Dios no elimina el mal porque para hacerlo debería primero anularnos como personas. Tendría que quitarnos el libre albedrío con el que fuimos creados.
Los adversarios del teísmo dicen que es incoherente admitir la existencia del mal y afirmar, a la vez, la omnipotencia y la bondad de Dios. Es cierto que no comprendemos las razones de Dios para permitir el mal en el mundo. Pero, aunque esto sea así, no podemos deducir de tal desconocimiento que Dios no exista. Precisamente, porque no sabemos las razones que Dios pudo tener para permitirlo. Las motivaciones de Dios, o sus circunstancias, son totalmente distintas de las nuestras y el hecho de que no podamos entender por qué ocurren ciertas cosas, no implica necesariamente que él no tenga una buena razón. Es perfectamente posible que si Dios tiene una razón, nosotros podamos desconocerla.
Por otro lado, curiosamente, quienes acusan a los creyentes de no poder explicar el problema del mal, tampoco ofrecen ninguna respuesta satisfactoria desde el materialismo. La explicación naturalista del mal es que se trata del resultado lógico de los procesos de la naturaleza. Desde esta perspectiva, no se podría decir, por ejemplo, que matar al enemigo sea algo malo porque así es como funciona la naturaleza. Las horribles masacres cometidas por Hitler, Stalin, Pol Pot o cualquiera de los muchos villanos que ha habido a lo largo de la historia, serían equiparables a la acción de los leones cuando devoran cebras o gacelas.
La hostilidad hacia los extraños habría que entenderla sólo como el esfuerzo de los genes por asegurar la supervivencia y no habría nada perverso o antinatural en ello. Esto es lo que dicen, por ejemplo, Richard Dawkins y los demás ideólogos del Nuevo ateísmo. Sin embargo, desde la fe cristiana, lo que hicieron todos estos dictadores asesinos fue algo profundamente perverso y profundamente horroroso. Fueron actos objetivamente malos y horribles. Fueron crímenes contra la humanidad. Luego, el problema del mal en el mundo no es menos fácil de explicar para el incrédulo que para el creyente.
Actualmente, Dios no elimina el mal porque para hacerlo debería primero anularnos como personas. Tendría que quitarnos el libre albedrío con el que fuimos creados y convertirnos en robots de carne y hueso. Pero, si lo hiciera, si nos quitara la posibilidad de hacer el mal en el mundo, también nos eliminaría lo mejor que poseemos: la capacidad de amar a nuestros semejantes. El amor entre las personas y a Dios es la mayor expresión del bien moral. De manera que, eliminar el mal sería, a su vez, algo malo pues destruiría también lo mejor que tenemos, que es la capacidad de amar a Dios. Por eso, de momento, él no lo hace.
A veces, los argumentos lógicos como los expuestos anteriormente no son demasiado útiles para consolar a las personas que sufren y experimentan el mal en carne propia. En estos casos, la mejor respuesta al problema del mal es sin duda la persona de Jesús. Sólo Él cargó con las culpas de toda la humanidad y fue obediente hasta su muerte en la cruz, proporcionado perdón para todos aquellos que creen, se arrepienten de sus pecados y le obedecen. Dios juzgará a todos los mortales pero justificará a quienes hayan aceptado a Jesucristo como salvador personal. No sólo se eliminará el mal moral sino también el mal natural.
La resurrección de Cristo puso de manifiesto que recuperó un cuerpo físico, visible para los discípulos, que era glorificado y no se hallaba sometido al poder del mal. Ni la muerte, ni la enfermedad, ni cualquier tipo de corrupción podían ya afectarle. Pues bien, este es también el propósito divino para nuestra existencia. Al acercarnos a Jesús nos aproximamos a la verdadera vida. Él irradia vida abundante, bondad y salud definitiva. La Biblia dice que los ciegos volverán a ver, los sordos oirán, los cojos caminarán y los que presentan dolencias del cuerpo o del espíritu se curarán para siempre. Desaparecerán las peligrosas catástrofes naturales y todo volverá al estado anterior a la Caída. Todo volverá a ser bueno en gran manera y cada cosa cumplirá el propósito para el que fue creada. Esto es lo que consiguió el sacrificio de Jesucristo: acabar con el mal.
La Escritura afirma que el mal es consecuencia directa de la rebeldía humana contra Dios, que el Creador no nos diseñó para la muerte sino para la vida y que algún día sobrevendrá una nueva creación de cielos nuevos y tierra nueva donde morará definitivamente la justicia y la bondad. Por tanto, la solución al problema del mal se halla en la perfecta obediencia de Jesús y en su muerte expiatoria por aquellos que creen en él para perdón de sus pecados.
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