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La pureza animal en la Biblia

Lo impuro, desde la óptica bíblica, no es lo pecaminoso sino más bien todo aquello que incapacitaba formalmente para acercarse al santuario del Dios vivo.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 13 DE JUNIO DE 2020 15:00 h
Gaviota reidora, Larus ridibundus, sobre el Mar de Galilea.

Lo puro o impuro en la lógica del Antiguo Testamento no suele estar relacionado -en contra de lo que a primera vista pudiera parecer- con lo pecaminoso. Dios creó a todos los seres vivos y en el arca de Noé entraron tanto especies puras como impuras. Los buitres o los cuervos, por ejemplo, no se consideraban impuros por ser más pecadores o malvados que las palomas. Entre otras cosas porque los animales irracionales no pecan ni tienen responsabilidad moral alguna por sus acciones, pero también porque el concepto de impureza nada tiene que ver con el ámbito moral sino más bien con el cultual. Por tanto, lo impuro, desde la óptica bíblica, no es lo pecaminoso sino más bien todo aquello que incapacitaba formalmente para acercarse al santuario del Dios vivo. Es decir, lo que aleja de la vida y, por tanto, se aproxima a la muerte.



Veamos un ejemplo. Una mujer que da a luz a un bebé o que presenta la menstruación periódica es considerada impura en el Antiguo Testamento durante ese tiempo de su biología (Lv. 12) porque la pérdida de sangre -y también de esperma en el caso del varón (Lv. 15)- se entiende como una disminución de la vitalidad que aproxima la persona a la muerte y, por lo tanto, la aleja de Dios, fuente generadora del dinamismo de toda vida, oponiéndose así a su santidad divina. La emisión de tales flujos corporales se interpretaba como una pérdida vital. De manera que la impureza está relacionada directamente con la muerte. Al trasladar esta perspectiva al reino animal, el buitre, por ejemplo, así como todas las demás aves rapaces y carroñeras, son considerados animales impuros por estar mucho más relacionados con la muerte de sus presas que las puras palomas, aves alejadas de lo mortal ya que subsisten consumiendo sobre todo granos vegetales. No hay connotaciones morales aquí, solamente reflejos cultuales que perfilan con mayor o menor intensidad al “postrer enemigo que será destruido”, es decir, a la odiosa muerte (1 Co. 15:26).



Otro aspecto de la impureza ritual veterotestamentaria es el que se refiere a la noción de mezcla. En la Biblia se rechaza categóricamente toda mezcolanza o hibridación, tanto animal como vegetal, por considerarla antinatural y contraria al carácter de Dios. Si el Creador conformó al principio los tipos básicos de organismos, el ser humano no debe de ninguna manera confundir dicha singularidad original ya que eso iría contra la voluntad divina. Por ejemplo, toda persona que presentara una mancha en cualquier lugar de la piel -hinchazón, erupción o descamación como de lepra (Lv. 13)- debía ser declarada inmunda o impura. Esto podía ocurrir también con las manchas de humedad o de hongos en las paredes de las casas o en las prendas de vestir. Lo cual indica que ni las personas ni los objetos tenían responsabilidad alguna de su impureza. Y, lo que resulta aún más sorprendente, si la lepra o cualquier otra enfermedad dérmica llegara a extenderse hasta cubrir todo el cuerpo volviéndolo blanco, entonces el afectado era declarado puro (Lv. 13:12-14). ¿Cómo entender que con una sola mancha fuese impuro y, con toda la piel manchada, puro? La razón se debe a que la impureza estaba relacionada con la mezcla, mientras que la pureza consistía en la uniformidad.



Aunque ningún animal con defectos físicos o imperfecciones podía ser ofrecido en sacrificio al Señor (Lv. 22:17-25; Dt. 17:1; Mal. 1:8, 13-14), el concepto de impureza cultual nada tenía que ver con mutilaciones, lesiones o enfermedades de los animales. De otro modo, tal como se ha señalado, no se podría entender por qué entraron tantos animales impuros en el arca. De manera que la pureza o impureza dependía de otros factores muy concretos. Veamos algunos de los más significativos.



