La injusticia y los excesos se pueden producir tanto de unos lados como de otros.
En la reciente reflexión que hacíamos a colación del asunto candente del pin parental y, no solo su idoneidad, sino su legitimidad como para que los padres podamos tener protegidas nuestras competencias en lo referente a la educación moral, religiosa, espiritual o en valores de nuestros hijos e hijas, dejaba caer que este no era, por supuesto, el único frente abierto respecto a estas cosas que teníamos de hace unos años aquí y en el que se aplicaba la ley del embudo. Desde la tolerancia intolerante en la que nos hemos instalado, algunos hace ya bastantes años que observamos con creciente preocupación el recorte constante de ciertas libertades que costó mucho conseguir y que hoy se dilapidan pretendiendo alcanzar una igualdad que, como comentábamos, nunca podrá conseguirse instalándose en la desigualdad.
Así que hoy, sin la pretensión de crear polémica, sí quiero al menos poner algunos asuntos encima de la mesa que están en marcha desde hace mucho en nuestro país y otros del primer mundo, y de los cuales la población general muchas veces ni siquiera está al corriente, porque no les toca de forma directa (hasta que les toca de cerca, y entonces sí se dan cuenta). Quizá los profesionales nos estamos encontrando de frente algunas realidades un poco antes que otros ciudadanos, y por eso es necesario también visibilizar el tipo de situaciones a las que se nos está abocando.
Siendo que el otro día me explayé críticamente acerca de las acciones provenientes de la izquierda de este país, hoy lo haré con la derecha por igual, porque hay para todos y casi siempre nos salpica a los mismos. La injusticia y los excesos se pueden producir tanto de unos lados como de otros, de las religiones como de las ideologías, así que como no me caso con nadie, gracias a Dios, me siento absolutamente liberada para dirigirme hacia donde considero que pueda estar habiendo un foco de desigualdad, sea quien sea el que esté colocado detrás del foco, que francamente me da igual porque, al final, detrás de cada suceso, de cada iniciativa, de cada desigualdad o conquista, lo que hay son personas y sus historias, nada más, pero nada menos. Lo hago desde el respeto, en todo caso, pero también desde la decepción profunda, debo decir, porque estas no son cosas tan complicadas de ver y, siendo así, me pregunto cuánto hay de no poder verlo o de no querer, por el contrario. Me pensaba ciudadana de un país más justo y de miras más amplias que el que contemplo con tristeza desde hace unos años, tanto en las instituciones, como en las calles. Metámonos todo y sálvese el que pueda.
Bueno... voy “al tajo”: hace unos años se implantó en la Comunidad de Madrid la famosa Ley para la Protección Integral contra LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual (conocida como Ley Cifuentes en nuestros círculos, y por tanto, vinculada a la acción de la derecha de este país, al menos en cuanto a agrupación política, aunque no por contenido ideológico tradicional de dicho signo). Dicha ley es bastante similar en forma y fondo a otras varias que cada comunidad ha decidido implantar a nivel autonómico, con escasas variaciones de una a otra, y a cada cual de ellas más leonina a ciertos efectos. Tenía todo en común también, de hecho, con aquel intento de ley que en 2017 se procuró implantar a nivel estatal presentándola al Congreso para su aprobación, y que no terminó de concretarse hasta el día de hoy, porque efectivamente plantea serios problemas legales. Vamos, que se choca de frente con la Carta Magna. Pero sigue estando encima de la mesa para proseguir en su intención de implantarla y es elemento de referencia habitual de cada grupo político en sus correspondientes programas electorales, como recientemente hemos podido comprobar.
Aún comprendiendo la urgencia y necesidad de que estos colectivos sean protegidos porque, desgraciadamente, se han cometido auténticos atropellos y tropelías contra ellos en el pasado -y aún se sigue en ciertos contextos y de parte de personas que probablemente nunca podrán ser convocadas a la razón, porque sucedió y sucederá como pasa en otros frentes, como el racismo y la xenofobia, o ante la propia diversidad religiosa- la verdad es que lo que no se entiende es que, para producirse esa defensa haya que sacrificar otras cosas que son y han sido hasta ahora derechos fundamentales del resto de los seres humanos que no formamos parte de esos colectivos. Radicales los hay también entre las comunidades LGTBI, como estamos teniendo que ver de forma aún más evidente por su clarísimo posicionamiento estratégico en las instituciones. Me pregunto si se vería igual de bien que una persona con creencias religiosas expresadas desde la misma vehemencia, el mismo nivel de contundencia y la escasa medida sería catapultado a los puestos de privilegio y poder o, por el contrario, condenado, incluso, a multas económicas o penas de otro tipo. La destitución, como mínimo, estaría garantizada y eso, a mí, me genera preguntas. Debe ser que soy una inconformista.
Pensemos en cuestiones como:
y menciono estas por poner, simplemente, algunos ejemplos, pero no son los únicos, ni mucho menos. A ver si, en vez de arreglar, estamos desarreglando o, lo que me parece aún peor, si para arreglar la situación de unos pocos-muchos estamos condenando al resto.
Así que, volviendo al ejercicio de empatía que les proponía el otro día, les sugiero que hagamos eso mismo, solo que cambiando los términos. Imaginemos lo que podría suponer que, en vez de una Protección Integral contra LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual en la Comunidad de Madrid, se hubiera construido una Ley de Protección integral contra la Cristianofobia y la Discriminación por Razón de Creencias Religiosas o Convicciones Espirituales en esta, o cualquier otra comunidad de este país.
