Siempre Él arropándonos bajo sus alas protectoras, atrapando las saetas que vuelan directo hacia el corazón.
Amanece en Tejares, y en medio de los días revueltos el cielo aparece con unos destellos dorados, como queriendo hacernos ver la magnificencia y lo asombroso de la creación. A tal maravilla se suma el cántico de los pájaros que han vuelto ahora que corren nuevamente las aguas del Tormes. Y el río, sinuoso, por las noches nos arrulla con su suave murmullo. Reverdecen las hierbas que lo bordean, ya se puede volver a sentir el petricor después de las lluvias que caen sobre la meseta, tierra de antiguas vegas, molinos, acequias, de duro trabajo del hombre del campo, de los carromateros, cabreros, mesoneros. Donde aún destilan los olores de los garbanzos cocheros, de los pimientos, las sopas de ajo, el hornazo, las rosquillas, la cuerna del tocino… Y la riqueza que significaba encontrar un rebojo, que era como un tesoro en el cajón de la cocina de las casas, y cuyo descubrimiento saciaba la nostalgia del trigo que escaseaba.
Es Él, digo, con emoción contenida, que muestra su rostro a través de ese cielo resplandeciente, donde podemos escondernos en el día aciago, cuando los ejércitos quieran acampar a nuestra vera; es real digo su quehacer en esta tierra que es la niña de sus ojos, de generación en generación lo hemos visto y hemos sentido, aun cuando por el sendero de los tiempos sin ver las señales deambulamos por Egipto, Moab, Susa o Babilonia. Pero Él, siempre Él arropándonos bajo sus alas protectoras, atrapando las saetas que vuelan directo hacia el corazón, librándonos de la codicia y el despojo, la soberbia y la dura cerviz.
Miro el cielo y otra vez digo: Nada somos, apenas como la llama que de un soplo se apaga y ya no alumbra, como la hierba que llora al atardecer antes de secarse; no sabemos contar nuestros días…
Mas he aquí que otra vez llega Él y restaura las murallas de la ciudad, que vuelve a ser habitada, y sus moradores siembran y siegan cuando la lluvia desciende del cielo, y traen gavillas de sus primicias, no se olvidan del descanso para la tierra, rememoran el año de gracia, ¡tan agradable!, y dejan caer espigas sutilmente para los que rebuscan; rompen las cadenas y gritan ¡libertad!, iluminan los ojos de los ciegos, la palabra los sustenta y alumbra; y así prosperarán. Y tendrán paz; buenas nuevas de paz para el que está lejos y para el que está cerca. Una paz diferente, porque Él es la paz, nuestra paz… Y los cielos lo cuentan y lo cantan.
Un abrazo fraternal para todos.
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