Los cuadrúpedos puros eran aquellos que tenían hendidas sus pezuñas (bi-ungulados) y además rumiaban el alimento (herbívoros que consumen vegetales en dos etapas, primero tragan y después regurgitan la comida para masticarla). En esta categoría de puros, entraban animales domésticos como ovejas, cabras o vacas y también salvajes como ciervos, gacelas o antílopes, pero no caballos, asnos, onagros, camellos, cerdos, felinos, cánidos, conejos o damanes ya que no reunían ambas características (Lv. 11). Los animales acuáticos, considerados puros y comestibles, debían cumplir también dos condiciones: tener aletas y escamas (Lv. 11:10) como las sardinas, boquerones, carpas, truchas, atunes, doradas, lubinas, etc. Sin embargo, estas dos características anatómicas no las presentaban los “impuros” como las anguilas, congrios, murenas, gambas, langostinos, moluscos, cangrejos, pulpos, etc. Para las aves no había criterios específicos ya que estaban reguladas por una lista (Lv. 11:13-20), mientras que entre los insectos alados que “caminan a cuatro patas” (aunque en realidad tengan seis) sólo se consideraban puros aquellos que además tenían las extremidades traseras más grandes y capaces de dar grandes saltos como las langostas o saltamontes (Lv. 11:21-23).



Los distintos exégetas y zoólogos bíblicos han intentando durante años interpretar adecuadamente las razones de dicha clasificación animal ya que el texto bíblico no aporta ninguna justificación de la misma. Se han ofrecido numerosas explicaciones, algunas de las cuales pueden incluso combinarse entre sí. No obstante, ninguna de ellas ha logrado el consenso general entre los especialistas. Veamos pues, a pesar de todo, las principales hipótesis.



Muchos creen que la razón fundamental de tal discriminación zoológica (zootaxia) responde a preocupaciones higiénicas o sanitarias, pues algunos de los animales prohibidos son portadores de parásitos capaces de provocar enfermedades al hombre. Ya en el siglo XIII, el gran filósofo judío sefardí Maimónides (1186-1237) sugirió que estas prohibiciones dietéticas se debían a razones estrictamente médicas. Escribió estas palabras: “insisto, pues, en que todos cuantos alimentos nos han sido prohibidos por la Ley constituyen un nutrimento malsano”.1 Del cerdo decía que era un animal muy sucio ya que se alimenta de cosas mugrientas. Otros autores ven en tales prohibiciones una manera pedagógica para el pueblo de Israel de inculcar un rechazo a ciertos animales que otros pueblos periféricos idolatraban y adoraban en sus religiones politeístas, a la vez que les permitía afirmar su identidad hebrea como pueblo elegido por Dios. Algunos creen que los seres impuros serían precisamente aquellos que repugnan de manera natural al ser humano.



Los hay que ven en tal clasificación una alegorización de los vicios y las virtudes humanas trasladadas a los animales irracionales, que serviría para enseñar al pueblo a controlarse y no caer en el desenfreno moral. En este sentido, un autor apócrifo anónimo escribió: “En cuanto a las aves prohibidas, te encontrarás con animales salvajes y carnívoros que someten por la fuerza a los demás y se alimentan consumiendo brutalmente a los domésticos que acabamos de mencionar; y no para ahí la cosa, sino que echan la zarpa sobre los corderos y los cabritos y atacan violentamente incluso a los hombres vivos y muertos. Por medio de estas prescripciones, el declararlas impuras significó que aquellos para los que está puesta la ley deben usar la justicia en su dominio interno y no oprimir ni quitar nada a nadie fiados de su propia fuerza, sino dirigir desde la justicia los asuntos de la vida al igual que los animales domésticos de entre los susodichos volátiles se alimentan de legumbres y no oprimen destruyendo a los de su especie. Así que, por medio de ellos, el legislador dio a entender a los inteligentes que había que ser justo y no realizar nada por la fuerza ni oprimir a los otros basándose en el propio poder''.2



También se ha señalado que en la Biblia el consumo de animales se permite como una última concesión ya que lo que se pretende es inculcar el respeto a la vida y, por tanto, se trata de reducir la frecuencia o las ocasiones de matar criaturas. Otros opinan que tales leyes responden a una práctica sacrificial anterior; o a exigencias económicas; o que son una manera de santificar el acto de comer; o que es solamente una forma de justificar a posteriori la práctica alimentaria hebrea de una determinada época de su historia3; o, en fin, que son arbitrarias y que el ser humano es incapaz de justificarlas porque sólo dependen de la voluntad de Dios, quien exige obediencia.



