni una educación de calidad, inculcación de valores... Muchos ni siquiera tienen nacionalidad, son apátridas. Pero para Dios sí existen, tienen nombre, no son sólo cifras. Y Dios tiene instrumentos para mostrarles su amor, los cuales deben estar activos.
En este sentido, diré que el ADN del refugiado, del extranjero, lo llevamos con nosotros. ¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre? Dios huyendo como tantos, buscando refugio en Egipto, perseguido y amenazado de muerte por la sinrazón.
¿Nos deben importar estos temas? Si leemos la Biblia con otros ojos, unos ojos nuevos, se nos abren todos los sentidos y los sentimientos. Y hasta entendemos que debemos participar en la búsqueda de una sociedad mejor, pero sin olvidar que, como dice un autor que leo y releo: "... la respuesta principal y más poderosa a las necesidades sociales y políticas del hombre, a su búsqueda de libertad, justicia y realización, está dada por Jesús en su propia obra y en la iglesia". Es necesario una nueva comunidad transformada por él, que tendrá una nueva actitud hacia el poder y su ejercicio, hacia las barreras y los prejuicios humanos, la justicia...
Y he aquí que hoy desempolvo mi Palabra y repaso lo que Dios nos pone como principios más elementales en materia de atender a los forasteros. Así lo mandó Dios a su pueblo escogido, hace ya miles de años. Me dirijo al Antiguo Testamento y no necesito buscar mucho para encontrar, en los textos legales, pautas sobre el trato a los forasteros: “Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos… Lev. 19.33-34. La directriz es que tuvieran derecho a la situación de bienestar de la que gozaban los israelitas. Estamos hablando de justicia social. De legalidad. De amor.
Abraham tuvo que salir de su tierra natal. Jacob tuvo que ir a Egipto donde ya se había instalado José como extranjero, como consecuencia de la persecución, vendido como esclavo, una lacra que perdura hasta hoy en ese círculo de la trata y del tráfico de seres humanos, víctima como tantos de hoy en día.
Y sigo leyendo: “Cuando recojas la cosecha de tu campo y olvides una gavilla, no vuelvas por ella. Déjala para el extranjero, el huérfano y la viuda. Así el Señor tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos”. […] Cuando coseches las uvas de tu viña, no repases las ramas; los racimos que queden, déjalos para el inmigrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto. Por eso te ordeno que actúes con justicia” (Dt. 24:19-21).
Y más, “Ya he retirado de mi casa la porción consagrada a ti, y se la he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda… conforme a todo lo que tú me mandaste…”, debían decirle a Dios en signo de obediencia. Dios había diseñado los caminos que propiciaban una convivencia basada en la obediencia a sus mandamientos, donde los excluidos tenían cabida en medio de su pueblo. Era un gesto voluntario, reverente, porque era lo que se esperaba de una comunidad transformada.
Dios no se cansaba de recordar a los suyos, de interpelarlos. No se cansaba ni siquiera cuando las personas no oían. Como creador iba ideando formas y de pronto me encuentro con la contundencia de los profetas, solo por citar algunos, cuyas afirmaciones desestabilizan nuestra estabilidad y confortabilidad. Para hacernos salir de este estado, ahí va Dios diciendo: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa, que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba…” (Is. 58).
Nos reta a no estar pensando solo en nosotros mismos: “… no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre…” (Zac. 7).
Y el Hijo, nada más iniciar su ministerio, señaló su decantamiento por los más vulnerables: “El Espíritu del señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos…” (Lc. 4). Y en Mateo 25: “… fui forastero y me recogisteis…”.
Y de ese reconciliar de Dios todas las cosas en Cristo, nacen nuevas y retadoras directrices para las nuevas comunidades, como lo dice Pablo en su carta a los Gálatas: “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”.
Quien desee ampliar sobre el tema, solo tiene que abrir su gran Libro, y luego sumarse a ese contingente de aprendices que luchan por seguir sus pautas.
Quiero terminar diciendo que no siempre podemos estar en primera línea de atención a los refugiados u otros, pero podemos apoyar de diversas maneras, todas ellas valiosas, pues Dios ha otorgado dones diferentes que entre todos se complementan. Así que podemos clamar, escribir o pintar. Dar con alegría, difundir con entusiasmo información para sensibilizar a otros, animar, consolar, etc., etc.
Nunca he visitado un campo de refugiados, aunque ganas no me han faltado, pero resulta que allá por 1999, uno de esos campos, el de Tinduf, ubicado en Argelia, país que acoge a refugiados saharauis, vino hasta nuestra casa en el verano a través de un niño de seis años.
Según ACNUR, “los refugiados saharauis llevan 45 años en situación de desplazamiento. La mayoría de los 173.600 refugiados que viven en los campamentos argelinos de Tinduf no han conocido otra vida. Llevan años esperando una solución para volver a su tierra que, de momento, no llega. Tinduf se compone de cinco campamentos que llevan el nombre de ciudades del Sahara Occidental: Bojador, Dajla, El Aaiún, Auserd y Smara”. De Auserd llegó el niño; se llamaba Ahmed, y formaba parte de los niños saharauis que llegaban a España en el verano para que pudieran disfrutar de un mejor tiempo, pues en esa época allí las temperaturas son excesivamente elevadas. Y también podían mejorar su alimentación durante algo más de dos meses, y recibir atención médica. Por esa época arribaban a nuestro país unos ocho mil niños cada verano.
A través de ese niño pudimos conocer un poquito acerca de la vida en los campos de refugiados de Argelia y solidarizarnos más con los que se encuentran en situación de desventaja, pues a pesar de los problemas que podemos experimentar, incluso el confinamiento, no se puede comparar con la de los que ni siquiera pueden identificarse con un país, pues la tierra donde viven es prestada. Aprendió rápidamente a comunicarse en español y así pudimos entrar en su casa, conocer a su familia, sus padres, hermanos, abuela, tocar la alfombra que cubría el piso de tierra de su vivienda, tomar el té y degustar ese ambiente familiar tan importante para ellos; saber algo sobre su sentir y sus anhelos de niño. Lo acogimos como uno más de la familia, lo pusimos al mismo nivel que nuestro hijo. Aún conservo las fotografías familiares que nos envió su madre, junto con una carta donde plasmó con mucho cariño información sobre el niño. Fue una gran experiencia, con sus momentos entrañables y algunos complicados como en toda vivencia real. Pero es muy hermoso. Cada vez que preparamos las cajas de zapatos para el proyecto Operación Niño de la Navidad de Decisión, lo recordamos. Quizá por ello en el año 2010 me entusiasmó escuchar sobre esta iniciativa en un retiro de mujeres en Toledo, e intenté practicarla donde me encontraba. Es Dios moviéndose en todas partes.
La paz sea con todos. Un abrazo fraternal.
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