Pido a Dios que nos guíe y ponga mucho en nosotros el querer.
“No lo digo como por mi necesidad: porque yo he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé también estar humillado, y sé tener abundancia, dondequiera y en todas cosas soy instruido también para hartura como para hambre, también para tener abundancia como para padecer necesidad…”, dice el apóstol Pablo en Filipenses 4 (Biblia del Oso). Me gusta como empieza este pasaje pues me habla de aprendizaje, de un proceso que no ha sido por arte de magia. Se ha dado una caminata en medio de alegrías y también de situaciones difíciles. Pero, en medio de todo, la misericordia, la gracia y el amor de Dios. Pues no todo es hermoso y ¡viva la vida, y los negocios!, en el camino se nos exhorta, disciplina, arropa bajo unas alas, si mal no he entendido, y más. Pero con todo, aprendemos a ponerle buena cara a todas las estaciones sean más frías o más cálidas. Y la palabra que nos habla continúa sabiendo a dulzura. Bueno, cada uno, y hay que respetar, lo siente según su forma de ser y sus necesidades. Como al observar un cuadro, se dan distintas percepciones, o toca o no toca. En estos momentos algunos preguntan por qué y otros no. Y no los condenamos. Y no es que sean los súper héroes, son así. Es Dios el que decide dar los dones y personalidad, carácter, etc. Pero incluso el carácter se puede ir moldeando, que es a lo que se refiere Pablo en esos versículos citados. Y el corazón también. Y este proceso, aprendizaje, dura toda la vida.
Pensando en todo esto, recordé que un amigo muy querido, que ya ronda los 90 años, me contaba que entre finales del año 1939 y 1940, más o menos, la población en España se enfrentó a enfermedades como la tuberculosis y el paludismo, como consecuencia del hambre y la pobreza que se habían generado por la coyuntura de esa época. Una buena alimentación era algo importante para superar estas dolencias, pero resulta que pocos tenían acceso a ella. En su caso, se hacía más llevadero pues vivían en un pueblo de nuestra provincia salmantina y a su padre le pagaban con patatas, lentejas, trigo (para hacer pan blanco, que en ese momento era un lujo) y otros productos que les facilitaban la supervivencia. No obstante, muchas veces tuvieron que comer calamares en mal estado y aquellos menos privilegiados que ellos comían algarrobas y almortas, siendo esta últimas nocivas para la salud de algunos que las comieron en demasía al no tener otra cosa. Otro amigo que ya partió, nos contó, una vez que nos llevó a visitar la casa familiar en un pueblo de Zamora, que solo había comido pan de verdad en el año 1952. Y otro de los mayores de mi barrio, mientras íbamos a coger el autobús, me contó que a veces algunos esperaban que en las casas se fregaran los platos para recoger los garbanzos que aparecían en el agua que corría desde los fregaderos y que iba hacia afuera de la vivienda. O que un huevo se compartía entre siete y era como un banquete. Lo pasaron mal. Y también los que vivieron las garras de la gripe española de 1918, más lo que dejó la Primera Guerra Mundial a finales de ese mismo año. Interesante lo que me va contando este amigo cada día que hablamos.
Por mi parte, a lo largo de estos años, me he informado que además de otras grandes pruebas por las que tuvieron que pasar, algunos fueron duramente perseguidos por su fe…
Todos estos nuestros mayores hoy han tenido que revivir estos tiempos difíciles. Están más preparados, pero esta crisis los ha sorprendido como a todos. Justo cuando pensaban que ya lo habían experimentado casi todo. Lo cual nos hace ver que no tenemos el control de nada. ¿Quién quiere repetir las penalidades? Justo ahora que el cuerpo ya está cansado por el pasar de los días. Pero aun así pueden sacar fuerzas. Los que están solos, como sé, Siguen trabajando en sus cosas como antes, creando, metiendo ropa en la lavadora, preparando su comida, limpiando lo que les traen del supermercado, sacando como pueden la basura, y no se quejan.
¿Y los demás? ¿Conocen acerca de esta historia de la que forman parte también? Dicen que las generaciones posteriores a los 70 o antes lo saben solo por los libros de historia, a veces incompletos. Me comentan que gran parte de esta nueva generación no ha conocido aquellas dificultades de otrora ni tampoco los demás los hemos preparado, ni siquiera en teoría. Somos de los defensores de que no deben pasar por lo mismo que nosotros, no hay que contar, dar a conocer para que no les caiga por sorpresa, para que estén preparados, no cometan los mismos errores. Tampoco le hacemos publicidad al amor, diciendo que puede convivir en medio de las máquinas más avanzadas. Eso es anticuado, puro sentimentalismo. Sin recordar lo que pasó en la Revolución industrial cuando nos olvidamos de la humanidad. A Dios también lo hemos presentado como un Dios del látigo, y no lo matizamos diciendo que Dios es justo, corrige, da premios o no, pero que no le falta el amor y la misericordia. Si no, no sería Dios. Sería parcial en todo, solo para lo que le interesa. Solo para los de color rojo, o azul, o amarillo…
Ahora, entiendo en parte que después de dos meses las personas se encuentren desesperadas y todos salgan al mismo tiempo. Que no puedan quedarse dos meses ni siquiera con las comodidades que hoy tenemos, porque no estamos preparados. Como ya expresé, esto ha cogido a todos por sorpresa. Y los que lo llevamos mejor, es porque la vida nos ha ido presentando situaciones que nos van preparando, mas, aun así, no somos perfectos, vamos aprendiendo cosas nuevas y errando también. Pero sé que todos reaccionamos de forma diferente, por eso entiendo que las respuestas son diferentes, y en eso está la paciencia, el tratar de enseñar con amor, entendiendo. Y juntos podemos ir caminando.
