¿Quién quiere que otros pasen por lo que hemos pasado o estamos pasando?
Hoy, 12 de marzo, pido en oración por nuestro país y por todos los países que están pasando por estas circunstancias difíciles que todos ya conocemos. Pido por las familias que han perdido seres queridos, por los que tienen a familiares o amigos, o conocidos aquejados por los efectos de esta pandemia, según la Organización Mundial de la Salud (no lo digo yo). Pienso que no debemos acordarnos solo de los países que tienen gobiernos que son de nuestro agrado, pues la población no tiene la culpa. Y ahora vienen a mi mente unas palabras de Juan Mackay que decía que todos los seres humanos, a pesar de su posición política o religiosa, deben ser respetados en su dignidad porque son criaturas de un mismo Dios. Pues cuando hablamos del multiforme rostro de Dios, allí vemos incrustadas a todas las naciones sin importar color, ideas, raza, lengua…
Pido para que haya un equilibrio entre el miedo y la búsqueda de formas de paliar la enfermedad y las consecuencias y estragos económicos y otros. Pero también debemos ser conscientes de que todo esto hay que tomarlo con seriedad, sin alarmismos, pero sí, saber que no es un asunto cualquiera.
Pido para que nos concienciemos y luego se dejen las discusiones políticas, o entre nosotros los ciudadanos de a pie, y se vuelva a la unidad para tomar medidas más acertadas, dentro de los medios que se tienen.
Y mientras pensaba esto oigo en las noticias que se habla de unidad entre la clase política y que cesan los reproches, se rechazan las críticas, pues lo que importa es el bienestar de la nación.
Pido para que haya una información transparente, con la verdad, contundencia, sin retraso para que los que tenemos nuestra mirada en los que nos gobiernan, y en la comunidad científica y en los expertos, sepamos qué debemos hacer. Para que no se diga que vamos por libre. Y nos cuidemos.
Pido por ese relevante equipo de sanitarios que incansablemente a hora y a deshora se desvive para cuidar y consolar a los enfermos y a sus familias, pues son preocupantes las llamadas que hacen los médicos sobre la escasez de medios y materiales para realizar sus labores, dada la situación. Así como preocupante es la insuficiente infraestructura humana. Aprovecho para expresarles nuestra gratitud.
Confiamos en que Dios está al control, nos cuida, según sea su voluntad, pero pienso que, si Él ha permitido, mientras estamos en este mundo, que el hombre desarrolle y cree los medios, las vacunas, las especialidades médicas, medicamentos, etc. quiere también que sepamos administrarlos con eficiencia en cada situación. Así como también sepamos cuidarnos y seguir los protocolos en salud, como lo hacemos con los que tienen que ver con otras áreas que nos afectan, ya que el hombre debe ser considerado en su integralidad.
Así que pido para que cada circunstancia nos haga experimentar ese amor por el prójimo. Y aquí tenemos una, pues cuando tomamos las medidas para prevenir los contagios, como lavarse las manos después de toser sobre ellas, o limpiarnos la nariz, o después de ir al servicio, antes de manipular los alimentos que ofreceremos a otros, o no tosemos o estornudamos encima de las personas en el autobús, o en casa, o en cualquier lugar público, estamos demostramos que el otro nos importa. ¿Quién quiere que otros pasen por lo que hemos pasado o estamos pasando? Nadie, ¿verdad?, nadie en su sano juicio.
Y no olvidemos que los efectos de esta crisis serán importantes, con efectos negativos para todos. Por lo tanto, se requieren acciones no de algunos, sino de todos sin excepción. Algo que es imprescindible es la unidad y la colaboración de cada uno. Mi aporte y el del otro es necesario. Se acabó aquello de que nadie es imprescindible. Pues si alguno no asume su responsabilidad arrastrará a otros de su entorno.
Y como no todos reaccionamos igual, algunos necesitarán más que nos acerquemos a consolar, dar una palabra de ánimo… Y si no lo podemos hacer de forma personal, utilicemos los medios que tenemos a nuestra disposición. O sea, que no hay escollos que nos impidan mantener las relaciones, ofrecer consuelo, dar una palabra de ánimo, incluso a la distancia. Y cómo no, aprovechemos el ‘quédate en casa’ para compartir más con la familia, algo que a veces es imposible en el día a día normal. Y cuidemos sobre todo a los más vulnerables, como nos aconsejan las autoridades sanitarias.
