Casiodoro de Reina pudo concluir la traducción de la Biblia y publicarla debido también a la red que le apoyó protegiéndole y proveyéndole de los fondos necesarios.
Las evidencias apuntan hacia que Ábrego y Zapata formaron parte del plan urdido contra Reina por el embajador español en Inglaterra, Álvaro de la Quadra, y el contador del ejército de Flandes, Alonso del Canto, “jefe del servicio de inteligencia española […] que dependía directamente de Felipe II y sus secretarios más próximos” (Moreno, 2017: 121).
Abrego recibió pagos por su labor de espionaje y a mediados de 1564 regresó a España, los gastos del traslado fueron cubiertos por Canto. En 1565 trabajaba para la corte y en la casa del secretario de finanzas de Felipe II, Francisco de Garnica.
Cambio su nombre por el de Francisco de Garfias Ábrego y, al parecer, se embarcó hacia México. Fue tabernero en Cholula, y la Inquisición novohispana lo encarceló por blasfemia. ¿El denunciante de Reina y el enjuiciado en Nueva España era la misma persona?
Francisco de Garfias Ábrego permaneció en “las cárceles secretas [del] Santo Oficio”. El diecinueve de julio de 1600 la condena estableció que “el susodicho salga al auto público de la fe, en forma de penitente, con vela, soga y mordaza, y abjure de levi, y por las calles públicas de esta ciudad [México] se le den, en forma de justicia, cien azotes, y sea desterrado de ella y de la de Cholula, con cinco leguas a la redonda, por tiempo y espacio de tres años precisos, y no los quebrante, so pena de cumplirlos doblados” (AGN, 1949: 264).
El cumplimiento de la pena se hizo efectivo el 25 de marzo de 1601, tercer domingo de Cuaresma, cuando
Hízose la víspera una procesión solemnísima, en la que fueron más de 700 clérigos y frailes, con sus respectivas velas de cera, para llevar desde la iglesia de Santo Domingo la cruz verde al sitio del tablado, que se levantó en el corredor y arrimado a los portales de los mercaderes y sederos de la plaza mayor. El acompañamiento se verificó como era de costumbre, habiendo llegado el Virrey y la Audiencia al tablado a las seis de la mañana de aquel día, pues era necesario madrugar para que hubiera tiempo de ver las 123 causas de otros tantos reos que se iban a presentar, y eso que fuera de auto se acababan de despachar los de otros veinte y siete. Predicó ese día el sermón de estilo, don Antonio Molina de Morales, obispo de Tlaxcala (Medina, 1952: 155).
Acerca de Gaspar Zapata era conocido que salió de Sevilla cuando lo hicieron Juan Pérez de Pineda, Luis Hernández del Castillo y Diego de la Cruz, por el tiempo que la Inquisición enjuició al doctor Egidio en 1550.
Por acciones suyas posteriores a los cargos que hizo a Reina en agosto de 1563 es altamente probable que para entonces tuviera negociación con el embajador Quadra para retornar a España.
El embajador murió una semana antes que se hicieran los cargos contra Reina, sin embargo el plan continuó de acuerdo a lo pactado.
En marzo de 1564 un emisario de Alonso del Canto viajó a Londres para entregarle el salvoconducto que le garantizaría el regreso a territorio español.
Tal vez dudando que su integridad pudiese peligrar a causa de la relación que tuvo con núcleos heterodoxos sevillanos, Zapata tardó en responder afirmativamente al ofrecimiento de Canto.
Finalmente, el 13 de julio de 1564 aceptó la oferta para salir de Londres y se embarcó hacia España (Kinder, 1990: 70). Francisco Ábrego y Gaspar Zapata fueron elementos de un ensamblaje urdido por autoridades españolas con la meta difamar a Casiodoro de Reina, para que recibiera castigo ejemplar o atraparlo en caso de que abandonara Inglaterra.