Y repito que sé que los niños y los ancianos necesitan salir. Pero los que estamos en el medio podemos colaborar proveyéndoles del material necesario e indicar las pautas necesarias para que se protejan a sí mismos y a los demás. Y si no hay material suficiente, hacer todo para que se aguanten un poquito más. Porque el problema al que nos enfrentamos es muy serio. Porque desde mi ventana (soy privilegiada por no tener que salir, lo sé y doy gracias en todo momento) veo que a orillas del brazo del río Tormes que pasa por mi barrio, vacío casi siempre, ahora se nota un continuo movimiento de gente que pasea. Y está bien, se ha dado vía libre, pero gran parte no lleva mascarillas, ni siquiera los niños, a pesar de que nos han informado que hay partículas que deambulan por el aire.
Hoy estamos bien, gracias a Dios, pero mañana podemos padecer lo que muchos están padeciendo. Debemos pensar con responsabilidad y lo único que hay que hacer es seguir las medidas que nos indican los expertos. Por nosotros y por los otros, los prójimos. Si no es así, vamos a tener que volver a la casilla de salida, otra vez. Y se habrá perdido todo lo conseguido.
Y en esto son necesarios los ejemplos, empecemos cada uno individualmente, y seguro otros nos seguirán.
Y en otros asuntos también es necesario ser ejemplo. Como el de los que nos van liderando, en distintos estamentos de la vida del país o de otros estamentos de la sociedad, porque los demás están observando: si pelean no sé cómo, pero nos hacen pelear y decantarnos por este o este, aunque no lleve la razón. Si se burlan, allá va un contingente con ellos. Si calumnian y diseminan bulos, allá los seguimos. Si insultan en sus discursos y mensajes a los oyentes, allá los seguimos otros. Si ponen caras feas, también las ponemos algunos de sus seguidores. Si hablan mal los unos de los otros, allá los seguimos muchos. Y los niños, aunque parecen que no se enteran de nada, se enteran de todo y es eso lo que están aprendiendo porque son como esponjas. Si vemos a los demás actuar pacíficamente y ponerse mascarillas, salvo si se han agotado, no transitar en medio de las multitudes, comprar con moderación, salir solo si es necesario hasta que todo se normalice, se nos hace más fácil. Y así sea en nuestros hogares, en nuestro lugar de trabajo… Seamos ejemplo, entonces. Y esto servirá para afrontar lo que viene después.
No soy masoquista, pero sigo diciendo que hay que estar preparados hasta para los sufrimientos. Jesús mismo, pudiendo librarse del sufrimiento lo pasó por cada uno de nosotros, es más, en su época nos avisó: “En el mundo tendréis aflicción”, pero también nos dejó un mensaje de esperanza: “Mas confiad, yo he vencido al mundo”. Conocía su realidad de entonces y ya podía vislumbrar la nuestra de hoy. Desde ya estaba desarrollando una política de prevención, dejando claro que debíamos estar preparados y no nos cogieran por sorpresa. Y es que leer una y otra vez esas palabras te va como preparando en estas épocas, así como preparó a esos primeros cristianos. Porque esa palabra es viva, fresca, tanto ayer en su contexto como en el nuestro hoy. Así lo escuché en estos días en que de alguna manera Dios nos envía esa palabra a través de sus mensajeros.
Y entiendo que muchos nos ayudan a hacer ver que nuestro paso por este mundo implica también saborear situaciones difíciles que muchas veces escapan de nuestro control. Y de esto nos hemos dado cuenta en estos últimos tiempos. Y que es normal sentir temor, llorar, tener sentimientos, y los demás no tienen que burlarse y decir que esto es un signo de debilidad. Claro que todo debe tener un límite y control. Para unos es más fácil salir. Se sienten tristes un día, pero al siguiente o al tercer día continúan caminando y siguiendo con su vida. O ante las pérdidas no lloran, aunque lo sientan y sean capaces de animar a los otros y se controlan porque están para eso y les satisface. Les da igual estar o no estar, sus sentimientos duran toda la vida. Mientras otros pueden necesitar cinco años de duelo, o lo que sea. Entonces aparece la solidaridad, esa que nos enseña Dios, y menciono a Dios porque si no, la paciencia solo te dura hasta la puesta de sol. Porque somos humanos. Dios en todo tiempo y en todo, porque Él es amor y es justo. Saluda a todos y deja libertad para que el que quiera devuelva el saludo e incluso abra las cerraduras dobles de la puerta del corazón. porque se dio el trabajo de conocer a todos, justos e injustos. No olvidemos que ese mismo Dios nos esperó mucho tiempo hasta que escuchamos que su voz nos llamaba.
