Entre 1572-73 se produce un aumento notable de apelaciones sobre casos de brujería ante el Parlamento.
En la obra que presentamos, el autor trata de analizar y juzgar actos específicos. No son teorías, o un modo de intentar salvar un alma, sino de actuaciones que dañan a la sociedad. Es un acto cívico, que tiene como referencia las leyes civiles y los tribunales para atajar ese mal social. Por eso tales actos catalogados y archivados por otros jueces en territorios católicos también valen. Precisamente la segunda edición del Tratado, que sirve para la presente traducción, incluye los resultados de un juicio efectuado en la Saboya (católica) linde con Ginebra.
Entre 1572-73 se produce un aumento notable de apelaciones sobre casos de brujería ante el Parlamento. Es, por tanto, el contexto de la obra una realidad judicial. (En el inicio del siglo siguiente se nota otro gran repunte de casos judiciales.) Es una circunstancia social que no obedece a signos confesionales, sino, más bien, a zonas geográficas, y que en Francia son abundantes.
Junto al anterior y afamado Malleus maleficarum (Martillo de brujas), 1487, obra de dos inquisidores dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, en este periodo de tiempo se editan, además de la obra de Daneau, De la Demonomanie des Sorciers, del mismísimo Juan Bodino (1580), las de Nicolás Rémy (1595), Henry Boguet (1602), Pierre De Lancre (1612), y otras, tanto católicas como protestantes.
El autor del Tratado ofrece al mismo tiempo su obra sobre Física, es decir, es alguien ocupado con la investigación del mundo natural en su más amplio sentido, y en ese espacio, donde caben la Teología, la ética, la política, el comentario bíblico, etc., se enmarca esta investigación. “Tras la verdadera Teología y conocimiento de Dios, no hay arte ni ciencia más necesaria para los hombres que la que llamamos Física”, nos dice. No se trata de un teólogo perdido en especulaciones, sino de un jurista que tiene que responder a cuestiones concretas, y en ese momento los “delitos” por brujería eran un caso social y civil de presencia cotidiana. En ese (y para ese) contexto escribe su obra.
El trabajo se presenta en el formato de diálogo. Un Antonio que pregunta, y un Teófilo que responde. Y en todo el tiempo fluye esta cuestión de base: ¿qué son esos individuos, los brujos, que ocasionan tales males? Los males se dan por realizados, existen, son animales muertos realmente, daños reales, etc. Habrá que concluir que esos brujos no son imaginarios, pues sus actos son palpables.
Frente a otros tratados, Daneau (y así lo destaca el traductor), aunque conoce y cita a los Padres y otras autoridades, su centro es la propia Escritura. Eso hace al Tratado un texto de confrontación peculiar, también para hoy. Estamos, pues, ante un investigador honesto, que como jurista sabe que tiene que responder a cuestiones sociales que, por la razón que sea, abundan en ese momento. Y su fundamento es la Escritura. Así lo presenta el traductor: “Ante las dudas de Antonio (que Daneau toma muy en serio, sin despreciarlas ni ridiculizarlas como otros adversarios del escepticismo), Daneau-Teófilo adopta una actitud que pretende ser conciliadora. Es cierto, reconoce Teófilo, que muchas de las acciones que se imputan a los brujos son chismes y cuentos. Ahora bien, nadie puede dudar de que actúen al servicio del diablo y de que éste, en la medida en que Dios se lo permite con fines providenciales, opera a través de ellos acciones prodigiosas”. (p. 39)
“La creencia en naturalezas angelicales o espirituales determina totalmente las explicaciones físicas del teólogo calvinista”. (p. 41) “El Evangelio (tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo, que contiene también numerosas referencias a la hechicería), invocado de forma continua a lo largo del Tratado de los brujos, es, por consiguiente, la autoridad fundamental en torno a la cual se vertebran las diferentes opiniones contenidas en el texto. Se trata de un elemento teológico que no resulta sorprendente si pensamos en que Daneau fue uno de los autores más destacados del movimiento teológico reformado y que la Reforma hizo de la Biblia la fuente de toda verdad”. (p. 41)
Esta orientación marcadamente bíblica no se limitó a esta obra, sino que para Daneau “fue en realidad el leitmotiv o elemento que marcó la totalidad de sus escritos, inspirados en el propósito de fundar todos los saberes (física, ética, política y también demonología) en la Palabra de Dios”. (p. 44)
Nunca, por tanto, se asume una igualdad de poderes: Cristo contra Belial. Eso es lo que ha hecho el cristianismo, con santos y demonios. Dios por sí mismo o por sus siervos puede obrar milagros (actos contra las leyes de la naturaleza), el diablo por los suyos, sólo prodigios (uso especial de esas leyes). “El diablo no actúa más que por medio de causas y cosas naturales, puesto que todo lo que Satán hace por él mismo o a través de sus secuaces o es una mera y falsa ilusión de nuestros ojos, o es un efecto producido por esas causas y cosas naturales, puesto que no puede hacer más que esto ni actuar de forma más poderosa.” (p. 109)
Los llamados Padres de la Iglesia te pueden echar una mano, pero lo más normal es que te echen con sus manotazos especulativos fuera del camino. La fuerza de la Escritura que el autor siempre tiene a mano, a veces se ve estorbada en su aplicación por el uso de autoridades eclesiásticas previas. Eso incluye a la cosmología aceptada en ese momento. No es reproche para el autor, sólo reconocimiento de algo que afecta cualquier lectura o aplicación del texto bíblico, por supuesto, también hoy.
