La voluntad de Dios y el coronavirus

En días de oportunidad y oportunismos, de batallas que merecen la pena y también de oscuridad, de bibliazos y mensajes apocalípticos, me obligo a recordar que tenemos un Dios que quiere nuestro bien en medio de todo esto.

¿Es esta la voluntad de Dios, que “nos castiga”? ¿Nos ha “lanzado un virus”, como algunos expresan, porque Él “está enfadado” con nosotros?

En tiempos complejos se hace doblemente necesario entender bien estas cosas no sea que, por aproximaciones precipitadas, nos lleguemos a conclusiones que, lejos de construir en la dirección correcta, nos aparten de ella, añadiendo dolor al dolor y distanciándonos de la fuente de todo bien, que es Dios mismo.

No es momento de poner en boca de Dios cosas que Él no haya dicho expresamente, ni de hablar como si tuviéramos una “línea directa” por la que nos llegan mensajes privilegiados que a otros no.

Nunca es tiempo para eso, de hecho, pero ahora somos proclives a esto. Dios es Dios y sus pensamientos no son nuestros pensamientos. Él reveló una parte de su pensamiento a nosotros, pero no todo, y ante un rayo de luz no podemos inferir ni sus dimensiones, ni su pleno propósito.

Este es, entonces, un tiempo que llama a la prudencia por un lado, y a poner oídos atentos a su voz y no la nuestra por otro, de forma que nos equivoquemos lo menos posible.

Apelo, entonces, a recuperar lo que sí sabemos de Dios y aplicarlo al momento concreto que vivimos esperando que, en su sabiduría, nos vaya mostrando más y más claridad sobre todo esto: que Él es amor y nos ama, que sus planes son buenos para nosotros, aunque hayamos tomado el camino incorrecto desde nuestra libertad y que todo lo que sucede es llevado por Él hacia el cumplimiento de su propósito.

Él, entonces, tiene una voluntad soberana para el mundo. Todo lo que sucede ha de pasar por su autorización. Tiene control de todo y sus planes para con su creación se van a cumplir.

Quizá por eso creemos ver un Dios tirano al verle permitiendo y no interfiriendo en nuestro deseo. ¿No fue, acaso, lo que le pedimos tiempo atrás?

Es evidente que no nos gustan las consecuencias de una creación caída por apartarse de la fuente de su bien, que es su Creador, pero querer lo que nos da sin Él mismo es de un cinismo absoluto. Seguimos queriendo la herencia, pero sin el Padre, como en la vieja historia del hijo pródigo.

Así, acercándonos a lo que podemos conocer de su voluntad soberana a través de su voluntad revelada en la Biblia y en Jesús mismo, vemos que es deseo de Dios que cuantos más mejor sean salvos por la confianza en Jesús, que restablezcan su relación con Él, que vivan conforme a lo que fue su diseño... y sigue queriendo hacerlo sin negar la libertad del hombre de amar o no a su Creador.

También que es voluntad suya que su Reino sea extendido y que alcance a muchos aquí mientras aún es día aceptable, con todo lo que ello trae consigo, que llegue un momento en el que todas las cosas ocupen su justo lugar, que su nombre sea glorificado sobre todo lo creado... pero no en nuestro tiempo, sino en el suyo.

Todas estas son cosas que necesitamos, aunque no sean las que queremos o deseamos. Nuestro Dios de amor es un Dios justo que, como decía C.S. Lewis, pone en marcha un amor justo y una justicia amorosa.

Los seres humanos, por el contrario, somos ambivalentes y amamos o aplicamos justicia según nos conviene. La queremos, pero sin un juez. Queremos orden, pero no queremos a nadie que nos llame al orden.

Queremos un mundo distinto, pero sin que cambie nuestro pequeño mundo particular en el que somos los señores de nosotros mismos y nos sentimos cómodos. La justicia está bien, mientras corrija a otros.

Por eso nos molesta su voluntad moral, la que nos ha revelado para que nos conduzcamos con sabiduría y como Él quiere. ¿Te sorprende? ¿Te parece pretencioso que considere su forma como la mejor por encima de la nuestra? Si es así, no has entendido que no dialogas con un hombre, sino con Dios mismo.

Queremos hacerlo todo “our way”, como cantaría Sinatra, de la forma que más placer nos proporcione y en la que menos cuentas tengamos que dar a nadie. Y así nos va.

Él, por otro lado, como Dios que en su voluntad soberana decidió hacernos seres libres y con capacidad de decisión, se apartó como le pedimos, a la espera de que en algún momento recapacitemos.

Aún estamos recapacitando... y no sé si llegará un cambio de rumbo como humanidad, pero como corazones individuales, ese cambio es posible.

Su voz sigue escuchándose a través de los tiempos, pero lo hace como quiso hacerlo, a su manera:

- a través del amor, no forzándonos a hacer lo que no queremos (aunque eso signifique que nos estrellemos, incluso hasta morir eternamente, separados de Él),

- a través de Jesús (aunque eso significara que Él moriría en nuestro lugar),

- a través de nuestra aceptación y reconocimiento de que necesitamos un Salvador (y que nosotros no somos nuestro propio salvador, aunque hagamos lo indecible y nos esforcemos por ganar nosotros solos la batalla que tenemos delante, llámese coronavirus o de cualquier otra forma)

- a través de la fe (y no mediante los galones que cada cual pueda traer delante de un Dios que, por Santo, opaca cualquier mérito nuestro).

Dios tiene una voluntad personal para cada una de sus criaturas. Sobre ella nos preguntamos constantemente, y quizá un poco más en estos días. Puede que esa sea una de las “ventajas” del coronavirus, que tanto caos está trayendo, pero tanto orden en otros sentidos también.

Esa voluntad funciona de forma increíble e incomprensible para nosotros, en un baile imposible de comprender en su totalidad si no se es Dios, pero que podemos seguir de su mano cuando nos dejamos guiar por Él, porque Él tiene control sobre todas las cosas.

En ese baile se conjugan las circunstancias, nuestro libre albedrío que Dios sigue respetando y la realidad inapelable de que, en su soberanía, se hará todo lo que ha de hacerse, con nuestra colaboración o sin ella.

En el cumplimiento de su voluntad moral en toda esta crisis, en la búsqueda de Él y sus principios, podremos hallar gozo y paz sobrenaturales, incluso aunque nuestras circunstancias personales no acompañen.

Cuanto más miro alrededor y conozco historias en medio de esta crisis, más puedo ver a Dios moviendo hilos de manera increíble para llevarnos a recobrar ciertos equilibrios que somos expertos en destruir.

Lo que eran “temas prioritarios” para muchos hace unos meses, ideológicos, por ejemplo, ahora simplemente ni se mencionan y, si se hace, producen rechazo en las personas porque resultan casi irreverentes en medio de todo esto.

Los asuntos que siempre tuvieron que estar en nuestro interés, por otro lado, y que quedaron permanentemente desplazados por nuestra independencia mal entendida, como nuestra fragilidad, la enfermedad o la vida y la muerte, hoy son el centro de nuestra preocupación.

Pero en medio de todo este dolor y caos, la voluntad soberana, moral y personal de Dios para cada uno va a resplandecer hasta hacerse patente como la luz del mediodía:

“He aquí yo hago cosa nueva; pronto saldrá a la luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto y ríos en la soledad” (Isaías 43:19)