Zaqueo entiende que Cristo es un modelo digno de ser imitado. Sabe que después de ese encuentro con el Maestro no puede seguir viviendo de la misma forma.
Este año, como desde hace varios ya, asistí a algunas de las reuniones enmarcadas dentro de la Semana Unida de Oración (SUO).
El tema ha sido ‘Camino a casa, ¿Adónde pertenezco?’, esa casa que Jesús prometió preparar antes de culminar su estancia en la tierra, y para darnos el aliento necesario mientras esperamos aquí, en medio de nuestro peregrinaje, paso a paso, día a día.
Fue en enero, del 12 al 19, y con una temática elegida por la Alianza Evangélica Europea, aunque el material que sirvió de guía se elaboró a través de los grupos de oración y de teología de la A.E. de España. En Salamanca, mi ciudad, estas reuniones se celebraron en las iglesias de Calle Volta y del Paseo de la Estación.
Cada día de esa grata semana, antes de empezar a orar, tuvo lugar una breve reflexión y lectura de la palabra, que justo en el día 15 de enero, recayó en Lucas 19.
Con el título: ‘Un recaudador de impuestos encuentra una mina de oro’, nos acercó a la impactante historia de Zaqueo, aquel jefe de los recaudadores de impuestos de toda la zona de Jericó, quien seguro tenía una gran cantidad de subordinados bajo su mando, y era respetado por el temor que generaba; tenía gran poder adquisitivo que aumentaba gracias a las prácticas fraudulentas ejercidas con total impunidad y gracias al cargo que ostentaba.
Zaqueo y otros cobraban impuestos para Roma, por ello, los publicanos no gozaban de una buena reputación ante el pueblo judío, evidentemente. Pero en esta historia Jesús, una vez más, trastoca todos nuestros patrones humanos.
Quizá alguno de nosotros no le hubiera dado una oportunidad; jamás lo habríamos invitado a nuestra casa o caminado con él por las calles de nuestra ciudad para no dañar nuestra reputación. Y si alguien nos pidiera referencias suyas, habríamos dado las peores, sin compasión. Ni siquiera por las ascuas sobre su cabeza.
Zaqueo lo tenía todo, pero seguro que había llegado un momento en el que sentía un vacío que no lo podía llenar el dinero, ni el poder, ni la fama, ni la envidia que podían sentir los demás. Y quizá en esos días oyó hablar de Jesús y sintió curiosidad; y se interesó en saber más de él y escuchar lo que decía, tanto es así que no le importó subirse a un árbol, un sicómoro típico de aquella zona, para cumplir con este deseo, ya que era de baja estatura.
Ni remotamente Zaqueo pensaría que Jesús hablaría con él, o por lo menos le lanzase una mirada. Mas el Maestro había recibido ya de antemano unas instrucciones muy diferentes: buscar y salvar lo que se había perdido. Y ve a ese hombre vulnerable, hecho nada, clamando a gritos con la mirada por un poco de afecto, de misericordia.
Nos imaginamos la sorpresa de Zaqueo cuando Jesús le dice: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que yo pose en tu casa” (Lc. 19.5). ¡Qué fuerte! ¿Pensaría Zaqueo que se estaría burlando, como todos? Lo que sí sabía es que hasta ahora había obrado mal, ultrajado a los indefensos, apropiado de los bienes ajenos, extorsionado, delatado a sus coterráneos.
Tal vez, inicialmente Zaqueo solo quería saber quién era ese del que tanto hablaban, sentía cierta inquietud. Y es ahí donde entra Jesús tomando la iniciativa, llegando de forma sencilla, cercana, sin aires de superioridad, algo que cuesta si nos consideramos mejores e intachables, o que le estamos haciendo un favor al acercarnos.
Es más, no le dice “mañana cenaremos porque hoy mi agenda está a rebosar”, o “tengo asuntos de más prioridad que atender a un ‘pecador”. Dice: “Quiero entrar en tu casa, ahora”.
Zaqueo solo necesitaba que alguien como Jesús tocara su puerta. Jesús rompe con todos los protocolos y come, y se aloja en casa de un publicano. No le importa ser criticado por los unos y por los otros, que emulaban al hermano mayor del hijo pródigo.
Nos imaginamos los murmullos y el enfado de muchos, ¡Jesús está comiendo en casa de un pecador!, pero Jesús hace caso omiso. Recordemos lo que dice en el evangelio de Marcos cuando Jesús está a la mesa en casa de Leví, otro publicano que es rescatado por el:
“Aconteció que, estando Jesús a la mesa en casa de él (Leví), muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
Mientras los que conocían la Ley atacaban a Jesús, el publicano, el marginado de la sociedad lo lleva a su casa como un huésped distinguido, le abre las puertas de su hogar sin reservas.
Ese publicano es el que logra entender que, si abre su puerta al toque del Maestro, éste entrará y cenará con él por siempre. Y tendrá garantizada la comida a su mesa en su reino.
He recordado cuántas veces podemos ser nosotros los que nos avergonzamos de andar con los que pueden haber caído en desgracia, justificada o injustificadamente, sin preguntarnos si somos totalmente ‘trigo limpio’.
Otro detallito: Jesús lo llama por su nombre, como si lo conociera de toda la vida. Y es que lo conocía incluso antes de estar en el vientre de su madre. Como dice Jeremías 1.5: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué…”.