En este último sentido, el rabino Najum Braverman, opina que para el creyente, el hecho de que no existan razones para el cumplimiento de estas reglas dietéticas no constituye un problema, sino más bien una gran ventaja. Y escribe: “Noten que ambas leyes son áreas donde las necesidades físicas del hombre más poderosas, toman lugar. Cuando el hombre va detrás de la comida y el sexo, es difícil ser completamente objetivo. Es por eso que si las bases de las leyes de kashrut o de las leyes de las relaciones prohibidas fuesen aparentes, el hombre siempre trataría de encontrar razones de por qué se le debería permitir en esta u otra ocasión complacer sus deseos. Una vez que la obligación pasa al reino de la lógica, el ser humano puede venir con muchas formas de lógica rebuscada para racionalizar lo que quiere hacer (...). O algo está permitido o está prohibido. No hay lugar para el debate o la subjetividad del razonamiento del hombre.''4



La antropóloga británica Mary Douglas (1921-2007) planteó una hipótesis, que ha sido muy criticada, en la que argumenta el orden de la creación por separación. Para ella, los animales puros serían aquellos que se conforman perfectamente a su clase y su locomoción se adecúa al entorno. Lo normal y coherente en la creación es que los animales terrestres sean cuadrúpedos (es decir, que caminen sobre cuatro patas); que las aves vuelen y que los peces naden. En cambio, los impuros serían aquellos que se saltan estos límites, como cualquier animal marino que camine en vez de nadar (como cangrejos, pulpos, almejas, estrellas de mar, etc.); o peces que carezcan de escamas (como los tiburones, peces gato, morenas, etc.); o aves que no vuelen (como el avestruz), etc. En su opinión: “el principio subyacente de la pureza de los animales consiste en que se han de conformar plenamente con su especie. Son impuras aquellas especies que son miembros imperfectos de su género, o cuyo mismo género disturba el esquema general del mundo”.5 Por tanto, las leyes de pureza eran signos del reino animal que le recordaban a Israel la unidad, pureza y perfección de Dios. Mientras que su observancia, que culminaba con el sacrificio en el Templo, era una manera de reconocerle y adorarle.



Sea como fuere, en el seno del propio judaísmo surgió la oposición a esta doctrina de lo puro y lo impuro que tanto defendían los fariseos. El propio Señor Jesús les dijo a sus discípulos que lo que entra en la boca no contamina al hombre: “¿También vosotros sois aún sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mt. 15:16-20). Y el evangelista Marcos añade: “Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (Mc. 7:19b). Esta declaración del Maestro galileo fue tan tremendamente revolucionaria que hasta sus propios discípulos le pidieron una aclaración.



Jesús sostuvo abiertamente que ningún alimento hacía impuro al ser humano. Con lo cual, la consecuencia inmediata era que los cristianos ya no tenían por qué cumplir con las prescripciones externas de la comida. Semejante crítica de la torá, especialmente de las leyes de pureza judía, fue uno de los principales motivos que llevaron a las autoridades hebreas, en connivencia con las romanas, a procesarlo y crucificarlo. Poco tiempo después, algunos seguidores de Jesús, como el propio apóstol Pedro, tuvieron una revelación especial que los convencería todavía más de que debían quebrantar las regulaciones dietéticas judías para que el reino de Dios se extendiera también entre los gentiles (Hch. 10:9-16; 11:1-18). Si el Altísimo le ordenó, en aquel éxtasis singular, comer todo tipo de animales (puros e impuros) es porque ya no había alimentos prohibidos. De esta manera, se consolidaba la separación definitiva entre judíos y cristianos.



 




1 Guía de Perplejos, 1983, Tercera parte, cap. 48, edición preparada por D. Gonzalo Maeso, Editora Nacional, Madrid, p. 531.





2 Apócrifos del Antiguo Testamento II, 1983, A. Diez Macho ed., Ediciones Cristiandad, Madrid, p. 41. 





3 Luciani, D. 2018, Los animales en la Biblia, Verbo Divino, Estella, Navarra, p. 35.





4 https://www.tarbutsefarad.com/besalu-recortesprensa/981-animales-puros-e-impuros-ipor-que.html





5 Douglas, M. 1973, Pureza y Peligro. Un análisis de lo conceptos de contaminación y tabú, Siglo XXI, Madrid, p. 79.



 

 


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