Debemos concretar si poder hacer ciertos movimientos porque se nos da permiso desde la ley y es lo más conveniente y se están presentando como nunca antes en esta pandemia los picos de ansiedad.
Llevamos unos cuantos días de desescalada y, en contra de lo que quizá pensamos hace unas semanas, cuando este momento aún se veía de lejos, los verdaderos problemas para las personas que no están enfermas o no han perdido a familiares y amigos llega ahora. Los que lo han pasado, están en el proceso de recuperación o en medio de duelos por fallecimientos y pérdidas de empleo, suman a su lista de problemas los que comentamos a continuación, tristemente. Eso sí, los que parecían vivir tranquilos ya acostumbrados a este confinamiento total, han dejado de estarlo.
En este cambio de fase toca decidir qué es prudente y sabio a cada paso que damos. Debemos concretar si poder hacer ciertos movimientos porque se nos da permiso desde la ley y es lo más conveniente y se están presentando como nunca antes en esta pandemia los picos de ansiedad. Porque como los seres humanos odiamos los cambios, pero nos acostumbramos a buena parte de ellos, durante unas semanas hemos odiado la idea de confinamiento, pero ahora hemos llegado incluso a cogerle “cariño” y lo que nos aterra es salir. Así somos.
Ahí es donde nos encontramos, como tantas veces, con nuestras propias contradicciones. No sabemos lo que queremos. Y lo que sabemos que queremos, que es estabilidad y seguridad total y absoluta, no podemos tenerlo. ¿Mala suerte? ¡Para nada! Si lo entiendes como tu peor opción, desde la indefensión de quien se siente como que se le han alineado todos los planetas en contra y que está “vendido a las circunstancias”, te bañarás constantemente en el mar de tu propia ansiedad. Si, por el contrario, no das demasiadas vueltas en círculo buscando otros caminos secundarios y decides aceptarlo como viene, yendo de A a B en línea recta y sin ambages, reconociendo que no hay vida mejor que aquella que está depositada con descanso -aunque con dificultad- en Quien controla el Universo, la cosa será muy diferente. Al fin y al cabo, es evidente que nos está costando controlar, incluso con ayuda de lo alto, este “pequeño bicho”, ¿verdad? Dios, sin embargo, se está encargando de eso y de todo lo demás sin problema. Él maneja lo enorme y lo minúsculo. Nosotros ni siquiera controlamos nuestro ritmo cardíaco o la respiración en nuestros pulmones.
Tenemos, entonces, una oportunidad como nunca antes de aprender a vivir como siempre debimos hacerlo y de aceptar de una vez por todas que no controlamos las circunstancias que nos rodean. A la par de esto, en vez de volver a acomodarnos al “más vale malo conocido que bueno por conocer”, quizá debemos ser personas maduras que afrontan lo que cada día trae, solo con su propio afán, no haciendo planes para mañana, agradeciendo cada momento que se vive desde lo que se tiene y no lamentándonos por lo que no tenemos o hemos perdido. Es tiempo, no de encerrarnos en nuestras casas como si fueran nuestra verdadera salvación, sino de combinar la sana prudencia y reflexión con buenas dosis de flexibilidad y gran cantidad de dependencia del Señor en todo ello. Nuestra salvación no está en nuestra casa. Está en Dios y solo en Él. Y hoy podemos verlo en primera línea. ¡Qué privilegio!
Prudencia y reflexión nos servirán para ser sabios y no impulsivos. La precipitación, tanto en salir demasiado rápido y desprotegidos como en parapetarnos en casa metiendo la cabeza debajo de la tierra, es mala consejera y nos pondrá en escenarios de dudosa utilidad y beneficio. Hagamos las cosas bien. Ten en cuenta, como el soldado que va a la guerra, lo que tiene en su mano y con quién y qué se enfrenta. Pero recuérdate que aunque el hombre alista su caballo para el combate, es el Señor el que da la victoria (Proverbios 21:31).
