Durante dieciocho siglos, o milenios, a las mujeres se nos ha obligado a vivir dobladas, replegadas sobre nosotras mismas.
“La mujer es como una bolsita de té. Nunca se sabe lo fuerte que es, hasta que la meten en agua caliente.” Eleanor Roosevelt
“Una mujer fuerte, entiende que los dones como la lógica, la decisión y la fuerza, son tan femeninos como la intuición y la conexión emocional. Ella valora y usa todos sus dones.” Nancy Rathburn
“La mejor protección que puede tener una mujer… es el coraje.” Elizabeth Cady Stanton
Desde siempre me ha encantado estudiar sobre mujeres de la Biblia, me puedo identificadar con algunas de ellas y más que mucho; pero últimamente, encuentro demasiados comentarios sobre este tema anticuados, machistas, y dolorosos. Es fácil para mí, identificarme con mujeres al estilo de Esther o de Deborah, entre otras muchas; pero hoy, y desde hace mucho tiempo, me ronda y ronda por la cabeza una mujer a la que no presté nunca demasiada atención ¡Si, por supuesto! El milagro que recoge el Evangelio de la completa sanidad de una mujer que llevaba encorvada dieciocho años, y en día de reposo.
Se trataba de un espíritu que la mantuvo así por muchos años. Jesús hizo el milagro, y como de costumbre, en el día y hora indicados para decir y hacer lo que tenía que hacer y decir a unos cuantos personajillos.
Cuando me paro a pensar, podéis no creerlo, pero va a ser que me siento y me he sentido muchas veces como la mujer encorvada; no porque tenga un espíritu raro dentro de mi, soy hija de Dios y templo del Espíritu Santo; pero sólo sabe mi Señor en cuantas ocasiones me he sentido de ese modo, humillándome ante lo que no me tenía que haber humillado, encorvándome y encorvándome cada vez más, sin que eso me lo haya pedido mi Señor; intentando no molestar, intentando agradar… Para que, a estas alturas de mi vida, abra los ojos de una santa vez, y me dé cuenta de que muchos intentos no han servido para nada más que consiguiera encorvarme cada vez de un modo más profundo. ¡Y va a ser que lo siento! Pero hasta que mi Señor me llame y me mantenga la razón en su lugar, ¡hoy decido levantarme en el Nombre de Jesús! Y pido perdón si molesto, pero va a ser que ahí queda, ya me dolía demasiado la espalda de tanto agacharme.
Aquella mujer no podía enderezarse, hacía dieciocho años, dieciocho siglos, milenios... Que andaba doblada, agachada, encerrada en sí misma, amarrada... Era obra del mandinga, decía la gente, pues no era un secreto que las mujeres tenían inclinación hacia él; pactaban con él para hacer cosas raras… Curaciones, por ejemplo, dar a luz, ver cosas...
Primero se nos ha tapado de pies a cabeza y se nos ha enclaustrado; muchas fueron apedreadas porque se creía que eran pocas las que no tenían algo de prostitutas; imputarles los defectos y pecados de los hombres era lo común. Si un hombre violaba, estrangulaba, destrozaba, mataba… Enseguida se decía: "busquen a la mujer". Esto me parece increíble, ¡pero es que sigue sucediendo! Luego se las quemó vivas, ¿caía una desgracia sobre el pueblo? ¡era culpa de alguna bruja! Se lanzaba entonces una caza de brujas hasta dar con una.
Si una mujer tenía demasiado cariño a algún gato, si salía a recoger hongos extraños por los bosques, si iba mucho a misa o iba demasiado poco, si tenía los ojos enrojecidos ¿cómo no, si se pasaba horas y horas y horas, cocinando encima de las llamas del hogar? si tenía una verruga o alguna mancha rara sobre el cuerpo, esa mujer con toda seguridad, era bruja. Se la quemaba viva en la plaza del mercado. Muerto el perro, se acababa la rabia. No más granizo, no más gripe, no más incendios, no más males de dientes en el pueblo; por un momento al menos, todo el mundo estaba contento.