Los espías que seguían los pasos a Casiodoro intentaron interceptarlo en varias ocasiones con el fin de trasladarlo a España. Antes quedó consignado cómo se esforzaron para aprehenderlo después del Coloquio de Poissy, maquinación que no alcanzó la meta deseada. En otra ocasión sus vigilantes
Supieron que Casiodoro había atravesado el mar de Inglaterra para encontrar a Diego de la Cruz, y el espía Francisco Luis recibió dinero para ir de Inglaterra a Dudreque (Dordrecht) para esperar allí a Casiodoro. Y después de huir Casiodoro de Inglaterra, enviaron a un criado del embajador español en Inglaterra, llamado Juan de Bilbao, en octubre de 1563 para esperar a Casiodoro en Dunquerque, y otro criado llamado Fabián fue enviado a Zelandia para encontrarse allí. Miguel Hernández esperaba hallarle en Dordrecht o Rotterdam, teniendo cartas de la regente para las justicias de una ciudad u otra requiriendo que prendieran a Casiodoro. Juan de Bilbao fue en noviembre a Zelandia, Brujas, y Amberes con el mismo motivo. Y finalmente, cuando supieron exactamente dónde estaba escondido Casiodoro, en esta última ciudad, lo dijeron al malgrave. Este advirtió al dueño de la casa (o sea, Marcos Pérez, el financiero marrano, jefe de los calvinistas de la ciudad) que le quitase de allí, de otra manera se vería obligado a prenderlo. Y así Casiodoro se escondió en otra casa, y de allí huyó a Francfort, donde estaba a salvo (Kinder, 1990: 73-74).
Cuando Reina ya no estaba en Londres, Antonio del Corro le remitió una carta desde Théobon (y por ello conocida como carta teobonesa), Francia, fechada el 24 de diciembre de 1563 (Corro, 1563).
La epístola llegó a manos de Jean Cousin y Johannes Utenhovius, particularmente atentos para inculpar a Casiodoro, Cousin había sustituido a Nicolás des Gallars en el pastorado de la Iglesia de exiliados franceses.
Bajo “Cousin la Iglesia francesa [en Londres] se convirtió en una comunidad calvinista ortodoxa, para la cual el contenido de la carta teobonesa no podía simplemente ser ignorado” (Roldan-Figueroa, 2009: 398).
En el comunicado Corro manifestaba a Casiodoro el deseo de encontrase con él y le sugirió viajar a Navarra para que en un castillo facilitado por la reina, Juana d’Albrecht, se imprimiera su traducción de la Biblia.
También le inquirió acerca de cuestiones teológicas y le informaba del envío de dinero para que “le comprara una serie de libros que abordaban un tema muy estudiado por los partidarios de la Reforma Radical: la presencia de Jesucristo en los fieles” (Mestre Sanchis, 1997: 34).
Cousin concluyó que la carta confirmaba errores doctrinales de Reina y se encargó de informar de ello a liderazgos calvinistas en distintas partes de Europa ya que “buscaba continuamente frustrar las aspiraciones de Reina en toda ocasión que pudiera” (Kinder, 2019: 59).
Tras salir de Inglaterra, Reina y su esposa iniciaron un periplo, a veces por separado, que les llevaría a varios países, entre ellos, Holanda, Alemania, Francia, Suiza. Casiodoro se instaló en Amberes porque creyó allí encontraría un mejor entorno para su proyecto de traducción.
En tanto el monarca español Felipe II puso precio a la cabeza de Reina, como quedó constancia a principios de 1564 en una carta del gobernador de Amberes a la regente de los Países Bajos, Margarita de Parma, hermana de Felipe II, en la cual se afirmaba que la Corona española había “gastado grandes sumas de dineros por hallar y descubrir al dicho Casiodoro, para poderle detener, si por ventura se encontrase en las calles o en cualquier otro lugar, prometiendo una suma de dinero a quien le descubriese” (Gilly, 1998: 3).
Reina de nueva cuenta se vio obligado a mudar su residencia a Basilea en el otoño de 1567. En esta ciudad encontró apoyos que hicieron posible completase una tarea que antes, en distintos momentos y lugares, estuvo a punto de abandonar no por voluntad sino exigido por sus perseguidores, diversas penurias y enfermedad.