Y esos más fuertes no regañen y rebatan tanto las debilidades del otro de forma indirecta, por señales, póngase al lado y ayude, mirándolo y diciéndole las verdades que quiera, pero salga, porque ese ser le importa a un imitador del Maestro. No es posible atender a todos, pero hágalo según sus posibilidades, y otros con otros…
No podemos hacer que todos se tranquilicen y no desesperen a la hora de volver a la normalidad, pero los que podamos seamos ejemplo y quizá podamos contagiar a otros en esto de hacer las cosas pacíficamente, sin correr y esperando su lugar; conscientes de que lo que hagamos tendrá consecuencias para los demás, no somos seres aislados. Enseñando que no todo es culpa del Gobierno de la nación, porque muchas veces somos nosotros los que no seguimos las normas. Las normas a veces suelen ser gravosas, cansinas, que coartan las libertades, según nuestro parecer; pero también existen normas acertadas que son necesarias para evitar los excesos, son para contención. Porque si son para el bien común, quiere decir que cada uno se beneficiará.
Pido a Dios que nos guíe y ponga mucho en nosotros el querer. Que vuelva esa solidaridad inicial, cuando me importaba mi prójimo y prometí que haría todo por él, sobre todo para que no se contagiara. O para que cambiara de vida. Prometí ayudarle a crecer, a no despistarse, ser su compañero en el camino nuevo que se nos ha presentado y no por casualidad, porque las casualidades no existen. Puede ser que incluso no lo conozca o que sea un amigo de toda la vida. Prometí que junto a los de mi mundo íbamos a luchar para salir de esta situación. Que iba a ser más paciente, iba a ser más consoladora, amable, animadora, generosa, pues los tiempos así lo exigen. Iba a pagar mis impuestos. Lucharía por mantener y mejorar la sanidad pública, la educación, el medioambiente. Reciclaría, ayudaría a mantener limpias las calles, no tiraría basura en el río que tanto publicito… Compartiría mis exiguos recursos con los más necesitados, compraría en los pequeños comercios. No me avergonzaría de proclamar las Buenas Noticias del evangelio e intentaría ser un buen embajador de Jesús, mostrando con mi vida que sigo sus enseñanzas. Haría todo lo posible para que el personal sanitario no se arriesgue tanto, ni tenga que volver a enfrentarse a la situación inicial de la pandemia, o tenga que plantearse a quién atender y a quién no. ¿Dónde están las promesas? ¿Dónde los aplausos que ahora casi no se oyen, más bien se oyen pasos con esa prisa que prometí iba a aminorar…? De pronto me afano, corro, y sálvese quien pueda.
No, me digo, para piensa, ya nada debe ser igual. No podemos echar por tierra este tramo que hicimos en esta preparación para ese gran examen final. Para aprobar esa selectividad. Quiero la nota máxima.
No, que no se pierda ese modelo dejado por Jesús que estaba revisando nuevamente, pues las medidas que estaba usando ya no eran las exactas. Me estaba olvidando cuando dijo: “Así como el Padre me envió yo os envío”. Y esas palabras no fueron borradas.
No, no puede ser así de fácil, desmoronarse. “Por una palabrilla -dice Juan Luis Vives, allá por el siglo XVI- nos adentramos en el desánimo, en la discordia, clamamos por venganza ante cualquier injuria. Y ante las nubes del enfado no somos capaces de ver los peces a través del agua cristalina que tenemos delante. Nos sentimos azuzados a hacer la guerra”.
No, no debemos dejar que el mal gane. Aprovechemos esa luz que va apareciendo en este nuevo amanecer que se va vislumbrando. ¿Si Él es por nosotros, quién contra nosotros?
Os dejo con estas palabras contenidas en Isaías 66 y que en estos días las escuché a través de un hermano, pues Dios mismo mandó, manda y mandará mensajes a su pueblo, a veces llamando enérgicamente a la cordura, pero matizando con palabras consoladoras, que invitan a la restauración y a empezar de nuevo. El contexto ha cambiado, pero lo que quiso decir continúa intacto, porque es palabra viva para hoy:
“Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer?, dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento?, dice tu Dios. Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella; para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones; para que bebáis, y os deleitéis con el resplandor de su gloria. Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo. Y veréis, y se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como la hierba; y la mano de Jehová para con sus siervos será conocida, y se enojará contra su enemigo…”.
Palabra cargada de esperanza, que augura una nueva época, como ese nacer de nuevo y quedar al cuidado amoroso y consolador y protector de Dios, tanto a nivel individual como comunitario. Dios consolándonos, alimentándonos y sentándonos sobre sus rodillas como una madre. Así que no nos sintamos solos ni ansiosos. Más bien amparados y regocijados. Animados a no retroceder.
Así también os dejo este abrazo que no volverá vacío. No; más bien reverdecerá…
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