Durante dieciocho siglos, o milenios, a las mujeres se nos ha obligado a vivir dobladas, replegadas sobre nosotras mismas, ¡atadas! Se nos ha sometido a tareas repugnantes y a trabajos muy duros. e incluso a la mutilación, como sucede en algunas culturas; o a la violación, a la esclavitud sexual y a los crímenes de honor, como sucede aún todos los días.
Cientos de millones de mujeres no han podido nacer, o fueron matadas al nacer, por el único "error" de no ser varones; Porque no ser varón y ser mujer, para muchos aún es una tara, un accidente de la naturaleza, o en el mejor de los casos, un mal necesario.
Las mujeres teníamos el derecho de ser sirvientas, juguetes, muñecas, o trofeos del varón; teníamos el deber de hacer gozar al varón y darle descendientes, pero nosotras mismas no debíamos gozar. Por cierto, los varones querían a las mujeres, pero en esas condiciones.
Nosotras podíamos bordar y tocar piano, pero los grandes estudios nos estaban prohibidos; no podíamos hacer cheques ni firmar contratos, ni votar.
Para entrar en una iglesia debíamos envolvernos en miles de trapos; puesto que esa era la triste suerte de las mujeres, no me extraña que el que hasta hoy en día buen judío ortodoxo, al salir de la cama, haga esta oración a Dios, cada mañana: "Te doy gracias, Señor, por no haberme hecho mujer."
En nuestras sociedades menos tradicionales, las cosas han cambiado, tras luchas épicas, llevadas sin armas y sin derramar una gota de sangre, las mujeres logramos conquistar el reconocimiento de nuestra dignidad y de nuestros derechos esenciales; pero mucho camino queda aún por recorrer para que las mujeres de todas partes sobre el planeta sean felices de ser mujeres.
Una mujer estaba allí, no pedía nada... Hacía dieciocho años que vivía doblada en dos, encerrada en sí misma, amarrada. Estaba tan encorvada que no podía enderezarse de ninguna manera" Jesús la vio y se conmovió hasta las tripas. Extendió sobre ella su mano fraternal y le dijo:
¡Mujer, quedas liberada! “Al instante la mujer se incorporó y quedó derecha como un árbol” (Lucas 13, 10-14)
Puede que a algunos, os pueda parecer muy fuerte lo que acabo de dejaros; os puedo garantizar, y por experiencia propia, que no en toda su extensión, pero si de muchos modos, la que os está escribiendo ha vivido muchas de estas cosas.
Comenzando por la vestimenta, pasando por si una mujer tenía que vivir con la patita bien quebrada, y cuestionando si una mujer obediente al Señor podía acceder a la universidad; no me ha tocado esto tan de cerca, pero poco menos… ¡Santo Dios! Aquello parecía lo de Concepción Arenal. ¡Sí, claro que sí! Pero lo que me parece más que triste, es que aun hoy, y en muchos lugares, subyace el mismo pensamiento vestido de diferentes formas, telas y colores.
En ocasiones me produce auténtica vergüenza; siempre consideré que el Señor me llamaba a ser como una lanza en este sentido, y un día mi Señor me apretó entre sus brazos como a María Magdalena, y me hizo libre de todas estas historias. Pero poco a poco… De a poquitos, me dejé encorvar y encorvar y encorvar cada vez más. Intentando no molestar, intentando agradar, intentando hacer lo que se suponía que se esperaba de mí. ¿Sabéis lo que he cosechado? ¡Qué me duela demasiado la espalda! Esto no pretende ser un discurso feminista, simplemente pretende lanzar un grito al cielo y decir…
¡SEÑOR, YA NO PUEDO CON MÁS, LEVÁNTAME DE NUEVO, NO QUIERO VIVIR ASÍ… ME LEVANTO EN TU NOMBRE Y SOY LIBRE OTRA VEZ, PARA SEGUIR SIRVIÉNDOTE CON ESA PRECIOSA LIBERTAD QUE TÚ GANASTE PARA MI EN LA CRUZ BENDITA DEL CALVARIO, Y HOY, SÍ... ME LEVANTO! EN TU PRECIOSO NOMBRE!
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