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Protestante Digital

 
Maná para el peregrino LXXXIX
 

Sembrando en equipo

Cuesta beber el agua que es el mismo Jesús. Es más fácil sacarla del pozo. Y cuesta ser sus embajadores, pero Él es nuestra fuerza.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 10 DE NOVIEMBRE DE 2019 09:00 h
Portada de la revista Sembradoras. / Jacqueline Alencar


“Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante! (Eclesiastés 4.9-10)





“Hace unos días, fui testigo en primera persona de lo que es un equipo. Él y ella decidieron sembrar juntos, para ello establecieron unas metas… y un Guía por excelencia. Cada uno llevaba los instrumentos necesarios para cumplir con su cometido. Y empezaron animados, comprometidos el uno con el otro, como si fuesen uno solo. Ella lo estimulaba a dar lo mejor de sí, lo valoraba, le decía que creía en él, que quería ayudarle a alcanzar sus metas. Y viceversa. Intercambiaban información, se complementaban. Se miraban con amor. Cedían. Se escuchaban. Él la ayudaba cuando le faltaban las fuerzas, cuando se sentía sola… Tomaba el relevo cuando ella se cansaba. Había colaboración. De pronto, él tuvo un fallo y se vio obligado a empezar otra vez; ella lo perdonó, y, cosa rara hoy en día, no lo recriminó, sino lo aconsejó con respeto y comprensión, y le dio un abrazo. Y le dijo: Hay Esperanza. Solidaria, ella se puso a su nivel, sacrificándose por él, pues sabía que sola su siembra no tendría sentido. Y continuaron esparciendo semillas. Más tarde, vieron que muchos Le seguían...”.




Corría el año 2009 cuando escribí este pequeño texto y lo incluí en un boletín mensual, que coordinaba por esa época. En el mismo relato una vivencia de Alfredo y mía, aunque con algunos retoques al escribirlo. Resulta que una noche nos embarcamos en organizar el material que conformaría el tercer número de la revista Sembradoras, que ese año tenía como tema central la Evangelización (por eso digo en el relato: “decidieron sembrar juntos”, por Sembradoras), ya que debía estar en imprenta a las siete de la mañana del día siguiente, pues eran tiempos de mucho trabajo, como en estos días. Además, Alfredo tenía clases muy temprano, así que antes debía pasar por la imprenta. Él, como buen asesor de la revista, me ayudaba a organizar los artículos y las imágenes para que estuviesen en su punto para llegar a las manos de Javier, la persona encargada de la maquetación en Kadmos, y que se tomaba este proyecto como si fuese suyo. Y cuando hay que cumplir con la palabra, no queda otra. Era tarde, ya daban las tres de la madrugada, parecía que todo estaba listo, cuando, ¡oh sorpresa!, yo me había olvidado de incluir los C. V. de todos los articulistas. Y para colmo, ese día tenía que enviar el material para el mencionado boletín, y también debía escribir unas líneas para una sección que abordaba el tema de la familia. Cosas muy sencillitas, pero que me entusiasmaban y con las que estaba comprometida. Alfredo estaba muy cansado, mas, al ver todo lo que yo tenía por delante, me miró compadecido y dijo que me iba a ayudar organizando lo que faltaba, empezando nuevamente, y dejándome tranquila para ocuparme de lo demás, ya que era lo normal, pues en otras ocasiones a mí me había tocado madrugar o no dormir cuando él necesitaba de mi ayuda. Y más. En ese ambiente, hacerlo es un placer. Yo, muy agradecida, como es de imaginar ante ese gesto, que hoy valoro más. Luego, él fue a aprovechar las escasas horas que quedaban hasta las siete. 



