Subrepticiamente y sin proponérselo Zumárraga, se filtraron en la Nueva España principios doctrinales protestantes.
Constantino de la Fuente, a quien erróneamente en 1581 un traductor francés le agregó después de su nombre el apellido Ponce y así creó escuela (Boeglin, 2013: 226), nació en 1502, en la villa de San Clemente, perteneciente a Cuenca. Su familia era de origen judío, convertida al cristianismo, hecho que años más tarde le traería críticas por parte de los llamados “cristianos viejos”. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, a la cual se desconoce cuándo ingresó, pero quedó registro de su presencia allí en 1524. En dicho centro académico “debió trabar amistad con sus futuros compañeros en Sevilla, Francisco de Vargas y Juan Gil” (López Muñoz, 2016a: 81).
Durante su estancia en la Universidad de Alcalá, Constantino estuvo enterado de la publicación y posterior censura de Diálogo de doctrina cristiana, de Juan de Valdés, obra que influyó en su posterior producción escrita. Es notorio que su biografía tiene paralelismos con la de Valdés: “ambos fueron conquenses, de familia judía conversa, estudiantes de Alcalá, extraordinarios autodidactas, grandes biblistas, maestros de la lengua castellana, y líderes indiscutibles del reformismo evangélico español” (Estrada Herrero, 2009: 59).
En la Universidad de Alcalá se dificultó la permanencia en ella de “cristianos nuevos”, cuando para el año escolar 1532-1533 las autoridades dispusieron que profesores y estudiantes debieran comprobar limpieza de sangre, es decir que no tuvieran antecedentes familiares judíos. La medida “privaba a los descendientes de judíos el acceso a los claustros universitarios” (López Muñoz, 2016a: 81).
El 13 de junio de 1533 Constantino recibió invitación para sumarse como predicador en la Catedral de Sevilla, coincidiendo allí con su compañero de Alcalá, el doctor Egidio, quien, como se ha visto antes, fue designado canónigo magistral catedralicio en el otoño de 1534. Constantino de la Fuente completó los estudios truncados en Alcalá de Henares y se graduó de licenciado en teología, en la Universidad de Sevilla, el 30 de agosto de 1534. El 22 de mayo de 1535 obtuvo la ordenación como presbítero (López Muñoz, 2016a: 81).
La fama de Constantino como predicador se extendió en Sevilla, y sus propios condiscípulos reconocieron en él singulares dotes al exponer las Escrituras, debido a esto encomiaron “la doctrina y persona del dicho doctor y cuánto fruto hace en esta ciudad con sus sermones y predicación”, además los canónigos manifestaron el aprecio que los sevillanos guardaban por el personaje al reconocer “cuánta devoción tiene esta ciudad al dicho doctor” (Boeglin, 2013: 231). Era “el predicador más célebre de España” (Bataillon, 2013: 528).
Entre 1543 y 1548 el doctor Constantino publicó libros en los cuales expuso claramente principios teológicos cada vez más distantes de la doctrina católica romana, a la vez que denotaba su coincidencia con enseñanzas de Juan de Valdés y postulados de la Reforma protestante. En 1543 apareció Suma de doctrina cristiana, editada en Sevilla, con reediciones en 1544 y 1545. Ésta última tuvo un agregado, el Sermón del Monte (Mateo capítulos 5-7). Igualmente en Sevilla publicó en 1546 Exposición del primer Salmo de David, una colección de seis sermones que fueron predicados en la Catedral de Sevilla. La obra tuvo dos reimpresiones más, una en Sevilla (1551) y otra en Amberes (1556). En 1547 sale de la imprenta Catecismo cristiano para instruir a los niños. En el mismo año, aunque de forma anónima, publica Confesión de un pecador, que en la edición portuguesa de 1554 sí consta la autoría de Constantino de la Fuente. Finalmente, en Sevilla es publicada Doctrina cristiana, con ediciones en 1548 y 1549 (Nieto, 1997: 235).
En la Suma de doctrina cristiana Constantino explica a los lectores el principal motivo que le llevó a redactar la obra: “La causa que me movió a escribir este librillo, lector cristiano, fue porque algunos amigos, celosos de la gloria de Dios, y de la salud de los hombres, me persuadieron que sería cosa provechosa que una semejante escritura anduviese entre las manos de la gente: donde con alguna breve y suficiente declaración estuviesen tratadas las principales partes de la doctrina cristiana”
La Suma del doctor de la Fuente se filtró a la Nueva España mediante el primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, quien publicó en 1546 su catecismo Doctrina más fácil para gente más simple y en el suplemento de la misma hizo un compendio de ideas erasmistas y también se apropió de lo escrito por Constantino de la Fuente. En Doctrina más fácil “Zumárraga tomó casi íntegra la obra de [Constantino] y la traslada de redacción dialogada a redacción corrida” (Aguirre, 2005: 55). La acción de Zumárraga “constituye el homenaje más significativo al libro de Constantino […] Así el movimiento religioso de Sevilla tuvo su prolongación en América” (Bataillon, 2013: 540).