El mismo Reina escribió en 1573, en la dedicatoria de la Exposición de la primera parte del capítulo cuarto de Mateo, cómo se encontraba física y económicamente cuando llegó a Basilea y la desesperación que le embargaba por estar imposibilitado de terminar la traducción. Así evocó Reina aquellos días, cuando por enfermedad pensó que no saldría con vida:
Porque en ninguna otra cosa pensaban ya ni los médicos no vosotros, ni los amigos, ni finalmente yo mismo. Pues para confesar lo que es la realidad, en medio de aquella certeza de la presencia de la muerte mientras yo estaba consciente. No me asustaba la figura de la muerte, la cual habiendo experimentado abundantemente la maldad del siglo harto inicuo, estaba deseando y veía que a juicio mío llegaba con retraso, al hacerse ya presente, la abrazaba con mucha alegría de mi alma […] Sólo una cosa me causaba un dolor extremo, a saber, que habiendo trabajado durante una década ininterrumpida en la traducción de la Sagrada Biblia a la lengua española y habiendo soportado en esa ocupación mucha cantidad no sólo de envidia, sino también de calumnias de parte de aquellos para quienes aquélla no era igual de grata que para mí, de forma que en comparación con esta molestia fue para mí levísimo el propio trabajo de traducir estando ya a las mismas puertas de la imprenta y estando los frutos maduros para la mies y recolección de un trabajo tan grande, tuviesen que ser abandonados algunos trabajos míos, de los que yo ignoraba qué cuidado y preocupación necesitarían para concluirse, y aunque éstos habrían de ser fieles y diligentes en grado máximo, como yo no albergaba dudas sobre [Marcos] Pérez, la obra finalmente no debía ser concluida por mí. Esta tristeza incluso en medio de tan gran debilidad de fuerzas tanto de cuerpo como de espíritu me provocaba, sin embargo, ardientes ruegos a Dios para que me concediese aún una prolongación de vida que fuese suficiente para publicar aquella obra para gloria de su nombre, dispuesto como estaba yo para abandonar después esta vida con toda la alegría del alma (Reina, 1573: 369-371).
Casiodoro de Reina pudo llevar a buen término la misión de concluir la traducción de la Biblia y publicarla debido, sobre todo, a su persistencia de proseguir con la tarea de verter al castellano los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, pero también gracias a la red que le apoyó protegiéndole y proveyéndole de los fondos necesarios.
De ello dejó constancia: “Mi entrañable amigo [Marcos] Pérez, que siempre había sido generosísimo conmigo, también entonces, con caridad y piedad extraordinarias, nos trasladó a su casa a mí gravemente enfermo y a mi pequeña familia y cuidó con la mayor humanidad tanto de los enfermos como de los sanos.”
La red de personajes que protegió a Casiodoro de Reina resultó eficaz para salvaguardarlo de sus perseguidores y custodiar los avances de la traducción cuando debió escapar precipitadamente de posibles captores.
El obispo de Londres, Edmund Grindal, resguardó los manuscritos de Reina, hizo entrega de los mismos al antiguo prior del Monasterio de San Isidoro del Campo, Francisco de Farías, quien encontró la forma de remitírselos a Amberes (Kinder, 2019: 72, Moreno, 2017: 124).
La gratitud de Casiodoro hacia Grindal quedó manifiesta en la dedicatoria de la Biblia que obsequió al obispo:
“Al dignísimo Prelado, i Señór Reverendísimo, el Señór Edmundo Grindal, Arzobispo de Cantorberi, i meritísimo Primado de toda Inglaterra: por haber rescatado de manos enemigas, el manuscrito orijinál de esta versión Española de los Libros sagrados: Casiodoro de Reina, autor de la misma versión, en muestra de agradezimiento, i en prenda de su invariable respeto, dá i dedica” (Fernández y Fernández, 1976: 101).1
Antonio del Corro estuvo atento al progreso de Reina en la traducción y buscó dónde pudiese imprimirse la obra, a la vez que lo animaba en momentos de adversidad. Juan Pérez de Pineda, con quien Reina tuvo diferencias por la forma en que Juan Calvino ejercía control doctrinal en Ginebra, dispuso que parte de su herencia se destinara a financiar la impresión de la Biblia traducida por Casiodoro (Flores, 1978: 154).