Por otro lado, continué preparando el material que alguien debía maquetar para que el boletín saliera en la fecha estipulada. Prácticamente no dormí, pues había que cumplir por amor a la causa. En ese momento pensé que ya tenía tema para la sección sobre la familia, extraído de las vivencias de esa noche y madrugada, y era la del trabajo en equipo. Por lo menos con unas pautas tomadas del día a día, de ese caminar juntos, con nuestras fortalezas y debilidades, porque no todo es color de rosa y debemos ir cediendo, ganando a veces, perdiendo otras, para ganar todos. Pero todo compartido, unas veces tú y otras veces yo. No somos iguales en todo, pero se va negociando. Y cuando cedes no te sientes frustrada o frustrado, sino que te alegras por el otro. Y luego te toca el disfrute, y el otro se alegra. Y nos alegramos con los logros del otro como si fuese algo propio. ¡Ojo! No digo que esto es la panacea, más digo que se acerca. Pues emulando al apóstol Pablo, siempre resalto que no es que lo hayamos alcanzado ya, sino que proseguimos al blanco. Y así ya van 28 años de amorosa andadura, con sus luces y sus sombras, pues no somos oriundos de Disneylandia, como bien dice Pablo Martínez, pero diría que con más luces. Intentando utilizar los medios que Dios nos ha puesto delante, por ejemplo, el mismo idioma. Así se puede dialogar mejor y expresar lo que sentimos, sin ayuda de intérpretes, y sin necesidad de enviar señales, por si acaso el otro logra descifrarlas. Y aclarar, pues si no es así, llega la guerra fría y las situaciones extremas. Tantos dones que tenemos los humanos. Unos son cariñosos, otros hablan y escriben en verso o en prosa, otros pintan, cantan, cocinan, tienen ideas explosivas… Pero, sobre todo, he estado recordando en estos días, que la Palabra, esa que está en el Libro de los libros, es un manual con pautas excelentes cuando tenemos la certeza que es Dios mismito hablándonos para enderezar nuestros caminos. “Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir. ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!” (Ec. 4.12). Así debemos ser con Él. Y esto no es cuento, es la realidad. ¿Cómo si no? Él es el que imprime en nosotros el amor que todo, lo soporta, lo cree, lo intenta, lo riega, lo trabaja, lo ama. Lo estimula, lo promociona… Se sacrifica, se duele, se goza, se contenta…



Así también en el trabajo, o así debería ser. Me imagino qué sería si me hubiese quedado sola, sin ayuda idónea para conseguir el objetivo de ese día que menciono. Lo haces, pero cuesta menos si tienes un compañero comprometido y dispuesto a sacrificarse. Y no quiero decir, resignado, frustrado, esclavizado, o donde se da la violencia. No. Muchas veces debemos entender que estamos cansados, o enfermos, o surgen otras prioridades y algunos planes tendrán que posponerse; no irse de vacaciones. Y ahí surge la comprensión del equipo, siempre que sea real el impedimento y no una mera excusa o deseos de sabotear una labor.



A veces podemos beber de aguas que no generan satisfacción y debemos volver a las aguas de ese manantial eterno que ofrece Jesús. Y entonces, solo entonces, mostraremos ese carácter parecido al de Él, que intentamos ir forjando. Y cuesta beber el agua que es el mismo Jesús. Es más fácil sacarla del pozo. Y cuesta ser sus embajadores, pero Él es nuestra fuerza. Si logramos andar como él anduvo, como quien tiene Esperanza, y así, como digo en el texto citado, muchos Le seguirán.



Para eso hay que tener pasión por Él. Por el Amado. Solo así hay contentamiento en todo lo que hacemos, sorteando incluso la noche oscura, de temor y de terror. Te cansas, pero da gusto seguir, proseguir hacia la meta. A pesar de cualquier obstáculo. Porque si no, vemos aburrimiento, trabajo hecho a desgana, falta de paciencia, discusiones, abandono, desgobierno, desorganización, desánimo. La cadena se paraliza… Y no digo que no haya que descansar, ¡claro que sí! Y con libertad.



Y meditando en esto concluí que, salvo emergencias, en las que debemos ser parches momentáneos, hay que tener el don para ejercer un servicio, sea el que sea. Lo voy aprendiendo en este máster en peregrinaje que ya llevo el segundo. Y hay que ser enviado por el que envía, el que dirige la gran Misión. Y es muy complejo, pues cuando quiere envía o, caso contrario, desenvía. Y rápido se me viene a la mente el caso de Moisés. Le cuesta un poquito entender porque cree que no tiene todo el bagaje necesario. Pero al final, lo entiende, porque tiene el don y es enviado por el que debe, así que luego, cuando es llamado, va corriendo, vuelve a Egipto, e incluso decide enviar a su esposa e hijos a casa de Jetro, su suegro, ¿quizá por los peligros existentes en Egipto? ¿O porque en esos momentos no podía atenderlos? Lo que sí sabemos con certeza es que tenía una gran comisión que cumplir. Por todo el pueblo. Humanamente no lo veríamos bien. Cuesta entender. Por qué no se estableció tranquilamente con su familia a orillas del Nilo, pensaríamos algunos, ¿verdad? Con lo problemático que era a ayudar a esos miles, incluso con el apoyo de Aarón y demás. Y quizá ni siquiera lo merecían, porque tal vez eran unos contestones, críticos, inconformes, preguntones, que solo merecían lecciones sobre comportamiento… Pero él sabía por qué, ya que había sido enviado. Y se siente cuando realmente es, y cuando no, no. Y más cuando surgen los problemas, se nota. Se sigue si Él lo quiere, y si no, nos manda al Sur. O al Norte, al Este o al Oeste.