En la Suma Constantino inició la constante que marcaría el conjunto de su obra, “la preocupación de volver a hallar en los Evangelios el sentido genuino de la religión cristiana que había sido adulterado por el cristianismo medieval. Su traducción del Sermón de la Montaña añadido a la Suma de doctrina cristiana en la tercera edición de 1545, respondía a este deseo de poner en el centro de su enseñanza las Escrituras, más que la Tradición” (Boeglin, 2013: 241).
Vale reiterar que de la Fuente a su vez tomó varios planteamientos que Juan de Valdés hizo en Diálogo de doctrina cristiana, y es relevante notar que Valdés, incorporó en su escrito frecuentes citas de Lutero sin identificar la fuente (Gilly, 2017). Solamente un detenido cotejo de lo originalmente redactado por Lutero y reproducido por Valdés en el Diálogo, más tarde retomado por Constantino de la Fuente y finalmente lo recuperado de éste por Zumárraga podría clarificar qué tantos planteamientos del teólogo germano quedó plasmado en el catecismo del primer obispo de México. Sin embargo, subrepticiamente y sin proponérselo Zumárraga, se filtraron en la Nueva España principios doctrinales protestantes.
En Doctrina Cristiana, volumen de 500 páginas en una edición reciente, el autor “pretendía […] presentar un cuerpo de teología sistemática, siguiendo como pauta los tópicos catequéticos; la obra va dirigida a los clérigos. La temática se desarrolla de una manera muy similar a los tratados teológicos de la Reforma” (Luttikhuizen, 2018: 31). Las obras de Constantino de la Fuente quedaron proscritas en el Índice de Libros Prohibidos de 1559, tras el proceso inquisitorial al que fue sujeto. Escribió comentarios a los libros bíblicos de Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y a la mitad de Job. Quedaron en versiones manuscritas resguardadas por uno de sus discípulos, las que no fueron publicadas, aunque existió el proyecto de imprimirlas de acuerdo al testimonio del autor de Artes de la Inquisición española (Estrada Herrero, 2009: 123; González Montes, 1567: 296).
Los escritos del doctor Constantino evidencian las profundas convicciones del autor por regresar al cristianismo de las Escrituras, para lo cual era necesario depurarlo de doctrinas y rituales que lo maniataban:
Tres ideas claves recorrían el conjunto de su obra: la perfección a la que podía pretender el cristiano en esta vida; la imposibilidad para el hombre de llegar a ella por sus propias fuerzas; y el poder absoluto de la gracia divina para la salvación del hombre, a través de la muerte del Redentor. Escritos con un arte refinado del estilo codificado, mediante numerosas imágenes, metáforas y anfibologías, estos libros exponían una doctrina que no solo era aceptada por las autoridades ‑e incluso aprobada por la Inquisición‑ sino también por lectores que compartían una sensibilidad abierta a las corrientes reformadas. [Por otra parte la] radical antropología constantiniana […] es tan remota del catolicismo romano y de Erasmo como cercana está de Valdés y la Reforma. Estamos aquí ante la doctrina de la incapacidad y corrupción total del hombre en cuanto atañe a la gracia y la salvación […] Es en esta antropología en la cual tenemos que buscar el corazón de la fe evangélica del doctor Constantino (Boeglin, 2013: 238; Nieto, 2001: 220).
El ministerio sevillano de Constantino tuvo un drástico cambio cuando el emperador Carlos V lo invitó para unirse a la corte en calidad de consejero espiritual y predicador de la realeza (Estrada Herrero 2018: 15). De 1548 a 1551 fungió como predicador en séquito real del príncipe Felipe II, a quien acompañó a Italia y Flandes. Al término de la capellanía con Felipe II, el doctor Constantino se reincorporó a la función de predicador en la Catedral de Sevilla, y en 1553 “se le designa profesor de teología del Colegio de la Doctrina, un orfanato con enseñanza académica, cuyo director, Fernando de San Juan, [estaba] enseñando conforme a las ideas reformistas de Constantino (Giesen 2017: 228).
El Inquisidor general Fernando de Valdés, que asumió el puesto en 1547, hizo del llamado Santo Oficio “un aparato de represión estructurado, económicamente saneado y con una normativa procesal depurada, presto a volcarse en las nuevas tareas que la corona le va a confiar” (Fernández Terricabras, 2018: 53). En 1553 el Tribunal de la Inquisición comenzó a sospechar de la ortodoxia del doctor Constantino de la Fuente, paulatinamente iría cercándolo hasta que tuvo evidencias sólidas en contra de él. En mayo de 1556 el cabildo de la Catedral de Sevilla eligió canónigo magistral a Constantino, tuvo en contra la manifiesta oposición del inquisidor Valdés (Luttikhuizen, 2018: 33). Tras el descubrimiento de la Inquisición del núcleo heterodoxo en el Monasterio de San Isidoro del Campo (verano/otoño de 1557), que se describe más adelante, la vigilancia sobre el doctor de la Fuente se acrecentó y el 16 de agosto de 1558 fue aprehendido y encarcelado en el Castillo de Triana. Quince días antes había predicado el que sería su último sermón (Nieto, 1997: 219).