Los diferentes apartados en que se desarrolla el diálogo, nos colocan, aunque a veces con lugares comunes sobre la idea de la brujería, en una seria reflexión para explicar algo que socialmente ocurría. No pretendiendo investigaciones frívolas sobre el asunto, “pues si no fuera porque es necesario en esta época, que lo requiere con urgencia, yo no querría decirte [Antonio] ni una palabra sobre este tema, sabiendo que debemos, en imitación de los primeros cristianos, no sólo evitar todas las cuestiones y disputas curiosas, sino también quemar todos los libros ociosos e inútiles, así como hicieron los cristianos en tiempo de Pablo [Hechos 19:19] (…) También al considerar por supuesto, que hay entre los cristianos materias más necesarias para nuestra salvación y más requeridas, aunque no sean ni tan agradables para nuestra curiosidad, ni tan propicias a hacernos subir por encima de las nubes o hacernos caer más allá de los infiernos”. (p. 51) [Los que “quieren ser considerados como los más sutiles y agudos doctores escolásticos”] “Éstos no buscan más que una ocasión y un campo para tomar carrerilla y saltar por encima de las barreras de la fe, contándose entre aquellos que siempre dudan y (como dice san Pablo en la Segunda Epístola a Timoteo 3, vers. 7) buscan y cuestionan por cualquier motivo sin recoger nada, es decir, sin aprender nunca ni comprender nada que los lleve a decidirse. (…) Ya que no hay cosa peor en el mundo que darle pretexto al loco para discutir su locura, ni al ladrón objeto y ocasión de robar, al curioso argumento para querellas sutiles”. (p. 52)
En el caso de Daneau, además de las circunstancias sociales ya señaladas, escribe el libro a petición de un amigo (a quien se lo dedica), que le consulta sobre el tema.
Respecto a los remedios contra los actos de brujos, recomienda el modelo de la Escritura, Romanos 8:31-32, o el Salmo 91. No frecuentarlos ni comunicar con ellos, pues “siguiendo la naturaleza de su amo, ponen buena cara y llenan de caricias al que intentan matar y envenenar”. El remedio civil es la actuación de los tribunales (¡no exorcismos!), pues se trata de delitos civiles.
Respecto al posible uso de medicinas y remedios de curanderos campesinos (y aquí notamos el equilibrio del autor), aunque no sean médicos “oficiales”, sí se pueden usar, a menos que se sepa su condición diabólica. “En este caso nosotros podríamos utilizar su remedio con buena conciencia, puesto que cuando la ayuda que se nos ofrece se funda en la razón natural y en la ciencia o la experiencia médica [subrayen esto], sin ser en modo alguno dependiente de Satán ni de ninguna superstición, podemos recurrir a ella cristianamente, sin que importe mucho que nos la esté ofreciendo una mujer, un campesino o alguien que se sospeche [sin probar] ser brujo. Muchos de los que se tienen sospechas, no son, en realidad, brujos”. (p. 124)
Y esto requiere otro encuentro la semana próxima. Veremos, d.v., algo de los brujos de hoy.
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