Es verdad, cuando Él envía se va, y se acata todo o casi todo; se tiene paciencia, amor, facilidad para dialogar, no para la pelea. Y todo no es color de rosas, como en el caso del profeta Samuel, íntegro como el más, elegido entre los elegidos, pero resulta que sus hijos no lo hicieron igual que él, sino más bien “lo malo ante los ojos de Dios”, tanto que el pueblo pide un rey. Realmente hay cosas que no entiendo. Si los miro con ojos humanos, no me sirven como ejemplo, pero si los miro con los ojos de la fe, creyendo en el que los envió, sí me son ejemplo a seguir. Porque a la hora de la verdad obedecieron y fueron y lo entregaron todo para salvar a otros, para arreglar desperfectos. Para aconsejar y transmitir la voluntad de Dios.



Y volvemos a la pareja. A entender y ayudar en la labor el uno del otro, que no es fácil con nuestra humanidad. Pero como sea me ayuda y alienta leer esos pasajes con el espíritu con el que fueron escritos. Para ver cómo actuar ante los asuntos que van surgiendo… Aunque aun así no es tarea fácil.



Hace años, allá por la provincia de León, escuché eso de andar en sintonía con el espíritu en nuestro peregrinaje cristiano, y quisiera contextualizarlo a nuestra vida, para andar en sintonía entre dos, o más. En ese ir adaptándonos a pesar de las diferencias, que pueden ser minimizadas con lo que tenemos en común, que hay, y debemos buscarlo. Y es ese pegamento, esa soldadura que nos une, lo que nos mantiene en esa búsqueda. Y así un día y otro, hasta que Él vuelva. Repito que soy consciente de que hay relaciones imposibles cuando media la violencia, la crueldad, la falta de respeto total, el acoso, la deslealtad. Y también cuando la pareja, uno y otro, con una facilidad dañan la reputación mutua públicamente, con una crueldad asombrosa, lo cual hace que cueste muy mucho restaurar la relación.



Es bueno recordar, aunque no esté de moda revivir los momentos pasados. A mí me sigue gustando y enriqueciendo leer el Antiguo Testamento, que es muy de atrás. Tiene mucho sentido para mi presente y futuro.



Gracias a Dios, pudimos dejar la revista en la imprenta, a la hora acordada con ellos, y yo disfruté de un delicioso desayuno preparado por unas hermanas en un barrio próximo al mío. E ilusionada les leí mi humilde texto. Una de ellas, oriunda de Canarias, me dijo que le había gustado y que debía acompañarlo con una ilustración que ella misma describió y no recuerdo muy bien si de alguna manera me la envió, pues ha pasado mucho tiempo: unas manos que dibujaban un corazón. Me encantó la idea. Reflejaba gran parte del texto. Por cierto, más tarde también le leí mis líneas a Alfredo y le encantaron. Era testigo y uno de los protagonistas de la historia.



Un servicio para Dios también puede fomentar el amor. Hoy, con cierta emoción, ojeo/hojeo el número tres de la revista Sembradoras, que me lo recuerda. Una revista que debía salir si cada uno cumplía con su labor. Ahí estaba Miguel Elías, quien muchas madrugadas pintó para enviarme la portada, como parte del equipo. La labor de los escritores era fundamental y primordial, sin ellos no sería posible que saliera un número consistente y edificante. Generosa y amablemente dedicaban tiempo para ello. Algunos ya eran experimentados en estas lides, mas, a otros, tuve el privilegio de animarlos porque sabía que tenían potencial. Algunos la distribuían incluso por lejanas tierras, o escribían bellas reseñas en revistas como una denominada ‘Vínculo’. Otros me animaban a seguir, sobre todo desde la distancia; agradezco tantos sus líneas, que eran como enviadas por el Amado. Era, y espero siga siendo, una ofrenda dada con gozo. Todas las facetas de nuestra vida están interrelacionadas, no hay separación.



Solo tengo gratitud a Dios y a todos los que se embarcaron en este sueño de sembrar.



 “Sembraré, sembraré, mientras viva, la simiente de amor…/ … Segaré, segaré, al hallarme en la casa de Dios”. 



El eco de antaño vuelve a oírse, pues es sempiterno. Para bien y no para calamidad, dijo el profeta. Y yo me lo creo. Yo me lo creo.


 

 


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