Para aquellos que enfrentan esto en sus propias vidas, la decisión de seguir a Jesús no es nada sencilla.
¿Cómo vivir mi fe en Cristo cuando mi familia se convierte en mi principal enemigo? Posiblemente, tú no has tenido que hacerte esta pregunta el día que entregaste tu vida a Cristo; puede que, incluso, hayas nacido en un hogar cristiano y desde niño has podido sentir el calor de una familia que te ha educado en el conocimiento de la Palabra. Sin embargo, no se trata de una cuestión baladí. Es más, déjame decirte que se trata de una pregunta a la que, cada día, miles de nuevos creyentes tienen que responder cuando deciden seguir a Cristo mientras que se enfrentan a una familia que, no solo no está de acuerdo con su nueva fe, sino que intentan que, por todos los medios, renuncien a ella.
Cada persona vive en una familia. La interferencia de los perseguidores contra los cristianos en la esfera de sus familias es, junto a sus derechos como individuos, la esfera más cercana en la que un creyente puede ser afectado. Esto es donde el estado o la familia extendida u otros, a veces incluso miembros de la familia nuclear, tratar de detener la transmisión de la fe. Dicho de otro modo, puede ser la propia familia o las interferencias de terceros en el núcleo familiar. Curiosamente, esto no es algo nuevo. En Mateo 10:36, Jesús nos advirtió: “Y los enemigos del hombre serán los de su casa”; y, como dice Eclesiastés, “nada hay nuevo bajo el sol”. Sin embargo, para aquellos que enfrentan esto en sus propias vidas, la decisión de seguir a Jesús no es nada sencilla. El precio no es abandonar una religión, o dejar atrás algo que es de su gusto, sino contar con la oposición de aquellos que deberían ser tu refugio, tu hogar: tu familia.
Cuando analizamos como afecta la persecución a las relaciones familiares, la principal pregunta que nos surge es: “¿Cómo de libre es un cristiano para vivir sus convicciones dentro del círculo familiar? ¿Cuán libres son las familias cristianas para conducir su vida familiar conforme a la Biblia? ¿Cuánto han sido discriminados, acosados o perseguidos los cristianos por sus familias de alguna forma?” Aunque estas preguntas tienen diversas respuestas, todas ellas relacionadas con la persecución: por ejemplo, en algunos países se produce una asignación forzosa de identidad religiosa al nacer, de forma que desde que alguien es niño se le identifica con una religión; también tiene que ver con el registro de asuntos civiles, bodas, bautismos, entierros, adopciones, adoctrinamiento de niños, acoso o discriminación contra niños, y todo un conjunto de situaciones que, en resumen, se identifican con una sola: opresión en medio del núcleo familiar.
Un creyente afgano nos dijo: "Tuve muchos pensamientos cuando viajé a la casa de mi padre. En el pasado, me había golpeado después de oír que era un seguidor de Jesús. Cuando entré esta vez, fue inmediatamente obvio que no quería verme. Cuando le deseé Salam y le besé la mano -como es nuestra costumbre- reaccionó como si no quisiera que me acercara a él. Salió de la habitación rápidamente". ¿Imaginas a tu padre negándote incluso el saludo? Precisamente, la mayor influencia negativa sobre los creyentes en países tan cerrados como Afganistán, Yemen y Arabia Saudita se basa en el control social generalizado por parte de la familia y las redes familiares, donde convertirse al cristianismo se considera una vergüenza para el nombre de la familia. En general, para aquellos que provienen de trasfondos musulmanes, esta puede ser la esfera de persecución más difícil a la que se enfrentan.
Sin embargo, hay un factor que es fundamental, que produce que los cristianos que experimentan situaciones de este tipo puedan soportarlo sin desmayar: ahora pertenecen a una nueva familia. Dios los ha hecho sus hijos, y les ha rodeado de un Cuerpo, una familia: la familia de Dios.
Recuerdo perfectamente el caso de un chico llamado Anjay, de India. Por causas económicas, este muchacho había sido criado desde niño por unos familiares cercanos en lugar de ser sus padres quienes se encargasen de él. Cuando por fin sus padres pudieron hacerle regresar con ellos, descubrieron algo que les deshonraba: Anjay era ahora cristiano.
Puedes imaginar la situación: golpes, gritos, insultos, abusos, etc. Pero Anjay no regresó a la fe hindú. Tras muchos intentos sin grandes resultados, sus padres tomaron la decisión de casarle con una buena mujer hindú, que le hiciese recapacitar y volver a su antigua fe. Creo que ya puedes imaginar como terminó la historia: aquella joven hindú también se convirtió al cristianismo.
Pero, desgraciadamente, ahí no acabo todo: su familia decidió ir y asesinarles mientras estaban en casa. Sin embargo, Dios les guardó: justo en ese momento habían salido para hacer algunas tareas. Salvaron la vida, pero su familia destruyó todo: sus pertenencias, sus recuerdos, su hogar; todo destruido. Lo curioso de esta historia viene ahora, y es que, tiempo después, preguntaron a Anjay como, a pesar de esto, continuaba manteniendo el gozo. Su respuesta sigue impactando mi corazón: “Dios me bendice de innumerables formas – nos dijo –; aunque he perdido todo, he ganado a Jesús”.
La historia de Anjay representa muchas otras historias; historias de nuestra familia perseguida. Quizás creas que no hay mucho más que podamos hacer aparte de orar por ellos, pero, en realidad, orar por ellos es lo más importante que podemos hacer. El próximo mes de noviembre celebramos el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida. Tú y tu iglesia podéis ser parte de la respuesta con vuestra oración. ¿Qué sería de Anjay sin una nueva familia, que conformamos tú y yo, que ora por él y su esposa? ¿Qué sería de tantos otros cuyos nombres desconocemos? Nuestra familia nos necesita: no los abandonemos.
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