En el expediente inquisitorial se acumulaban pruebas contra Constantino. Además de analizar detenidamente sus escritos, los jueces obtuvieron una prueba para acusarlo de “herejía luterana”. El doctor de la Fuente tenía escondidos libros en casa de una discípula, Isabel Martínez, y al descubrir el acervo los inquisidores obtuvieron evidencias condenatorias en contra del personaje. El alguacil Luis Sotelo fue quien halló las obras y manuscritos de Constantino, una década después el episodio fue narrado así:
Todos los escritos de Constantino que eran de importancia llegaron a manos de los inquisidores desde aquellos escondrijos hasta la luz meridiana […] Fue hallado entre muchas otras cosas un libro enorme totalmente escrito de la propia mano de Constantino, en el cual, de una forma abierta y como si sólo escribiera para sí mismo, trataba principalmente de estos capítulos: “Del Estado de la Iglesia”. “De la verdadera Iglesia y de la Iglesia del Papa”, al que llamaba Anticristo. “Del sacramento de la eucaristía y del invento de la Misa”, asunto del que afirmaba que el orbe estaba fascinado por ignorancia de la Sagrada Escritura. “Del Purgatorio”, al que llamaba cabeza de lobo e invento de frailes para llenar su vientre. “De las Bulas e Indulgencias papales”. “De los méritos de los hombres”. “De la confesión” y, finalmente, de todos los otros capítulos de la religión cristiana. Después de haber sido examinado este libro, interrogado Constantino por los Inquisidores sobre si reconocía su letra, habiendo eludido la respuesta durante muchos días mediante subterfugios rebuscados desde todas partes, reconociendo, al fin, la voluntad de Dios que le había cortado toda ocasión de utilizar ya más pretextos, dijo: “Reconozco mi letra y, por lo tanto, confieso que yo he escrito todas esas cosas las cuales también manifiesto sinceramente que son verdaderas. Y no tenéis por qué esforzaros más en buscar contra mí otros testimonios; aquí tenéis ya una confesión clara y amplia de mi opinión, actuad en consecuencia y haced de mí lo que mejor os parezca” (González Montes, 1567: 299).
Las condiciones de su encarcelamiento le provocaron disentería, de la que murió Constantino en febrero de 1560, probablemente el día 9. A finales del mismo año, 22 de diciembre, sus restos fueron exhumados para ser llevados a la hoguera, lo mismo que una efigie que lo representaba. En la Memoria y relación del Auto de Fe que el Santo Oficio hizo en Sevilla quedó consignado: “El doctor Constantino de la Fuente, canónigo que fue de la dicha magistral en la dicha Santa Iglesia de Sevilla, natural de San Clemente, difunto. Condenada su memoria y fama y relajado en su estatua y huesos y huesos por hereje luterano dogmatizador impenitente, relapso. Confiscación de bienes” (Schäfer, 2015b: 412).
Francisco de Vargas enseñó teología de abril de 1529 a diciembre de 1532 en la Universidad de Alcalá de Henares. Posiblemente participó en el grupo revisor de Diálogo de doctrina cristiana antes que la obra fuera publicada. Hacia 1536, o antes, llegó a Sevilla para ser maestro de “Sagradas Escrituras en la Catedral”, en sus clases “explicaba […] el Evangelio de San Mateo, el cual acabado emprendió los Salmos de David” (Nieto, 1997: 183; León de la Vega, 2011: 687)). Junto con Egidio y Constantino de la Fuente, Vargas conformó la corriente de predicadores que en Sevilla “trataban más sinceramente la Sagrada Escritura, así también a partir de la misma abrían a los hombres la fuente verdadera de la justificación y de la santidad”. Los tres eran “varones esclarecidos por su doctrina y su bondad de costumbres, cuyos esfuerzos en promover la luz del evangelio entre tan grandes tinieblas de ignorancia y cuya muerte ilustre en la misma obra, de igual forma que son dignos de eterno recuerdo, así tampoco toleraremos que sean sepultados en eterno olvido” (González Montes, 1567: 272). No hay datos precisos acerca de su muerte, aunque se sabe que para principios de noviembre de 1546 ya había ocurrido su deceso. Dejó parte de su herencia y como albacea de la misma al doctor Egidio.
Referencias bibliográficas:
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Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015b): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 2, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.
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