Lo llama como el Buen Pastor que es, ese que ama a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas oyen su voz. Ese que llora por y con ellas, se goza, las cuida y protege de los peligros. Zaqueo siente como un torrente de misericordia encima de él y se rinde ante Jesús. Se siente blanco de su perdón.
Hay que señalar que Jesús no se impuso, Zaqueo podía decidir libremente; pudo decir sí, o negarse. Y dijo sí. Lo cual implicaba un cambio radical.
Cuando digo radical y quiero un ejemplo, pienso en el apóstol Pablo, cargado de privilegios y títulos, pero llega a decir que todo lo tiene por basura por amor a Cristo, es decir, que todo lo que haría de ahí en adelante, y podía hacer bastante, sería con el beneplácito de ese que antes perseguía y aborrecía.
Zaqueo cambia de forma espontánea, solo con sentir la fuerza de ese amor de Dios mostrado al enviarle a su Hijo para salvarle. Y es ese amor el que lo hace vivir ahora sin temor. Y lo hace amar, hacer justicia, compartir con los otros.
No le importó ser como un niño, a pesar de no haber escuchado en otras ocasiones que Jesús había dicho que para entrar en el reino de los cielos había que volver a ser como un niño.
Es más, nacer de nuevo, empezar de cero, rompiendo con todo lo antiguo e inservible. Porque Jesús se identifica con nosotros. Él también fue marginado, despreciado, vituperado. Fue humilde y manso. Tuvo que callar, no rebatió ni se vengó por las injurias y el acoso.
Zaqueo entiende que Cristo es un modelo digno de ser imitado, e intenta parecerse lo más posible a ese modelo. Jesús arrasaba con su ejemplo. Sabe que después de ese encuentro con el Maestro no puede seguir viviendo de la misma forma.
Tanto es así que, tomando conciencia de todo ello, y movido ahora por el amor y por una desbordante gratitud, pues ya ha empezado a conocer a Dios a través del Hijo, y como se dice en 1Juan, Dios que es amor, Zaqueo exclama: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a algunos (seguro que mucho), lo devuelvo cuadruplicado” (Lc. 19.8).
Empieza a hacer la voluntad del nuevo gobernante de su vida, incluso más allá de lo que estipulaba la ley en estos casos. Ya no vivo yo, parece decir, ahora es Jesús quien vive en mí. ¡Ojo! No significa que Zaqueo ya no podría disponer de algunos bienes y vivir cómodamente, pues Jesús sabe de nuestras necesidades, sino que debía usar de los privilegios dados con sabiduría y rectitud. Ahora debía vivir como un hombre íntegro, justo. Y no solo él, sino todos los de su casa. Así dice Jesús: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…” (Lc. 19.9).
Zaqueo es como un niño sorprendido por el talante pastoral de Jesús. Por su mirada amorosa, pero firme, transmitiendo que no hay vuelta atrás. Nuestro querido Maestro no usó la violencia, sino la palabra que transforma, que llega hasta lo más profundo de nuestro ser. Y hace entender y disfrutar de todas las maravillas que nos tiene reservadas. Vence el mal con el bien.
Dejar a Jesús entrar en nuestra vida puede asustar, y así lo podemos sentir, y nos lo pueden advertir, señalando que vamos a perderlo todo o que ya no podremos disfrutar de nada. Todo lo contrario, vamos a disfrutar, pero de otra manera, con el bien, sin dañarnos ni dañar a otros.
Solo hay que vivir como Jesús vivió, eso lo podemos conocer en los evangelios. Pero hay que conocerlo personalmente y no llevarnos por los rumores. Jesús quiere tener un encuentro personal con cada uno, sin intermediarios. No es una costumbre más que tengo que seguir. Implica un nuevo estilo de vida, ser como Él.
Hoy, al escribir estas líneas, siento la necesidad de revisar si muestro algo de Jesús en mi vida. Si los que me rodean lo ven a través de mis gestos, mis palabras, mis acciones. Y siento la necesidad imperiosa de su mano para proseguir mi peregrinaje, pues a veces estoy a punto de soltarla.
Porque seguirle no es fácil, hay muchas piedras en el camino, pero sé que si él me acompaña me es más llevadero e incluso puedo caminar con contentamiento, ya sea en abundancia o en escasez. No quiero que sea solo teoría, quiero que sea práctica.
Y me doy cuenta de que Jesús no ha dejado de tocar las puertas nuestras. Él no se cansa ni por el frío, ni por el calor del verano, las lluvias, o nuestra indiferencia. Es el único amigo que ama de forma incondicional, no lo es hoy y mañana no. Es el amigo más fiel. No hay otro amigo como Él. Sigue a Cristo, sigue a Cristo, sigue tan solo a él.
Ya hace muchos días que culminó esta semana de oración y todavía no olvido los temas tratados, me siguen haciendo pensar y orar con más tranquilidad. Quizá Dios nos sigue recordando que su palabra no debe volver a él vacía.
Y de alguna forma nos envía sus mensajes. Antaño de una manera, hoy de otra. Ya no sabe cómo hacerlo. Quiero ser consciente de ello en medio de las correrías del día a día. No menospreciar el trabajo de muchos que dedican tiempo a organizar, preparar material, mensajes, escritos, y mucho más para recordarnos que Dios aún habla hoy. ¿Los habrá enviado él?
Hoy, Jesús ha vuelto a tocar a mi puerta, para recordarme que está ahí.
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