Este país necesita mediadores sociales, hombres y mujeres de bien que estén desprovistos de extremismos y se mantengan imparciales.
El símbolo fratricida de la España enfrentada está muy bien representada por Goya, uno de nuestros pintores más ilustres, en El duelo a garrotazos, una de sus Pinturas Negras más destacadas.
Esta desgraciada premonición histórica, tan recurrente en nuestra historia reciente y antigua, nos describe perfectamente. El duelo a garrotazos es considerado el enfrentamiento fratricida por excelencia, representando claramente a las guerras civiles españolas, aunque también puede representar perfectamente la violencia innata del ser humano entre hermanos y diferentes comunidades.
La idea de las dos Españas se refleja perfectamente en la división reiterada de la sociedad española en los siglos XIX y XX y, desde luego, mucho antes, incluso hasta hoy en el siglo XXI, prevaleciendo este síndrome cainita hasta nuestros días; dos Españas que pugnan constantemente por imponer sus ideas, unas liberales y otras conservadoras. Otras Españas, también enfrentadas, fueron la de los reyes católicos contra los judíos, en contra de las costumbres milenarias del pueblo judío tan arraigadas entre nosotros y, por supuesto, también de manera inquisitorial contra los protestantes españoles que destacaban entre las clases más nobles y que abrazaron no sólo la Reforma religiosa contra la despótica iglesia imperante, sino que aportaron una cosmovisión de la espiritualidad y de la vida, en todos sus aspectos, totalmente emancipadora.
Pero España sigue evocando los viejos demonios históricos del pasado con su sangrienta guerra civil casi a mediados del siglo XX, disputándose entre el fascismo más espeluznante y la fascinación bolchevique, y los movimientos anarquistas que hacían tambalearse a la frágil República española. Pero, al parecer, la joven democracia española, cuarenta años después, se vuelve a encontrar en la misma encrucijada, que sigue sin resolver su presente y su futuro en este irreconciliable crisol de culturas. La clase política emergente ha pulverizado la cultura del pacto de la transición española a la democracia, convirtiéndose ésta en un simple espejismo de lo que parecía una refundación de las muchas Españas que coexisten entre nosotros, malogradamente, a día de hoy.
¿Quiénes serán los nuevos ingenieros sociales que aborden a fondo una profunda e inteligente reconciliación nacional que interprete los sentimientos históricos de unos y de otros, y las diferentes sensibilidades, para encontrarnos en un espacio común donde se impongan el respeto mutuo y una democracia federal que acabe con la España de los duelos a garrotazos, instalados en rencores ancestrales y odios perniciosos, azuzados por una gran parte de esta torpe clase política que nos gobierna a izquierda y derecha en la España actual?
Este país necesita mediadores sociales, hombres y mujeres de bien que estén desprovistos de extremismos y se mantengan imparciales para conseguir una mesa de diálogo de todas las partes en conflicto y, de esta manera, favorecer la reconstrucción social, y yo diría incluso espiritual, de nuestro país, por supuesto sin imposiciones arbitrarias; y, a partir de ahí, desarrollar una agenda transversal de interés general en todos los aspectos, tanto sociales como territoriales, culturales y, por supuesto, económicos, rediseñando un nuevo marco político consensuado, sin importar el tiempo que se tarde en desarrollar la arquitectura de esa nueva España inclusiva de todas las Españas reales.
La llamada reconstrucción socioeconómica que se propugna para enfrentar las devastadoras consecuencias de la postpandemia, en estos momentos podría ser un buen ensayo general de esta abreviada y humilde propuesta para enterrar definitivamente la maldición cainita de este país. Si no somos capaces de intentarlo con paciencia y persistencia, reproduciremos el endemoniado patrón de nuestra más negra historia y las nuevas generaciones, más temprano que tarde, nos maldecirán por ello.
Dios bendiga a los pacificadores y artesanos del futuro que se atrevan a aceptar este necesario desafío para esta hora crucial en nuestro país.
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