Marcos Pérez acudió varias ocasiones en auxilio de Reina y su familia, de lo cual el beneficiario dejó amplio testimonio escrito.
En Estrasburgo entabló buena amistad con el rector de la Universidad, Johannes Sturm, e intercambió con él pormenores de la traducción bíblica en que se encontraba inmerso así como la búsqueda de impresor.
En retribución a la hospitalidad de Sturm, Reina le dedicó su Comentario al Evangelio de Juan (1573), y le llamó “ilustrísimo varón, compadre, que debe ser altamente venerado”.
En Basilea encontró pleno respaldo en Teodoro Zwinger, sobrino del impresor Oporino, y sucesor en 1564 de la cátedra de griego antes impartida por Sebastián Castelio. En la misma ciudad resguardaron integridad y obra de Casiodoro los inspectores eclesiásticos y ministros luteranos Simón Sulzer y Huldrich Koechlein, rector de la Universidad (Kinder, 2019: 85; Moreno 2017: 257, 260, 262).
Cuando los agentes al servicio del rey Felipe II se enteraron de la posible publicación de la Biblia traducida por Casiodoro, el rey les instruyó para que invirtieran fuerzas y recursos con el fin de evitar saliese a la luz la obra, y de ya haberse impreso evitar circulara.
El 15 de junio de 1568 los inquisidores de Sevilla informaban al Consejo de la Inquisición que en lo tocante a “la Biblia en romance que dicen ha hecho imprimir fray Casiodoro, se ha tenido y tenemos siempre todo cuidado y vigilancia para que no entren semejantes libros, y están todos los comisarios de los puertos muy advertidos acerca de ello y con el recato posible” (López Muñoz, 2016b: 375).
El 2 de julio el Tribunal de Granada reportó: “Después de muchos controles podemos asegurar a vuestras Excelencias que en este reino de Granada no ha entrado ni un solo ejemplar de la Biblia de Casiodoro” (Gilly, 1998: 4).
En el verano de 1568 todavía no estaba impresa la que más tarde sería llamada Biblia del Oso, sin embargo los reportes de los censores españoles daban cuenta de la vigilancia ejercida para evitar fuese distribuida.
Reina no solamente debió evadir a quienes se afanaban por aprehenderlo y llevarlo a España, igualmente tuvo que hacer frente a desgracias como la muerte del impresor Oporino en julio de 1568, a quien el año anterior se le había dado un importante adelanto para que en sus talleres tuviera lugar la edición de la Biblia.
Al morir Oporino todavía no habían iniciado los trabajos de impresión y el adelanto monetario no pudo recuperarlo Casiodoro de Reina.
El entrañable amigo de Casiodoro, Marcos Pérez, que en varias ocasiones contribuyó para el avance de la traducción, le hizo un generoso préstamo (que desde un principio dio por irrecuperable) que posibilitó pagar en Basilea los servicios del impresor Thomas Guarin, de cuyas prensas salieron dos mil seiscientos ejemplares de la Biblia del Oso.
Fue conocida con este nombre por tener en la portada un oso alcanzando un panal. Un estudioso de Reina considera que probablemente la impresión fue terminada el 24 de junio de 1569.
En tal fecha Reina informó a un amigo que le había sido entregado el último folio (Gilly 1998: 4). Faltaban por imprimirse el Prefacio y la Amonestación del intérprete al lector, labor que fue completada en septiembre.
Durante quince años y en distintos lugares algunos calvinistas hicieron señalamientos de servetista y sodomita contra Reina, cargos siempre rechazados por él con argumentos y pruebas en contra de los mismos.
