Es un clamor revolucionario para transformar el establishment y sustituirlo por el orden de cosas que proclamó Jesús como característico del Evangelio del Reino.
Al saber que llevaba en su seno al Mesías, María cantó de alegría. Así la presenta el evangelista Lucas en el capítulo 1 versículos 46 al 56. El cántico de María es la culminación de una larga tradición cantora en el pueblo de Israel y de la cual dejan constancia las narraciones bíblicas.
El libro de los Salmos incluye ciento cincuenta oraciones/cantos de muy diversa índole. En el repertorio están dolorosas confesiones, como la del rey David tras haber maquinado el perverso entramado para que Urías fuese asesinado y así poder quedarse con su esposa, Betsabé. El Salmo 51 es desgarrador, la crisis de conciencia experimentada por el monarca alecciona sobre la abusiva pretensión de los poderosos que urden oscuras maniobras y creen quedarán impunes. La crisis moral del poderoso personaje fue resultado de haber sido expuesto en toda su maldad por el profeta Natán (2 Samuel, capítulo 12), quien no estaba al servicio del poder ni rendía culto al famoso vencedor de Goliat.
Además de Salmos penitenciales, como el antes mencionado, la sección del Antiguo Testamento tiene cánticos de esperanza y expectativas de justicia, acciones de gracias, lamentaciones, piezas para entonar en tiempos litúrgicos, alabanza por las maravillas de la naturaleza y bendiciones del Creador. Todo este cúmulo era bien conocido por Jesús y por ello, junto con sus discípulos, entonó los Salmos que se traían a la memoria y vocalizaban en Pascua (Mateo, 26: 30 y Marcos 14: 26). El grupo interpretó la sección que va del Salmo 113 al 118. Son cantos de liberación y confianza en el Señor, y seguridad de que los humildes serán enaltecidos.
Los primeros cristianos confesaban por medio de cánticos la identidad y misión que tuvo Jesús. Como discípulos suyos, en consecuencia, debían compartir el ser y hacer de quien tenían por Mesías. En Filipenses 2: 5-11 se localiza el que Antonio Rodríguez Carmona llama “Himno cristológico”. En pocas líneas el apóstol Pablo escribió a la comunidad de Filipos acerca del modelo encarnacional de Jesús, quien deliberadamente eligió ser un anti rey, o rey siervo, trastocando los valores de prestigio y poder propios de los monarcas terrenales.
El cántico de María es un eco del entonado por Ana, madre del profeta Samuel cuando lo dedicó al servicio del Señor. Ana era estéril, lo que significaba en su cultura una afrenta y que tal vez no había podido ser fértil por maldición de Dios. Tras poder embarazarse y dar a luz a Samuel, Ana tomó la decisión de consagrarlo al servicio de Dios. En la ceremonia alzó la voz para orar/cantar: “Del Señor vienen la muerte y la vida; él nos hace bajar al sepulcro, pero también nos levanta. El Señor da la riqueza y la pobreza; humilla, pero también enaltece. Levanta del polvo al desvalido y saca del basurero al pobre para sentarlos en medio de príncipes y darles un trono esplendoroso” (1 Samuel 2: 6-8, el canto completo está en los versículos 1-10).
El embarazo de María, como el de Ana, también fue anómalo. Mateo y Lucas dicen que fue preñada por el Espíritu Santo y aquí solamente consigno la narrativa de ambos evangelistas. María, al contrario de Ana (mujer mayor) era adolescente y por no estar todavía casada con José, aunque sí comprometida, no debía encontrarse embarazada. Cuando de forma sorpresiva se entera de la vida a punto de fructificar en su vientre, el Mesías cuyo “reinado no tendrá fin” (Lucas 1: 33), ella se apresta para enfrentar maledicencias y, aunque no lo cuenta el Nuevo Testamento, debió aquilatar las consecuencias del embarazo sin haber cumplido con lo prescrito en su tiempo: haberse casado previamente.
En las estrofas cantadas por María hay líneas que recuerdan el carácter subversivo del Mesías descrito por el profeta Isaías. Particularmente que será antípoda de quienes muestran poderío mediante la derrota y sumisión autoritaria de sus adversarios. El del rey/siervo será un reino apacible, es decir fluirá el shalom, la paz integral en todos los órdenes de la vida personal y social. María canta: “Porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre! De generación en generación se extiende su misericordia a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios. De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lucas 1: 49-53).
La sección citada es una declaración política, en la que se visualiza otra realidad, muy distinta a la impuesta por la pax romana y colaboracionistas locales. Es un clamor revolucionario para transformar el establishment y sustituirlo por el orden de cosas que proclamó Jesús como característico del Evangelio del Reino. En este sentido lo expresado por María está en armonía con lo que anunció Jesús en la sinagoga de Nazaret, al decir que en él se cumplía la expectativa mesiánica del profeta Isaías (Lucas 4: 16-20).
Si leemos el cántico de María en el opresivo contexto en que fue interpretado, dejaremos de romantizar y endulzar el acontecimiento que muchos(a)s se alistan a celebrar en Navidad. María nos recuerda que otro mundo es posible y que lo alojado en su vientre es modelo de una nueva humanidad.
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