Me imaginaba estos días cómo podrían algunas de las cosas que vivimos en mi profesión, por ejemplo, que es una con implicaciones éticas y personales más que interesantes y complejas, si se creara tal ley similar para defender, por ejemplo, a los cristianos protestantes, que hemos sido y seguimos siendo minoría oprimida y ninguneada desde tiempos inmemoriales en este país, y no solo en la Inquisición, que también. Yo misma tengo que medir “al dedillo” lo que expreso en este artículo, pero otros no tendrían ni que pensarse dos veces qué cosas decir porque, simplemente, no se juegan nada. El resto nos lo jugamos todo todos los días de nuestra vida. Así vivimos, pero no nos acostumbramos, la verdad.
Paso a describir algunas de las que se me venían a la cabeza, que son solo muestras de lo que experimentamos con frecuencia en mi colectivo profesional (y yo me puedo “dar con un canto en los dientes” siendo que nunca he tratado, ni trato, temas de índole sexual en la consulta, al no ser especialista ni ser mi ámbito de trabajo. Pero afecta a otros colegas, y me preocupa, porque así debe ser):
¿A que les parece, como a mí, que una ley como esta NUNCA se va a promover para el cristianismo protestante, ni para ninguna creencia religiosa? ¡¡POR SUPUESTO!! ¡¡PORQUE ES UNA BARBARIDAD!! ¡¡NI SE LO PLANTEEN, POR FAVOR!! No podría defender tal cosa porque no hay por donde cogerla. Pero entonces eso nos pone frente a la realidad más sangrante: que si no se puede hacer con todos por igual, porque es una barbaridad, igual no debería hacerse con ninguno. Si van a equilibrar las atrocidades cometidas, al menos, háganlo respetando las garantías jurídicas y las libertades que cada ciudadano tiene para ejercer desde su conciencia y desde el respeto por igual, y déjense de hipersensibilidades, que si nos ponemos, las tenemos todos, viendo ofensa donde no la hay.
No sigo desarrollando ejemplos, porque me parece redundante y creo que lo mostrado hasta aquí habla por sí solo sin tener que abundar de más. Esto, que desde luego es impensable para un colectivo como el de los cristianos protestantes, o para cualquier otro, siendo sin embargo una realidad escandalosa respecto al colectivo LGTBI, que evidentemente a día de hoy en nuestro país es uno más que cuidado, mimado y abrazado. El rechazo de algunos incívicos siempre estará, me temo, y yo misma también lo sufro. Algunos forman parte de mi propio colectivo minoritario, por desgracia, y otros están ubicados en el frente LGTBI. Así que, parece ser, nos vienen pasando cosas parecidas, solo que unos chillamos menos que otros y, cuando lo hacemos, lo hacemos de otra forma.
Con la exposición que acabo de realizar no pido ni un derecho menos para su colectivo, porque no lo necesito, pero ruego que no se nos tome por tontos haciéndonos creer que todos los colectivos minoritarios somos iguales, porque la discriminación positiva a favor de unos y en detrimento de otros es más que evidente. A nosotros también se nos ha asesinado por nuestra fe -y se nos sigue aniquilando en buena parte del mundo en el siglo XXI, y si no, echen un ojo a las noticias- se nos discrimina o se nos tacha de homófobos por las buenas y bajo la lógica de parvulario de la que hablaba hace pocos días. Se nos ha echado a las hogueras literalmente por nuestra fe, se nos toma por tontos automáticamente, porque quién sino un tonto podría creer hoy en Dios o nada que se le parezca... y como esas, otras lindezas varias que claman al cielo. Pero ahí seguimos, aguantando mecha y procurando no machacar a nadie. Vive y deja vivir, nos dicen. A ver si ya nos toca a nosotros, me digo.
Entiendo que la crítica evidente a esta caricatura que he presentado sería que “una cosa son las cuestiones de religión y otras bien diferentes son las que tienen que ver con la sexualidad”. Pues perdónenme... porque no solo la sexualidad se ha convertido en la religión del momento para muchos y cada vez más, sino que lo que la Constitución declara es que como ciudadana de este país no seré discriminada ni por unas razones, ni por otras, así que mientras no se nos trate en igualdad de condiciones, mientras no se instale en nuestro vocabulario la palabra cristianófobo igual que se ha integrado y usado con ligereza la palabra homófobo, no admito que estemos en igualdad de condiciones, porque no lo estamos.
¿De qué y de cuándo se nos iba a permitir a los cristianos protestantes, o cualquier otro con creencias religiosas, hablar con la liberalidad, falta de respeto y descaro con la que otros nos ponen como auténticos imbéciles a los que, a día de hoy, las tenemos? No solo no se les persigue, ni denuncia, no solo no se les llama la atención ni se legisla específicamente al respecto, sino que se les aplaude y se les dan puestos de responsabilidad, en los que además se les dará la oportunidad de aleccionarnos. ¿Han pensado ustedes, los que han decidido que los temas de identidad, orientación y conducta sexual sean los más importantes, porque les parecen absolutamente definitorios de la identidad, que las creencias espirituales definen también de manera vertebral la identidad de muchos de nosotros, hasta el punto de llevarnos a decidir, desde nuestra libertad inapelable, que queramos someter otros aspectos de nuestra identidad a ellas?
Igual sería, de nuevo, un buen ejercicio de empatía al que poder dedicarle un tiempo de reflexión, que falta nos hace, creo. Ojalá se produzca... nunca es tarde.
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