Pido por las familias que tienen que afrontar cambios. Por los trabajadores afectados, por las pequeñas y grandes empresas, por las universidades y demás centros educativos, etc., para que surjan medidas que ayuden a paliar las mermas que tendrán que afrontar. Su problema nos afecta a todos. Conmueve, porque sabemos que el hombre tiene muchos huecos que rellenar, y que no solo son espirituales.
Pido para que no nos burlemos o usemos como venganza esta situación sobre los países o personas que hoy pasan por esta crisis, porque a todos nos puede tocar. No nos burlemos de los que toman medidas para preservar a otros. No torturemos sacando otros problemas que aquejan al mundo para contrarrestar este que también es muy serio. Consideremos todos los problemas, sabiendo, claro, que hay prioridades.
Y sigo pidiendo por los innumerables problemas que aquejan al hombre. No me olvido del hambre que se ceba con más de mil millones de seres humanos, no me olvido de los niños explotados laboral y sexualmente, de las niñas y adolescentes que sufren la ablación, los niños soldados, los migrantes, los que son perseguidos por su fe, por sus ideas, u otros factores, etc., etc. Pero pido al Señor para que hoy nos dé la tranquilidad necesaria en nuestra forma de actuar ante el problema que tenemos por delante, pues si no lo hacemos se puede extender aún más dentro de nuestra geografía, e incluso hacia países donde la infraestructura sanitaria es ínfima o no existe. Es dramático pensar que llegue a países donde para una simple operación de apendicitis tienes que vender tu coche o tu casa, si la tienes. Y si no la tienes, no te operas.
Miremos con seriedad porque no es algo en lo que el hombre tenga totalmente el control, no. Solo hay Uno que tiene el control de todo. Y si eso lo tenemos claro, sabremos cómo llevarlo con la serenidad, prudencia, pero con la perseverancia y sin dejadez. He ahí que recordé al apóstol Pablo cuando dice en su carta a los Filipenses: “Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de tener necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Es decir, de tener esa aceptación, que no resignación, de poder seguir ‘resilientemente’, e ir haciendo uso de los medios que tengo, sean pocos o muchos. Lo cual no es fácil, y seguro que en ese intento vacilaremos, tendremos ansiedad, se nos aflojarán las piernas, un escalofrío recorrerá nuestro cuerpo, tendremos ganas de saquear todas las tiendas para hacer acopio. Y seguro lo haremos, mas he aquí que de pronto recuperaremos la cordura y la confianza en aquello que sabemos es el ancla de nuestra alma, y volveremos por las veredas antiguas. Incluso con paz, esa que no es cualquier paz.
Y repito lo que he oído de parte de las autoridades competentes: que para superar estos momentos es importante la unidad, la responsabilidad y la disciplina personal. Si cada uno tomamos medidas tanto para cuidarnos y cuidar a los otros, ya es un gran paso. Y que se necesita la cooperación, la coordinación, el respaldo de todos. Así se agilizarán las medidas de prevención, contención. Recordaba ese mandato de Jesús de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Tan sencillo y complicado a la vez. El preocuparnos por los demás a pesar de tener nuestros propios problemas. Y no solo con los cercanos, con los que amamos, sino más bien con los que ni siquiera conocemos o llevan nuestra sangre. Algo que es difícil de entender. Y corres el riesgo de que te llamen irresponsable, botarate, desnaturalizado. Pero los que hemos experimentado la solidaridad de Dios a través de las personas, que a veces ni siquiera te conocen bien, es cuando de alguna manera te brotan los mismos instintos. Después de experimentar la migrancia, la escasez, el exilio de algunos, el vender en la calle, un poquito de ese Jesús se te pega, y ya no vives solo tú. ¡Ay!, no es fácil. Y no es que lo hayamos conseguido ya, pero queremos luchar y avanzar con Su ayuda.
Que Su vara y Su cayado nos infundan aliento.
Que Dios nos guíe para poder cumplir con nuestro papel individual, para que luego sea comunitario. Cuidar nuestra salud para que esto redunde en los demás. En estos días he confirmado que en Su mano están nuestros tiempos y planes. Había programado muchas cosas, todo parecía confirmado, pero resulta que cuando Él quiere hace los cambios que considera pertinentes, y, aunque a veces nos parezca incomprensible, seguro que es para bien. Mientras, intentemos aprovechar estos momentos otorgados para hacer aquello que tenemos pendiente, para estrechar lazos con Él y adentrarnos, en soledad o acompañados, en su manual de instrucciones, que es infalible. Todo sigue su curso, pero podemos intentar actuar de manera más o menos razonable, responsable y humanitaria con nosotros y con el prójimo.
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