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Aprendiendo a enseñar

Pienso que, en ocasiones, los títulos resultan engañosos, y si es verdad que permiten abrir muchas puertas, no es menos cierto que a veces se convierten en trampas que extravían vocaciones.

PARA VIVIR LA FE AUTOR Tomás Gómez Bueno 30 DE NOVIEMBRE DE 2019 11:00 h

Por alguna razón que no entiendo ni tampoco me preocupa, no tengo los grados académicos que exige nuestro sistema de educación superior para impartir docencia. A punto de terminar la carreta de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, un día, no recuerdo bien porqué, deje de asistir y de ahí en adelante solo de manera muy ocasional me he sentado como alumno en una sala de clase.



Admiro y siento gran respeto por las personas esforzadas que han coronado dignamente sus conocimientos adquiridos con los títulos que avalan los mismos. Pero yo particularmente no siento mucha simpatía por los títulos. Pienso que en ocasiones resultan engañosos, y si es verdad que permiten abrir muchas puertas, no es menos cierto que a veces se convierten en trampas que extravían vocaciones y sumen a sus portadores en un estado frustración que los atasca y malogra otras posibilidades.



Aunque lo más significativo de todo es que los títulos académicos alcanzados respondan a conocimientos obtenidos que sean de aplicación real y efectiva, ya que ellos les otorgan a sus portadores un reconocimiento y una estima social importante. 



Los títulos que usted ha obtenido son la corona de su esfuerzo, por tanto, exhíbalos, cuélguelos en oficinas, salas y galerías, póngalos cuan largos y numerosos delante de su nombre. Usted se los ganó con su dedicación y empeño, pero asegúrese de que respondan a un conocimiento real, útil y permanentemente actualizado que sirva para engrandecer y dignificar la vida.



 ¡Ah!, no olvides nunca que usted será siempre más grande y más importante que sus títulos. Ellos son simplemente una credencial de sus esfuerzos académicos, una certificación de sus conocimientos, lo demás, lo más importante y definitivo, lo agrega usted. Usted puede responder por sus títulos, sus títulos no pueden responder por usted.



A pesar de mi actitud, tan particular como caprichosa, reconozco que el aula y la gradación académica que termina otorgando títulos constituyen un sistema universal y en extremo necesario para organizar y promover el conocimiento. Se trata de un sistema imprescindible para incentivar y ordenar el saber.  Yo simplemente, como algunos otros comunicadores y escritores, he sido un espécimen extraño que he podido sobrevivir en medio del conocimiento sin cumplir con sus estrictas y necesarias normas, las que valoro, incentivo y promuevo con pasión. 



Sin embargo, nada que lamentar.  He compensado mi medalaganario estilo de vida con los libros. La lectura ha sido mi refugio, y debo decir que me siento más cómodo y complacido detrás de un libro que en un aula de clase.  Mi soporífero, mi catarsis para el desahogo y el respiro es escribir para publicar y ese ha sido un apasionado ejercicio a través del que he canalizado las inquietudes de mi vida. Lo he podido hacer a mis anchas y me ha dado grandes satisfacciones y diversas oportunidades para vivir a plenitud. 



La lectura por puro placer es un hábito que me ha dado muchísimas satisfacciones, pues amo el conocimiento, ese que yo me quiero dar y adquirir, a contrapelo del que me quieren imponer controlándome a través de exámenes compulsivos y atosigantes tareas, para ponerme, en medio de una sobresaltada espera la calificación que mide mi desempeño en la escala del 0 al 100. Ya a mi edad, para mí, esto es algo horrible. La evaluación de mi rendimiento y mis notas me las pongo yo mismo. Confieso que con frecuencia me “repruebo” y con mucho gusto repito mi asignación hasta alcanzar el nivel de satisfacción deseado. 



No le aconsejo a nadie que siga mi camino. Inscríbase en las academias, gradúese y adquiera cuantos títulos sean posibles, mientras con más honestidad y apego al verdadero conocimiento lo haga, mayor satisfacción le darán. No se lleve de mi ejemplo. No soy un antiacadémico, valoro y promuevo el estudio organizado. Reconozco su importancia. La falla es mía.



 



MI EXPERIENCIA  DOCENTE



A pesar de mi carencia de méritos académicos, situaciones fortuitas me han metido alguna vez en un aula de clase. Mi experiencia como profesor ha sido enriquecedora y gratificante. En el aula trato de confundirme con mis estudiantes en una aventura hacia el conocimiento. Mi autoridad la convierto en una oportunidad para compartir entusiasmos y ampliar expectativas, mi propuesta no parte de completar un programa de estudios y poner calificaciones al final, parto del desafío que implica esa oportunidad para transformar la vida. Me identificó con mis estudiantes, pienso en lo que son y en los que pudieran llegar a ser, pienso que en esa oportunidad de compartir con ellos soy parte importante de sus potencialidades, de su futuro. 



Mi primera clase, mi primer encuentro con mis estudiantes es un acercamiento personal y humano, es una invitación a compartir una experiencia que nos impulsará hacia un punto de mayor trascendencia en la vida. Eso de “aprobar la asignatura”, “pasar de curso”, son términos que no encajan en los objetivos de mi propuesta docente. Me preocupa qué va a pasar con mis estudiantes, cómo este fascinante compartir se convertirá en una herramienta importante para sus vidas. No trato de impresionarlos, de sugestionarlos, simplemente los desafíos al aprendizaje, los motivos a participar de nuevos conocimientos.



