Después de la pandemia no ocurrirá nada que no esté comenzado a suceder ahora, porque lo que seremos entonces lo dirá cómo vivimos y aprendemos en este momento.
En las tertulias televisivas; en las noticias de prensa y radio; en los encuentros a través de plataformas digitales y en los mensajes que nos enviamos unos a otros, las preguntas que formulamos son siempre las mismas ¿Qué será diferente luego de la pandemia? ¿Cómo seremos cuando todo esto pase? ¿Qué mundo nos espera? ¿Será posible que en un abrir y cerrar de ojos todos seamos diferentes? ¿Sucederá una transformación mágica de la realidad?
“Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”. (Gabriel García Márquez)
“Nada ha cambiado. Sólo yo he cambiado, por lo tanto, todo ha cambiado”.[1] (Marcel Proust)
Después de la pandemia no ocurrirá nada que no esté comenzado a suceder ahora, porque lo que seremos entonces lo dirá cómo vivimos y aprendemos en este momento. Podemos quedarnos anclados en el pasado viviendo escenarios de tragedia permanente, frustrados, heridos y resentidos por el recuerdo de lo perdido. Pero también podemos aprender a crecer y a vivir de un modo distinto en medio de la tormenta. Toda situación de prueba exige, para ser superada, una decisión que marque el nuevo rumbo, es decir, un punto de inflexión en el que la persona se enfrenta decididamente a su propio camino.
En momentos de profunda crisis personal y social, Martin Luther King dijo: “Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta que solo había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última.” La vida no es algo ya dado, sino una tarea que se encuentra siempre en proceso de completamiento. Eso significa que la resistencia proactiva ante la adversidad no consiste en un fatalista “esto es lo que me ha tocado vivir”, sino una lucha permanente desde la esperanza que permite transformar el victimismo en un proyecto de futuro que se labra asumiendo los riesgos del camino. El proceso de resiliencia (la capacidad para resistir la presión) de la condición humana es parecido al que sigue la creación de una perla dentro de una ostra. Cuando un grano de arena entra en su interior y la agrede, la ostra segrega nácar para defenderse y, como resultado, crea una joya brillante y preciosa.[2]
Cuando la Biblia habla del itinerario que acontece en medio de las pruebas que vivimos, describe un camino parecido:
1 Ped. 1:6-7 – “… Afligidos en diversas pruebas para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro… sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”
Stgo. 1:3-5 – “… Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche y le será dada”.
El fuego de la adversidad a menudo nos barre de un modo demoledor situándonos ante realidades nunca imaginadas ni vividas. En circunstancias así, a menudo el suelo se abre bajo los pies y las expectativas, los proyectos y los sueños de pronto saltan por los aires, y la existencia se sumerge en un agitado mar de situaciones incomprensibles y confusas que parecen no tener fin. Ante tiempos de pérdida que parecen irreparables ¿hay algo que podemos hacer, o hemos de dejarnos llevar por la marea de la fatalidad?
[destacate]"Si lo único que nos queda en la vida es Dios, es suficiente".[/destacate]En una ocasión el gran violinista Itzahak Perlman ofreció un concierto en el Lincoln Center de Nueva York. El maestro Perlman siempre tocaba el violín sentado, ya que en su infancia sufrió la poliomielitis. Aquel día, se acercó a la silla cuidadosamente, dejó a un lado sus muletas y los aparatos que sujetaban sus piernas y cintura y se dispuso a tocar. Cuando el director de orquesta le indicó que comenzase a tocar, ocurrió algo inesperado y fatal: una de las cuerdas de su violín se rompió. El público oyó el chasquido y supuso que interrumpiría inmediatamente el concierto. Pero, para asombro de todo el auditorio, Perlman decidió que no fuese así. Los asistentes al concierto se conmovieron cuando éste indicó al director que continuase. Fue entonces cuando el gran violinista cerró los ojos y continuó tocando como si estuviera en las mejores condiciones instrumentales y anímicas, con total entrega y compromiso con la música y su auditorio. Al concluir su obra, el público quedó perplejo y en silencio. A renglón seguido, se puso a aplaudir vitoreando emocionado al maestro como muestra de reconocimiento y admiración. Luego del clamoroso aplauso del público, Perlman miró a la gente y les dijo pensativo y reverente: “¿Saben lo que ocurre? Hay momentos en los que la tarea del artista es saber cuánto puede llegar a hacer con lo que le queda”.[3]
¿Qué podemos hacer con lo que tenemos ahora? Cuando se nos ha quebrado algo esencial; cuando creemos que todo es un fracaso; ante momentos en los que lo más fácil es ceder, renunciar, dimitir, acobardarse y tirarlo todo por la borda, la pregunta siempre es: ¿qué podemos hacer con lo que nos queda?
Siempre nos faltarán lucidez y discernimiento para responder a muchos interrogantes. Siempre sufriremos pérdidas inesperadas y brutales. Siempre tendremos que enfrentar las pruebas en condiciones adversas, pero la Biblia nos invita a seguir adelante contra viento y marea buscando la sabiduría que viene de Dios, porque solo él conoce como nadie los dramas y los sufrimientos de nuestro corazón:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche y le será dada” (Stgo 1:5).
El conocimiento es un saber que podemos transmitirnos unos a otros. La sabiduría no. La sabiduría es una experiencia que emerge de dentro cuando dejamos que la palabra de Dios sea sembrada en nuestro interior ofreciéndole una tierra fértil. A partir de esta experiencia puede suceder que sigamos sin entender muchas cosas, pero para entonces hemos aprendido que, ocurra lo que ocurra, nos contentamos con abandonarnos en las manos del Dios Creador porque hemos llegado a comprender lo esencial: si lo único que nos queda en la vida es Dios, es suficiente.
“Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación…; Nunca te dejaré ni te desampararé… en todas las cosas eres más que vencedor porque ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada te podrá separar de mi amor” (Stgo. 1:17; Rom. 8:37-39).
Notas
[1] Rovira A. Las palabras que curan. Plataforma Editorial. 2008. 46, 70
[2] Hernández G. El oficio de vivir bien. Aguilar. 2009. 140
[3] Rovira A. La Buena Vida. Aguilar. 2008. 99-101
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