Las acusaciones levantadas por sus adversarios persiguieron a Casiodoro hasta 1578, cuando se traslada de Amberes, donde era pastor en una iglesia luterana, a Londres para enfrentar nuevamente los señalamientos sobre su doctrina y sodomía.
En diciembre de aquel año comenzó un nuevo juicio sobre los cargos hechos quince años atrás. El asunto lo examinó la Comisión Real encabezada por Edmund Grindal (arzobispo de Canterbury desde 1575).
Una cuidadosa revisión del expediente y los antecedentes de sus acusadores evidenciaron que los testigos contrarios a Reina, los españoles Francisco de Ábrego y Gaspar Zapata, habían sido agentes encubiertos al servicio de la Inquisición española e incluso salieron a la luz los pagos recibidos por ser parte del complot contra Casiodoro.
En marzo de 1579 quedó exonerado de todos los cargos, “pero así y todo, la iglesia calvinista francesa no accedió a dar su aprobación” (Nieto, 1997: 472).
Como hemos visto, se conjuntaron agentes inquisitoriales y algunos pastores y líderes, sobre todo calvinistas, para perseguir a Reina y evitar así que prosiguiera con su ministerio.
La persecución no lo detuvo para darse denodadamente a la traducción de la Biblia en castellano, la que fue publicada en 1569. Desde 1578 fue pastor luterano en distintas iglesias, hasta su muerte en Frankfurt, el 15 de marzo de 1594.
Al igual que sus predecesores en la traducción bíblica, Casiodoro de Reina escribió acerca de la institución encargada de combatir a los “herejes” y los mecanismos para limpiar España de presencias indeseables.
La Inquisición española empeñó cuantiosos recursos humanos y financieros para extirpar a quienes denominaba genéricamente como “luteranos”. Muchos de los así catalogados, hombres y mujeres, no eran estrictamente luteranos, pero sí cristianos que no se reconocían católicos romanos.
La obra que denunció detalladamente al régimen persecutorio español fue Artes de la Santa Inquisición española, publicada en 1567, en Heidelberg, Alemania.
Con el fin de que alcanzara amplia difusión el autor la redactó en latín, bajo el seudónimo Reginaldus Gonsalvius Montanus, que castellanizado es Reginaldo González Montes.
Distintos investigadores han tratado de encontrar al personaje ocultado tras el citado seudónimo. Los mencionados como posibles autores han sido Pedro Ximénes, Francisco Zafra, un monje de la orden jerónima de nombre Benito, el ex carmelita Petrus Dathenus, sin que los proponentes de la autoría hayan logrado disipar la interrogante acerca de quién escribió Artes. (Ruiz de Pablos, 2008: 31-38; Giesen, 2001; García Pinilla, 1995).
Los candidatos más nombrados como autores de Artes han sido Antonio del Corro y Casiodoro de Reina. Uno y otro habrían escrito la obra o trabajado juntos en la redacción de la misma, con información propia y la proporcionada por quienes también, como ellos, debieron huir de España a causa de sus creencias evangélicas.
Me parece sólida la argumentación hecha por Carlos Gilly en favor de la autoría de Casiodoro de Reina al señalar como pruebas externas lo que sigue:
El 27 de enero de 1567 Reyna solicita del Consejo de Estrasburgo un permiso para imprimir un libro latino De inquisitione hispanica. Dos semanas más tarde el Consejo deniega la petición.
El 10 de junio de 1567 Oporino pregunta a Konrad Hubert, “si Casiodoro ha hecho ya imprimir su libro de hispanica inquisitione per Belgicum y, en caso negativo, si no quiere añadir un apéndice histórico sobre los crueles sucesos en los Países Bajos” (Böhmer pensó que se trataba aquí de un nuevo libro, hoy perdido, sin percatarse que el prólogo de las Artes comienza y termina con sendas alusiones al levantamiento de los pueblos contra sus reyes a causa de la Inquisición, refiriéndose naturalmente a los Países Bajos).