Esos exámenes puntuales y engorrosamente capciosos no entran en mi metodología docente. Creo que hay otras formas de evaluar, hay que enseñar al estudiante a evaluarse a sí mismo, a que valore por sí mismo su aprendizaje y su esfuerzo. Hay diferentes criterios para valorar y evaluar el aprendizaje de un estudiante, pero el primero que tiene que evaluarse es el profesor. Si los estudiantes no son evaluados favorablemente, no fueron reprobados  ellos, el  profesor  fue quien reprobó en su tarea de enseñar. 



No es que algunos estudiantes sean “malos”, es que hay profesores que son incompetentes, no se mueven por amor al conocimiento, son la réplica repetitiva y cuadrada de un sistema vertical, autoritario y represivo. Es posible que conozcan la asignatura, pero no tienen pasión por enseñarla, por renovar el conocimiento y transformar su clase en una verdadera experiencia de compartir el conocimiento. 



Enseñar una asignatura tiene que estar más allá de la metodología educativa que impone la burocracia académica. El profesor tiene que reinventarse, tiene que ser creativo, tiene que vivir con entusiasmo el proceso interactivo de enseñar y aprender al mismo tiempo.



Tan enriquecedora ha sido mi experiencia como profesor que mi libro “Todos podemos escribir”, fue resultado de las notas que preparaba para impartir Español I, y Español II, cuando tuve la oportunidad de impartir docencia a nivel superior. Mi metodología de enseñanza, contrario a todo lo que había aprendido en la escuela, resultó para mí y para mis estudiantes una gratísima experiencia, una fiesta del conocimiento que también le compartí al escritor español y sobresaliente teórico y analista de la comunicación escrita, Daniel Cassany, quien me respondió saludando mi metodología y aprobando conforme a su experiencia los recursos que empleé para implementarla.



Recientemente me encontré en las redes con unos trabajos de Neus Sanmartí (Sanmarti, 2018) una  especialista de didáctica de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien afirma  que  está gratamente sorprendida por “el cambio de percepción” que ha encontrado en muchos profesores que están rompiendo con el  canon de la burocracia académica y están siendo más creativo a la hora de impartir sus clases.



Esta educadora saludó como positiva esta iniciativa de los profesores que se disponen a generar cambios cuando constatan que en el momento actual “lo que hacen no sirve de mucho”. Para ella resulta alentador que en el sistema educativo español se le esté dando paso a la creatividad del profesor. 



Con respecto a la enseñanza por proyectos, Sanmartí afirma que está más que comprobado que las clases típicas con el libro de texto, explicando de forma tradicional una asignatura sin conectar con la realidad de los estudiantes ni con sus preguntas, “no funciona para la mayoría de los alumnos”.



 Para esta especialista en didáctica de las ciencias, la autoevaluación de los alumnos es otro de los grandes retos a los que ha de enfrentarse la enseñanza. “Que un alumno sepa valorar si lo hace bien o si lo hace mal, y no solo ponerse nota, tiene un gran impacto”. Sin embargo, lamenta que aún muchos de los profesores que trabajan por proyectos no se atrevan a dejar que los estudiantes se auto evalúen, porque la inseguridad le impide innovar.



En su iniciativa “aprendiendo a enseñar”, la profesora Sanmartí, dice que ha descubierto tres cosas importantes. La primera: Más que saber reproducir muchas ideas aisladas, necesitamos incorporar a la forma de enseñar redes de ideas interrelacionadas. Sin conocimientos no se puede ser competente. 



La segunda cosa que la profesora Sanmartí ha señalado es que hay que enseñar a encontrar placer al trabajar con en el conocimiento. Se trata de que el estudiante descubra por sí mismo cosas más allá de la que el profesor pide en el aula. El hecho es que el estudiante descubra por él mismo recursos que le sirvan para tomar decisiones propias. Lo que se busca es que el placer de manejar conocimientos que lo enriquecen, lo haga olvidar el esfuerzo que está haciendo.



La tercera cosa de la que nos habla esta profesora es de la autonomía de ser capaces de autoevaluarnos. Es lograr que los estudiantes lleguen a ser lo más autónomos posibles. Ella dice que cuando la capacidad de actuar de manera autónoma se convirtió en una de las tres competencias claves, se otorgó una función básica a la autoevaluación. 



Sanmartí está convencida de que la autoevaluación es la capacidad de enseñanza clave para impulsar los cambios que debemos introducir en el modelo de educación actual.  “Sólo aprende quien se autoevalúa”, dice.



 



MI CONCLUSIÓN 



Finalmente, debo decir que las oportunidades que he tenido para impartir docencia la he aprovechado para mis alumnos y para mí. He tratado de aprender a enseñar y he aprendido algo.



De una cosa estoy convencido que el manejo del conocimiento en la relación alumno profesor hay que cambiarla, los métodos tradicionales de educación hay que revisarlos. Tenemos que saber que a través de la educación se prepara y se titula a muchas gentes, pero también se frustra y se malogran muchas personas y vocaciones.



 



Notas



Sanmarti, N. (11 de 09 de 2018). Premios magisterio a los protagonistas de la educacion. Obtenido de Magisterio: https://www.magisnet.com/2018/09/neus-sanmarta%C2%AD-especialista-en-didactica-estamos-aprendiendo-a-ensea%C2%B1ar/


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Manu
01/12/2019
20:07 h
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Buenas noches. Después de leer el artículo " Aprendiendo a enseñar", estoy muy de acuerdo con el autor. Como docente me doy cuenta que forzamos a memorizar, a realizar exámenes para aprobar, sin tener en cuenta la interacción del alumnado en sus opiniones personales o trabajos particulares sobre una asignatura. He dado cursos y talleres relacionados con la intervención social y te das cuenta que "muchos titulados" tienen conocimientos que en muchas ocasiones difieren de la experiencia real.
 



 
 
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