La flexibilidad ha de servirnos para dejar a un lado rigideces, para no actuar como borregos -lo cual se nos da muy bien aunque no nos guste reconocerlo-, para entender que vamos a tener que seguir actuando por ensayo y error y que, por cierto, seguiremos poniéndonos enfermos, cogiendo resfriados, teniendo que improvisar y ajustándonos a las novedades que cada día trae. Esto fue así antes de la pandemia, solo que se nos ha olvidado. Las cosas no saldrán como pensamos y viviremos enfrentando incertidumbres, porque es el precio que se paga por estar vivos. El que está muerto no tiene ese problema y la seguridad de quien ya no vive es el único estado en el que verdaderamente se puede tener el cien por cien de certidumbre que a veces andamos buscando. La vida implica siempre un juego de probabilidades. Por eso hacemos bien hoy en recordarnos que, ya que no controlamos nuestra suerte, aceptémoslo, ni siquiera las cosas pequeñas, es en las manos de Dios están realmente nuestros tiempos (Salmo 31:15).
Por último, pero no por orden de importancia, la dependencia de Dios se demuestra en tiempos como estos. En cada una de las situaciones que nos trae esta desescalada podemos optar, de nuevo:
El primer camino lleva a la obsesión y a la ansiedad. También a frustración y un falso sentido de confianza con el que terminaremos estrellándonos. El segundo, por el contrario, trae descanso, porque de un lado haremos bien lo que Dios nos trae a la mano, pero de otro podremos decidir hacerlo desde la decisión de descansar en Él, de vivir conforme a lo que decimos creer de forma práctica, porque Él tiene cuidado de nosotros (1ª Pedro 5:7).
Es posible que Dios permita que nos sucedan cosas feas, que tengamos que pasar por un contagio, o un proceso que se nos hace desconocido y ante el que nos hemos condicionado de la peor manera. Si nos contagiamos, que no sea por imprudencias, claro. Pero la realidad de que puede que Dios permita algo que no nos agrade es algo con lo que incluso a los cristianos nos cuesta mucho convivir. Por eso a veces tomamos la situación por nuestra mano y gestionamos las riendas de nuestra vida de forma autosuficiente, como para asegurarnos de que todo sale “como debe”. Si Dios fuera como nosotros, en su lugar estaría mirándonos con una sonrisa de medio lado y “alucinado” por nuestra ignorancia, prepotencia y falta de miras. Pero Él no es así y, porque nos sigue amando y nos tiene gran paciencia y misericordia, es que nos sigue dando la oportunidad de descansar en su cuidado sobre nuestras vidas, una y otra vez, como a niños torpes que no aprenden.
Puede que enfermes, pero no será sin su consentimiento y sin su acompañamiento en medio de ello. Podemos incluso morir, ciertamente, pero no más que antes de cualquiera de las amenazas que nos acechan. Él ya sabe cuánto confiamos en Él, luego este período no es para su información y comprobación. Es un tiempo que nos ilustra a nosotros. Este tipo de situaciones nos ayudan a los cristianos a tomar la verdadera medida de nuestra fe y no hacernos falsas composiciones de cuán santos somos y cómo ha de ser la vida de un cristiano, dependencias aparte. Es en nuestra debilidad, en sabernos frágiles, donde se crece su fuerza en nosotros. Ahí es donde la descubrimos: donde no tenemos ninguna. Y son los tiempos difíciles donde se demuestra la confianza que le tenemos, también en medio de enfermedad y muerte, porque confiar en los tiempos de bonanza es pan comido.
Así que desescalada significa para los cristianos y no cristianos un tiempo especial para desarrollar mayor confianza en el Dios que multiplica nuestras fuerzas, que controla nuestras circunstancias, que no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos. A unos para recordar que hasta aquí nos ayudó el Señor. A otros, para conocerle de forma personal como nunca le habían visto.
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