El 27 de septiembre Reyna escribe a Diego Pérez a París, comunicándole que las Artes han salido ya en Heidelberg: “Los misterios de la Inquisición están impresos en latín, creo que por allá los verán”. En 1568 Oporino quiere reimprimir las Artes, esta vez con una dedicatoria a la Reina de Inglaterra, pero muere al comienzo del verano y el acróstico preparado para esta edición por el poeta, adicto de Castellio y amigo de Reyna, Karel Utenhove, sale en una colección de poesías y alusiones a Marcos Pérez, Martín Pérez, Pedro Ximénes, Oporino y otros (Gilly, 2005: 242-243).
La carta mencionada por Gilly que Reina escribió a Marcos Pérez, en la cual informa que Artes salió de la imprenta, está incluida en la obra clásica de Kinder sobre el traductor de la Biblia (1975: 121-122).
En cuanto a las evidencias presentadas por las Artes respecto a que Reina fue el autor, Gilly destaca lo que a continuación transcribo:
En la edición francesa las Artes, que aparece en 1568 en Ginebra con el título Histoire de L’Inquisition, se ha censurado el largo prefacio de Montanus, reduciéndolo a sólo cuatro páginas. Los calvinistas sabían bien lo que hacían, el prólogo contiene un grandioso manifiesto por la tolerancia religiosa, sacado de los escritos de Castellio, Erasmo y otros autores representados en el De haeretics an sint persequendi.2 Todas las traducciones calvinistas, una alemana, una holandesa, la inglesa y la húngara, siguen la edición de Ginebra y ofrecen el prólogo censurado. La prueba mejor de que el autor había salido de España en 1557 está en la narración misma., pues el autor se siente más seguro al escribir de los acontecimientos anteriores a esta fecha, que cuando escribe de los procesos y condenas. No sabe ni siquiera el número de los correligionarios quemados (“prope aut ultra viginti”), cuando cada niño de Sevilla sabía que habían sido 39; en cambio piensa que fueron 800 los detenidos, cuando en realidad no pasaron de 200. De Fray Juan Crisóstomo, que murió valientemente, no osa ponerlo entre los mártires, por ignorar la causa de la muerte, mientras que a Don Juan Ponce de León, que no resistió el tormento, se le describe como un valeroso confesor de la fe. Lo mismo sucede con Julianillo Hernández, a quien levanta un monumento de valentía, sin saber como nadie ha sabido hasta hace poco que había delatado a todos cuantos conoció (Gilly, 2005: 344).
De los ex monjes jerónimos eran Corro y Reina los únicos que conocían profundamente los escritos de Castelio.
Al primero lo descarta Gilly porque la fuente proporcionada por quienes apoyan su autoría es una misiva del 12 de abril de 1569, del embajador español en Inglaterra (Guerau d’Espes) a Felipe II en la que informa de un libro contra la Inquisición escrito por un fraile huido de España.
Si bien es cierto que Corro residía en Londres, la obra referida por el embajador hispano bien pudo ser la Carta a Felipe II (1567). Al descartar a Corro solamente queda como opción viable Casiodoro de Reina, cuya autoría de Artes es corroborada por “infinitos detalles de su latín, expresiones e informaciones que se repiten en todos sus escritos latinos” (Gilly, 2005: 345).
La portada de Artes tiene una cita bíblica, que era lema de la Inquisición española: “Exsurge Domine Et Judica Causam Tuam” (Levántate, Señor, y juzga tu causa. Salmo 74: 22).
El autor enarbolaba el versículo usado para reprimir a los protestantes con un sentido distinto: en una forma que revierte la línea del Salmo para poner en tela de juicio a la institución que decía defender la causa divina.
En el prefacio explicaba los motivos para redactar el volumen, así como hizo acendrada defensa de la libertad de creencias. En la primera parte el autor describe el modus operandi de la Inquisición y la crueldad contra quienes sentenciaba por herejía.
La segunda parte, titulada “Algunos ejemplos especiales a través de los cuales se ven más claramente las artes inquisitoriales puestas ya en su ejercicio y práctica genuinos”, incluye varios casos, entre ellos los de Francisca Chaves, Juan de León, el doctor Egidio, García Arias (el Maestro Blanco) y Constantino de la Fuente.
El libro fue traducido del latín al inglés y francés en 1568. Al año siguiente tuvo siete traducciones, la segunda en inglés, tres holandesas y tres alemanas. En 1570 fue publicada la versión húngara.
Durante el resto del siglo XVI, XVII y XVIII la obra se reimprimió en distintos idiomas. La primera traducción castellana fue publicada por Luis Usoz y Río en 1851, tomo quinto de la Colección Reformadores Antiguos Españoles (Ruiz de Pablos, 2008: 93-94).
Un intento reciente por menoscabar Artes de la Santa Inquisición española, más por razones ideológicas que historiográficas, es el de María Elvira Roca Barea. Para ella el volumen es un “texto nutricio” de la conocida como Leyenda negra española.
Dice que su autor “pudo ser un español apóstata”, cuando ha sido bien demostrado que los especialistas no tienen duda sobre el origen territorial de quien redactó Artes.
Además llamarle apóstata es tomar partido por la institución eclesial dominante en España en el siglo XVI. Señala que “con gran lujo descriptivo” González Montes “se detiene en morbosas descripciones de tormentos. Las torturas son exquisitas y refinadas, de una crueldad sublime” (Roca Barea, 2016: 265-266).
La crítica sostiene que Montes “adopta la apariencia de una víctima a la cual el lector acompaña a través de las distintas etapas de su calvario y consigue que este se identifique con esa víctima desde el momento de su detención inesperada por causas desconocidas […] El libro acaba con el relato de los casos de doce víctimas de la Inquisición, todas luteranas” (Roca Barea, 2016: 266).
Con afán descalificatorio, la autora minimiza las atrocidades de la Inquisición y señala motivos aviesos en las Artes con el fin ponerse al servicio de intereses anti españoles.
El de ella es “es un libro dañino y peligroso”, carente de rigor intelectual, ajeno a los “parámetros de la investigación histórica y académica” y caracterizado por un “populismo intelectual reaccionario”, considera José Luis Villacañas Berlanga, filósofo de la Universidad Complutense de Madrid.3
Es importante situar el valor y significado de Artes, que no es una obra completamente exacta en todos los datos que consigna. Sin embargo la panorámica general relatada y los casos en los que se detiene para ilustrar las acciones inquisitoriales contra los heterodoxos cuenta con respaldo documental en los propios archivos de la Inquisición española.
Obviamente a tales archivos no tuvo acceso Reina, posibilidad que hoy es enteramente factible gracias a compilaciones como las de Tomás López Muñoz (2016b) y Ernst Shäfer (2015b y c).
Demeritar la obra por considerarla meramente propaganda anti católica romana es desconocer, por prejuicios, que Artes no inventó cómo operaba la Inquisición, juzgó y mando ejecutar a quienes se adscribieron a un cristianismo que buscaba regresar a las enseñanzas bíblicas.
Referencias bibliográficas
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Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015a): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 1, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.
Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015b): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 2, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.
Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015c): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 3, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.
Villacañas Berlanga, José Luis (2019): Imperiofilia y el Populismo Nacional-Católico: otra historia del Imperio español. Madrid: Lengua de Trapo.
1 La relación entre el traductor y el obispo londinense la desarrolla Leopoldo Cervantes-Ortiz en el capítulo “Edmund Grindal, apoyo de Casiodoro de Reina en Inglaterra” (2019: 119-127).
2 Obra de Sebastián Castelio, traducida al español con el título Sobre si debe perseguirse a los herejes, 2018.
3 http://protestantedigital.com/cultura/47186/Villacanas_el_catedratico_que_defiende_la_verdad_de_la_leyenda_negra; la respuesta de este autor a Roca Barea en Imperiofilia y el Populismo Nacional-Católico: otra historia del Imperio español (2019).
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Madrid acoge el min19, donde ministerios evangélicos de toda España conversan sobre los desafíos de la infancia en el mundo actual.
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